Los primeros esfuerzos de SETI estuvieron marcados por unas estimaciones demasiado optimistas del probable número de civilizaciones extraterrestres en nuestra galaxia.
A la luz de los nuevos hallazgos, parece apropiado dejar que descanse esta excesiva euforia y tomar una visión con los pies más sobre la Tierra. La Tierra puede ser mucho más especial, y la inteligencia mucho más rara de lo que pensamos previamente.La posible existencia de inteligencia extraterrestre (ETI) siempre ha estimulado la imaginación del hombre. Los filósofos griegos especularon sobre ello. Giordano Bruno fue quemado en la hoguera en Roma en el año 1600, principalmente por proponer la posibilidad de que hubiese otros mundos habitados en el universo. Kant y Laplace también estaban convencidos de la multiplicidad de mundos similares al nuestro. A finales del siglo XIX Flammarion encantó a grandes multitudes con sus libros sobre la pluralidad de mundos habitables. Pero todas estas ideas eran principalmente consideraciones filosóficas o puras especulaciones. Fue sólo en la segunda mitad del siglo XX cuando la Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre (SETI) comenzó a apuntalar su intento científico. Desde finales de los años 50 distinguidos científicos han dirigido la investigación, intentando recibir señales o mensajes inteligentes desde el espacio a través de radiotelescopios. Cientos de astrónomos aficionados, miembros de la SETI-League en docenas de países, están rastreando el cielo, intentando detectar una prueba de vida inteligente el algún punto de nuestra galaxia. Los pioneros de SETI, como Frank Drake y Carl Sagan, mantuvieron la postura de que la Vía Láctea rebosa con un gran número de civilizaciones avanzadas. Sin embargo, los muchos proyectos de búsqueda hasta la fecha no han tenido éxito, y esta atrevida predicción se mantiene aún sin verificar. La nueva comprensión científica sugiere que necesitamos una aproximación más cautelosa y una revisión de estas consideraciones demasiado optimistas.
El argumento estándar para la existencia de una multiplicidad de vida inteligente es similar a éste: Hay aproximadamente de 200 a 300 mil millones de estrellas en nuestra galaxia y probablemente cientos de millones, tal vez incluso miles de millones de planetas en nuestra galaxia. Muchos de estos planetas estarán probablemente situados en la llamada “zona habitable” en relación con su estrella, disfrutando de unas condiciones tan favorables como las de la Tierra para la evolución de la vida. Las leyes físicas, conocidas por nosotros, se aplican también para el cosmos, y las distantes formaciones estelares están compuestas de los mismos elementos que nuestro Sistema Solar. Por tanto, se supone, muchos deberían tener agua y una atmósfera estable, algo considerado como requisitos básicos para el desarrollo de la vida. Tales planetas deben haber experimentado procesos geológicos y biológicos similares a los de la Tierra, que llevaran al desarrollo de organismos vivos primitivos. Entonces, con el paso del tiempo, siguiendo un curso similar al de la Teoría de la Selección Natural de Darwin, éstos evolucionarían en formas más complejas, algunos de ellos desarrollando finalmente capacidades cognitivas y – como en nuestro caso – una inteligencia superior.
En otras palabras, se sostiene que nuestro Sistema Solar, la Tierra, y su evolución no son casos excepcionales, sino algo común en nuestra galaxia de la Vía Láctea. En consecuencia debe estar poblada por un gran número de civilizaciones extraterrestres, muchas de las cuales son más antiguas y avanzadas que la nuestra.
Teniendo en cuenta el colosal número de estrellas y planetas, parecen ser unas suposiciones justas y legítimas. Parece, efectivamente, improbable que la inteligencia hubiese evolucionado sólo en nuestro planeta. Si muchas de estas civilizaciones son científica y tecnológicamente superiores a nosotros, el contacto con ellas daría a la humanidad un gran impulso en muchas formas.
Estas visiones optimistas están principalmente basadas en la famosa fórmula de Drake N=RfpnefifjfeL. Tiene en cuenta la formación de estrellas en la galaxia, la fracción de estrellas con sistemas planetarios, el número de planetas ecológicamente adecuados para la vida, la fracción de estos planetas en los que evoluciona vida inteligente y aquellos que alcanzan una etapa comunicativa y la cantidad de tiempo de las civilizaciones técnicas. Sobre la base de esta fórmula se estima que hay probablemente un millón de civilizaciones avanzadas en la galaxia. La más cercana estaría a unos 200 o 300 años luz de la Tierra. El astrónomo alemán Sebastian von Hoerner estimó un número entre diez mil y diez millones de tales civilizaciones.
Pero debido a la gran cantidad de nuevos conocimientos y resultados en varios campos científicos, desde la paleontología a la geología pasando por la biología o la astronomía, creo que esta fórmula está incompleta y debe ser revisada. Las primeras estimaciones optimistas no se sostienen por más tiempo. Se requiere una visión más sobria y realista.
De ninguna forma estoy tratando de desacreditar a SETI, la Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre es un esfuerzo científico. Pero me parece prudente desmitificar este interesante tema, y reformular sus afirmaciones a un nuevo nivel, libre de las románticas facilidades que la adornan.
Hace años, los admito sin tapujos, yo mismo acogí los alegatos de que la inteligencia es un fenómeno muy común en la galaxia. En libros, artículos y en programas de radio y televisión abogaba por la idea de que nuestro mundo, acosado por los problemas, podría aprender mucho de una civilización más avanzada que la nuestra. Pero, mientras tanto, empecé a convencerme de que una actitud más escéptica haría más justicia en realidad. Probablemente sólo hay un puñado de civilizaciones en la galaxia, si es que hay alguna. Las siguientes consideraciones apoyan esta valoración tan pesimista.
Antes de nada, desde el proyecto OZMA I en 1959 de Frank Drake, se han llevado a cabo un centenar de búsquedas radiomagnéticas y de otros tipos en los Estados Unidos y otros países, y se ha rastreado una parte considerable de nuestro cielo concienzuda y repetidamente, pero permaneció en un decepcionante silencio. En cuarenta y seis años no se recibió ni una sola señal o mensaje artificial de inteligencia del espacio exterior. Algunos especialistas intentar minimizar este resultado negativo, argumentando que sólo se ha cubierto hasta ahora una mínima parte del espectro, y que se requiere más tiempo y de un equipo más sofisticado para llegar a una conclusión definitiva. Los criterios económicos y tecnológicos pueden desbaratar la posibilidad de que las civilizaciones extraterrestres lancen señales al espacio a lo largo de grandes periodos de tiempo, sin saber dónde dirigen sus señales. O, puede que usen métodos de comunicación desconocidos por nosotros. Otra explicación es que las ETI avanzadas pueden no tener interés en contactar con otras inteligencias, especialmente aquellas menos desarrolladas. El argumento del experto en cohetes ruso Konstantin Tsiolkovski se cita a menudo: "La ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia".
Pero ninguno de estos argumentos, que intentan explicar por qué no hemos recibido una señal inteligente del espacio, es convincente. Cierto, futuros proyectos de investigación pueden hacer un negocio redondo y grabar la recepción de una señal de origen artificial verificado. Pero hasta ahora no hay pruebas de tal aparición, la posibilidad de lograr tal éxito debe considerarse como algo remoto. Si cien búsquedas fuesen infructuosas, sería justo deducir que la estimación de millones o muchos miles de ETI es una proposición insostenible. Mientras no se produzca un gran avance, la probabilidad del contacto con ETI es cercana a cero. El argumento de que las civilizaciones extraterrestres avanzadas pueden no estar interesadas en contactar con otras inteligencias es algo, como también demostraré, altamente implausible.
Segundo, como demuestran los resultados de las investigaciones, se deben tener en cuenta muchos más factores y condiciones que los considerados en la fórmula de Drake. El geólogo Peter D. Ward y el astrónomo Donald Brownlee presentan en su libro Rare Earth (Tierra Extraña) una serie de tales aspectos, que vuelven del revés las optimistas estimaciones de ETI.
De acuerdo con su razonamiento, la vieja suposición de que nuestro Sistema Solar y la Tierra son fenómenos bastante comunes en la galaxia necesita de una profunda revisión. Por el contrario, las nuevas pistas sugieren, que somos mucho más especiales de lo que pensamos. La evolución de las formas de vida y finalmente de vida inteligente en la Tierra se debió a un gran número de condiciones y desarrollos muy especiales, muchos de los cuales de naturaleza fortuita. Mencionaré sólo algunos que me parecen especialmente importantes: La edad, tamaño, y composición de nuestro Sol, la situación de la Tierra y el eje de inclinación hacia el Sol, la existencia de agua, una atmósfera rica en oxígeno y temperatura estable durante largos periodos de tiempo – factores considerados esenciales para la evolución de la vida – y el desarrollo de una química basada en el carbono. Además un interior activo y la existencia de placas tectónicas que forman las majestuosas cordilleras montañosas como los Alpes, el Himalaya y los Andes, creando distintas condiciones ecológicas, propicias para la proliferación de una gran variedad de especies. También la existencia de la Luna, Júpiter y Saturno (como escudos para el bombardeo de cometas y meteoritos durante las primeras etapas de la Tierra). También los repetidos cambios climáticos, largas eras glaciales, y especialmente las numerosas y bastante fortuitas catástrofes, que provocaron la extinción de muchas especies, como hace 65 millones de años, que llevó a la desaparición de los dinosaurios, pero abrió el camino para formas de vida más diversas y complejas.
Aunque las primeras formas de vida primitivas de la Tierra, las bacterias procariotas, evolucionaron rápidamente, sólo unos 500 millones de años tras el enfriamiento de la corteza terrestre y el final del denso bombardeo de meteoritos y cometas, fueron las únicas formas de vida durante los primeros dos mil millones de años de los cuatro mil seiscientos millones de la historia de la Tierra. Los mamíferos – incluyendo simios y hombres – evolucionaron mucho más tarde, sólo tras la extinción de los dinosaurios hace 65 millones de años. El primer ser humanoide, el Procónsul, surgió en el periodo del Mioceno, sólo hace unos 18 millones de años. El Australopithecus, nuestro antecesor, data sólo de hace 5 o 6 millones de años. En otras palabras, llevó casi 4 mil millones de años, o más del 96% de la edad de la Tierra, evolucionar la inteligencia – muchísimo tiempo, incluso para el reloj cósmico.
En este aspecto deberíamos apuntar la advertencia del distinguido biólogo Ernst Mayr, que subrayó la enorme complejidad del ADN y el ARN humano y sus funciones para la producción de proteínas, los ladrillos de la vida. Estimó que la probabilidad de que pudiese haberse dado un desarrollo biológico similar en alguna parte del universo era nula.
El resultado de estas consideraciones es el siguiente: Debido a las condiciones tan especiales de la geología, biología, y otras condiciones que propiciaron la evolución de la vida y la inteligencia en la Tierra, los desarrollos similares en nuestra galaxia son probablemente muy raros. Las primitivas formas de vida, concluyen Ward y Brownlee, pueden existir en planetas de otros sistemas estelares, pero la vida inteligente, como la nuestra, es probablemente muy rara, si es que existe.
La tercera es la llamada “Paradoja de Fermi”, otra poderosa razón que sugiere una evaluación escéptica de la multiplicidad de inteligencias en la galaxia. El físico italiano Enrico Fermi planteó la molesta cuestión, "Si hay allí fuera tantas ETI con un alto grado de desarrollo, como afirman los especialistas en SETI, ¿por qué no nos han contactado?" Ya expresé grandes dudas sobre algunas de las explicaciones dadas a esta paradoja. Aquí necesito centrarme en dos más. La primera se refiere a la supuesta falta de interés de los alienígenas avanzados en establecer contacto con otros seres inteligentes. Este argumento me parece especialmente poco fidedigno. Citaré un libro noruego, que explica por qué los vikingos llevaron a cabo peligrosos viajes a costas lejanas en botes precarios. "Una razón", dice, "es la fama, otra la curiosidad, y la tercera, ¡el conseguirlo!" Si los vikingos, llevados por el deseo de descubrir lo desconocido, llegaron a América hace mil años con una primitiva tecnología, si nuestra joven civilización tecnológica y científica, busca vida primitiva en otros planetas y lunas del Sistema Solar, es increíble que las inteligencias desarrolladas extraterrestres superiores no se hayan visto espoleadas de la misma forma por estos intereses y anhelos. Uno de los rasgos fundamentales de inteligencia es la insaciable curiosidad intelectual y la necesidad de penetrar en lo desconocido. Las mayores civilizaciones, nuestros pares al respecto, deben estar imbuidos del mismo espíritu de osadía y escrutinio, debido a que si no lo tuviese, no podrían haber logrado sus estándares avanzados.
Un segundo argumento propuesto a menudo es que las distancias entre estrellas son demasiado grandes para el viaje interestelar. Pero esta explicación también se apoya sobre suelo poco firme. Incluso nuestra civilización tecnológica y científicamente adolescente está explorando el espacio y enviando sondas – las naves Voyager – que algún día alcanzarán otros sistemas estelares. Estamos aún lejos de conseguir velocidades cercanas a las de la luz, necesarias para el viaje interestelar. Pero algunos científicos predicen que en 200 o 300 años, tal vez incluso antes, seremos capaces de manejar velocidades bajas de "c", y una vez que lo alcancemos nuestra civilización enviará expediciones exploratorias tripuladas a las estrellas más cercanas. Las naves automáticas no tripuladas pueden ser el intento inicial. Pero estoy convencido de que nada impedirá el deseo del hombre de ver otros mundos con sus propios ojos, tocar el suelo y realizar investigaciones que las sondas no tripuladas no serían capaces de hacer. Evidentemente, civilizaciones por delante de nosotros decenas de miles o millones de años habrán alcanzado velocidades cercanas a c, y serán capaces de explorar una parte considerable de la galaxia. Las civilizaciones ETI avanzadas se embarcarían en tales exploraciones no sólo por la curiosidad científica, sino por su propio interés, por ejemplo para expandirse y encontrar nuevos hábitats para su creciente población, o debido a la necesidad de abandonar su planeta debido a peligros que provengan de su estrella, y también porque con la ayuda de otras civilizaciones podrían enfrentar estos peligros que acechan en el universo, de forma más exitosa que ellos solos. La Paradoja de Fermi debería además ponernos en guardia, y fomentar un sano escepticismo. La carencia de interés en encontrarse con una civilización como la nuestra es la razón menos plausible de por qué no hemos tenido noticias de las ETI.
Un pequeño experimento mental ilustra este punto. Carl Sagan sostuvo una vez que alienígenas inteligentes visitarían la Tierra al menos una vez cada mil años. Pero tales visitas no han tenido lugar. Incluso extendiendo este periodo a un millón de años, no pinta mejor. Supongamos que una nave extraterrestre aterrizó en la Tierra en algún momento durante la época de los dinosaurios, que duró unos 140 millones de años. Es lógico suponer que los alienígenas habrían retornado a intervalos razonables para estudiar nuestro mundo y a estos fascinantes animales, pero también para encontrar si alguno de ellos había evolucionado la capacidad de razonar, matemáticas superiores, y construido una civilización. Habría razones para muchas conjeturas. De acuerdo con los paleontólogos, resalta Drake, el dinosaurio sauronithoides estaba dotado de tal potencial. Era un dinosaurio que recuerda a un pájaro por su tamaño y peso, que poseía una masa cerebral bastante por encima de la media, y, especula Drake, si hubiese sobrevivido otros diez o veinte millones de años, podría haber evolucionado en los primeros seres inteligentes de la Tierra. Pero esto no sucedió, debido a que los dinosaurios se extinguieron en una catástrofe cósmica. Cuando el Homo Australopithecus, más tarde el Homo Faber y Habilis,y finalmente el Homo Sapiens evolucionaron, ¿no deberían haber provocado un mayor interés por parte de los visitantes extraterrestres? Pero no se han registrado visitas. Sólo unos pocos informes mitológicos, indocumentados y altamente sospechosos de supuestas visitas alienígenas. Sería justo suponer, que si los alienígenas avanzados han visitado la Tierra durante los pasados 200 millones de años o, al menos, durante los pasados 16 millones de años, deberían haber dejado alguna marca perdurable, indestructible y reconocible, probablemente en la Luna. Pero nada de esto ha sido detectado. ¿La explicación más probable? ¡No tuvieron lugar tales visitas! No hay civilizaciones avanzadas extraterrestres en nuestras vecindades. Si existen, ya habrían contestado a nuestras señales de televisión – que alcanzan unos 60 años luz en el espacio – otra razón que invalida la afirmación de que nuestra galaxia está rebosante de inteligencia.
Otro argumento que apoya el punto de vista escéptico es el hecho de que ninguno de los planetas detectados alrededor de otras estrellas está cerca de tener unas condiciones aptas para crear y sostener la vida. Desde que el grupo suizo de Michel Mayor descubrió el primer planeta fuera de nuestro sistema solar alrededor de la estrella 51 Pegasi hace diez años, se han identificado otros 130 planetas en una distancia de 200 años luz. Los resultados de la investigación demuestran que la mayoría son de composición gaseosa, de muchas veces el tamaño de Júpiter, demasiado cerca de sus estrellas, muy calientes y con órbitas circulares extremadamente rápidas. Hasta ahora, ninguno presenta las condiciones favorables para el desarrollo incluso de las formas más primitivas de vida, por no hablar de especies más complejas. De nuevo podemos argumentar que sólo hemos investigado en una muy diminuta fracción de los planetas y que futuras investigaciones podrían dar un con un candidato adecuado. Esto podría ser, y ciertamente le daría la bienvenida. Pero hasta ahora las pruebas han fallado al alimentar estas optimistas expectativas. Las condiciones de nuestro universo no son tan favorables para la evolución de la vida como le gusta pensar a los optimistas.
Incluso si el agua o los fósiles de microorganismos se encontrasen bajo la superficie de Marte, la importancia de tales hallazgos para la teoría de la multiplicidad de mundos habitados sería insignificante. Algunos astrónomos piensan que Titán, la famosa luna de Saturno, puede tener un océano, posiblemente de metano. Pueden existir formas de vida primitiva en él, pero aún está por ver. Incluso si es así, el camino evolutivo de tales formas primitivas a vida compleja como los seres humanos – tal como hemos visto – es largo, tachonado con una única secuencia de casualidades y catástrofes.
No estoy afirmando que somos probablemente la única especie inteligente en nuestra galaxia. Tampoco sugiero que las actividades SETI sean una pérdida de tiempo y dinero. Aunque, hasta ahora, han fallado en conseguir alguna prueba de la existencia de ETI, enriquecen el conocimiento humano del cosmos de muchas formas. Ayudaron a desarrollar sofisticadas técnicas de búsqueda, y contribuyeron decisivamente a la percepción del destino cósmico de la humanidad. Carl Sagan y Frank Drake, los dos pioneros más distinguidos de SETI, hicieron un trabajo vanguardista. El que sus esfuerzos y los de otros expertos dedicados a SETI en nombre de esta gran causa estén teñidos con una pizca de expectativas demasiado optimistas es comprensible y profundamente humano.
Sin embargo, en el interés de la ciencia y el sensato escepticismo, creo que es hora de tomar en cuenta los nuevos hallazgos y pistas, para apaciguar la excesiva euforia de SETI y adoptar una postura más pragmática y cercana a la realidad, compatible con los hechos. Deberíamos admitir tranquilamente que las primeras estimaciones – que debe haber un millón, o cientos de miles, o incluso diez mil civilizaciones extraterrestres avanzadas en nuestra galaxia – no se sostiene por más tiempo. Podría no haber cien, ni tan siquiera diez de tales civilizaciones. Las estimaciones optimistas estaban cargadas de demasiadas valoraciones especulativas e imponderables. Lo que se requieres es contactar con una inteligencia extraterrestre, obteniendo una irrefutable y minuciosamente verificada prueba, ya sea a través de ondas electromagnéticas u ópticas o a través de contacto físico, que no somos la única especia inteligente en el cosmos. Tal vez una nave alienígena, atraída por nuestras señales, decidirá visitarnos algún día, tal y como supongo en mi novela Contact: Are We Ready For It? (Contacto: ¿Estamos preparados para él?) Sería el primero en reaccionar ante tal evento con gran alegría y satisfacción. El conocimiento de que no estamos solos en el vasto dominio del cosmos, y que será posible establecer un fructífero diálogo con otros, posiblemente más avanzado, seres inteligentes marcaría el evento más importante de la historia de la humanidad. Abriría la puerta a unas fantásticas perspectivas.
Pero, hasta ahora, las actividades SETI no justifican esta esperanza. Recomiendan una visión más realista y sobria. Teniendo en cuenta los resultados negativos de la búsqueda, la creación de las excesivas expectativas es sólo darle alas a los detractores – por ejemplo, miembros del Congreso que cuestionan el prestigio científico de SETI, imputando que se hace demasiadas ilusiones, y negándole apoyo financiero. Esta aproximación absolutamente negativa a SETI es ciertamente equivocada, dado que contrariamente a los engaños OVNI, SETI (como enfatizó recientemente en un número de esta revista el científico espacial de UCLA Mark Moldwin [2004]) está basado en premisas y consideraciones científicamente sólidas. Pero las exageradas estimaciones que yerran al conformar la realidad, tal y como se ven hoy, tienden a que el tiro salga por la culata y crear un sentimiento de decepción y un alejamiento de este fascinante esfuerzo científico. El sueño de la humanidad de encontrar hermanos en el espacio puede completarse. Si no es así, el hombre no debería lamentarse por su originalidad. Esta circunstancia debería aumentar nuestra gratitud por la existencia y el sentido de responsabilidad por ser su máxima expresión.
Manuel Hermán
http://www.astroseti.org/noticia_2881_SETI_requiere_una_reevaluacion_esceptica.htm