¿Y tú que @#&!* sabes?

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¿Y tú que @#&!* sabes?

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Hola:


Les posteo este análisis de un físico y escritor sobre esta película del New Age, así como el comentario de un crítico de cine.

Saludos.

ASIMOV22



CHÁCHARA CUÁNTICA Y FÍSICA CUÁNTICA
Por Sergio de Régules


Antaño, cuando algo no se entendía, se les achacaba a los dioses. Hoy los gurús del New Age invocan a la física cuántica para justificar toda clase de afirmaciones insólitas sin molestarse en demostrarlas. Pero los gurús están mal informados: la física cuántica no es lo que ellos creen.




“¿Hasta cuándo vas a seguir inyectándote insulina?”, pregunta al vacío un cartel pegado en la ventana de una casa del barrio de Coyoacán, en la ciudad de México. Luego el letrero ofrece a los diabéticos curarlos sin medicamentos por medio de la “medicina cuántica”.

En la película ¿Y tú que @#&!* sabes?, reciente éxito de taquilla, unos físicos, un quiropráctico, una bioquímica iluminada y una médium nos aseguran que cada cual es el arquitecto de su propio destino. A mí eso me lo dijo mi abuelita hace muchos años, pero estos eruditos añaden que le debemos a la mecánica cuántica el poder de tomar las riendas de nuestras vidas.

Soy físico y aprendí algo de mecánica cuántica en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México. La mecánica cuántica es la física de lo muy pequeño: átomos, moléculas y demás. Como un paciente de diabetes no es ni un átomo ni una molécula y como la mecánica cuántica que usamos los físicos no tiene ni remotamente que ver con la dirección de la vida de nadie, me puse a investigar de dónde habrían sacado los habitantes de esa casa y los creadores de esa película la peregrina idea de que la mecánica cuántica sirve para curar la diabetes y darle rumbo a la existencia. He aquí lo que encontré.


EL ERROR DE FRITJOF CAPRA

En los años 70 y 80 el físico y místico austriaco Fritjof Capra publicó unos libros, entre ellos uno titulado “El tao de la Física”, en los que encontraba parecidos entre ciertas ideas relacionadas con la mecánica cuántica y las doctrinas de las religiones orientales. No sé si era la intención de Capra, pero muchos de sus lectores interpretaron sus libros como prueba de que la ciencia moderna explicaba y daba sustento a la religión, por lo menos a las de oriente.

Además de este equívoco, quizá involuntario, Capra cometió otro menos inocente. Al explicar el extraño comportamiento de objetos cuánticos como los electrones, que a veces se comportan como ondas y a veces como partículas, Capra observa, correctamente, que obtener uno u otro comportamiento depende de los aparatos que usemos para medir: si medimos ondas obtendremos comportamiento ondulatorio, si buscamos partículas, obtendremos partículas. De modo, añade Capra sin alejarse mucho de la ortodoxia cúantica del día, que las propiedades de los electrones dependen en cierta medida de las decisiones conscientes del experimentador u observador. Puede ser. Lo mismo ocurre con el agua que sale de la ducha: que sea fría o caliente depende de nuestra decisión consciente de abrir uno u otro grifo (y será tibia si los abrimos en distintas combinaciones). Pero luego Capra ejecuta un salto mortal deductivo, y sin avisarle al lector: ¡por lo tanto el electrón no tiene propiedades independientes de nuestra conciencia!

La mecánica cuántica les produjo muchos dolores de cabeza a sus fundadores. La nueva teoría, que surgió en el transcurso de los primeros 30 años del siglo XX, no es como la física de antes. Si uno la aplica a un núcleo atómico radiactivo para predecir en qué instante se desintegrará, la mecánica cuántica sólo da la probabilidad de que el núcleo se desintegre en un lapso dado. El instante preciso en que se desintegra un núcleo específico no está determinado. Ocurre al azar y sin que medie causa alguna.

Peor aún: si uno usa la mecánica cuántica para calcular el resultado de un experimento –digamos, por simplificar, lanzar un dado, aunque los dados no son objetos cuánticos por razones que les explicaré más tarde-, en vez de dar una respuesta precisa, la teoría da sólo la probabilidad de que se produzca cada uno de los seis resultados posibles. En cierta forma, la teoría cuántica dice que, después de lanzarlo, el dado se encuentra en todos sus estados posibles (llamémoslos 1, 2, 3, 4, 5 y 6), y en otros inimaginables, como “un poco de 1 más otro poco de 3 y de 6” (como el agua de la ducha), que no tienen interpretación razonable en el mundo de todos los días. Sin embargo, uno no ve dados en semejante estado de indecisión esquizofrénica. Al lanzar un dado, uno siempre obtiene un resultado determinado, como 4, digamos. Por lo tanto, debe suceder algo muy extraño en con la descripción cuántica de las cosas cuando uno mira y descubre que el dado cayó en 4. Los fundadores empezaron a hablar de la influencia del observador sobre la naturaleza porque, al parecer, el acto de observar hacía que se definiera el estado del dado –o del sistema cuántico de que se tratara- reduciendo el estado que combina todas las posibilidades a una cosa razonable y normal.

Eugene Wigner, uno de los físicos más influyentes de la época de la gestación de la mecánica cuántica, aventuró que no era el observador, sino su mente, lo que, actuando directamente sobre la materia, precipitaba la reducción del estado. Wigner proclamó que la psique del observador afectaba la materia. Pero Werner Heisenberg, uno de los fundadores más importantes (y con quine Capra conversó muchos años después), escribió en su libro ‘Física y Filosofía’ : “la transición de lo posible a lo real se efectúa en cuanto el objeto interactúa con el aparato de medición... no tiene nada que ver con el acto de registrarse el resultado en la mente del observador”; y más adelante: “en definitiva, la teoría cuántica no contiene elementos subjetivos genuinos, no introduce la mente del físico como parte del acontecimiento atómico.”

Hoy en día el consenso entre los físicos es que Wigner se equivocó (y con él Capra, pero a éste pocos físicos lo conocen): la mecánica cuántica no necesita tomar en cuenta la mente del observador. Pero a Heisenberg lo leen muy pocos, en cambio los libros de Capra son éxitos de librería. Adivinen quién ha tenido más influencia fuera del ámbito científico...


EL QUE A MAL ÁRBOL SE ARRIMA

Sospecho que los gurús del new age que hoy apelan a la mecánica cuántica para justificar sus doctrinas tomaron de Capra lo que saben (es un decir) de esta parte de la física. He aquí el clásico argumento New Age : la física cuántica ha demostrado que la mente crea la realidad, por lo tanto tú puedes crear tu propia realidad conscientemente. De ahí deduce Deepak Chopra, principal exponente de la “medicina cuántica”, que estar enfermo es una decisión, y por lo tanto estar sano también (Chopra va más lejos: en su opinión, podemos dejar de envejecer por nuestra propia voluntad. Ya veremos en unos años si Chopra predica con el ejemplo.) Y J. Z. Knight, la médium que aparece en la película ‘¿Y tú que @#&!* sabes?’, concluye triunfalmente que tú puedes liberarte de la depresión y la mediocridad y ser feliz con sólo decidirlo. Así de fácil. El psicólogo Jeffrey Satinover , otro personaje de la película dice: “el materialismo priva a la gente de responsabilidad, la física cuántica te la devuelve íntegra”. ¿Por qué no me lo habían dicho antes?

El mensaje de Chopra y las doctrinas de Knight son muy alentadores, de eso no cabe duda. En un mundo peligroso donde cada vez ejercemos menos control sobre nuestras vidas es un alivio poder pensar que en el fondo, al nivel atómico y molecular, sí llevamos las riensa bien sujetas. Que el mensaje y las doctrinas estén fundamentados en la ciencia o no es lo de menos. De hecho, por lo general es mejor no confiarle a la ciencia nuestro bienestar espiritual. Éste requiere fundamentos firmes y duraderos y nada hay más cambiante que la ciencia. Cuando las religiones tratan de justificarse tratan de justificarse científicamente el resultado suele ser catastrófico. Basta ver el torbellino de pasiones que provocan en Estados Unidos quienes para justificar sus creencias religiosas necesitan que sea falsa la teoría de la evolución por selección natural, una de las más sólidas y menos controvertidas entre los científicos. Si tu mensaje es convincente, déjalo convencer por sus propios medios. Pedir prestada la credibilidad de la ciencia puede ser contraproducente, sobre todo si no conoces bien la ciencia a la que te acoges. Veamos.



LA CUÁNTICA NO ES COMO LA PINTAN

Knight y sus amigos hacen énfasis en el papel del observador como ser consciente en la mecánica cuántica. Según ellos, la amplia gama de estados en que puede encontrarse un objeto cuántico nos da a las personas un montón de posibilidades. Más aún, según ellos la observación consciente selecciona sólo una de esas posibilidades, de modo que nosotros, como observadores conscientes de nuestra propia vida, podemos elegir cuál de nuestras posibilidades se ha de realizar. Pero hoy en día el consenso entre los científicos (y el consenso en ciencia es todo; lo que no es consenso es simple opinión y no cuenta) es que:

1. los objetos de dimensiones macroscópicas, por ejemplo las personas y sus cerebros, no se encuentran nunca en superposiciones de estados como la del dado que describí antes poque
2. la “observación” que selecciona sólo uno de los estados posibles no es una observación consciente. Basta que sea una interacción del dado con un aparato de medición, o ni siquiera: el más leve roce con una molécula de aire o con una partícula de luz descarriada hará que el dado se precipite a uno solo de sus estados posibles, independientemente de cualquier observador consciente. Un objeto macroscópico –por ejemplo, un dado- no puede encontrarse en esos estados esquizofrénicos porque no se puede aislar de interacciones con su entorno. Y
3. por más que nuestra conciencia pudiera desencadenar la selección de uno solo de los estados posibles de nuestra vida, es un precepto fundamental de la mecánica cuántica que esa “selección” opera al azar, de manera fundamentalmente incontrolable, de modo que nuestra mente sólo podría decidir seleccionar y también en qué momento seleccionar. Esto no lo hubiera negado ni el mismísimo Wigner.


Resumiendo: aunque los fundadores de la mecánica cuántica hicieron mucha alharaca con el “observador”, hoy la mayoría de los físicos concuerdan en que el observador es simplemente el resto del universo y la “observación” ocurre en cuanto cualquier parte del resto del universo interactúa con nuestro famoso dado. La mecánica cuántica no necesita la conciencia. Ni modo.

Por si fuera poco, hay otro aspecto de la ciencia que se les escapa a los gurús: toda teoría científica es pasajera, ninguna es la última palabra – ni la hermosa mecánica cuántica, la teoría más exacta y mejor establecida de la ciencia. Los físicos saben –y los gurús ignoran- que un día posiblemente tendremos una teoría distinta para describir el comportamiento de la materia en la esacala subatómica. Quizá será una teoría muy parecida a la física cuántica, quizá será algo totalmente distinto. En cualquier caso, la teoría cuántica no es palabra de dios. ¿Por qué no se lo comunica a J. Z. Knight el espíritu que según ella le dicta sus creencias? ¿Por qué no le revela ese espíritu la teoría que sustituirá a la cuántica?



NO ES ORO TODO LO QUE RELUCE

¿Y todos esos científicos que salen en la película?

Nadie ha dicho que los científicos sean infalibles, pero muchas personas lo han dado a entender –y no todas científicos-. Por ejemplo, los comerciantes apelan a la ciencia cuando quieren hacernos creer que sus productos son buenos. “Científicamente comprobado”, dicen los comerciales de algunos shampoos. En ‘¿Y tú qué @#&!* sabes?’ aparecen científicos cuyas credenciales se revelan al final de la película. Allí salen a relucir doctorados diversos y afiliaciones a universidades, no todas reconocidas. La intención, por supuesto, es que creamos sin cuestionar todo lo que nos han dicho durante el filme, porque, después de todo, lo dijeron unos científicos. Tratar de convencer por nuestras credenciales es una falacia –un argumento tramposo- conocido como argumento de autoridad. Pero quien tiene la autoridad no necesariamente tiene la razón.

Además, la ciencia es una actividad colectiva. Los resultados científicos de buena ley son los que la comunidad de profesionales exigentes ha aceptado luego de someterlos a las pruebas más rigurosas de concordancia con las observaciones y consistencia lógica. La simple opinión, por encumbrado que sea el opinador, no es ciencia. Ni siquiera importa si al paso de los años esa opinión acaba aceptándose. En tanto no forme consenso, una opinión no tiene el sello de la ciencia, hecho que se nos oculta tramposamente en ‘¿Y tú qué @#&!* sabes?’. Los científicos de la película –además de ser casi todos seguidores de Knight- están expresando puntos de vista personales sin decir que lo son, ni que sus puntos de vista no coinciden con lo que acepta la comunidad científica.

¿Entonces son iconoclastas iluminados? ¿No tendríamos que hacerles caso? Muchos personajes cuyas ideas se aceptan hoy fueron en su tiempo iconoclastas que nadaron contra la corriente, y quizá incluso que fueron escarnecidos por sus contemporáneos. Pero eso no quiere decir que tenga razón todo individuo que nada contra la corriente o que es motivo de burlas. Como señala Carl Sagan en “El cerebro de Broca”, se rieron de Colón, se rieron de los hermanos Wright... pero también se rieron de Bozo el payaso. Por cada iconoclasta cuyas ideas acaban por aceptarse debe haber miles que cayeron en el olvido merecidamente. La originalidad no basta en la ciencia (y casi aseguraría que tampoco en el arte). También hay que convencer a una comunidad de profesionales muy exigentes. Las ideas que se exponen en la película ‘¿Y tú qué @#&!* sabes?’ no han convencido a esa comunidad.



LIBÉRATE, SÉ TÚ MISMO, TOMA LAS RIENDAS DE TU VIDA.

Una amiga mía me regañó por criticar la película. Después de todo, el mensaje del filme – que las personas tenemos muchas posibilidades, que podemos elegirlas en cierta medida, que podemos cambiar- puede ayudar a muchos espectadores que han salido de las funciones llenos de inspiración. Es verdad. Pero yo no acierto a ver por qué una persona cuyo mensaje es legítimo tiene que recurrir al engaño. Le contesté que no tenía nada contra el mensaje, sólo estaba defendiendo a la mecánica cuántica de “acusaciones” falsas.

La buena noticia es que tú y yo sí tenemos muchas posibilidades, sí podemos cambiar nuestra vida (si queremos, yo así me siento bastante bien) y sí somos arquitectos de nuestro propio destino. Mejor aún: para tomar las riendas de tu existencia no necesitas no necesitas pagarle miles de dólares a ningún iluminado. Lo puedes hacer tú solo, con la inteligencia, la razón, y un poco de perseverancia –como decía mi abuelita, y eso que no sabía ni jota de mecánica cuántica.



Tomado de: Revista ¿Cómo ves? Diciembre 2005, No. 85

Sergio de Régules es físico y coordinador científico de ¿Cómo ves? Su libro más reciente es ¡Qué científica es la ciencia! (Piados, 2005). Sergio dice que la culpa no es de la cuántica, sino del que la hace religión.












MIRA BIEN. LA CIENCIA EN EL CINE
¿Y TÚ QUÉ @#&!* SABES?
Por José Manuel García Ortega

Producida por Ramtha, grupo new age estadounidense, desde hace un par de meses se viene exhibiendo en nuestro país esta película, cuyo aparente contenido científico ha provocado comentarios encontrados.

‘¿Y tú qué @#&!* sabes?’ es un filme que mezcla la ficción con elementos de documental. Cuenta la historia de Amanda, fotógrafa que transita por una etapa difícil y no encuentra respuestas a su malestar existencial. Las circunstancias de la vida diaria la precipitan en un remolino de situaciones caóticas, en las que una serie de personajes la confrontan con las premisas fundamentales de su vida y le revelan aspectos del mundo que desconocía. Entre estos personajes destaca un sabihondo niño basquetbolista, que supuestamente le descubre a Amanda los secretos de la mecánica cuántica.

Para sustentar el mensaje emitido en el plano ficticio la película apela, en el plano documental, al argumento de autoridad en la forma de unos “expertos” que ratifican el mensaje. Entre ellos se encuentran algunos físicos y médicos, así como maestros espirituales, místicos y, en el papel estelar, J.Z. Knight, cabeza del mencionado grupo Ramtha. Cabe señalar que la mayoría de estos supuestos expertos trabajan para, o son adherentes de, dicho grupo.

La idea central de la cinta parte de una noción malentendida de la física cuántica: que la realidad es un concepto meramente relativo, porque las partículas subatómicas sólo existen en tanto son observadas. Entonces, dado que nuestra mente es quien lleva a cabo dichas funciones de observación, estaríamos en posibilidad de “escoger” entre diferentes posibilidades de realidad; es decir, que podemos crear nuestra propia realidad a través de la conciencia –y de paso prescindir de fármacos contra la ansiedad-. Muy interesante, pero no es mucho más de lo que recomiendan la mayoría de los libros de superación personal: adopta nuevas perspectivas, redefine objetivos y échale ganas.

Pero la mecánica cuántica no se trata de eso. Es una rama de la física que describe el comportamiento de las partículas subatómicas y sus interacciones con la luz. Nada menos, pero nada más. En ella, el efecto del “observador” no se refiere a las personas o a la realidad cotidiana, sino al instrumento de medición utilizado en sus experimentos. Se trata de algo que difícilmente tiene que ver con la vida diaria de la gente, incluidos los investigadores que trabajan con aceleradores de partículas.

Una de las secuencias más comentadas de la película es aquélla en la que una gurú de la nueva era (antes científica profesional) señala que sólo vemos lo que conocemos. Como elemento probatorio afirma que los indígenas americanos no pudieron ver las naves de Colón cuando éstas aparecieron en el horizonte, porque “estaban más allá de su conocimiento”. El único que pudo verlas fue su chamán. Al respecto cabría preguntar de dónde sacó esta señora semejante información, pues en ninguna fuente histórica hay registro de ella. Un típico ejemplo de cómo una ocurrencia personal es presentada como hecho, apoyándose nada más en el consabido “cuentan que...” o “es sabido que...”

La película también presenta algunos ejemplos de la manera cómo, según los ramthianos, la mente puede afectar la realidad. Las palmas se las lleva el hielo hipersensible y supersabio del Dr. Masaru Emoto. Este investigador fotografía cristales de agua congelada. Según él, cuando en el frasco se escriben palabras amables en una etiqueta, el agua al congelarse produce cristales con patrones regulares y armónicos, mientras que el agua con etiquetas en las que se han escrito palabras que expresan pensamientos negativos forma patrones incompletos y anárquicos. “Si la mente puede hacer eso con el agua, imagine lo que puede hacer con nosotros”, le dice un tipo a Amanda. El mago James Randi, dedicado a desenmascarar fraudes pseudocientíficos, le ha ofrecido a Emoto (y a otros) un millón de dólares si permite que sus afirmaciones se sometan a pruebas controladas con métodos científicos aceptados. Hasta la fecha Emoto no ha aceptado el desafío.

La utilización oportuna y bien dosificada de animaciones y efectos especiales digitales es un punto que confiere efectividad a un filme que cumple con creces sus objetivos propagandísticos y comerciales, cuyo contenido es fraudulento. En este filme se presentan conceptos pseudocientíficos, en el sentido en que se “venden” envueltos en terminología científica para darles credibilidad y aprovechar el prestigio popular –aunque irreflexivo- de la ciencia. No obstante, la auténtica divulgación de la ciencia podría hacer un mayor uso del recurso que se utiliza en la historia de Amanda: presentar personajes entrañables en circunstancias comunes y corrientes, y aprovechar sus vicisitudes para presentar ideas científicas legítimas.




Tomado de la sección “Mira bien. La ciencia en el cine”, de José Manuel García Ortega. Revista ¿Cómo ves? Diciembre 2005. No. 85
[El Cristianismo es] la creencia de que un zombie cósmico judío que era su propio padre puede hacerte vivir para siempre si comes simbólicamente su cuerpo y le dices telepáticamente que lo aceptas como tu amo, para que él pueda remover una fuerza maligna
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