Esta es la Tercera carta
Si les ha gustado (en el caso de que no hubieran leido esta obra) y quieren más , pueden conseguir el texto completo en http://es.wikisource.org/wiki/Cartas_desde_la_TierraA estas alturas ustedes sabrán muy bien que el ser humano es una cosa muy extraña. En el pasado ha tenido (gastado y botado) centenares y centenares de religiones; todavía hoy tiene cientos y cientos de ellas, e inventa por lo menos tres nuevas cada año. Aunque aumentara las cifras, seguiría estando por debajo de la realidad.
Una de las principales religiones se denomina Cristianismo. Estarán seguramente interesados en que les haga una breve descripción de esta religión, la cual está explicada en un libro de dos millones de palabras, el Viejo y el Nuevo Testamento. El libro tiene también otro nombre: el Verbo de Dios, porque los cristianos creen que todas y cada una de sus palabras fueron dictadas personalmente por Dios. Este es un libro de un interés extraordinario, colmado de noble poesía, que contiene varias fábulas agradables, algunas historias sanguinolentas, uno que otro buen consejo moral y una increíble cantidad de obscenidades. Contiene además no menos de mil mentiras.
La Biblia está constituida esencialmente a partir de los fragmentos de otras biblias que estuvieron de moda y después entraron en decadencia: carece, por lo tanto, de toda originalidad. Los 3 ó 4 acontecimientos más impresionantes e importantes que se narran en ella estaban ya en las biblias precedentes, y lo mismo puede decirse con respecto a los preceptos o a las más loables de sus normas de comportamiento. Hay solo un par de cosas nuevas: el infierno, por ejemplo, y ese tipo de paraíso del que ya les hablé en otra de mis cartas. (...)
La ingenua Biblia nos hace el relato de la Creación. ¿De qué, del Universo? Sí, precisamente del Universo. ¡Y en seis días! Su autor es Dios, el cual concentró toda su atención sobre este mundo, el cual construyó en cinco días; pero le bastó un solo día para crear veinte millones de soles y al menos ochenta millones de planetas. Y ¿para qué servía todo esto según sus intenciones? Tan solo para iluminar este mundito de los hombres. Este fue su único objetivo, y ningún otro. Uno de los veinte millones de soles (el más pequeño) debía iluminar la Tierra de día, y el resto tenía la función de ayudarle a una de las innumerables lunas del universo a atenuar las tinieblas de la noche. (...) Desde hace trescientos años los astrónomos cristianos saben que su divinidad no creó las estrellas en aquel fatídico día, pero el astrónomo cristiano no se detiene en estos detalles, ni tampoco lo hacen los religiosos.
En seis días Dios creó al hombre y los demás animales. Creó un hombre y una mujer y los puso en un delicioso jardín, junto con las otras criaturas. Y allí vivieron durante algún tiempo en armonía, felices, florecientes de juventud. Pero no duró mucho. Dios les había advertido al hombre y a la mujer que no comieran del fruto de cierto árbol, y había añadido una advertencia muy extraña: dijo que si comían de ese fruto morirían. Extraño, digo, puesto que si ellos no habían visto nunca la muerte, no habrían podido entender qué quería decir Dios con eso. Ni él ni ningún otro dios hubiera podido hacerles entender a esos hijitos inocentes lo que quería decir sin mostrarles al menos un ejemplo. (...)
Adán y Eva comieron, pues, el fruto prohibido (...) y así aprendieron a hacer un montón de cosas abominables, entre las cuales, la más importante de todas, y la que más le preocupaba a Dios: el arte y el misterio de las relaciones sexuales. Para ellos esto fue un magnífico descubrimiento, tanto que dejaron de pasear ociosos y se dedicaron en cuerpo y alma a esta actividad, pobres jovencitos entusiastas. Estaban precisamente dedicados a una de estas celebraciones, cuando sintieron que Dios se acercaba, caminando entre los matorrales que es una de sus costumbres vespertinas, y se quedaron paralizados del miedo. ¿Por qué? Porque estaban desnudos, y antes no se habían dado cuenta nunca de eso, ni se habían preocupado. Ni Dios tampoco.
Fue en aquel momento memorable cuando nació la impudicia. Adán y Eva entraron al mundo desnudos y sin vergüenza, desnudos y puros de corazón, y ninguno de sus descendientes se ha asomado al mundo de otra forma: todos nacieron desnudos, sin vergüenza alguna y puros de corazón, sin pensar que la desnudez es impúdica. El primer deber de una madre cristiana consiste en corromper el ánimo de su hijo, y es deber que ella nunca descuida. Si su criatura crece y llega a ser misionero, su misión consiste en ir adonde los salvajes inocentes o adonde los japoneses civilizados, a corromperles el ánimo. Después de lo cual todos estos descubren la impudicia, esconden sus cuerpos y dejan de bañarse juntos desnudos. (...)
Pero sigamos con las curiosidades bíblicas. Naturalmente ustedes pensarán que la amenaza de castigar a Adán y Eva por su desobediencia no habrá sido mantenida, en vista de que no se habían creado a sí mismos, ni su propia naturaleza, ni sus propias debilidades, y por lo tanto no podían ser responsables de sus actos frente a nadie. Les sorprenderá saber que la amenaza fue verdaderamente mantenida: Adán y Eva fueron castigados y todavía hoy en día hay defensores de ese crimen. La sentencia de muerte fue ejecutada. Como podrán notar fácilmente, la única persona responsable de la falta cometida por la pareja no tuvo ningún castigo, y más aún, se convirtió en verdugo de los inocentes. En vuestro país, así como en el mío, podríamos permitirnos de tomarle el pelo a este tipo de moral, pero no sería amable hacerlo en la Tierra. Muchos hombres sobre la Tierra poseen la capacidad de razonar, pero no la usan en materias religiosas.
Los intelectos más iluminados les dirán que cuando un hombre ha procreado un hijo, el padre está moralmente obligado a cuidarlo con ternura, a protegerlo de las heridas y las enfermedades, a vestirlo, nutrirlo, a soportarle los caprichos, a no ponerle la mano encima a no ser como gesto de afecto o por su propio bien, y nunca, en ningún caso, a infligirle alguna crueldad arbitraria. La forma en que Dios trata, día y noche, a sus hijos es todo lo contrario: y sin embargo esos mismos intelectos iluminados justifican con calor tales crímenes, los condonan y los perdonan, y más aún rechazan indignados que se consideren crímenes cuando es él quien los comete. Vuestro país y el mío son sin duda interesantes, pero no son ni la mitad de lo curioso que es el cerebro humano.
Así fue pues que Dios expulsó a Adán y Eva del paraíso terrenal, y por lo tanto los asesinó; y por el simple motivo de que desobedecieron una orden que él no tenía ningún derecho de dar. Pero la cosa no paró ahí como verán. Dios tiene un código moral para sí mismo y otro muy distinto para sus hijos. Les exige a estos que traten con justicia y con suma bondad a los pecadores y que les perdonen no una vez sino setenta veces siete: pero él no trató a nadie con bondad ni con justicia, y no perdonó ni siquiera el primer pecadito a esa parejita de jóvenes inexpertos, tranquilos e inocentes. Hubiera podido decirles: "Por esta vez no los voy a castigar, los voy a poner a prueba nuevamente". ¡Qué va! Al contrario, decidió castigar incluso a los hijos de ellos por toda la eternidad, por una culpa trivial cometida por otros mucho antes de que ellos hubieran nacido. Y todavía los sigue castigando. ¿Con suavidad? Claro que no; de una manera atroz.
Ustedes pensarán naturalmente que un ser que se porta como este no debe de ser muy amado entre los hombres. Ni se lo imaginen: el mundo lo llama Justo, Virtuoso, Bueno, Clemente, Bondadoso, Compasivo, Aquel que más nos ama, Fuente de toda verdad y de toda moral. Y semejantes sarcasmos se repiten todo el día por el mundo entero, pero no son sarcasmos deliberados: los dicen con toda seriedad y los pronuncian sin una sonrisa.