Por Esteban Magnani

Lejos del estilo político típico argentino más demagógico, los presidentes de los países escandinavos se reunieron recientemente en una isla del Artico para discutir los detalles de un proyecto que difícilmente les reporte algunos votos: la construcción del “Depósito Internacional de Semillas de Svalbard”.

No se trata de una nueva institución de comercio internacional, sino de un sofisticado granero que se instalará en una isla del Artico perteneciente a Noruega. Allí se almacenarán las semillas que permitan reconstruir la flora terrestre luego del día final. La isla de Svalbard es terriblemente fría y aislada, por lo que el granero, a 70 metros de profundidad, asegura un nivel de congelamiento que ni el calentamiento global podrá aminorar en los próximos siglos.

No es el único caso de pesimismo práctico, por llamarlo de alguna manera, ya que también existen cientos de programas en los que se almacena el ADN de todas las especies para preservarlos de una catástrofe de escala global. Es que la idea de que el fin del mundo va a llegar bastante antes de que nuestro Sol se apague en 5 mil millones de años parece estar instalándose en el sentido común de la humanidad y de al menos un sector de la comunidad científica. Lo que se discute, a lo sumo, es si ocurrirá por la colisión de un asteroide o por la simple estupidez humana que desate una guerra nuclear.

EL MONTE SINAI EN EL ESPACIO

Pero los planes de los jefes de Estado escandinavos pueden resultar poco previsores a los ojos de otros más pesimistas que no ven al Artico como un lugar suficientemente seguro. Por eso, cerca de lo que muchos considerarían como un delirio de ciencia ficción, la autotitulada “Alianza por el Rescate de la Civilización” (ARC), creada por reconocidos científicos de la Universidad de Nueva York, considera que la exploración del espacio es de una urgencia insoslayable no por cuestiones científicas sino como paso que conduzca a la creación de un banco espacial de muestras de ADN, conocimiento humano y demás que permitan crear nuevamente la civilización humana. Incluso el segundo hombre en poner el pie en la Luna, Buzz Aldrin, ha dado su apoyo al proyecto y dedica buena parte de su tiempo a planear la colonización de Marte.

Una reciente (y seria) discusión en un foro de la revista Scientific American postulaba que en realidad crear una biblioteca extraterrestre no tiene demasiado sentido ya que la primera generación tendría tanto trabajo asegurándose la supervivencia que no enseñaría a leer a la siguiente y que una vez rota la cadena, es difícil imaginar que vuelva a iniciarse.

La idea de que el fin de la vida en la Tierra se acerca parece seducir también a grandes científicos. El mediático Stephen Hawking publicó en un foro de Internet la pregunta “¿cómo hará la humanidad para sobrevivir los próximos cien años?”. Luego de miles de sesudas respuestas de los cibernautas, él personalmente dio su respuesta en forma simple: “no tengo idea; por eso hice la pregunta”. Lo que sí pudo dar fue una larga lista de probables causas del fin de la vida en la Tierra: una guerra nuclear, el calentamiento global o, tal vez, algún virus genéticamente modificado. De lo que no duda es, en cambio, de que “en el largo plazo la supervivencia de la raza humana será segura sólo si nos esparcimos por el espacio y luego a otras estrellas. Eso no ocurrirá al menos por otros cien años, por lo que tenemos que ser muy cuidadosos”. La única alternativa que imaginó es realizar alguna modificación genética en los humanos para hacerlos menos proclives a la guerra.

La lista de científicos que auguran un final se puede aumentar gracias a una nota del diario británico The Guardian, en la que se consultaba a 10 científicos sobre las principales amenazas que acechan al planeta y daban un puntaje sobre su grado de peligrosidad: entre el cambio climático, una pandemia viral y el terrorismo, aparecían otros menos comunes como la erosión de los telómeros, la caída en un agujero negro o los supervolcanes.

En un tono más provocativo, uno de los tantos blogs que proliferan en Internet llamado “¿Cómo destruir la Tierra?” lleva una pormenorizada cuenta de la cantidad de veces que el planeta fue irreparablemente destruido en sus cerca de 4500 millones de años: cero.

EL FINAL Y DESPUES

En cualquier caso parece estar asentándose la certeza de que el planeta tendrá un final y que, a juzgar por las medidas que ya se están tomando, será pronto. No es extraño que la obviedad de que todo tiene un final, todo termina, tenga éxito en un mundo en el que el miedo es una excelente forma de control social. Lo que sí es claramente peligroso es que se acepte sin discusión, como un hecho contra el que nada puede hacerse y, sobre todo, que se abra así la puerta trasera a la emisión descontrolada de gases contaminantes o a la proliferación de armas nucleares. Que el mundo tendrá su último día es una verdad de Perogrullo. Lo difícil parece ser que la humanidad llegue a él con dignidad.

Fuente:

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/futuro/13-1541-2006-08-26.html