by Reficul | Abr 22, 2006 | Opiniones, Sin Categoría
El presente escrito está elaborado, en base a varios textos (incluso hay algo de mi cosecha) pero cabe destacar a Andrew Dickson White. Finalizo con una sentida felicitación al Estado de Kansas por haber expulsado la Teoría de la Evolución de las aulas.
El “PECADO DE CURAR” se ciñe al caso de la medicina, y no es más que un botón de muestra de cómo absurdas creencias, elevadas a la categoría de verdades absolutas, han supuesto y suponen, aun hoy en día, un tremendo freno para el progreso y bienestar de la humanidad.
Es cierto que varios clérigos hicieron algo para instalar las bases para el estudio de la medicina, pero de lo que no cabe ninguna duda, es que las autoridades de la Iglesia hicieron mucho más para desbaratar esa obra.
LAS AUTORIDADES ESPIRITUALES ADVIERTEN QUE UNA RELIGIÓN NO ES MÁS QUE UNA SECTA CON PROBLEMAS DE OBESIDAD.
Era generalizado el sentimiento de que, existiendo tan abundantes medios sobrenaturales, es algo irreligioso el buscar la cura en los medios naturales. Para confirmar la validez de este sentimiento se recurría a las Escrituras, y especialmente al caso del Rey Asa, quien prefirió confiar en los médicos antes que en los sacerdotes de Jehová, y así murió. De ahí que San Bernardo declarara que los monjes que tomaran remedios eran culpables de una conducta impropia hacia la religión.
Multitudes de estrictos clérigos le tomaron aversión a la Escuela de Salerno desde que prescribió reglas para las dietas, señalando de este modo la creencia de que las enfermedades se debían a causas naturales y no a la malicia del demonio. En las escuelas médicas se estudiaba a Hipócrates, y él había declarado especialmente que la posesión demoníaca es “en modo alguno más divina, de ninguna manera más infernal, que cualquier otra enfermedad.” De allí que, el Concilio Laterano (en los comienzos del siglo XIII) le prohibiera a los médicos, bajo pena de excluirlos de la Iglesia, realizar tratamientos sin solicitar consejo eclesiástico.
Casi doscientos cincuenta años más tarde el Papa Pío V ordenó que todos los médicos, antes de administrar un tratamiento, debían solicitar “un médico del alma”, aduciendo que, “el padecimiento físico surge con frecuencia del pecado”. También dispuso que, si al cabo de tres días el paciente no hubiera realizado una confesión a un cura, el médico debería cesar su tratamiento, so pena de ser privado de su derecho a la práctica, y de expulsión de la facultad si fuera profesor.
La acusación de magia y hechicería dificultó seriamente el desarrollo de la medicina. En el siglo XI esta acusación casi le cuesta la vida a Constantino Africanus cuando quiso detener el asedio contra la medicina; en el siglo XIII, le deparó a Roger Bacon, uno de los más grandes benefactores de la humanidad, muchos años en prisión, y casi lo lleva a la hoguera. La lista de casos similares a estos es interminable.
Durante varios siglos el estudio de la medicina fue relegado. Santo Tomás de Aquino insistía en que las fuerzas del cuerpo son independientes de su organización física, y que por lo tanto estas fuerzas deberían ser estudiadas por la filosofía escolástica y por el método teológico, en lugar de por investigaciones sobre la estructura del cuerpo; como resultado de esto, tenemos doctrinas de la anatomía y la fisiología fundidas con varias costumbres paganas que sobrevivieron, tales como el crecimiento o la disminución del cerebro en relación con las fases de la luna, el decaimiento y el aumento de la vitalidad humana relacionados con las mareas del océano, el uso de los pulmones para avivar el corazón, la función del hígado como el centro del amor, y la que se refiere al bazo como el centro de la inteligencia.
Intimamente conectada con estos métodos encontramos a la doctrina de las firmas. Se pensaba que el Todopoderoso había puesto su firma sobre los variados medios para curar las enfermedades: así, se sostuvo que la hierba conocida como bloodroot, debido a su jugo rojo, es buena para la sangre; la hepática, teniendo una hoja parecida al Hígado, cura las enfermedades del hígado; la hierba eyebright, siendo marcada con una mancha con la forma de un ojo, cura las enfermedades de los ojos, la celidonia, que tiene un jugo amarillo, cura la ictericia; la hierba bugloss, asemejándose a la cabeza de una serpiente, cura la picadura de serpiente; la flannel, luciendo como la sangre, cura las enfermedades de la sangre, y por lo tanto el reumatismo; la grasa de oro tomada de un animal densamente cubierto de pelo, se recomienda para las personas que le temen a la calvicie.
Otro método teológico consistía en obligar al demonio a abandonar al paciente haciéndole sentir repugnancia del cuerpo que estaba atormentando. De ahí que al paciente se le hiciera tragar o aplicarse varias inmundicias como hígados de sapos, sangre de ranas y ratas, fibras de la soga de un ahorcado, ungüento hecho del cuerpo de los criminales muertos en la horca.
Muchas de estas prácticas eran vestigios de supersticiones, pero la lógica teológica les asignó una relevancia ortodoxa. Como ejemplo podríamos citar el siguiente remedio contra “los visitantes traviesos de la noche y duendes nocturnos” extraído de un libro medieval de medicina: “Tome una planta de lúpulo, ajenjo, hierba de obispo, altramuz, ash-troat, beleño, hierba conejo, bugloss de víbora, palnta de heathberry, cropleek, ajo, granos de hedgerife, githrife, e hinojo. Ponga estas hierbas en un recipiente, ubíquelas/os debajo del altar, celebre nueve misas sobre ellas/os, hiérvalos/as en manteca y grasa de oveja, agregue mucha sal sagrada, escúrralo en una tela, eche las hierbas en agua corriente. Ante cualquier tentación o si viniera un geniecillo o duende de visita por la noche, unte su cuerpo con este bálsamo, y póngalo en sus ojos, y esparza incienso a su alrededor, y persígnelo con frecuencia con la señal de la cruz. Su condición mejorará.”
La hostilidad simbólica de la Iglesia hacia el derramamiento de la sangre supuso un tremendo freno para la cirugía, que permaneció hasta el siglo XV como una profesión despreciada. Su práctica quedó, casi exclusivamente, en manos de charlatanes, el título “peluquero-cirujano” es un vestigio cercano de esta situación. Con la aplicación de varias inmundicias aliviaban el dolor de las fracturas, tocando a un ahorcado se curaban las torceduras, el aliento de un burro expelía el veneno y frotando un diente de un muerto remitía el dolor de muelas.
En el fondo, los motivos de la hostilidad de la Iglesia hacia los médicos eran terrenales. Manejar las esperanzas de curación de las personas reportaba mucho poder e importantes “donativos”. El enorme desarrollo de las curas mediante los milagros y el fetichismo continuó siglo tras siglo. El agua en la que se había mojado el cabello de un santo era usada como purgante; el agua en la que había estado el anillo de San Remigio curaba la fiebre; el vino en el que habían estado los huesos de un santo curaba la locura; el aceite de una lámpara que fue prendida ante la tumba de San Galo curaba los tumores.
Los santos se convirtieron en especialistas. San Valentino curaba la epilepsia; San Cristobal, las enfermedades de la garganta; San Eutropio, la hidropesía; San Ovidio, la sordera; San Gervasio, el reumatismo; San Apolonio, el dolor de muelas; San Vito, San Antonio y una multitud de otros santos, los males que llevan sus nombres. Incluso en 1784 encontramos a las autoridades de Bavaria ordenando que cualquiera que haya sido mordido por un perro con rabia debía de inmediato rezar en el altar de San Huberto, y no perder su tiempo intentando curarse por vía médica o quirúrgica.
Los púlpitos respaldaban la eficacia de tales curas fetichistas. Entre las historias que recopiló el Arzobispo Jacques de Vitry para ser usadas por los predicadores encontramos la siguiente: “Dos mendigos vagos, uno ciego, el otro rengo, tratan de evitar acercarse a las reliquias de San Martín, llevadas a través de una procesión, para así no ser curados y poder seguir pidiendo limosnas. El ciego sube al rengo sobre sus hombros para guiarlo, pero quedan atrapados por la muchedumbre y resultan curados en contra de sus voluntades.”
Incluso los asuntos serios como las fracturas, los cálculos, y el parto dificultoso, fueron tratados mediante las reliquias. Cualquier huesecillo en manos de un buen charlatán podía generar grandes ingresos. Lo mismo ocurría con las reservas de aguas y los lugares de la tierra considerados sagrados. En Inglaterra y Escocia ha habido muchos centros sagrados. En Irlanda, ninguna parroquia se resistía a tener uno de ellos. Estos puntos de curación milagrosa proliferaban por toda Europa. Aun hoy en día son numerosas las personas que recurren a ellos.
No necesario suponer un engaño intencional en la totalidad de los casos, pero la sensatez y la casuística aconsejan cierta dosis de sano escepticismo. Por ejemplo, dos investigaciones judiciales diferentes sobre los milagros modernos en La Salette han mostrado sus orígenes empañados por el fraude. Así mismo, la reciente restauración de la Catedral de Trondhjem ha revelado el hecho de que los poderes curativos de su fuente sagrada (que durante mucho tiempo reportó grandes ingresos a aquel santuario) eran “asistidos” por “voces angelicales” que hablaban a través de un tubo en las paredes.
El argumento teológico era el siguiente: si el Todopoderoso se dignó a resucitar al muerto que tocó los huesos de Elisha, ¿Por qué no debería volver a la vida al paciente que toca en Cologne los huesos de los Reyes Magos que siguieron la estrella de la Natividad?. Si Naaman se curó sumergiéndose él mismo en las aguas del Jordan, y muchos otros introduciéndose en las aguas del Siloam, ¿Por qué todavía no deberían curarse los hombres en charcos o lagos? Si un hombre enfermo fue revivido por tocar las ropas de San Pablo ¿por qué no podría recobrarse otro enfermo tocando el santo sudario de Cristo en Treves, o la mortaja de Cristo en Bensacon?.
Y de todas estas preguntas viene inevitablemente aquella cuya lógica respuesta fue especialmente perjudicial para el desarrollo de la ciencia médica: ¿Por qué deberían los hombres buscar el desarrollo de la medicina científica y de la cirugía, cuando las reliquias, las peregrinaciones, y ritos sagrados, de acuerdo con una abrumadora masa de testimonios concurrentes, han curado y están curando multitudes de personas enfermas por todas partes de Europa?
Desde los principios de la historia europea los judíos han liderado la medicina. Las autoridades de la Iglesia, haciendo respetar el espíritu imperante de la época, fueron especialmente severas en contra de estos benefactores: los judíos médicos. Era considerado un insulto a la Providencia el hecho de que pudieran curar estos hombres que rechazaban abiertamente los medios de la salvación, y cuyas almas estaban innegablemente perdidas. Los frailes predicadores los denunciaban desde el púlpito, y las autoridades del Estado y de la Iglesia, con frecuencia y en secreto los consultaban mientras que abiertamente los proscribían.
Los Papas Eugenio IV, Nicolás V, y Calisto III prohibieron a los Cristianos emplear a los judíos. El Concilio de Trullanean en el siglo VIII, los Concilios de Beziers y Alby en el siglo XIII, los Concilios de Avignon y de Salamanca en el siglo XIV, el Sínodo de Bamberg y el Obispo de Passau en el siglo XV, el Concilio de Avignon en el siglo XVI, y muchos otros, prohibieron expresamente a los fieles de solicitar médicos o cirujanos judíos; grandes predicadores como John Geiter y John Herolt rugían desde el púlpito en contra de ellos y de todos quienes los consultaran.
Ya en el siglo XVII, cuando el Concilio Ciudadano de Hall, en Wurtemberg, le otorgó privilegios a un médico judío “debido a su admirable experiencia y habilidad”, el clero de la ciudad se unió en protesta, declarando que “era mejor morir con Cristo que ser curado por un doctor judío ayudado por el demonio”.
Aun así, obispos, cardenales, reyes, e incluso papas, insistieron en hacerse visitar secretamente por los médicos de la raza odiada.
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Por último, no podría dejar pasar esta oportunidad para saludar al Estado de Kansas en Estados Unidos por ponerse de pie en la defensa del pensamiento cristiano.
En Agosto 11 de 1999, luego de meses de encarnizado debate, la Junta de Educación del Estado pasó, con votación 6 a 4, el currículum estándar de Kansas para la educación de la ciencia. Los nuevos estándares aprobados no incluyen la Teoría de la Evolución en el currículum científico requerido ni en las materias estandarizadas para las escuelas públicas de Kansas.
“Si la evolución fuera cierta entonces la historia de Adán y Eva no sería verdad! Eso significaría que no hay “Pecado Original”. Todos los verdaderos cristianos sabemos la verdad literal de la historia de la creación depositada por Dios en el Génesis. Si esos pasajes mostraran ser falsos entonces la historia del Jardín del Edén, la caída de la humanidad y la alianza entre Dios y el hombre sería todo una mentira. Esto negaría la necesidad de la crucifixión y resurrección de Jesús. Si el Génesis no es históricamente exacto, entonces no habría caída del hombre y no se necesitaría de un Salvador. Si no nacemos con el “Pecado Original”, entonces las bases enteras del cristianismo serían falsas. ¡Nosotros sabemos que es ridícula tal idea!”
Rezamos para que Kansas siga adelante y restaure otras formas del “Verdadero Pensamiento Cristiano”. Recemos para que Kansas también prohíba la cirugía, recordemos que como cristianos, prohibimos abrir cuerpos humanos por centurias. Fue el trabajo de gente impía haciendo investigación, en contra del mandato de la Iglesia lo que hizo posible la cirugía moderna. Nosotros, como cristianos que no cuestionamos el mandato de Dios, debemos hacer nuestro mejor esfuerzo para impedir el progreso de la medicina.
Si Kansas puede mantenerse en el camino de la rectitud; podría convertirse en una Meca para los verdaderos cristianos. Quizás podríamos obtener que se detenga la enseñanza de la Astronomía. Recordemos con orgullo cristiano como conseguimos evitar que Galileo publicara su trabajo. ¡El dijo que la Tierra gira alrededor del Sol! ¿Realmente usted quiere que sus hijos crean eso? ¡Por supuesto que no!
La Escritura ve la Tierra como el centro del universo. Según Pedro, está fuera de lugar un Salvador “que vaya de planeta en planeta”. Ésta es la respuesta a la existencia de vida inteligente en otros planetas. Se debe renunciar siempre a las experiencias que no se ajustan a las enseñanzas de las Escrituras por falaces. ¡La Biblia tiene un monopolio sobre la verdad!
Nosotros como verdaderos cristianos, tenemos una orgullosa herencia que mantener y proteger. Si podemos colocar verdaderos cristianos detrás de cualquier cargo público, podríamos empezar otra Inquisición y colocar a la Humanidad en el camino correcto.
¡Bautizados por el agua o bautizados por el Fuego! es el lema de los cristianos verdaderos.
¡Gloria a Su Santo Nombre!
by Reficul | Abr 22, 2006 | Opiniones, Sin Categoría
Alrededor del año 600 AC los griegos descubrieron que frotando un “electrón” (la resina fosilizada que conocemos como ámbar) contra un paño de piel, atraía partículas de la paja. Este efecto extraño seguiría siendo un misterio por más de 2000 años, hasta que, alrededor del año 1600, el Dr. Guillermo Gilbert investigó las reacciones el ámbar y los imanes y acuñó la palabra “eléctrica” en un informe sobre la teoría del magnetismo. Pero no fue hasta 1752, cuando Benjamín Franklin probó que el relámpago y la chispa del ámbar era una misma cosa.
En el verano de 1505, un joven Martín Lutero (22 años) que cursaba la carrera de leyes en la universidad de Erfurt fue sorprendido por una tormenta en pleno campo. Impresionado, decidió hacerse monje, ingresó como novicio en un convento agustino y cambió las Leyes por la Teología.
Esa importante decisión, que no habría tenido ningún sentido 250 años más tarde, es una magnífica ilustración de las palabras de Thomas H. Huxley:
“En la cuna de toda ciencia yacen teólogos extinguidos, como las serpientes estranguladas junto a [la cuna de] Hércules.”
LAS AUTORIDADES ESPIRITUALES ADVIERTEN (y Platón también) QUE EXISTE SÓLO UN BIEN, LLAMADO CONOCIMIENTO, Y SÓLO UN MAL, LLAMADO IGNORANCIA.
Cuando se habla comúnmente de religión y de ciencia, se las suele considerar como antagonistas. Y, sin embargo, un examen más profundo nos lleva a la conclusión de que ambas han sido originadas por las mismas causas y sustancialmente son el mismo fenómeno, sólo que en un grado diferente de desarrollo: la religión más primitiva, la ciencia más desarrollada.
Las primeras formas de organización social estable aparecieron cuando los grupos nómadas, que vivían de los alimentos ofrecidos por el ambiente natural, comenzaron a establecer sus sedes fijas y a cultivar la tierra. Para obtener mayor rendimiento, el agricultor primitivo se adaptó a ciclos estacionales. De aquí la necesidad de dirigir la atención sobre el giro de los astros, primero entre todos (por sus efectos sobre el clima), el sol (que en casi todas las religiones es el primero de los dioses y uno de los más fuertes).
La expresión de estas reglas sólo podía asumir formas vagas, misteriosas y fantásticas. Sin embargo, surgieron directamente de una necesidad real y de un procedimiento experimental.
El origen de las ciencias no fue diferente; baste pensar en las primeras investigaciones astronómicas de los antiguos caldeos, o en el clásico ejemplo del surgimiento de la topografía (ciencia aplicada) y de la trigonometría (ciencia teórica) su hija, nacidas por la exigencia de establecer, tras las fecundantes riadas del Nilo y la retirada de las aguas, los límites precisos de las parcelas cultivadas por cada familia.
La religión asume en un primer momento las funciones que actualmente tienen la filosofía y la ciencia, y proporciona una hipótesis para explicar lo que sucede entre los hombres y en el conjunto del universo. Su aparición indica que el ser humano había evolucionado intelectualmente, hasta el punto de ser capaz de establecer la relación causa-efecto entre algunos fenómenos a los que asiste e intentar formular una teoría que pudiera explicarlos.
Ahora, nosotros llamamos ciencia esa actividad del intelecto y, al contrario que las hipótesis religiosas (que pretenden ser verdades absolutas), las hipótesis científicas pueden ser modificas y descartadas por otras mejores. Este es el camino del conocimiento y el progreso.
Para entender mejor la naturaleza del tema que nos ocupa conviene remontarse a las primeras manifestaciones religiosas, y tratar de reconstruir cuales eran las nociones que los hombres tenían de las cosas y de los acontecimientos, que sirvieron de base o de punto de partida.
Fue un paso significativo en el conocimiento, aquel que fue dado por hombres con ingenio o agudeza superiores, y que consistió en la formulación de la hipótesis de que cuerpos (como por ejemplo el sol y la luna), debiesen ser empujados por seres similares a los hombres o a los animales aunque no fuesen visibles.
Admitida esta primera hipótesis (que fue un intento de explicación científica, aunque hoy no sea aceptable), las elucubraciones posteriores debieron darle a estos seres las cualidades necesarias para llevar a cabo las acciones que se consideraban que pudiesen realizar, o sea, la potencia, infinitamente superior a la de los hombres, y la eternidad, es decir, la inmortalidad. ¿Qué más se necesita para afirmar que la idea de la divinidad se ha formado?
Estos seres tan potentes llevaban a cabo acciones que no siempre eran benéficas para los hombres, quienes debían sufrirlas y, por lo tanto, aceptar que esos seres eran también los dueños de los destinos humanos. Si hacían daño, la culpa era de los hombres por haber provocado su cólera. Para conseguir sus favores sólo podían comportarse como se comportaban de costumbre con los poderosos de la tierra, a los que se hacían ofrendas y se dirigían plegarias. Todo esto debía ser hecho en mayor medida, dado que ellos eran mucho más poderosos aún.
La especialización señaló como idóneos para las funciones de enlace a aquellos que cultivaban, sabían y enseñaban estas cosas. Así se fue creando la casta de los sacerdotes. A los lugares que éstos habilitaron para realizar sus funciones se les llamó templos. Tenemos ya los elementos básicos de una religión.
En la “Oración de un Agnóstico” de Robert G. Ingersoll encontramos algunas consideraciones interesantes:
LA CIENCIA
Es enemiga del miedo y la credulidad.
Invita a la investigación, desafía a la razón, estimula a la duda y acoge al creyente.
Procura dar alimento y refugio, y abrigo, educación y libertad a la raza humana.
Da bienvenida a todo hecho y a cada verdad.
Ha proveído las bases para la moralidad, y la filosofía para guiar a la humanidad.
Busca civilizar a la raza humana mediante el cultivo del intelecto.
Refina a través del arte, la música y el drama -dándole voz y expresión a todo pensamiento noble.
Lo misterioso no la impulsa a reverenciar, sino que la incita a entender.
No responde a las críticas de sus detractores con el malicioso grito de ¡Blasfemia!
Sus sentimientos no se hieren con la contradicción, ni pide ser protegida por la ley contra la burla de los heréticos.
Le ha enseñado al hombre que no se puede caminar más allá del horizonte; que una infinita entidad no puede ser explicada por un ser perecedero.
Nos demuestra que la verdad de cualquier sistema religioso basado en lo sobrenatural no puede ser establecida –por no estar, dicha verdad, dentro del dominio natural de la evidencia.
Y, sobre todo, nos recuerda que todas nuestras obligaciones están aquí; que nuestras responsabilidades son para con seres con sentimientos; que la inteligencia, guiada por la bondad, produce la sabiduría más deseada; y que el ser humano no cree en lo que debe… sino en lo que puede.
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Savater ilustra bastante bien el estado de la cuestión en su “Primer Mandamiento”:
Nos mandaste amarte sobre todas las cosas. Me pregunto y te pregunto: ¿tanta necesidad tienes de que te amen? ¿no es un poco exagerado? ¿no delata una especie de zozobra, de inquietud extraña?.
Si…si.. ya se que eres un Dios celoso, que no acepta ningún otro tipo de competencia. Pero quiero que entiendas que no eres muy original. Esto que te sucede le pasa prácticamente a todos los dioses. Estoy viendo que en ese aspecto son bastante parecidos: excluyentes y posesivos. Siempre quieren todo el amor para ustedes. Se los ve un poco inseguros de ustedes mismos y necesitan que los demás estemos siempre refrendando su superioridad sobre el cosmos y el mundo.
Mira…ni siquiera ese es nuestro problema. Nuestra verdadera dificultad son tus representantes en la tierra, porque normalmente no te diriges a los hombres en forma directa. Aquellos que hablan en tu nombre son un verdadero dolor de cabeza. Siempre nos sugieren y ordenan lo que tenemos que hacer de acuerdo a su nivel de poder.
Aquí estamos frente al primer mandamiento, algo inmodificable según tus leyes: Amaras a Dios por sobre todas las cosas, y no se hable mas.
Pero vivimos en el siglo XXI, discutiendo tus leyes… no pongas mala cara si ahora, mal que te pese, te cuestionamos… son tiempos que corren.
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Como broche final valga esta cita de Epicuro:
“¿Dioses? Tal vez los haya. Ni lo afirmo ni lo niego, porque no lo se ni tengo medios para saberlo. Pero se, porque esto me lo enseña diariamente la vida, que si existen ni se ocupan ni se preocupan de nosotros.”
by Reficul | Abr 22, 2006 | Opiniones, Sin Categoría
Esta entrega de Bajas Vibraciones está enteramente dedicada a la Navidad; esa época del año en la que pensamos en los hambrientos del mundo y, sin duda, por eso comemos tanto.
LAS AUTORIDADES ESPIRITUALES ADVIERTEN QUE, SI EL ESPÍRITU NAVIDEÑO PERDURASE TODO EL AÑO (como proponen algunos desalmados), IRREMEDIABLEMENTE DESARROLLARÍAMOS UNA ÚLCERA GÁSTRICA QUE NOS LLEVARÍA A LA TUMBA.
Hay muchos comentarios infundados sobre la Navidad. Como sabemos, los padres no existen, todo es un montaje de los Reyes Magos. No obstante, algunos, como el Príncipe Felipe, siguen empreñados en que los Reyes son los padres. Otros, siguiendo la lógica de los gentilicios (los de Madrid son madrileños, los de Valencia valencianos, …), proponen que los habitantes de Belén se llaman belencianos. Nada más alejado de la verdad; a los habitantes de Belén se les conoce como figuritas. También es falso que Mary Christmas sea la señora de Santa Claus.
Ahora bien, el mayor atentado contra la realidad (que pretendo combatir desde estas páginas) es el que niega la existencia de Santa Claus.
Es cierto que ninguna especie conocida de reno puede volar. No obstante, existen 300.000 especies de organismos vivos pendientes de clasificación y, si bien la mayoría son insectos y gérmenes, no es posible descartar completamente la existencia entre ellas del reno volador que sólo Santa Claus conoce.
Considerando únicamente a las personas con menos de 18 años, y descartando a los musulmanes, hindúes, judíos, budistas, etc. (de los que al parecer no se ocupa Santa Claus) la cifra se reduce a unos 378 millones, según las estadísticas mundiales de población. Si calculamos una media de 3,5 niños por hogar, estamos hablando de unos 91,8 millones de hogares (suponiendo que en cada uno de ellos, haya al menos un niño que se haya portado bien). Santa Claus dispone de 31 horas gracias a los diferentes husos horarios y a la rotación de la tierra (se supone que viaja de este a oeste, lo cual parece lógico). Esto supone 822,6 visitas por segundo.
En otras palabras, en cada hogar cristiano con un niño bueno, Santa Claus tiene 1 milésima de segundo para aparcar, salir del trineo, bajar por la chimenea, llenar los calcetines, repartir los demás regalos bajo el árbol, comerse lo que le hayan dejado, trepar otra vez por la chimenea, subir al trineo y marchar hacia la siguiente casa. Se deduce de ello que el trineo de Santa Claus se mueve a unos 1.000 Km/sg, 3.000 veces la velocidad del sonido.
La carga del trineo añade otro elemento interesante al estudio. Suponiendo que cada niño sólo se lleve un Tente de tamaño mediano (0,9 Kg), el trineo transportará unas 321.300 toneladas, sin contar a Santa Claus, a quien siempre se le describe como bastante rellenito. En la tierra, un reno convencional no es capaz de transportar más allá de 150 Kg. Aunque el reno volador pudiera transportar diez veces esa carga, no bastarían ocho o nueve, sino que se precisarían unos 214.200 renos. Esto incrementa la carga (sin contar el peso del propio trineo) a unas 353.430 toneladas.
Ese considerable peso, viajando a 1000 Km/sg, crea una resistencia aerodinámica enorme, que provocará un calentamiento de los renos similar al que sufre una nave espacial en su reentrada a la atmósfera terrestre. La pareja de renos que vaya a la cabeza, absorberá 1 trillón de julios de energía por segundo (cada uno). En pocas palabras, se incendiarán y consumirán casi al instante, quedando expuesta la pareja de renos posterior. También se originarán unas ondas sonoras ensordecedoras en este proceso. El tiro de renos al completo se vaporizará en 4,26 milésimas de segundo. Santa Claus, mientras tanto, sufrirá unas fuerzas centrífugas 17.500,06 veces superiores a las de la gravedad. Si Santa Claus pesara 120 Kg (lo cual es incluso demasiado delgado), sería aplastado contra la parte posterior del trineo con una fuerza de más de 2 millones de Kg.
Todo lo expuesto lleva a los escépticos a afirmar categóricamente que Santa Claus no existe, o que si existió alguna vez e intentó llevar regalos a los niños, murió en el instante en que puso en marcha el trineo.
Por suerte, hay una contra-explicación que puede devolvernos la alegría navideña. El análisis anterior, basado en las leyes de la Física Clásica, presenta un fallo importante puesto que no considera los fenómenos cuánticos, que son bastante significativos en este caso en particular. Basta con aplicar el principio de incertidumbre de Heisemberg para saber que la posición de Santa Claus, en cualquier momento de la Nochebuena, es extremadamente imprecisa. En otras palabras, está “difuminado” sobre la superficie de la tierra, de forma análoga a como el electrón está “difuminado” a una cierta distancia del núcleo del átomo. Por tanto, literalmente puede encontrarse en todas partes en un momento dado.
Por último, las velocidades relativistas a las que los renos pueden llegar durante breves periodos de tiempo hacen posible que, en ciertos casos, llegue a algunos lugares un poco antes de salir del Polo Norte. Santa Claus, en otras palabras, asume durante breves periodos de tiempo las características del tachión. Estamos de acuerdo en que la existencia de los tachiones aún no está probada y es hipotética, pero lo mismo ocurre con los agujeros negros, y ya nadie duda de su existencia.
Por consiguiente, es perfectamente posible que Santa Claus exista y reparta todos los regalos en Nochebuena.
A pesar de todo hay quienes, por estar instalados en la negatividad y separatividad, no encajan la Navidad adecuadamente, se sienten empachados con tanto villancico y hasta se deprimen con los buenos deseos ajenos. Bajas Vibraciones, respondiendo a la voluntad de servicio que le caracteriza, les propone las siguientes ideas para hacer posible una Navidad alternativa:
Rodea tu Belén con alambre de espinos para reproducir fielmente el paisaje de la Palestina actual. Organiza una intifada con los pastorcillos contra “esos” colonos judíos que se han instalado en el pesebre. Envía un ángel para convocar una conferencia de paz. El día anterior, haz estallar un coche bomba en el centro de la anunciación.
Acude a unos grandes almacenes y acércate a todas las parejas con niño que encuentres. Exígeles cierta cantidad de dinero a cambio de no contarle a su hijo toda la verdad sobre Santa Claus. Con el dinero recaudado mediante el impuesto revolucionario, comparte un disfraz de Papá Noel leproso y siembra de minas antipersonales el recorrido de la cabalgata de los Reyes Magos.
Evita ver la maratón solidaria que todas las cadenas de televisión organizan por estas fechas. En lugar de ello, acércate al videoclub y alquila películas como “La maldición de Damien”, “El día de la bestia” o la serie completa de “Posesión infernal”.
En lugar de la consabida estrella, coloca en tu belén un asteroide salido de su órbita que colisionará con la Tierra el día 24 de diciembre, a las 23 horas 58 minutos.
¿Quieres acertar la lotería de Navidad? No compres ningún décimo y obtendrás un premio directo de 3000 ptas. A todo aquél que te ofrezca una participación, mírale con desprecio y ábrele los ojos contándole las pocas probabilidades que existen de que su número salga premiado, amén de los impuestos que el Estado recauda con la lotería y los peligros de convertirse en un ludópata.
Cambia la letra de tus villancicos preferidos. Por ejemplo: “Mueren y mueren los peces en el río, pero mira como mueren, por los residuos radioactivos”. O bien: “Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad, y al otro con resaca me vuelvo a trabajar”.
Rocía el árbol de Navidad con salfumán diluido en agua al 10%, para que no eche en falta la lluvia ácida de los bosques de donde procede. Con las bombillas, provoca un incendio forestal. Después recalifica los terrenos (sobornando a cuantos políticos y funcionarios sea menester) y construye, construye…
Proclama la República en tu belén. Fabrícate una guillotina con el cuchillo de cortar jamón (al precio que va el jamón, para otra cosa ya no sirve) y decapita cada día a un Rey Mago. Una vez destronada la monarquía, convoca unas elecciones para que tus hijos elijan libremente a tres Presidentes Magos de la República de Belén. Ayúdales a redactar discursos electorales plagados de promesas para el día 6 de enero que, naturalmente, no se cumplirán.
Sólo me queda desearte de todo corazón unas felices fiestas, un fantástico año, y que todos tus problemas duren tanto como tus propósitos de Año Nuevo.
by Reficul | Abr 22, 2006 | Opiniones, Sin Categoría
Gracias al relato bíblico, la imagen de los esclavos castigados a latigazos, arrastrando los enormes bloques de piedra por empinadas rampas para colocarlos en su sitio, es una de las falsas ideas más persistentes sobre la construcción de las pirámides. Sin embargo, hoy sabemos que el trabajo esclavo era incompatible con la precisión y habilidad que requerían estas construcciones.
La idea de millares de esclavos trabajando en la construcción de pirámides no responde a la realidad. Estos monumentos no eran simples montones de piedra levantados sólo a base de fuerza bruta, sino proyectos de enorme precisión y considerable complejidad tecnológica, que requerían una mano de obra hábil y motivada.
En apoyo de esta hipótesis, cabe citar los grafitos observados en algunos bloques de la Gran Pirámide de Keops y en el interior del templo de la pirámide de Micerino. Muchos de estos textos revelan el nombre de las cuadrillas de trabajadores. El carácter humorístico de algunos de estos nombres (“los borrachines de Micerinos”) demuestra cierto sentimiento de orgullo impropio en unos esclavos.
De hecho, algunos egiptólogos creen que los grafitos revelan un ambiente de competencia profesional entre las distintas cuadrillas. La categoría relativamente elevada de estos operarios contribuiría a explicar el tipo de alimento consumido por los habitantes de las Galerías de la Ciudad Perdida, como carne de vacuno de buena calidad, señal de que allí se alojaban profesionales sumamente valorados y no simples esclavos.
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Has leido unos fragmentos del número 14 del Nacional Geographic HISTORIA. En esta entrega de Bajas Vibraciones también hay material revuelto de Dios (es decir, de la Biblia), de Pedro Voltés y algunos otros autores de libros y páginas de internet consultadas. El resto de está enteramente escrito por inspiración di-vina o di-cervezo (según el párrafo).
LAS AUTORIDADES ESPERITUALES ADVIERTEN QUE CADA UNO ES CADA UNO, Y SEIS MEDIA DOCENA.
¿Qué? ¿No captáis el significado trascendente de estas sabias palabras? Ahora entiendo la frustración que debió sentir Jesús después de soltar una de sus parábolas. Tranquilos, no pasa nada. Pero en lo sucesivo debéis esforzaros más por elevar vuestro grado vibratorio.
Otra mentira que, hasta hace bien poco, han inculcado en las tiernas e indefensas mentes de los escolares (no sólo en la asignatura de religión) es que el cristianismo fue abrazado en masa por los esclavos y los oprimidos, que encontraron en él una bandera de liberación, y que la Iglesia naciente se opuso a la esclavitud.
Estas afirmaciones, que pueden ser ciertas si se las limita a momentos y personas concretas, se convierten en auténticas tomaduras de pelo cuando se refieren a la generalidad histórica de la religión cristiana.
M. I. Finley, en su tratado sobre la economía en la Antigüedad, escribe: “Por lo que toca al cristianismo, no hubo muestra alguna de ley que propusiera la abolición de la esclavitud, ni siquiera paulatina, después de la conversión de Constantino y la rápida integración de la Iglesia en el sistema de gobierno del Imperio. Por el contrario, fue el más cristiano de todos los emperadores, Justiniano, aquel cuya codificación del Derecho romano, en el siglo VI d.C., englobó la más amplia colección de leyes sobre la esclavitud y así proporcionó también a la Europa cristiana una completa fundamentación legal para ésta, y dicho pensamiento jurídico fue trasladado, mil años más tarde, al Nuevo Mundo”.
Ante los hechos históricos, hay quienes que pretenden justificar lo injustificable, alegando que la esclavitud era una solución piadosa para los prisioneros enemigos que, de otra manera, eran pasados a cuchillo. Sin embargo, la costumbre de esclavizar a los “enemigos” es bastante más antigua que el cristianismo. En muchos casos se trataba de poblaciones que habían sido invadidas si que mediara conflicto alguno, en las que se aniquilaban a todos los “inservibles”, es decir, niños demasiado pequeños, ancianos y adultos con minusvalías o enfermedad.
Efectivamente, perdonar la vida y esclavizar a parte de la población era una solución mejor, sobre todo para el que ser enriquece a costa de una mano de obra tan barata. Pero, muchas veces, el pueblo elegido y su dios no eran “tan inteligentes” y reaccionaban con otro tipo de conductas:
(1 Samuel 15 )
Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Acuérdome de lo que hizo Amalec á Israel; que se le opuso en el camino, cuando subía de Egipto.
Ve pues, y hiere á Amalec, y destuiréis en él todo lo que tuviere: y no te apiades de él: mata hombres y mujeres, niños y mamantes, vacas y ovejas, camellos y asnos.
(Isaías 13)
Cualquiera que fuere hallado, será alanceado; y cualquiera que á ellos se juntare, caerá á cuchillo. Sus niños serán estrellados delante de ellos; sus casas serán saqueadas, y forzadas sus mujeres.
(Josué 6)
Y destruyeron todo lo que en la ciudad había; hombres y mujeres, mozos y viejos, hasta los bueyes, y ovejas, y asnos, á filo de espada.
Mas toda la plata, y el oro, y vasos de metal y de hierro, sea consagrado á Jehová, y venga al tesoro de Jehová.
Está claro que estos salvajes enchufados de Dios no veían más allá de sus narices. Simplemente, disfrutaban haciendo correr la sangre, violando y saqueando. Pero, aunque sólo fuera por la influencia de las culturas vecinas, en el Israel del Antiguo Testamento se dio la esclavitud, especialmente, durante los reinados de David y Salomón.
La Biblia no pone objeciones a la esclavitud. La admite como algo obvio tras la captura de prisioneros y como pena para ladrones o deudores morosos. Estos últimos, también podían vender a sus hijos para ponerse al día en el pago. El dueño podía castigar a su esclavo sin límite, pero estaba mal visto matarlo en el acto. Lo correcto era que, tras la paliza, tardase un día o dos en expirar.
En tiempos de Jesús las costumbres habían evolucionado hacia una forma de esclavitud menos cruel. En la primera fase del Imperio romano, a medida que se consolidaban los aspectos que hoy calificaríamos de capitalistas, la posición del esclavo mejoró por la sencilla razón de que su trabajo era indispensable para que el sistema funcionase. La marginación social de esta mano de obra era absoluta, pero el orden romano necesita el rendimiento que sólo los esclavos sanos pueden dar. No era menos rentable hacer que tus esclavos se emparejasen (como quien cruza perros o caballos).
La humanización en el trato a los esclavos, atribuida al cristianismo, era en realidad una antigua causa de filósofos paganos como Platón, Aristóteles, Zenón de Citio, Epicúreo, etc., quienes mucho tiempo atrás habían promovido el trato benévolo y afable con los carentes de libertad. El mismo Séneca escribió en cierta ocasión: “Maltratamos a los esclavos como si no fueran seres humanos sino bestias de carga. El esclavo tiene también derechos humanos, es digno de la amistad de los hombres libres, pues nadie es prócer por naturaleza y los conceptos de caballero romano, liberto y esclavo no son sino nombres vacíos acuñados por la ambición o la injusticia”.
Normalmente, llegado a este punto, los desesperados defensores de la actitud cristiana en materia de esclavitud comienzan a presumir de progresistas con el logro de la equiparación religiosa de los esclavos. Pero tan poco esto era ninguna novedad en la época; ni en la religión de Dionisio ni en la Stoa se hacía el menor hincapié en las diferencias de raza, nación, estamento o sexo. En ellas no se hacía diferenciación de señores o esclavos, de pobres o ricos, sino que se tenía en pie de igualdad a viejos y jóvenes, a hombres y mujeres e incluso a esclavos, considerando que todos los hombres eran hermanos e hijos de Dios dotados de los mismos derechos. Que libres y esclavos celebrasen conjuntamente los misterios era algo perfectamente normal en la época imperial.
En el cristianismo, los esclavos gozaron de los mismos derechos sólo en el plano religioso y únicamente durante la Iglesia primitiva. Después, un esclavo ya no podía ser sacerdote. Parece que la primera prohibición a este respecto la promulgó el papa Esteban I en el año 257. Más tarde, León I “el Grande” criticó la ordenación de sacerdotes “que no vengan recomendados por un linaje idóneo”. “Personas que no pudieron obtener la libertad de parte de sus señores acaban ocupando el alto puesto del sacerdocio como si un vil esclavo fuera digno de tal honor”.
El Islam requiere que los esclavos sean considerados y tratados dentro del marco de la hermandad humana universal. Aunque, cabe suponer que, luego, cada hijo de Alá, hace de su capa una chilaba. No obstante, existían estrictos principios obedecidos como ley, por ejemplo. “Quien mate a un esclavo será ejecutado. Quien encarcele y prive de comida a un esclavo será tratado del mismo modo”.
La emancipación de un esclavo también era la expiación legal de ciertas transgresiones o el incumplimiento de las órdenes religiosas como romper el ayuno o un juramento. El Corán ordena: “Quien mate a un musulmán sin querer tiene que poner en libertad a un esclavo creyente y pagar el precio de sangre a la familia de la víctima” (4:92). Un asesinato afecta tanto la sociedad como a la familia de la víctima. El precio de sangre es una compensación para la familia y liberar a un esclavo es una cuenta pagada a la sociedad haciéndole ganar una persona libre.
En general, los musulmanes consideraron la esclavitud como una condición temporal, a diferencia de la civilización Occidental, en donde se sumergió a generaciones enteras en las espirales de la degradación y la desesperación.
Parece ser que la única excepción a la regla fueron los esenios, que prohibían severamente la esclavitud. Por su parte, la Iglesia cristiana propugnó enérgicamente el mantenimiento de la esclavitud. Es más, fue ella la que convirtió en virtud la servil sumisión de las personas no libres.
Pablo exhorta expresamente a las personas no libres a ser obedientes a sus amos. “¿Fuiste llamado a la servidumbre? No te dé cuidado y, aun pudiendo hacerte libre, aprovéchate más bien de tu servidumbre.” Pues lo que en verdad importaba es que el mensaje de Cristo no fuese mal entendido, que la redención de la esclavitud impuesta por el pecado y la culpa no fuese entendida como una especie de carta de libertad universal y que un esclavo no se alzara por encima de sus señores.
Claro, la Iglesia formaba parte de esos señores. De ahí que sus servidores teológicos siempre cuidaran celosamente de que no se malentendiera la «doctrina de la libertad cristiana»: ni por parte de los esclavos; ni por parte de los campesinos de la Antigüedad o en la Edad Media; ni por parte de todos los pobres diablos oprimidos en cualquier época…
Pablo ancló en la interioridad la clave para la solución de la cuestión de la esclavitud. Con este truco se daba gato por liebre a quienes sufrían un suplicio cotidiano y vitalicio, cuyo mayor anhelo, naturalmente, era el de la libertad externa.
En sintonía con Pablo, todo el Nuevo Testamento aboga por el mantenimiento de la esclavitud. “Vosotros, esclavos, aunad la palabra de Dios, sed obedientes a vuestros señores corporales, con temor y temblor, con la sinceridad de vuestro corazón, como si se tratara de Cristo. Desempeñad vuestras obligaciones servicialmente, como si se tratara del Señor.” Exhorta a los esclavos a obedecer en todo a su señor y a vivir según la complacencia de éste, a no contradecir, a no malversar, sino a mostrar más bien plena y auténtica fidelidad. También, en el caso de que los amos no sean cristianos, deben los esclavos respetarlos para no dejar en entredicho al cristianismo y para atraer hacia él a los no creyentes. Pero eso no es todo, se exige la obediencia incluso frente a los amos de carácter duro y el paciente sufrimiento de sus golpes.
Para todo ello, la imagen del Jesús padeciendo en la cruz fue un ejemplo de gran utilidad. Así mismo, la promesa de que los sufrientes heredarían el reino de los cielos sirvió para que los esclavos se conformasen con su mísera situación. ¡Que magnífica herramienta debió resultar el cristianismo para los esclavistas!
La Epístola a los Colosenses (una falsificación bajo el nombre de Pablo) gasta 18 palabras en exhortar a los amos para que traten bien a sus esclavos y 56 en exhortar a éstos a la obediencia frente a aquéllos. En la dirigida a los Efesios (otra falsificación), esta relación es de 28 a 39. En otros tres pasajes sólo hallamos exhortaciones dirigidas a esclavos y criados.
También los escritos cristianos extra-canónicos del siglo II se opusieron enérgicamente a los movimientos de emancipación de los esclavos. Los portavoces cristianos les niegan el rescate con fondos de la caja común y exigen “que no se pavoneen, sino que, en honor de Dios, pongan tanto más celo en las tareas propias de su servidumbre”. A sus señores deben “estarle sujetos en el temor y el respeto, como si fuesen la imagen de Dios”, pues los esclavistas representaban ante sus esclavos al “Señor de los cielos”. A los insumisos les intimidan con la amenaza de que en su día “se morderán convulsamente la lengua y serán atormentados con el fuego eterno”.
Las ordenanzas eclesiásticas de Hipólito establecían como condición para que un esclavo “fuese admitido en el cristianismo” la presentación de un certificado de buena conducta sobre su comportamiento en un hogar pagano. Y hacia 340, el Sínodo de Gangra (en lucha contra la herejía de Eustaquio) decreta excomulgar y anatematizar a todo el que, “bajo pretexto de la piedad”, enseñe a un esclavo a despreciar a su señor, a no servirle dócilmente y “con todo respeto” o a sustraerse a sus obligaciones, decreto éste que pasó también a formar parte del Corpus Juris Canonici (vigente en la Iglesia católica hasta 1918).
Para Tertuliano, la esclavitud es algo connatural al orden del mundo. Los esclavos en cuanto tales son hostiles “por naturaleza”, acechan y espían a través de la hendiduras de paredes y puertas las reuniones de sus propietarios. Es más, Tertuliano compara a los esclavos con los malos espíritus.
En la sección humorística tenemos a San Gregorio de Nisa que predica sobre la manumisión de esclavos durante la Pascua, pero entiende, bajo esa palabra, la liberación del pecado y no de la esclavitud.
San Jerónimo considera a los esclavos gente charlatana, derrochona, calumniadora de cristianos. En sus textos escribe frases como éstas: “Se creen que lo que no se les da, se les quita; piensan únicamente en su salario y no en tus ingresos”. “Para nada tienen en cuenta cuánto tienes tú y sí, únicamente, cuánto obtienen ellos.”
Isidoro, el santo arzobispo de Sevilla, sigue abogando, como todos los de su laya, por el mantenimiento de la esclavitud, tanto más cuanto que ésta es necesaria para refrenar mediante el “terror” las malas inclinaciones de algunos hombres.
En opinión de Ambrosio, el Doctor de la Iglesia, es la esclavitud una institución perfectamente compatible con la sociedad cristiana, en la que todo está jerárquicamente organizado y la mujer, por ejemplo, ocupa una posición claramente inferior al hombre. Pero este príncipe de la Iglesia no quiere ser injusto y sabe destacar los puntos fuertes de la mujer, cuyas “seducciones” hacen caer incluso a los hombres más eximios. Y por más que la mujer carezca de valores, ella es “fuerte en el vicio” y daña la “valiosa alma del varón”. No es difícil imaginar lo que semejante personaje pensaba sobre los esclavos, a quienes tacha globalmente de infieles, cobardes, arteros, de moralmente inferiores y semejantes a la escoria. Para Ambrosio, la esclavitud es muy útil para la sociedad. En pocas palabras: es un bien, un don de Dios. Y donde lo que está en juego es el poder, no cabe exigir lógica alguna; “hay que creer y no es lícito discutir”.
Para Juan Crisóstomo la fe y el reino de los cielos está por encima de todo. De ahí que remita a los esclavos al más allá. Sobre la Tierra, nada les cabe esperar. Es cierto que Dios creó a los hombres como nacidos para la libertad y no para la esclavitud. La esclavitud, es una consecuencia del pecado y existirá mientras pequemos. Con similar argumento explica la servidumbre de la mujer bajo el hombre: Culpa de Eva, por haber tratado con la serpiente a espaldas de Adán. De ahí que el hombre deba dominar sobre la mujer y que “ésta deba someterse a su dominio” y reconocer “con alegría su derecho a dominarla”. “Pues también al caballo le resulta útil contar con un freno”. En resumen, defiende sin ambages el mantenimiento de la miseria: “Si erradicas la pobreza, aniquilas con ello todo el orden de la vida. Destruyes la vida misma. No habría ya ni marineros, ni pilotos, ni campesinos, ni albañiles, ni tejedores, ni remendones, ni carpinteros, ni artesanos del cobre, ni enjaezadores, ni molineros. Ni éstos ni otros oficios podrían subsistir […..] Si todos fuesen ricos, todos vivirían en la ociosidad. Y así todo se destruiría y se arruinaría.”
La esclavitud, según Agustín, concuerda con la justicia. Es consecuencia del pecado, y un componente consustancial con el sistema de propiedad y fundamentado en la desigualdad natural de los hombres. En opinión del obispo de Hipona, ni siquiera en el cielo existe la igualdad, pues también allí “hay, sin duda alguna, grados” y “un bienaventurado tendrá preferencia respecto a otro”. La subordinación del esclavo, al igual que la subordinación al hombre por parte de la mujer, es para Agustín puro designio divino. Con toda energía, se opone a que el cristianismo fomente la emancipación de los esclavos. “Cristo no hizo hombres libres de los esclavos, sino esclavos buenos de los esclavos malos.” La fuga y la resistencia de los esclavos le merecen la más enérgica condena.
Agustín exige de los esclavos una obediencia y una fidelidad humildes. Deben servir de corazón y con buena voluntad a sus señores. No bajo la presión de constricciones jurídicas, sino por pura alegría en el cumplimiento de sus obligaciones, “no por temor insidioso, sino en amorosa fidelidad”. A los amos les permite, en cambio, castigar con palabras o golpes a los esclavos, pero, eso sí, en el espíritu del amor cristiano. Por último, a los esclavos cristianos que, remitiéndose al Antiguo Testamento (a este respecto más progresista que el Nuevo Testamento), solicitan su manumisión tras seis años de servicios, les responde con una brusca negativa.
Las afirmaciones de los apologistas sobre la mejora de la suerte de los esclavos en la época cristiana son absolutamente falsas. La realidad apunta en la dirección completamente opuesta. Algunos ejemplos:
Aunque en los primeros siglos se produjeron ligeros cambios en la legislación del imperio en favor de los esclavos (sobre todo por la influencia estoica y su doctrina de la igualdad de todos los hombres), en el siglo IV se impuso una tendencia de signo opuesto. La confirmación legal de la esclavitud se acentuó después de que el Estado se hiciera cristiano.
Antes, la relación sexual entre una mujer libre y un esclavo conllevaba la esclavización de aquélla. En cambio, una ley promulgada por el primer emperador cristiano el año 326 determinaba con efectos inmediatos que la mujer fuese decapitada y que el esclavo fuese quemado vivo. Las disposiciones contra los esclavos fugitivos fueron endurecidas en los años 319 y 326. En el 332 se declaró lícito atormentar a los esclavos en el curso del proceso.
Mientras que un decreto de Trajano prohibía taxativamente que los niños abandonados fuesen esclavizados bajo una u otra circunstancia, otro promulgado en 331 por Constantino, el santo, decretaba su esclavitud a perpetuidad. Ocasionalmente el clero animó, a las mujeres a depositar delante de las iglesias a los niños nacidos en secreto a los cuales criaba después para convertirlos, mayoritariamente, en esclavos de la Iglesia. El mismísimo san Martín, patrón de Francia y de la cría de gansos, una vez hubo llegado a obispo, mantuvo bajo sí a 20.000 esclavos.
El Estado cristiano llegó a imponer a los señores el deber de la conversión de sus esclavos, aunque para ello hubiesen de valerse también del látigo. A pesar del privilegio, concedido por Constantino, para que la manumisión pudiera efectuarse en el templo. El derecho de asilo fue asimismo limitado en perjuicio de los esclavos. Si un esclavo se refugiaba en una iglesia, el sacerdote debía denunciar el hecho en un plazo máximo de dos días. Si el amo prometía perdón, la Iglesia tenía la obligación de entregárselo. Apenas un año después de concedido y garantizado el derecho de asilo, la Iglesia renegaba de ese derecho frente a los esclavos.
El Sínodo de Elvira permitía que una mujer que hubiese matado a latigazos a su esclava volviese a tomar la comunión después de siete o, en su caso, cinco años de penitencia, «según que la hubiese matado premeditada o fortuitamente». Ese mismo sínodo, en cambio, negaba la comunión de por vida, incluso a la hora de la muerte, a las celestinas, a las mujeres que abandonasen a su marido y se tomaran a casar, a los padres que casasen a sus hijas con sacerdotes paganos; incluso a los cristianos que pecasen repetidas veces contra la «castidad» o que hubiesen denunciado a un obispo o a un sacerdote sin posibilidad de aportar pruebas.
También los mercados de esclavos, en los que éstos se exponían a la vista y se pujaba por personas como si fuesen animales, perduraron bajo el cristianismo. La Iglesia permitía expresamente visitar los mercados para comprar esclavos. Los mismos padres podían poner en venta a sus hijos, y aunque es cierto que el emperador Teodosio prohibió un acto así en 391, fue autorizada de nuevo por la fuerza de las circunstancias. Quien no fuera esclavo él mismo, podía convertirse en esclavista. Sólo los cristianos pobres carecían de esclavos. En los demás hogares vivían, según el patrimonio y la posición, tres, diez o incluso treinta esclavos. Hasta en la misma iglesia, los creyentes ricos aparecían rodeados de sus esclavos.
El precio comercial del esclavo era a veces inferior al de un caballo. En la Edad Media cristiana, el precio de los esclavos rurales se redujo en ocasiones a menos de un tercio y a comienzos de la Edad Moderna, en el Nuevo Mundo católico se llegaron a pagar 800 indios por un único caballo (una prueba de la alta estima que el catolicismo guarda para con los animales).
Tanto más rica se hacía la Iglesia, más le urgía emplear esclavos. De ahí que, siglo tras siglo, impidiese la mejora de la situación legal de éstos. Es decir, que no sólo no luchó contra la esclavitud, sino que la promovió con esmero. Hasta los monasterios tenían esclavos, tanto para las tareas del monasterio, como para el servicio personal de los monjes. Como subraya el teólogo Ernst Troeltsch, “a finales de la Edad Media la esclavitud cobró nuevo auge y la Iglesia no sólo participaba en la posesión de esclavos, sino que imponía legalmente la esclavitud como castigo en las más variadas circunstancias”.
El número de esclavos que poseía una iglesia llegó a ser el elemento determinante de su categoría. El Concilio XVI de Toledo del año 693, en su canon V, indicaba que han de tener presbítero propio las iglesias que tengan 10 esclavos, y ser integradas en otra aquellas que no alcancen esta cantidad.
by Reficul | Abr 22, 2006 | Opiniones, Sin Categoría
Estaba previsto realizar un Bajas Vibraciones sobre este tema. De hecho, casi todo el material utilizado para su redacción fue recopilado hace tiempo. Sin embargo, la actualidad política ha venido a determinar el momento.
La originalidad del cristianismo ha sido precisamente dar paso al vaciamiento secular de lo sagrado. Separando a Dios del César y a la fe de la legitimación estatal se han sentado las bases para que disfrutemos de las libertades y derechos de una sociedad laica. De modo que, si hemos de rendir homenaje a los antiguos cristianos que repudiaron los ídolos del Imperio, también debemos aplaudir a los agnósticos e incrédulos que posteriormente combatieron al cristianismo convertido en nueva idolatría estatal.
“SOCIEDAD LAICA” es una aportación al combate por la sociedad laica. No se pretende sólo erradicar los pujos teocráticos de algunas confesiones religiosas, sino también los sectarismos identitarios de etnicismos, nacionalismos y cualquier otro que pretenda someter los derechos de la ciudadanía abstracta e igualitaria a un determinismo segregacionista.
LAS AUTORIDADES ESPIRITUALES ADVIERTEN QUE TU LIBERTAD ACABA DONDE EMPIEZA LA AJENA.
Durante siglos, ha sido la tradición religiosa -institucionalizada en la iglesia oficial- la encargada de vertebrar moralmente las sociedades. Pero las democracias modernas se basan en leyes y discursos no directamente confesionales, es decir, discutibles y revocables, de aceptación, en último caso, voluntaria y humanamente acordada.
Este marco institucional secular no excluye, ni mucho menos persigue, las creencias religiosas: al contrario, las protege a las unas frente a las otras. Porque la mayoría de las persecuciones religiosas han sucedido históricamente a causa de la enemistad intolerante de unas religiones contra las demás o contra los herejes. En la sociedad laica, cada iglesia debe tratar a las demás como ella misma quiere ser tratada… y no como piensa que las otras se merecen.
Convertidos los dogmas en creencias particulares de los ciudadanos, pierden su obligatoriedad general pero ganan en cambio las garantías protectoras que brinda la Constitución democrática, igual para todos.
La sociedad laica es un obstáculo para quienes tienen una visión integrista que tiende a convertir los dogmas propios en obligaciones sociales para otros. Tal como dice Tzvetan Todorov: «Pertenecer a una comunidad es, ciertamente, un derecho del individuo pero en modo alguno un deber; las comunidades son bienvenidas en el seno de la democracia, pero sólo a condición de que no engendren desigualdades e intolerancia» (Memoria del mal).
Las religiones pueden decretar, para orientar a sus creyentes, qué conductas son pecado, pero no están facultadas para establecer qué debe o no ser considerado legalmente delito. Y a la inversa: una conducta tipificada como delito por las leyes vigentes en la sociedad laica no puede ser justificada, ensalzada o promovida por argumentos religiosos de ningún tipo ni es atenuante para el delincuente la fe (buena o mala) que declara. De modo que si alguien apalea a su mujer para que le obedezca o apedrea al sodomita (lo mismo que si recomienda públicamente hacer tales cosas), da igual que los textos sagrados que invoca a fin de legitimar su conducta sean auténticos o apócrifos, estén bien o mal interpretados, etcétera…: en cualquier caso debe ser penalmente castigado.
La legalidad establecida en la sociedad laica marca los límites socialmente aceptables dentro de los que debemos movernos todos los ciudadanos, sean cuales fueren nuestras creencias o nuestras incredulidades. Son las religiones quienes tienen que acomodarse a las leyes, nunca al revés.
En la escuela pública sólo es aceptable la enseñanza de lo verificable (es decir, la realidad científicamente contrastada en el momento actual) y lo civilmente establecido como válido para todos, nunca lo inverificable que aceptan como auténtico ciertas almas piadosas o las obligaciones morales fundadas en algún credo particular.
La formación catequística de los ciudadanos no tiene por qué ser obligación de ningún Estado laico, aunque naturalmente debe respetarse el derecho de cada confesión a predicar y enseñar su doctrina a quienes lo deseen. Eso sí, fuera del horario escolar. De lo contrario, los agnósticos también podría exigir que en cada misa dominical se reservasen diez minutos para que un científico explicara a los fieles la teoría de la evolución, el Big Bang o la historia de la Inquisición, por poner algunos ejemplos.
Cuando en España se esgrime el derecho de los padres a educar a sus hijos en tal o cual confesión, generalmente se hace en base a una legislación y acuerdos internacionales que fueron firmados a toda prisa entre los años 1977 y 1979. Parece ser, que los que tenían la sartén por el mango (con Adolfo Suárez, el delfín del Movimiento, a la cabeza), se dieron mucha prisa en atar los cabos sueltos (porque todo debía estar “atado y bien atado”), de forma que no se vieran menoscabados los privilegios de los que gozara la Iglesia Católica durante el régimen clero-fascista del general Franco.
La hipocresía y el fanatismo con que, la Conferencia Episcopal Española y sus palmeros de la derecha política, defienden el terreno conquistado a costa del golpe militar, el derramamiento de sangre y la represión de miles de españoles, ponen de manifiesto sus asquerosos intereses materialistas. Cegados por el brillo del vil metal pisotean los derechos de los menores a los que dicen defender.
El segundo principio de los Derechos del Niño dice que “El niño gozará de una protección especial y dispondrá de oportunidades y servicios… para que pueda desarrollarse física, mental, moral, espiritual y socialmente en forma saludable y normal, así como en condiciones de libertad y dignidad. Al promulgar leyes con este fin, la consideración fundamental a que se atenderá será el interés superior del niño.” A lo que habría que añadir lo expresado en séptimo principio: “El niño tiene derecho a recibir educación… Se le dará una educación que favorezca su cultura general y le permita… desarrollar sus aptitudes y su juicio individual… “
Entonces, si el niño debe gozar de una protección especial para que pueda desarrollarse moral y espiritualmente en forma saludable, en condiciones de libertad y dignidad, y se le debe proporcionar una educación que favorezca su cultura general y le permita desarrollar su juicio individual, cabe preguntarse hasta que punto es moralmente aceptable que un estado laico consienta y financie el lavado de celebro de los menores. Es más, el simple hecho de consentir el bautismo de recién nacidos y el adoctrinamiento de menores por parte de cualquier confesión es, desde mi personal punto de vista, una vergonzosa dejación de funciones por parte del Gobierno.
Comprendo que puedo parecer radical en mis planteamientos, pero no puedo dejar de ver el bautismo y el adoctrinamiento de menores como violaciones de los Derechos de Niño, equivalentes, en el terreno intelectual y espiritual, al las que realizan los pedófilos en el ámbito material más grosero.
Según la Biblia, Jesús dice: “El que creyere y fuere bautizado será salvo”. Por otra parte, el arrepentimiento es un requisito para el bautismo: “Arrepentíos y bautícese …”(Hechos 2:38).
Sin una capacidad para comprender conceptos abstractos, sin un mínimo desarrollo de la personalidad y sin elementos de juicio, una persona no es libre para creer. Si existiera un mínimo de ética y de coherencia un niño jamás sería bautizado ni adoctrinado, pues se trata de un abuso en toda regla.
Los defensores del bautismo de infantes citan Mateo 19:14 como autoridad. Este pasaje dice: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos”. Claro que Jesús aquí no se está refiriendo al bautismo. Además, una cosa es que los niños pudieran venir a él y otra, muy distinta, es que traigan los niñitos para que sean bautizados.
Frente a algunos de ese 39% que se confiesan católicos practicantes en España, defiendo el utópico derecho del individuo (especialmente si es un menor) a no ser aplastado por inercia de cualquier confesión, por muy mayoritaria que esta sea.
Invadir la mente de un ser sin defensas, con la excusa de la salvación de su alma, es un planteamiento repugnante. Es como si el violador de una menor defendiera su acción con la cabeza muy alta, diciendo que le ha transmitido conocimientos sexuales a la niña que le serán de mucha utilidad en el futuro.
Los niños deben ser educados en el laicismo y saber de religiones y creencias de una forma comparada y enfocada a apreciar la pluralidad. Sólo así podrán ejercitar su derecho al libre pensamiento cuando sean adultos. Mejor dicho, sólo así llegarán a ser adultos; sólo así llegarán a ser algo más que borregos intolerantes.