Las caras del éxtasis
Roberta Garza
2009-09-15•Acentos
Ciorán decía que los beatos suplantaban el orgasmo imposible para su condición monacal con el misticismo: basta leer las descripciones de los arrebatos encendidos de Santa Teresa o de San Juan de la Cruz para confundirlos fácilmente con cualquier clímax físico, pero sin faltar al voto de castidad. Más o menos sucede lo mismo con quienes, antes adictos a las drogas, suplantan la ansiedad obsesiva que los lleva al consumo con la práctica obsesiva del sentimiento religioso que, igual que antes la heroína o la coca —o, en otros, el orgasmo—, los conduce a un rush que le atribuyen a Jesús, a la virgencita o a cualquier emanación divina similar y conexa.
Porque los mecanismos de la adicción, al final, son los mismos en cuanto a su capacidad de prender los centros de placer: cuando un adicto a cada estímulo respectivo mira una raya blanca o una imagen religiosa —sobre todo si la última se acompaña de música rítmica, incienso y frenesí colectivo— se produce en ambos casos exactamente la misma reacción en su química cerebral: la liberación de dopamina y otros neurotransmisores que estimulan los centros de placer para causar de súbito ese calorcito, esa aparente lucidez, esa euforia, ese sentimiento de bienestar, de pertenencia, de unidad con el cosmos que les llega ya sea desde el amor de Jesús o desde cualquier metanfetamina barata. Y siempre, siempre se querrá, se necesitará más porque los receptores neurales se acostumbran rápidamente a cualquier sustancia o causa estimulante, generando cada vez menos placer a pesar de las cada vez mayores dosis.
Es por esto que, con tanta frecuencia, los drogadictos más empedernidos se “salvan” del vicio arrojándose a una súbita conversión religiosa, sobre todo cuando en ésta encuentran una nueva manera de estimular los centros de placer que, además, es socialmente aceptada y hasta gratificada: pregúntenle a los seguidores del boliviano José Mario —o Mar— Fuentes, alias Josmar, el ex adicto y ex ladrón que pasó a ser secuestrador de aviones porque Jesús le pidió llevarle un mensaje apocalíptico al presidente Calderón en persona, en ese incomprensible afán que tiene el Todopoderoso de mandarle a la humanidad recaderos de quinta.
Antes los religiosos suplantaban el éxtasis sexual con misticismo. Ahora, los narcodependientes hacen esa misma catafixia que, a pesar de la costumbre histórica que tienen los jerarcas religiosos de definir a la religión como algo benéfico, nunca ha dejado de ser peligrosa.
roberta.garza@milenio.com
Y ésta otra de Jairo Calixto Albarrán, que por cierto me gusta mucho su estilo de hacer crítica con humor, que por cierto el otro día me enteré que está como en quinto lugar en "twitter" en habla hispana.Locura o revelación
Acentos
Roberto Blancarte
2009-09-15•Acentos
La mayoría de la gente seguramente decretó: ese pastor evangélico está loco. Después de todo, se necesita estar desequilibrado mentalmente para secuestrar un avión con el único objetivo de enviar un
mensaje al Presidente de la República acerca de varios cataclismos que tendrán lugar en México. ¿O no? Para las personas que no son religiosas, la contestación es más fácil: cualquier persona que dice hablar con Dios, o serlo, tiene que estar mal de la cabeza. Para los creyentes, la respuesta es más complicada, porque en la medida que creen en Dios o en alguna fuerza suprema, no pueden desechar de manera automática la posibilidad de que cualquiera, incluso ese evangélico boliviano, reciba mensajes divinos. No todos los líderes religiosos reivindican tener línea directa con Dios, pero es bastante común; de hecho, cualquier creyente puede hacerlo e históricamente, son los laicos o seglares comunes los que cuestionan al establishment sacerdotal o poder religioso imperante, en la disputa por los bienes de salvación. Lo hicieron, cada quien a su manera, Isaías, Zacarías, San Juan el Bautista, Jesús de Nazaret, Mahoma, el Gurú Nanak, Joseph Smith y antes y después de ellos muchos otros profetas de diversas religiones. Cada uno pretendió en su momento haber tenido una relación privilegiada con Dios; todos en su momento fueron tratados como locos y muchos de ellos fueron perseguidos. Luego resultó que algunos o muchos les creyeron y de allí se construyeron religiones establecidas. ¿Cuál es entonces la diferencia entre ellos y todos los otros profetas o iluminados que nos encontramos todos los días en las plazas, las calles o los templos? En todo caso, los creyentes tienen ante sí un verdadero problema: ¿cómo hacer para distinguir entre el verdadero profeta y el loco que alucina?
La psicología religiosa ha intentado dar una respuesta a los comportamientos religiosos en general y a los relacionados con el profetismo, el mesianismo, el milenarismo y otros fenómenos parecidos. De hecho, la psicología y el psicoanálisis encontraron tempranamente similitudes incuestionables entre algunas prácticas religiosas y comportamientos psicopatológicos. Como señala Jean-Pierre Deconchy, algunos fenómenos religiosos extraordinarios, como por ejemplo las visiones proféticas, los éxtasis, el escuchar voces, se equipararon a las alucinaciones. El comportamiento de la mayor parte de los místicos encaja de hecho en un cuadro neurótico. Fue Pierre Janet, en su obra De la angustia al éxtasis. Estudio sobre las creencias y los sentimientos, quien en 1926 equiparó con mayor fuerza la actitud religiosa a la perturbación psicológica. A partir de su experiencia en el hospital de La Salpétrière y en particular en el caso de una mujer que tenía propensión a los éxtasis y las visiones religiosas, Janet interpretó dicho comportamiento “como una actividad disociada de tipo histérico y a sus éxtasis como un paliativo de la dilución de las disfunciones de lo real”.
De hecho, quien había notado el parecido entre las actividades de la gente muy religiosa y el comportamiento de sus pacientes neuróticos, fue Sigmund Freud, quien en un artículo en 1907 titulado “Acciones obsesivas y prácticas religiosas”, sostuvo que la práctica religiosa individual no era más que el resultado de una represión sexual. De esa manera, la religión practicada por la humanidad, parecería ser “una neurosis obsesiva universal”. Las sin duda audaces y radicales teorías de Freud, y en particular ésta de que la religión no es más que una neurosis colectiva, pueden ser hoy compartidas o no, pero es imposible negar que abrieron un camino de interpretación psicológica de por lo menos ciertas exaltadas prácticas religiosas. Los propios creyentes tienen que tomarlas en cuenta, en la medida en que necesitan elementos para distinguir los profetas reales de los locos de atar.
¿Cómo lidiar, por ejemplo, con este pastor evangélico boliviano, quien parece estar loco, pero que igual no lo está? De hecho, él mismo lo niega. ¿Cómo pretender que él no puede hablar a nombre de Dios y que otros líderes religiosos sí pueden hacerlo? ¿Cuál es el método científico (o si se encuentra otro mejor) para dictaminar si este pastor es un desequilibrado mental o simplemente un fanático religioso? Quizás eso sea simple y sencillamente imposible. Así que probablemente lo mejor que podemos hacer es ignorar completamente el asunto y desinteresarnos del elemento religioso. En otras palabras, quizás lo importante es juzgar a la persona por lo que hizo, independientemente de sus motivaciones o inspiración. Eso significa que, para todos efectos prácticos, no importa si al tipo le habla Dios o está desequilibrado. Y la única manera de decidir sobre la cuestión será a través de un examen científico que dictamine sobre ello. La teología o la religión no tienen nada que ver con esto. Estamos en un país con un Estado laico. Aunque el tipo crea que no hizo nada malo, la verdad es que puso en peligro a muchas personas (imagine que usted o sus hijos estaban en ese avión) por lo que justificadamente está acusado de terrorismo, privación ilegal de la libertad y ataques a las vías de comunicación. Y si Dios le habla, pues que le haga compañía en la cárcel.
blancart@colmex.mx
Me llamó la atención lo que está en negritas, por lo que se empezó a escuchar sobre el tema, incluso Carmen Aristegui entrevistó a un diputado que iba en ése avión y mencionó éso, que fué una maniobra del gobierno para distraer de lo del impuesto del 2% generalizado.Josmar en Gobernación y la Sonora Dinamita
Política cero
Jairo Calixto Albarrán
2009-09-11•Al Frente
Supongo que a la hora de los interrogatorios del tal Josmar, protagonista de uno de los más folclóricos, palurdos y caguengues secuestros aéreos en la historia del mundo mundial, el gran Gómezpunk estuvo presente. Porque de no ser por una forma de contagio relacionada con el instinto mesiánico del boliviano, que con dos latas de Jumex consiguió voltear de cabeza a la patria, uno no se explica que el secretario de Gobernación haya hecho una declaración tan salvajemente grupera, y que dice más o menos así: “Hoy, nada nos indica que las medidas de seguridad que existen en los aeropuertos de México sean insuficientes frente a riesgos reales”. Y claro, como los riesgos fueros ficticios, aquello resultó como capítulo de Los exitosos Pérez, pero de haberse tratado de un grupo entrenado y profesional, me temo que la historia que hoy nos divierte por su naturaleza de sketch de La hora pico, sería un pinchi tragedión como de película de Arturo de Córdova.
Esto sólo puede ser comparado con la aparición del piloto del avión secuestrado y García Luna con López-Dóriga. Con su sensibilidad Caterpillar, el señor Genaro hacía todo lo posible para ganar cámara como si él hubiera venido tripulando la nave y personalmente hubiera realizado todas las maniobras. De plano, le salió lo Juanito. Nomás faltó que hablara la esposa del secretario, como la de Josmar, y dijera que “es un hombre de Dios” para justificar sus iluminaciones.
Todo fue tan caricaturesco que se diluye cualquier teoría de la conspiración. Nadie, ni los Almada, ni Juan Osorio ni Juan Orol se habría atrevido a imaginar esto para tapar el alza de impuestos.
¿O será que el país tiene los secuestradores que se merece? Supongo que Los Petriciolet, El Mochaorejas, El Apá y Los Niños (¿tendrán algo que ver con el famoso fenómeno meteorológico?) no deben estar muy a gusto, luego de ver cómo este predicador terminaba con el prestigio del gremio.
Quizá por eso, para reivindicar este oficio de tinieblas y demostrar que cuando uno creía que México ha llegado a su límite, siempre encuentran la manera de violentar nuestra capacidad de asombro, un grupo de maleantes secuestró a la Sonora Dinamita (no se sabe si la espuria o la legítima, pero de que se sabían aquello de no te metas con mi cucu, qué lindo tu cucu, se lo sabían, por que si no el plagio no habría tenido ningún chiste) para que tocara en una fiesta privada en un kínder con invitados de altísimo octanaje.
Ya, en buena onda, qué sigue, ¿acaso que la Brugada cante “No soy esa señora”?
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