El diccionario académico y otros autorizados definen así la superstición: «Creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón». Definición que no comprende sólo la fe cristiana, por supuesto. Sabido es que las supersticiones se encuentran en otras muchas creencias, en quienes las practican. Por lo que atañe al catolicismo y a España sin limitación de autonomías, he aquí cómo la superstición va ganando terreno. Consecuencia de la secularización que vive nuestra sociedad no sólo por lo que atañe a la gente madura, sino muy especialmente a los jóvenes. El interesado en esto, lea -ABC del pasado día 7- el informe que llevó a cabo el Centro de Estudios de la Realidad Social de la Universidad Abat Oliba-CEU.No voy a resumirlo ahora. Me interesa considerar, esto sí, lo que en él se dice respecto a las supersticiones. Resulta que el 17 por ciento de los universitarios son indiferentes al hecho religioso; el 10 por ciento, agnósticos, y el 7, ateos. Como resumen, que la superstición gana terreno a la religión. Si tales porcentajes son graves, no lo es poco el hecho de que vengan a ser causa del auge de lo supersticioso en personas -¡universitarios!- que en modo alguno debieran proceder de modo contrario al razonar.

Suele creerse que sólo es supersticiosa la gente inculta. Errónea creencia como el aludido estudio expone. Las causas de la indiferencia, del agnosticismo y aún del ateísmo, pueden ser y son varias y respetables, tanto como muy personales. Lo que intelectualmente me parece poco respetable es la superstición, máxime en quienes se encuentran en una fase de su vida en la cual la razón es empleada cotidiana y sistemáticamente. El informe nos dice que «los jóvenes sustituyen la creencia en Dios por las supersticiones», lo que no es poco sustituir. Los motivos de credibilidad también son varios y muy personales. Si Dios fuera abarcable por la razón, no sería Dios. Pero la razón, con ser tanto, no lo es todo; y con ella actúan aquellas «razones del corazón» de que nos habló Pascal. Se puede creer o no creer, y no seré yo quien juzgue al incrédulo, aunque no comparta sus razones de incredulidad. Lo que me parece juzgable por del todo ajeno a la inteligencia y a la razón, es sustituir la idea de Dios por la creencia y la práctica supersticiosas.

Abjurar de lo espiritual en nombre de lo supersticioso no es precisamente algo digno de la vida mental que se le supone y se le debe exigir al universitario. Si en la Iglesia y en la vida religiosa el estudiante encuentra personales motivos de alejamiento, esto es cosa que no, no juzgaré. Pero que todo el contenido de una fe -afectivo, espiritual, mental- sea sustituido porque encontrarse con un gato negro…, o por suponer que existen ciertos espíritus… La Iglesia puede que no satisfaga a una mente bien dotada, pero que a esta mente se someta a las superticiones, que creen en videntes y echadores de cartas, en brujas…

Cabe preguntarse hasta qué punto la docencia religiosa es efectiva, pero no cabe menos preguntarse si la Universidad y antes la enseñanza media ofrecen una formación no sólo en saberes, sino en valores y en el buen uso de la inteligencia. Igual hay que interpelar a la familia, a la que no cabe escasa responsabilidad tanto en lo que atañe a una vida mental como a un vivir que en ningún caso sea contrario a la razón.

La progresiva indiferencia religiosa no sólo va en detrimento de lo espiritual. No deja de afectar a la inteligencia. ¿Un buen ingeniero supersticioso será siempre un buen ingeniero? Y lo mismo preguntar acerca de todo profesional, al que cabe exigir que proceda a favor de la razón, no en contra.

Fuente: http://www.abc.es/abc/pg050711/prensa/noticias/Catalunya/Catalunya/200507/11/NAC-CAT-055.asp