Cuando contemplamos una noche estrellada o una de esas bonitas fotos de galaxias llenas de puntitos brillantes, no es de extrañar que nos sintamos pequeños e insignificantes. Una galaxia típica, contiene 100.000 millones de estrellas, y sólo es una más entre 100.000 millones de galaxias.
Salvo que, en el colmo del antropocentrismo, pensemos que Dios ha creado todo eso como adorno y distracción para los seres humanos que se desvelan, para la inspiración de poetas y enamorados o para que tengamos donde ir cuando hayamos terminado de envenenar la Tierra, lo normal es que aceptemos que puede haber vida inteligente en otros mundos.
LAS AUTORIDADES ESPIRITUALES ADVIERTEN QUE LA VERDAD QUE DAÑA SIEMPRE ES MEJOR QUE LA MENTIRA QUE ALEGRA.
Al hablar de vida hay que distinguir dos niveles de desarrollo: la vida microbiana y la vida animal. La primera puede existir en ambientes muy variados y extremos (de presión, temperatura, etc.). La segunda, la única que puede dar lugar a una especie inteligente, solo se desarrolla en unos muy estrechos márgenes físicos.
La vida a nivel galáctico esta limitada por dos parámetros básicos: la zona habitable y el tiempo habitable. El 90% de las estrellas se encuentran en la zona central de la galaxia, una zona tremendamente hostil para la vida debido a los altos niveles de radiaciones y fenómenos violentos (supernovas, agujeros negros, etc.). Por lo tanto se define la zona galáctica habitable como aquella zona (cinturón) alrededor del centro de la galaxia suficientemente alejada las mortales radiaciones, donde la vida resulta relativamente tranquila, y con suficientes elementos pesados.
El tiempo habitable está condicionado por la evolución de las estrellas. Las primeras estrellas que se formaron carecían de elementos pesados por lo que no pudieron formarse planetas rocosos hasta la segunda o tercera generación de estrellas.
Aunque todas las estrellas están hechas de hidrogeno y helio, no son todas iguales. Resulta que las estrellas más grandes que la nuestra consumen su combustible más rápidamente y, por lo tanto, no darían tiempo a que se desarrollase la vida animal en sus planetas. Por otra parte, la emisión de luz ultravioleta es mayor cuanto mayor es la estrella, y esta radiación, además de ser peligrosa para la vida, acelera la fuga de la capa gaseosa del planeta. Por lo tanto, todas las estrellas que son un poco más grandes que nuestro sol están descartadas.
Las estrellas de masa inferior queman el combustible lentamente y por lo tanto su vida es muchísimo mas larga. Serían las candidatas ideales pero también hay un límite por abajo.
Otra condición importante es que la estrella mantenga un ritmo de emisión estable. Las erupciones violentas que se dan en algunas estrellas (Flares) son incompatibles con la vida. Las estrellas de tipo solar con la masa adecuada serían aproximadamente el 10%.
Además del tamaño justo hay que pedir que la estrella tenga una cierta abundancia de elementos pesados. Gracias a los elementos pesados existen los planetas rocosos como el nuestro. También gracias a esos elementos pesados la Tierra tiene un campo magnético que le sirve de pantalla contra las partículas solares muy energéticas.
Pero además de tener suficientes elementos pesados también hay otra singularidad importante en nuestro sol: es una estrella solitaria. En el cosmos lo normal es que las estrellas formen parejas, es decir, forman sistemas binarios o ternarios. Se cree que un sistema planetario entre dos o más estrellas tendría unas órbitas demasiado elípticas e inestables. Nada adecuado para la vida. Un planeta como el nuestro ha podido desarrollar la vida, entre otras causas, por que ha tenido de una órbita casi circular lo que le ha aportado un flujo de calor estable. Las estrellas solitarias, como la nuestra, son 1/3 del total.
Sobre el tiempo habitable, hay que señalar que, en un principio los únicos elementos que había en el cosmos eran el hidrogeno y el helio. Tuvieron que pasar varias generaciones de estrellas para que estas produjesen los demás elementos. Por lo tanto, la vida no ha podido aparecer en tiempos remotos. Aproximadamente un 10% de las estrellas tienen una abundancia de elementos pesados semejante a nuestro Sol.
Según lo dicho anteriormente el número de estrellas útiles en nuestra galaxia sería 100.000.000. De esos 100 millones de estrellas que tienen unas características ideales ¿cuántas tendrán un planeta parecido al nuestro, es decir con una masa y a una distancia de la estrella ideal?
La masa del planeta es también fundamental para que este sea habitable. Un planeta con menos de la mitad de masa terrestre tendría una gravedad demasiado débil para retener la capa gaseosa durante largo tiempo. Además se enfriaría pronto y sería un planeta geológicamente muerto, sin vulcanismo ni tectónica de placas.
Un planeta con más del doble de la masa terrestre tendría una atmósfera demasiado densa y esto desembocaría en un efecto invernadero (un ambiente parecido al de Venus). El planeta solo se salvaría de esta catástrofe si estuviera más alejado del sol, pero (con una gravedad fuerte) la vida se vería limitada al medio acuático. En este escenario, aunque pudiera surgir alguna especie marina inteligente, es muy improbable que consiga alcanzar un desarrollo tecnológico; ya que dentro del agua no es posible hacer fuego. Por lo tanto, no podrían moldear metales y jamás descubrirían el electromagnetismo ni la radio.
Nuestro planeta, además de tener la masa justa y estar a la distancia justa del Sol, presenta dos características extrañas: la cantidad de agua justa (lo normal sería que la Tierra fuese una pecera gigante) y un satélite anormalmente grande. Gracias a este gran satélite la Tierra ha mantenido el eje de su giro bastante estabilizado. Sin la Luna, o con una Luna mucho menor, el eje de la Tierra hubiera oscilado erráticamente ocasionando cambios climáticos catastróficos para la vida.
Supongamos que 9 es el número promedio de planetas en un sistema solar, y que los tamaños sean parecidos a los que existen en el nuestro. Supongamos también que la distribución de los planetas es fruto del azar. De las 363.000 posiciones distintas sólo serían válidas una de cada diez, ya que, si las posiciones de los dos planetas gigantes, Júpiter y Saturno, estuvieran próximos a la Tierra afectaría negativamente a la vida. Es decir, que de las 100 millones de estrellas útiles, el 10%, es decir, 10 Millones, tendrían algún planeta en condiciones óptimas para la vida.
Hemos calculado -a golpe de conjeturas- el número de planetas de nuestra galaxia que poseen condiciones óptimas para la vida. Ahora queda lo más difícil de estimar: ¿en cuántos de esos 10 millones de planetas aparecerá una especie inteligente?
Como ya se dijo en la anterior entrega, la inteligencia es una facultad inusual y extraordinaria. Prueba de ello es que la gran mayoría de las especies han desarrollado otras facultades pero no la inteligencia. Por otra parte, pensar que en otros mundos la evolución biológica va a ser una repetición de lo acontecido en nuestro planeta es una tontería. La mecánica celeste es previsible, la evolución biológica no; y no tiene como meta la inteligencia.
De todas formas, si aceptamos que la probabilidad de que aparezca una especie inteligente en un planeta con condiciones ideales para la vida es de 0,000000001, existiría una civilización por cada 100 galaxias. Aun tratándose de una probabilidad bajísima, el universo podría acoger a unas 1000 millones de civilizaciones.
La idea de supercivilización siempre ha estado unida al mito ovni. Si los extraterrestes llegan hasta aquí, es seguro que pertenecen a una civilización mucho mas avanzada que la nuestra. El simple hecho de poder cruzar las distancias interestelares (años-luz) ya pone de manifiesto su nivel tecnológico.
A partir de mediados del siglo XX se extendió por el mundo la paranoia ovni. Antes aparecían las hadas, los gnomos… Ahora, cuando gozamos de una civilización tecnológica, aparecen unos ingenios en el cielo que dejan nuestros conocimientos en ridículo. A este mito han contribuido multitud de charlatanes, revistas pseudocientíficas, malos programas de TV y, por supuesto, el cine.
Según cálculos optimistas una civilización como la nuestra podría llegar a establecer bases en otros planetas en tres o cuatro siglos. Suponiendo que las naves alcanzaran una velocidad de crucero de un 10% de la velocidad de la luz, se podría conquistar los planetas habitables en un radio de 100 años-luz (1000 estrellas tipo solar) en 4.000 años. Si cada nuevo mundo participara a su vez en nuevas exploraciones se conseguiría una expansión exponencial y se conquistaría toda la galaxia en unos 4 millones de años.
Si estas supercivilizaciones existiesen ya nos habrían colonizado. Hay quien piensa que esto ha ocurrido, y que incluso daría sentido a varios mitos de la antigüedad. Esto abre la puerta a un montón de especulaciones que pertenecen al género de la ficción. Si nosotros colonizásemos un precioso planeta, e incluso practicásemos ingeniería genética con organismos superiores nativos, ¿lo haríamos sólo para divertirnos contemplando su sufrida evolución plagada de catástrofes? ¿Es que los ET no se entretienen con programas de TV como Gran Hermano?
Es cierto que existe ese 1% de casos sin resolver y unos cuantos testimonios dignos de alguna consideración, pero ¿por qué no hay evidencias? ¿Qué objetivo tiene permitir que hagamos el salvaje y dejemos el planeta hecho unos zorros? ¿Respetar el libre albedrío? ¿Entonces, para que leches nos habrían colonizado? ¿Para abducirnos y ponernos implantes como quien colecciona sellos de Correos?
El silencio cósmico lleva a plantear la conjetura de que, en el supuesto de que existan otras civilizaciones más antiguas que la nuestra, estas no se han convertido en supercivilizaciones. Dado que no hemos recibido ni señales de otras inteligencias podemos suponer que, si existen, no tienen un desarrollo muy superior al nuestro. Tal vez el progreso tenga unos límites.
Existen indicios para pensar que estamos muy cerca de alcanzar techo en el desarrollo científico y tecnológico. Resulta curioso ver como el avance de las ciencias se ha relentizado a pesar de que ahora hay mas investigadores que nunca. A finales del siglo XIX había unos 15000 científicos dedicados a la investigación en todo el mundo. En los años 60 eran 1 millón y a finales del siglo XX son 3 millones. La producción científica ha finales del siglo XX no parece estar en proporción con la gran cantidad de personas dedicadas.
Como sucede en todos los fenómenos de crecimiento exponencial, llega un momento en que se alcanza el máximo y luego comienza la curva descendente o en el mejor de los casos se sostiene.
Según algunos cálculos, el desarrollo científico alcanzará su máximo a comienzos del siglo XXI. La tendencia indica que hemos llegado a una situación de rendimientos decrecientes; es decir que hacen falta inversiones cada vez mayores para obtener resultados cada vez menores. Una ciencia cada vez más cara y con unos recursos limitados por la mayor demanda en gastos sociales tiene pocas posibilidades de seguir creciendo.
Sabemos que la desaparición de imperios por causas catastróficas ha sido muy rara en la historia. Las causas han sido más bien de orden económico, social y tecnológico. De modo instintivo los seres humanos buscan un mayor consumo, creándose así nuevas necesidades tan pronto como las viejas han sido satisfechas. Esta actitud no puede durar indefinidamente puesto que si bien las necesidades son infinitas los recursos son limitados. Al final surgen las crisis y los conflictos sociales. La historia no ofrece ningún ejemplo de imperio indestructible. Sin embargo todos los imperios han creído que lo que les sucedió a los anteriores no va a sucederles a ellos.
El éxito genera vanidad y autocomplaciencia. Cuanto mas orgulloso se siente un imperio de su herencia cultural más reacio es a evolucionar. Y precisamente ahí, en la evolución, reside la clave de la supervivencia.
Supongamos que no existen imperios galácticos pero ¿por qué no tenemos evidencias al menos de civilizaciones “sencillas” como la nuestra? ¿Por qué no captamos siquiera la fuga radioeléctrica que se produce de manera inevitable? Se han propuesto muchos y muy ingeniosos métodos para detectar civilizaciones al margen de la radio. Sin embargo, hasta la fecha el proyecto SETI (Search for ExtraTerrestrial Intelligence o Búsqueda de Inteligencia Extra-Terretre) no ha reportado ningún resultado.
Los seres inteligentes tienen una curiosidad innata a saber, a descubrir. Civilizaciones encerradas en sí mismas sería algo muy raro, salvo que la vida inteligente en otros mundos sea muy diferente a la nuestra.