¿Qué tipo de religiosidad se impondrá en la sociedad del futuro: si la visión tradicional de Dios, basada en las comunidades religiosas; o bien la espiritualidad personalista, la religión a medida. ?

Jesús Bastante. Epoca

En su último número, el semanario alemán Geo Wissen publicaba una encuesta en la que, entre otros resultados, se comprobaba cómo el 37 por ciento de los católicos de ese país consideraba al Dalai Lama la persona viviente más sabia, frente al 19 por ciento que citaba a Juan Pablo II. Del líder tibetano se destacaba su profunda espiritualidad, en contraposición con la cultura occidental, históricamente conformada a través del Cristianismo.

La situación alemana puede ser extrapolada a cualquier país europeo, donde las culturas tradicionalmente cristianas o impregnadas de tradiciones religiosas milenarias se tambalean y comienzan a dejar paso a una nueva espiritualidad, caracterizada por una religiosidad netamente personalista, una “religión a la carta”, como en numerosas ocasiones la ha definido Juan Pablo II. Frente a lo que opinaba Nietzsche, Dios no ha muerto, y el hombre continúa anhelando un profundo deseo de trascendencia, una creencia en el “más allá”. Lo que sí ha cambiado es el modo de acercarse a la divinidad, en una suerte de giro desde el paradigma de una confesión religiosa estructurada en mandamientos y jerarquías hasta una especie de dios personal. Esta ruptura entre el Evangelio y la cultura, simbolizada en la crisis entre fe y razón, ha servido de caldo de cultivo a ciertos movimientos, conocidos como “New Age”, que plantean una nueva concepción del hecho religioso y que han visto acrecentada su popularidad con el paso del milenio y los trágicos acontecimientos del 11-S.

Secularización de la sociedad

En el Plan Pastoral de la Conferencia Episcopal para el próximo cuatrienio, aprobado hace pocas fechas, los obispos españoles reconocían la “interrupción de la transmisión de la fe cristiana en amplios sectores de la sociedad” europea, donde la Iglesia, tras el desgaste de los cauces tradicionales de evangelización (la familia, la escuela y la sociedad), no encuentra el modo de llegar a las nuevas generaciones. “Se está perdiendo el sentido de lo sagrado -afirmaba el Episcopado- y crece una tendencia a la secularización de los ámbitos, signos y símbolos sagrados”, junto a la idea de una relación directa con Dios “sin la mediación eclesial”. Un ejemplo de ello es el espectacular auge de los libros de autoayuda o conocimiento de uno mismo (autores como Paulo Coelho se han ubicado en lo más alto del ranking de ventas), o las escuelas de meditación o relajación, así como los centros de espiritualidad budista, taoísta o Zen. Por su parte, cada vez son más los que declaran creer en Dios “pero no en la Iglesia”, cuestionando a las religiones tradicionales, sobre todo en lo referente al sexo, y postulando la importancia de la conciencia personal a la hora de tomar decisiones acerca de lo trascendente.

En Europa, este fenómeno ya ha producido serias consecuencias, como el silencio respecto al papel de las religiones en la conformación del Viejo Continente: de hecho, en la Carta Europea de Derechos Fundamentales (germen de la futura Constitución de la UE) no aparece la palabra “Dios”. Incluso, un reciente informe del Consejo Europeo acusaba a las religiones tradicionales de postular doctrinas favorables a la violencia, frente a la tesis de los representantes de las principales confesiones del mundo reunidos en Asís, donde por vez primera se acordó que “nunca más la religión sea utilizada como excusa para la violencia”.

Católicos, pero no practicantes

En nuestro país, los últimos datos reflejan que la inmensa mayoría de los españoles (el 82,1 por ciento) se declaran católicos, por un 10,2 de no creyentes, un 4,4 de ateos y un 3,3 que pertenecen a otra confesión religiosa. España continúa siendo un país eminentemente católico. Sin embargo, apenas el 22 por ciento de los ciudadanos acude a misa regularmente, mientras que el porcentaje de los que nunca o casi nunca asisten a las celebraciones eucarísticas asciende al 46,4. Es decir, una Iglesia creyente pero no practicante, y es precisamente esta segunda cuestión la que más preocupa a los obispos españoles, quienes en privado admiten que “podemos llegar a ser minoría”.

En el citado Plan Pastoral se reconoce que el actual contexto cultural resulta muy difícil para la evangelización. “La cultura moderna -se lee- presenta un rostro radicalmente arreligioso, en ocasiones anticristiano y con manifestaciones públicas en contra de la Iglesia”. Esta postura, a juicio de los obispos, se plasma en la denominada “cultura de la muerte”, basada en legislaciones favorables al aborto, la eutanasia, la equiparación de las parejas de hecho al matrimonio o la “marginación de la religión” en las escuelas. Datos recientes muestran que el 76,1 de los escolares pedía la clase de Religión, un 2,3 menos que el curso pasado y muy alejado del 85 por ciento de principios de la década de los 90. “Se da una situación de nuevo paganismo: el Dios vivo es apartado de la vida diaria, mientras los más diversos ídolos se adueñan de ella”, afirma la Conferencia Episcopal.

Despertar de lo religioso

La crisis de fe que padece la sociedad europea ha sido analizada por el Consejo Pontificio de la Cultura, quien en su documento Para una pastoral de la cultura señala que “el ‘despertar’ de lo religioso en Occidente se trata más de un regreso del sentimiento religioso que de una adhesión personal a Dios en comunión de fe con la Iglesia”. Aunque también alude a otra realidad, más atenta a la dimensión religiosa y sagrada del hombre y que podría estar protagonizada por los Nuevos Movimientos o la religiosidad popular, el organismo vaticano reconoce que este repunte de la religiosidad va más hacia “volverse a otras religiones, o incluso ceder a la invitación de las sectas y hasta a las ilusiones del ocultismo”.

La cultura secularizada que caracteriza a las sociedades occidentales, “surgida en países de antigua tradición cristiana”, como apunta el documento vaticano, “guarda aún la huella de sus valores fundamentalmente cristianos que han impregnado la cultura en el curso de los siglos”. Por ello, la tan citada búsqueda de “la dimensión espiritual de la vida”, el “retorno a lo religioso”, encierra para la Iglesia “un desafío y una invitación”, que los cristianos deben saber afrontar en todos los ámbitos de la vida, desde el arte al tiempo libre, pasando por la política, el ecologismo, la educación, la ciencia, la filosofía o la bioética.

Sin embargo, a veces da la sensación de que son los propios cristianos quienes “dejan solos” a los jerarcas de la Iglesia en su defensa de los valores cristianos. “En la actualidad -apuntan los obispos españoles-, en medio de la cultura secularizada muchos no saben cómo orientar la vida, el trabajo o el apostolado en sentido verdaderamente cristiano. Así, por ejemplo, la insuficiente defensa del matrimonio y de la familia es un exponente destacado de este tipo de carencias. Algo semejante se podría decir respecto a la presencia en la vida pública en sus múltiples expresiones”. En este sentido, la Iglesia observa un “sentimiento de inferioridad y marginación que experimentan algunos católicos adultos, incapaces de mostrar públicamente su identidad católica con sencillez y sin miedo”. Aquí surgiría una cuestión de difícil solución: ¿dónde están los intelectuales, artistas, políticos o empresarios católicos? ¿Se ha reducido la fe al ámbito privado?

Secularización interna

Finalmente, la Iglesia española también reconoce una “secularización interna”, que se plasma en “la débil transmisión de la fe a las generaciones jóvenes; la disminución de vocaciones para el sacerdocio y para los institutos de vida consagrada; o el cansancio e incluso desorientación que afecta a un buen número de sacerdotes, religiosos y laicos”. Casos como los de los curas de Ituero o Valverde del Camino vienen a apoyar esta preocupación, que aumenta al comprobar que en la última década ha descendido un 13 por ciento el número de los seminaristas, o cuando se habla del “invierno vocacional” en la vida religiosa de nuestro país.

Ante este panorama, resulta fácil aseverar, junto a Karl Rahner, que “el siglo XXI será religioso o no será”. La dificultad, entonces, radica en conocer qué tipo de religiosidad se impondrá en la sociedad del futuro: si la visión tradicional de Dios, basada en las comunidades religiosas; o bien la espiritualidad personalista, la religión a medida. Dilucidar esta tesitura será, sin duda alguna, uno de los principales retos a asumir por las iglesias en los próximos años.