LLUÍS BONET MOJICA – 18/05/2006
Cannes. Enviado especial

La apuesta de inaugurar el festival de Cannes con El código Da Vinci se anticipaba arriesgada, y una sola palabra define el resultado: decepción. La primera proyección para la prensa, la noche del martes, se saldó con un silencio sepulcral y algunos silbidos, al término de las dos horas y media que dura la película. No faltaron carcajadas cuando se revelan -este cronista no puede ser más explícito, por mucho que la novela de Dan Brown sea un best séller- los antecedentes divinos de la criptóloga Sophie Neveu, encarnada por Audrey Tatou. En la segunda proyección, para los medios informativos, tampoco hubo ayer ningún aplauso.

Ron Howard, aquel niño prodigio que en El noviazgo del padre de Eddie, la comedia de Vincente Minnelli, escogía la mujer con la que su padre viudo (el hoy nonagenario Glenn Ford) debía casarse, no practica el cine de autor (paradigma del festival de Cannes), pero es un artesano muy competente y hasta inspirado. Basta con pensar en Una mente maravillosa y la más reciente Cinderella man. En El código Da Vinci, Howard, que prepara ahora un remake (¿otra herejía?) de Al Este del Edén, no tiene por supuesto ninguna capacidad de elipsis, y el desbordante metraje de la película acaba por sepultar al paciente espectador. Forrest Gump (bueno, Tom Hanks, que ha cobrado 20 millones de dólares más un porcentaje de los beneficios) y Amélie (Audrey Tatou, claro) no consiguen levantar la función. Ella, con sus muecas; él, experto en simbología religiosa, mostrando siempre cara de póquer. Bastante fiel al original literario de Dan Brown, salvo en lo que respecta al primer contacto del jefe de policía francés (Jean Reno) con Robert Langdon (Hanks) y al último tramo de la película, la iconografía es incluso brillante en sus saltos al pasado, pero pocas veces levanta el vuelo.

Fuente:

http://www.lavanguardia.es/web/20060518/51260729509.html