La Phoenix realizó dos zanjas, bautizadas como Dodo y Goldilocks, que quedaron luego unidas en una sola de unos 22 centímetros de ancho y 35 de largo. Cogió una muestra de terreno con la pala excavadora y la depositó en un pequeño horno para calentarla y analizar los vapores generados. La maniobra ha traído de cabeza a los ingenieros, porque la muestra se quedó apelmazada durante varios días en la rejilla que protege la entrada del horno. Por fin se logró que pasaran unos granos hasta el analizador. Los científicos creen que su exposición prolongada al Sol pudo eliminar cualquier rastro de agua.

El horno primero ha calentado la muestra hasta 35 grados centígrados y luego hasta 175 grados, con resultado negativo en cuanto a agua en ambos casos. Ahora, el plan es elevar la temperatura hasta los 1.000 grados, para ver si se vaporizan minerales que pudieran tener algún enlace con el agua, lo que se interpretaría como indicio de que el terreno allí ha estado en contacto con ella.

Mientras tanto, los científicos están también intrigados con un material brillante que se ve en las imágenes que toma la sonda Phoenix donde ésta ha excavado, pero de momento no saben si es hielo o sal.