Las respuestas tópicas del catolicismo español
Al abordar la problemática del SIDA desde una perspectiva “moral”, el discurso de la Iglesia acerca de esta pandemia se ha agotado en la reiteración de unas preceptivas que apuntan a regular y restringir, ideológicamente, la consumación del contacto sexual. Es por ello que, pese a sus pretensiones, la Iglesia no tiene nada sanitariamente relevante que decir acerca de la prevención de del SIDA.
No debe extrañar, pues, que la acción de tantos católicos se halle escindida entre un encomiable asistencialismo y una irresponsable difusión de propaganda pseudocientífica que entorpece la lucha contra el VIH y contribuye, indirecta aunque objetivamente, a su propagación. Atrapada en esta contradicción, la Iglesia se vuelca en el cuidado y tratamiento de los enfermos, pero no deja de proponer a la Humanidad algo tan suicida y descabellado como el abandono del condón (un dispositivo de probada utilidad que ofrece una barrera física a los efectos no deseados del contacto sexual); ofreciendo, en contrapartida, un decálogo moral de incierto poder persuasivo y de probada ineficacia disuasoria ante las pulsiones de la libido.
Esta postura, reiterada por Benedicto XVI al inicio de su gira africana de 2009 provocó, como hemos visto, conflictos diplomáticos e innumerables polémicas y debates en todo el mundo. En España, donde el neointegrismo ha liderado, desde 2004, la radicalización ideológica y la movilización social del conservadurismo católico, el musculoso aparato de comunicación de la Iglesia se volcó, con algo de retraso [1], en una cerrada defensa del Pontífice. Esta defensa involucró una enfática reafirmación de los dichos del Papa sostenida, en parte, en base a unos “recursos” polémicos (argumentarios, datos y documentación antigua, manipulada o tergiversada)distribuidos por la Iglesia o diversas instituciones vinculadas a ella; y, en parte, a fuerza de pura convicción y fidelidad.
En un principio se intentó desactivar la polémica asumiendo una pose de desgano y fastidio ante lo que parecía un escándalo artificial suscitado por unos dichos completamente ajustados a la doctrina tradicional y suficientemente conocida de la Iglesia. Paralelamente a este tipo de respuestas, se intentó persuadir a la opinión pública de que las palabras del Papa eran, en realidad simples recomendaiones morales dirigidas solo a los católicos y que, por lo tanto, estando privadas de cualquier pretensión rectora o coactiva, no merecían esta desemplada recepción por parte de gobiernos, científicos, cooperantes y médicos [2].
Demás está decir que estos intentos de minimizar el alcance de las declaraciones del Papa, trasformándolas en una exposición rutinaria de la doctrina o en una intervención estrictamente pastoral, no resultaron demasiado eficaces. Guste o no, es un hecho palpable que los pronunciamientos públicos del líder natural de una poderosaEcclesia que controla multitud de instituciones abocadas a la acción apostólica, social, sanitaria, pedagógica, mediática, propagandística y política en todo el mundo [3], poseen múltiples efectos globales que no solo impactan en la vida espiritual de sus correligionarios, sino que también repercuten en la vida civil y política de los pueblos occidentales y, en menor medida, en los de otras civilizaciones.
Ante el fracaso de aquellas respuestas reflejas, la tensión del debate fue subiendo de tal manera que llegaría a verse en TV como un notorio publicista de la derecha católica afirmaba, con total desparpajo e impunidad, que en realidad eran los repartidores de condones los que creaban el SIDA [4]. Con todo, no sería del todo adecuado recopilar las intervenciones católicas de aquellas jornadas como si se trataran de respuestas puramente espontáneas, cuando en realidad a poco que se observen y analicen estos materiales, puede vislumbrarse la existencia de una suerte de “protocolo de crisis” guiando a la mayoría de las defensas del Papa.
Consultar la hemeroteca puede revelarnos cómo, entre marzo y septiembre de 2009, la intelligetnzia católica española echó mano —al igual que en otras ocasiones— de dos intervenciones tópicas con las que se intentó solventar una situación mediática altamente comprometida. Veamos.
I.- Tergiversación
Uno de los recursos polémicos más utilizados en aquellos días consistió en denunciar la manipulación o descontextualización de las palabras del Papa con claras motivaciones ideológicas o crematísticas. Así pues, para el activismo mediático católico, el escándalo no tendría origen en los dichos mismos de Benedicto XVI, sino en su alteración maliciosa a manos de los muchos y diversos enemigos de la Iglesia.
El tópico de la tergiversación fue ampliamente utilizado tanto por cardenales, obispos y sacerdotes, como por intelectuales y comunicadores orgánicos de la Iglesia o independientes. Desde todas las tendencias y facciones del catolicismo español se denunció la alteración irresponsable o maliciosa de las palabras del Papa, hablando abiertamente de la ocultamiento, de distorsión, de mutilación, deformación, descontextualización, malinterpretación, incomprensión, deformación, oscurecimiento interesado de la verdad, cercenamiento, incomprensión, acallamiento, anatemas, lecturas prejuiciosas, desinformación, propaganda partidista, rumores, mentiras, calumnias, difamaciones, furiosas campañas antipapales, maltrato y reducción del mensaje, confusión deliberada, retorcimientos, desvirtuación, etc (Véase ANEXO I).
En muchos casos, estas denuncias de tergiversación se acompañaron de una exposición de las “verdaderas palabras” de Benedicto XVI. Esta operación de refutación y restauración, en principio sencilla, resultaría ser muy problemática para quienes deseaban, sinceramente, defender a la Iglesia de un ataque que suponían injustificado y torticero. La razón es que esta denuncia carecía, en realidad, de fundamento y que, paradójicamente, eran las referencias propias en base a las cuales se pretendía recuperar el mensaje original de Ratzinger las que habían sido alteradas.
En efecto, cuando los publicistas católicos se implicaron de lleno en el debate, se negaron, por evidentes prejuicios, a recurrir a ninguna fuente informativas fuera de las vaticanas o las insospechablemente católicas. De esta manera, nuestros intelectuales católicos no hicieron sino profundizar el desconcierto abrevando en materiales de segunda mano y difundiendo textos apócrifos publicados en papel o en la Web, por elBollettino Della Sala Stampa della Santa Sede, el Bollettino Ufficiale della Santa Sede yL’Osservatore Romano (los cuales distribuyeron, en menos de 72 horas, cinco versiones falsificadas, mutuamente contradictorias y algunas de ellas alteradas más de una vez) o reescribiendo sobre las reelaboraciones ya ofrecidas por las agencias o publicaciones católicas internacionales.
Como se podrá comprender, el generalizado intento de refutar la “manipulación mediática” y restaurar el “verdadero” mensaje papal, fracasaría por la simple razón de que las únicas alteraciones interesadas de las palabras de Ratzinger que circulaban eran las que había generado las sucesivas operaciones contra-informativas de la Oficina de Prensa del Vaticano. En su torpe intento de clausurar tempranamente el escándalo, la Iglesia generó un caos desinformativo y alentó la proliferación de más traducciones e interpretaciones libres por parte de quienes, intentando defender a Benedicto XVI desde periódicos, revistas, portales de Internet, webs y blogs, se permitieron reescribir un mensaje, ya alterado, de acuerdo con sus propias “sensibilidades”. Lejos de ofrecer un frente unido, se produjo la escisión de quienes defendían al Papa desde la más recalcitrante ortodoxia y de quienes lo hacían, por el contrario, desde una comedida heterodoxia. Algunos aceptaron la validez de las versiones que incorporaban condicionales y expresiones que moderaban sustancialmente las declaraciones reales de Benedicto XVI y que le hacían decir cosas tales como que el flagelo del SIDA no puede solucionarse “solo distribuyendo preservativos” y que por el contrario, “existe el riesgo de aumentar el problema”. Otros, por el contrario, recurrieron a la doctrina y a la guía del jesuita Francisco Lombardi —el sobrepasado director de la Oficina de Prensa del Vaticano— y del filólogo Giovanni Maria Vian —director de L’Osservatore Romano— para “iluminar” las opacidades de las declaraciones del pontífice, dejando intactas las condenas al condón y corrigiendo el significativo error que cometiera Ratzinger al hablar de “preservativos” en vez de “profilácticos”.
Así, pues, en aquellas jornadas no sólo se puso en evidencia la absoluta falta de escrúpulos de la Santa Sede a la hora de propagar mentiras a escala global, sino también la vocación propagandista o la pueril credulidad de un amplísimo conjunto de informadores que consumieron y propagaron la intoxicación, ora sabiendas, ora sin haber efectuado corroboración alguna. El arco de medios involucrados en este despropósito fue amplísimo, sobre todo en los primeros días, afectando tanto a bitácoras personales como a centenarias cabeceras de la prensa periódica, como La Vanguardia. Pero si esto ya era grave 24 o 48 horas después de los hechos, cuesta creer que, de buena fe, transcurridos seis meses, se continuara reincidiendo en la tesis de la tergiversación interesada e intentando fijar una versión falsa de las palabras del Papa, como hiciera la COPE en su desafortunado cierre del caso [5].
II.- Victimización y Descalificación
Tras la tramitación de propuestas de reprobación del Papa en las cámaras legislativas de Bélgica y en el Parlamento Europeo, en España tomó estado público una proposición no-de-ley de similar contenido presentada por el diputado Joan Herrera (ICV) y secundada por el diputado Gaspar Llamazares (IU). Desde ese momento, lo perentorio pasó a ser, para buena parte de la intelligentzia católica, defender la “libertad de expresión” del Benedicto XVI; descalificar a los críticos; y negar la jurisdicción de los ministros, secretarios y parlamentarios para reprobar a un Jefe de Estado y líder religioso de la estatura del Santo Padre.
El demoledor peso de las refutaciones médico-científicas, la inusual censura de altos funcionarios y la posibilidad de que se generalizaran las reprobaciones parlamentarias en Europa, favorecieron el abroquelamiento defensivo de un pensamiento católico, ya proclive en España al encastillamiento y la guerra de zapa contra las políticas sociales, sanitarias y pedagógicas socialistas.
Muchos polemistas apostaron, entonces, por catalizar el desasosiego y la inquietud de la feligresía ante el creciente desprestigio del Papa, apelando al recurso de la “victimización”. Era la hora de dejar de lado las falsificaciones y las contramedidas retóricas sobre la “tergiversación” de las palabras del Papa, para confeccionar un relato que lograra conmover y movilizar a una desconcertada opinión católica. Era hora de evocar el arquetipo del mártir, tan caro a la tradición cristiana. Así se pergeñó una descabellada story en la que Benedicto XVI, un anciano sabio sin más poder que el de sus ideas, era asediado por un furibundo contubernio de políticos, científicos e intelectuales radicales, empeñados en acallar, a toda costa, su valiente testimonio en pos de la “humanización de la sexualidad”.
Se habló abiertamente de un “auto de fe inquisitorial”; de la actuación de una “nueva inquisición laica, agnóstica y malhumorada”; de denegación de la libertad de magisterio; de ridículo; de desprecio de derechos humanos fundamentales; de situación prefascista; de demagogia; de ataque a la libertad religiosa; del montaje de polémicas prefabricadas; de ataque a las convicciones morales de la mayoría de la población; de agresión a un Jefe de Estado; de sambenitos; de anatemas, humillaciones y retractaciones de estilo soviético; de obsesión anticatólica; de intolerancia pura y dura; de una arremetida de obsceno furor y repugnante cinismo; de falta de respeto; de inopia sectaria; del Papa como Ecce Homo y de su aceptación de la “naturaleza martirial” de su ministerio; de un acto impropio de una sociedad democrática; de una agresión grosera, orquestada y mal argumentada; de chantaje moral; del intento de denigrar la fe católica; del intento tiránico de imponer una cultura de la muerte; de una campaña de ataques al Santo Padre; del intento totalitario de imponer el pensamiento único; de una ofensa a millones de creyentes; de prédica catolicofóbica; de acción totalitaria; de ataque a la libertad de conciencia y de práctica totalitaria; de la pretensión de coartar la libertad religiosa para que el Estado imponga su propia religión; y de amenaza al derecho de libertad de expresión (Véase ANEXO II).
Benedicto XVI, monarca absoluto de una teocracia, difundió libremente su mensaje sirviéndose de sus propios medios de prensa, radio y TV y de un enorme conglomerado de medios confesionales que amplificaron sus palabras. Por si esto fuera poco, el mensaje papal fue retransmitido a escala planetaria, así como las sucesivas aclaraciones y enmiendas del Vaticano, por la prensa convencional, radial, televisiva y digital. Es un hecho fácilmente contrastable, pues, que no hubo censura previa, ni tampoco censura a posteriori, por lo que debemos interpretar que las denuncias en ese sentido apuntan más bien a intentar descalificar a la críticas, reprobaciones y refutaciones de las que se hiciera acreedor el Papa. Esta identificación aberrante entre crítica y agresión, entre reprobación y amordazamiento, no pasa pues de ser un recurso polémico victimizante, que suele dar coartada a virulentas respuestas cargadas de descalificaciones personales o ideológicas [6]. Estas réplicas suelen invocar, paradójicamente, la necesidad de poner límites a la libertad de expresión, para preservar a los líderes espirituales o a las doctrinas religiosas de cualquier tipo de cuestionamiento, incluyendo los artísticos y humorísticos.
Como ha podido observarse, para gran parte de la intelligentzia católica (que parece promover la extravagante trasposición del dogma católico de la “infalibilidad” ex cátedradel Papa al ámbito de sus intervenciones profanas), resulta agraviante que no se acepte universalmente la intangibilidad del Papa y de sus textos o declaraciones. La cuestión es que, en nuestras sociedades occidentales, democráticas, abiertas y pluralistas, las opiniones del Papa, como las de cualquier ser humano, se hallan sujetas a examen, controversia, enmienda y refutación públicas.
Ratzinger es, que duda cabe, un hombre inteligente pero cabe recordar que, ni lasantidad que quiera atribuírsele, ni el prestigio intelectual que posea en materia teológica, deben reflejarse en una autoridad o competencia equivalentes en materias del conocimiento científico de la naturaleza o de la sociedad. De allí que, tras haber incurrido en auténticos disparates en materias médicas y político-sanitarias (en las que es lego) el Papa recibiera, como es lógico, duras respuestas de científicos, médicos y políticos que recomiendan enfáticamente el uso del condón como una pieza clave para la prevención del SIDA, ETS y de embarazos no deseados.
El problema no ha sido, pues, de censura o menoscabo de los derechos de expresión de Joseph Ratzinger, sino de la tozuda inadaptabilidad de la Iglesia respecto de las reglas del juego de una sociedad abierta, donde existe libertad de opinión y disenso y donde las palabras de los líderes religiosos no deben ser aceptadas, sin más, por la opinión pública y especializada, como si de sentencias inapelables se tratara.
Sin embargo, mientras que otro tipo de intervenciones polémicas no lograronn los resultados esperados, el recurso de la victimización y sus agresivos corolarios, cumplieron con el objetivo de desviar radicalmente el tema sujeto a discusión, dando a los católicos tanto un punto de apoyo para rearmar su discurso, como un nuevo y movilizador objetivo: rescatar del oprobio y de la humillación pública a su vapuleado líder. Este objetivo podía ser, ciertamente, más modesto, en el orden intelectual, pero es indudable que, para la mayoría de los católicos, era más estimulante y menos problemático que el de tener que justificar, a machamartillo, unas declaraciones manifiestamente falsas, de dudosa moralidad y de imprevisibles consecuencias humanitarias.
NOTAS:
[1] Al momento de estallar el escándalo papal, la Conferencia Episcopal Española (CEE) acababa de lanzar su demagógica campaña “pro-vida” del “niño y el lince”. Véase: CEE, “La Conferencia Episcopal Española pone en marcha una campaña de comunicación con el lema ¡PROTEGE MI VIDA!”, 16-III-2009.
[2] Gádor Joya Verde, , “El Papa culpable ¿cómo no?”, en: La buena vida [Blog], 18-III-2009.
[3] Según estadísticas oficiales de la Segreteria di Stato del Vaticano —consignadas en elAnnuario Pontificio, 2009 (Roma, Libreria Editrice Vaticana, 2009) y en el Annuarium Statisticum Ecclesiae, 2007 (Roma, Libreria Editrice Vaticana, 2009)— difundidas por la agencia Zenit, la ICAR tiene más de 1.100.000.000 de fieles (bautizados); más de 400.000 sacerdotes, 700.000 religiosas, cerca de 5.000 obispos, de 36.000 diáconos; más de 50.000 religiosos no-sacerdotes; 116.000 seminaristas; aproximadamente 1.500.000 de catequistas; 250.000 misioneros laicos y administra 190.000 misiones en todo el mundo. El total de personas vinculadas a la ICAR dedicadas a actividades pastorales superan los 4.000.000. La ICAR posee más de 1.300 Universidades católicas y 400 Universidades o Facultades Eclesiásticas o Pontificias. En la actualidad, la Oficina Internacional de la Educación Católica (OIEC) cuenta con 210.000 escuelas y colegios católicos que instruyen aproximadamente a 45.000.000 de niños. Según, las instituciones católicas de asistencia y beneficencia en todo el mundo son más de 114.738 (5.246 hospitales; 17.530 dispensarios; 577 leproserías; 15.208 residencias de ancianos, incurables y discapacitados). Véase: ZENIT, “Benedicto XVI: Las universidades católicas, al servicio de la Misión de la Iglesia” (19-XI-2009); ZENIT, “Crece el número de sacerdotes diocesanos y disminuye el de religiosos” (7-V-2009), diponible; ZENIT, “Urge una asociación mundial de Centros Sanitarios católicos” (24-IV-2008); ZENIT, “Celebrada la Asamblea de la Oficina internacional de Escuelas Católicas” (30-V-2007). Consultar también el portal de la Oficina Internacional de la Educación Católica (OIEC).
[4] “J.M.de Prada: «Los repartidores de condones son los que crean el SIDA»”, Diario Ya, 23-III-2009
[5] “Lo que de verdad dijo el Papa sobre el SIDA”, COPE, 24-IX-2009.
[6] De hecho, Joan Herrera y Gaspar Llamazares fueron defenestrados como: individuos carentes de altura; favorecedores de la muerte de millones de niños y de la destrucción de la familia; minoría de cuarto y mitad; herederos ideológicos de los perseguidores de la Iglesia; representantes de un partido en extinción; ígnaros e ineptos; “tipos que no saben hacer la o con un canuto”; tontos muy tontos; comecuras; beatos laicistas; chupacirios de la parroquia solidaria; progres pagados; y precámbricos comunistas.
Fuente Original:
http://www.laicografias.com/2011/01/la-iglesia-y-la-crisis-del-preservativo.html