El presente escrito está elaborado, en base a varios textos (incluso hay algo de mi cosecha) pero cabe destacar a Andrew Dickson White. Finalizo con una sentida felicitación al Estado de Kansas por haber expulsado la Teoría de la Evolución de las aulas.
El “PECADO DE CURAR” se ciñe al caso de la medicina, y no es más que un botón de muestra de cómo absurdas creencias, elevadas a la categoría de verdades absolutas, han supuesto y suponen, aun hoy en día, un tremendo freno para el progreso y bienestar de la humanidad.
Es cierto que varios clérigos hicieron algo para instalar las bases para el estudio de la medicina, pero de lo que no cabe ninguna duda, es que las autoridades de la Iglesia hicieron mucho más para desbaratar esa obra.
LAS AUTORIDADES ESPIRITUALES ADVIERTEN QUE UNA RELIGIÓN NO ES MÁS QUE UNA SECTA CON PROBLEMAS DE OBESIDAD.
Era generalizado el sentimiento de que, existiendo tan abundantes medios sobrenaturales, es algo irreligioso el buscar la cura en los medios naturales. Para confirmar la validez de este sentimiento se recurría a las Escrituras, y especialmente al caso del Rey Asa, quien prefirió confiar en los médicos antes que en los sacerdotes de Jehová, y así murió. De ahí que San Bernardo declarara que los monjes que tomaran remedios eran culpables de una conducta impropia hacia la religión.
Multitudes de estrictos clérigos le tomaron aversión a la Escuela de Salerno desde que prescribió reglas para las dietas, señalando de este modo la creencia de que las enfermedades se debían a causas naturales y no a la malicia del demonio. En las escuelas médicas se estudiaba a Hipócrates, y él había declarado especialmente que la posesión demoníaca es “en modo alguno más divina, de ninguna manera más infernal, que cualquier otra enfermedad.” De allí que, el Concilio Laterano (en los comienzos del siglo XIII) le prohibiera a los médicos, bajo pena de excluirlos de la Iglesia, realizar tratamientos sin solicitar consejo eclesiástico.
Casi doscientos cincuenta años más tarde el Papa Pío V ordenó que todos los médicos, antes de administrar un tratamiento, debían solicitar “un médico del alma”, aduciendo que, “el padecimiento físico surge con frecuencia del pecado”. También dispuso que, si al cabo de tres días el paciente no hubiera realizado una confesión a un cura, el médico debería cesar su tratamiento, so pena de ser privado de su derecho a la práctica, y de expulsión de la facultad si fuera profesor.
La acusación de magia y hechicería dificultó seriamente el desarrollo de la medicina. En el siglo XI esta acusación casi le cuesta la vida a Constantino Africanus cuando quiso detener el asedio contra la medicina; en el siglo XIII, le deparó a Roger Bacon, uno de los más grandes benefactores de la humanidad, muchos años en prisión, y casi lo lleva a la hoguera. La lista de casos similares a estos es interminable.
Durante varios siglos el estudio de la medicina fue relegado. Santo Tomás de Aquino insistía en que las fuerzas del cuerpo son independientes de su organización física, y que por lo tanto estas fuerzas deberían ser estudiadas por la filosofía escolástica y por el método teológico, en lugar de por investigaciones sobre la estructura del cuerpo; como resultado de esto, tenemos doctrinas de la anatomía y la fisiología fundidas con varias costumbres paganas que sobrevivieron, tales como el crecimiento o la disminución del cerebro en relación con las fases de la luna, el decaimiento y el aumento de la vitalidad humana relacionados con las mareas del océano, el uso de los pulmones para avivar el corazón, la función del hígado como el centro del amor, y la que se refiere al bazo como el centro de la inteligencia.
Intimamente conectada con estos métodos encontramos a la doctrina de las firmas. Se pensaba que el Todopoderoso había puesto su firma sobre los variados medios para curar las enfermedades: así, se sostuvo que la hierba conocida como bloodroot, debido a su jugo rojo, es buena para la sangre; la hepática, teniendo una hoja parecida al Hígado, cura las enfermedades del hígado; la hierba eyebright, siendo marcada con una mancha con la forma de un ojo, cura las enfermedades de los ojos, la celidonia, que tiene un jugo amarillo, cura la ictericia; la hierba bugloss, asemejándose a la cabeza de una serpiente, cura la picadura de serpiente; la flannel, luciendo como la sangre, cura las enfermedades de la sangre, y por lo tanto el reumatismo; la grasa de oro tomada de un animal densamente cubierto de pelo, se recomienda para las personas que le temen a la calvicie.
Otro método teológico consistía en obligar al demonio a abandonar al paciente haciéndole sentir repugnancia del cuerpo que estaba atormentando. De ahí que al paciente se le hiciera tragar o aplicarse varias inmundicias como hígados de sapos, sangre de ranas y ratas, fibras de la soga de un ahorcado, ungüento hecho del cuerpo de los criminales muertos en la horca.
Muchas de estas prácticas eran vestigios de supersticiones, pero la lógica teológica les asignó una relevancia ortodoxa. Como ejemplo podríamos citar el siguiente remedio contra “los visitantes traviesos de la noche y duendes nocturnos” extraído de un libro medieval de medicina: “Tome una planta de lúpulo, ajenjo, hierba de obispo, altramuz, ash-troat, beleño, hierba conejo, bugloss de víbora, palnta de heathberry, cropleek, ajo, granos de hedgerife, githrife, e hinojo. Ponga estas hierbas en un recipiente, ubíquelas/os debajo del altar, celebre nueve misas sobre ellas/os, hiérvalos/as en manteca y grasa de oveja, agregue mucha sal sagrada, escúrralo en una tela, eche las hierbas en agua corriente. Ante cualquier tentación o si viniera un geniecillo o duende de visita por la noche, unte su cuerpo con este bálsamo, y póngalo en sus ojos, y esparza incienso a su alrededor, y persígnelo con frecuencia con la señal de la cruz. Su condición mejorará.”
La hostilidad simbólica de la Iglesia hacia el derramamiento de la sangre supuso un tremendo freno para la cirugía, que permaneció hasta el siglo XV como una profesión despreciada. Su práctica quedó, casi exclusivamente, en manos de charlatanes, el título “peluquero-cirujano” es un vestigio cercano de esta situación. Con la aplicación de varias inmundicias aliviaban el dolor de las fracturas, tocando a un ahorcado se curaban las torceduras, el aliento de un burro expelía el veneno y frotando un diente de un muerto remitía el dolor de muelas.
En el fondo, los motivos de la hostilidad de la Iglesia hacia los médicos eran terrenales. Manejar las esperanzas de curación de las personas reportaba mucho poder e importantes “donativos”. El enorme desarrollo de las curas mediante los milagros y el fetichismo continuó siglo tras siglo. El agua en la que se había mojado el cabello de un santo era usada como purgante; el agua en la que había estado el anillo de San Remigio curaba la fiebre; el vino en el que habían estado los huesos de un santo curaba la locura; el aceite de una lámpara que fue prendida ante la tumba de San Galo curaba los tumores.
Los santos se convirtieron en especialistas. San Valentino curaba la epilepsia; San Cristobal, las enfermedades de la garganta; San Eutropio, la hidropesía; San Ovidio, la sordera; San Gervasio, el reumatismo; San Apolonio, el dolor de muelas; San Vito, San Antonio y una multitud de otros santos, los males que llevan sus nombres. Incluso en 1784 encontramos a las autoridades de Bavaria ordenando que cualquiera que haya sido mordido por un perro con rabia debía de inmediato rezar en el altar de San Huberto, y no perder su tiempo intentando curarse por vía médica o quirúrgica.
Los púlpitos respaldaban la eficacia de tales curas fetichistas. Entre las historias que recopiló el Arzobispo Jacques de Vitry para ser usadas por los predicadores encontramos la siguiente: “Dos mendigos vagos, uno ciego, el otro rengo, tratan de evitar acercarse a las reliquias de San Martín, llevadas a través de una procesión, para así no ser curados y poder seguir pidiendo limosnas. El ciego sube al rengo sobre sus hombros para guiarlo, pero quedan atrapados por la muchedumbre y resultan curados en contra de sus voluntades.”
Incluso los asuntos serios como las fracturas, los cálculos, y el parto dificultoso, fueron tratados mediante las reliquias. Cualquier huesecillo en manos de un buen charlatán podía generar grandes ingresos. Lo mismo ocurría con las reservas de aguas y los lugares de la tierra considerados sagrados. En Inglaterra y Escocia ha habido muchos centros sagrados. En Irlanda, ninguna parroquia se resistía a tener uno de ellos. Estos puntos de curación milagrosa proliferaban por toda Europa. Aun hoy en día son numerosas las personas que recurren a ellos.
No necesario suponer un engaño intencional en la totalidad de los casos, pero la sensatez y la casuística aconsejan cierta dosis de sano escepticismo. Por ejemplo, dos investigaciones judiciales diferentes sobre los milagros modernos en La Salette han mostrado sus orígenes empañados por el fraude. Así mismo, la reciente restauración de la Catedral de Trondhjem ha revelado el hecho de que los poderes curativos de su fuente sagrada (que durante mucho tiempo reportó grandes ingresos a aquel santuario) eran “asistidos” por “voces angelicales” que hablaban a través de un tubo en las paredes.
El argumento teológico era el siguiente: si el Todopoderoso se dignó a resucitar al muerto que tocó los huesos de Elisha, ¿Por qué no debería volver a la vida al paciente que toca en Cologne los huesos de los Reyes Magos que siguieron la estrella de la Natividad?. Si Naaman se curó sumergiéndose él mismo en las aguas del Jordan, y muchos otros introduciéndose en las aguas del Siloam, ¿Por qué todavía no deberían curarse los hombres en charcos o lagos? Si un hombre enfermo fue revivido por tocar las ropas de San Pablo ¿por qué no podría recobrarse otro enfermo tocando el santo sudario de Cristo en Treves, o la mortaja de Cristo en Bensacon?.
Y de todas estas preguntas viene inevitablemente aquella cuya lógica respuesta fue especialmente perjudicial para el desarrollo de la ciencia médica: ¿Por qué deberían los hombres buscar el desarrollo de la medicina científica y de la cirugía, cuando las reliquias, las peregrinaciones, y ritos sagrados, de acuerdo con una abrumadora masa de testimonios concurrentes, han curado y están curando multitudes de personas enfermas por todas partes de Europa?
Desde los principios de la historia europea los judíos han liderado la medicina. Las autoridades de la Iglesia, haciendo respetar el espíritu imperante de la época, fueron especialmente severas en contra de estos benefactores: los judíos médicos. Era considerado un insulto a la Providencia el hecho de que pudieran curar estos hombres que rechazaban abiertamente los medios de la salvación, y cuyas almas estaban innegablemente perdidas. Los frailes predicadores los denunciaban desde el púlpito, y las autoridades del Estado y de la Iglesia, con frecuencia y en secreto los consultaban mientras que abiertamente los proscribían.
Los Papas Eugenio IV, Nicolás V, y Calisto III prohibieron a los Cristianos emplear a los judíos. El Concilio de Trullanean en el siglo VIII, los Concilios de Beziers y Alby en el siglo XIII, los Concilios de Avignon y de Salamanca en el siglo XIV, el Sínodo de Bamberg y el Obispo de Passau en el siglo XV, el Concilio de Avignon en el siglo XVI, y muchos otros, prohibieron expresamente a los fieles de solicitar médicos o cirujanos judíos; grandes predicadores como John Geiter y John Herolt rugían desde el púlpito en contra de ellos y de todos quienes los consultaran.
Ya en el siglo XVII, cuando el Concilio Ciudadano de Hall, en Wurtemberg, le otorgó privilegios a un médico judío “debido a su admirable experiencia y habilidad”, el clero de la ciudad se unió en protesta, declarando que “era mejor morir con Cristo que ser curado por un doctor judío ayudado por el demonio”.
Aun así, obispos, cardenales, reyes, e incluso papas, insistieron en hacerse visitar secretamente por los médicos de la raza odiada.
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Por último, no podría dejar pasar esta oportunidad para saludar al Estado de Kansas en Estados Unidos por ponerse de pie en la defensa del pensamiento cristiano.
En Agosto 11 de 1999, luego de meses de encarnizado debate, la Junta de Educación del Estado pasó, con votación 6 a 4, el currículum estándar de Kansas para la educación de la ciencia. Los nuevos estándares aprobados no incluyen la Teoría de la Evolución en el currículum científico requerido ni en las materias estandarizadas para las escuelas públicas de Kansas.
“Si la evolución fuera cierta entonces la historia de Adán y Eva no sería verdad! Eso significaría que no hay “Pecado Original”. Todos los verdaderos cristianos sabemos la verdad literal de la historia de la creación depositada por Dios en el Génesis. Si esos pasajes mostraran ser falsos entonces la historia del Jardín del Edén, la caída de la humanidad y la alianza entre Dios y el hombre sería todo una mentira. Esto negaría la necesidad de la crucifixión y resurrección de Jesús. Si el Génesis no es históricamente exacto, entonces no habría caída del hombre y no se necesitaría de un Salvador. Si no nacemos con el “Pecado Original”, entonces las bases enteras del cristianismo serían falsas. ¡Nosotros sabemos que es ridícula tal idea!”
Rezamos para que Kansas siga adelante y restaure otras formas del “Verdadero Pensamiento Cristiano”. Recemos para que Kansas también prohíba la cirugía, recordemos que como cristianos, prohibimos abrir cuerpos humanos por centurias. Fue el trabajo de gente impía haciendo investigación, en contra del mandato de la Iglesia lo que hizo posible la cirugía moderna. Nosotros, como cristianos que no cuestionamos el mandato de Dios, debemos hacer nuestro mejor esfuerzo para impedir el progreso de la medicina.
Si Kansas puede mantenerse en el camino de la rectitud; podría convertirse en una Meca para los verdaderos cristianos. Quizás podríamos obtener que se detenga la enseñanza de la Astronomía. Recordemos con orgullo cristiano como conseguimos evitar que Galileo publicara su trabajo. ¡El dijo que la Tierra gira alrededor del Sol! ¿Realmente usted quiere que sus hijos crean eso? ¡Por supuesto que no!
La Escritura ve la Tierra como el centro del universo. Según Pedro, está fuera de lugar un Salvador “que vaya de planeta en planeta”. Ésta es la respuesta a la existencia de vida inteligente en otros planetas. Se debe renunciar siempre a las experiencias que no se ajustan a las enseñanzas de las Escrituras por falaces. ¡La Biblia tiene un monopolio sobre la verdad!
Nosotros como verdaderos cristianos, tenemos una orgullosa herencia que mantener y proteger. Si podemos colocar verdaderos cristianos detrás de cualquier cargo público, podríamos empezar otra Inquisición y colocar a la Humanidad en el camino correcto.
¡Bautizados por el agua o bautizados por el Fuego! es el lema de los cristianos verdaderos.
¡Gloria a Su Santo Nombre!