El hecho: una bomba estalla en la Ciudad de México, poco después de las 14:30 horas del viernes 15 de febrero.
El saldo: un muerto, dos heridos, y daños en vehículos, mobiliario urbano y algunos edificios de departamentos aledaños a la zona.
Los afectados: la libertad de los habitantes de la Ciudad de México, y la credibilidad de medios de comunicación e instituciones gubernamentales.
Gracias a la inmediatez para transmitir información que proporcionan los medios hoy en día, no pasaron más de cinco minutos antes de que la noticia de un estallido se publicara en las páginas electrónicas de los diarios de México, así como que se diera a conocer el suceso en radio, y en los noticiarios de televisión que se transmiten en la hora de la comida.
Reportes “desde el lugar de los hechos”, testimoniales de transeúntes nerviosos y apanicados, y las aún más apanicadas autoridades de gobierno locales, que no atinaban a contestar con alguna certeza a los sabuesos reporteros, que hambrientos de declaraciones que llenaran los huecos informativos publicaban cuanta palabra saliera de la boca de los señores funcionarios.
La primera asociación libre que el inconsciente colectivo generó con la detonación fue “guerrilla”, e incluso algunos periodistas [entre ellos una muy querida por los foristas de sobrenatural], la noche del viernes, daban más peso a esa línea de investigación que a otras como una venganza del narcotráfico, por ejemplo.
Mexicanos al grito de guerrilla, lo primero que hicieron fue centrar el espectro de búsqueda en “los jóvenes”, sobre todo los de “actitud sospechosa”, deteniendo así a un muchacho [supongo, indigente] que dormía en el predio baldío aledaño al sitio de la explosión.
Las informaciones se sucedían en tropel:
“Se dice que es un explosivo de fabricación casera” – soportando la tesis de grupos guerrilleros, con un trascendido.
“Se presume que la mujer de 22 años que resultó herida era cómplice de quien detonó la bomba” – soportando la tesis de jóvenes = grupos guerrilleros, con una presunción.
“Se sospecha que el hombre que murió portaba la bomba” – basados en las heridas que presentaba el sujeto, al parecer, la única certeza en este mar de hipótesis al vapor.
El colmo llegó cuando se empezó a señalar a Tania Vázquez, la mujer de 22 años herida en la explosión, ya no como guerrillera, sino como perteneciente al cártel de Sinaloa, pues sucede que vive a dos cuadras del Chilango, presunto integrante de esta asociación narcotraficante que fue detenido la semana pasada en el D.F., con un arsenal que ya quisieran muchas guerrillas sudamericanas.
Hasta ahora, hay pocas informaciones confirmadas respecto a este ataque. Ni siquiera se puede afirmar con 100% de certeza el material explosivo utilizado, pero los peritajes apuntan a que se trata de C4 [explosivo de tipo militar que no se fabrica ni se consigue fácilmente en México], mezclado con diversos elementos, que podrían ser clorato, balines y gotas de mercurio.
Se siguen varias líneas de investigación, oficialmente, mas mediáticamente parece que hay una carrera por señalar a los culpables ante la opinión pública. Así lo demostró el ambiguo e irresponsable titular de ocho columnas que publicó el día de hoy El Universal:
Ven que narco reclutó a Tania
con toda la elocuencia y grandilocuencia que da esta oración publicada en Times New Roman Bold fuente 56, pero sin ninguna certeza, más que las declaraciones de “fuentes”.
Me preocupa, realmente, que la mala costumbre que tienen algunas corporaciones policíacas y similares en México [y en otras partes del mundo] de presumir culpabilidad hasta que se pruebe inocencia haya permeado al periodismo, que por naturaleza y ética debería mantener una actitud escéptica ante los hechos, especialmente si son tan delicados como este tipo de atentados.