La forma de la nariz de Charles Darwin estuvo a punto de impedirle embarcar en el Beagle el 27 de diciembre de 1831. Robert Fitz-Roy, comandante del barco, practicaba la fisiognomía, según la cual la cara es el espejo del alma y es posible deducir la personalidad de un sujeto por los rasgos de su rostro. Y al militar algo no le debió gustar del carácter del naturalista tras verle la nariz, según cuenta este último en su Autobiografía (1887): “Más tarde, cuando tuve una relación muy estrecha con Fitz-Roy, oí decir que había estado a punto de ser rechazado ¡debido a la forma de mi nariz! Fitz-Roy era ferviente discípulo de Lavater y estaba convencido de que podía juzgar el carácter de una persona por el perfil de sus rasgos; y dudaba de que alguien con una nariz como la mía poseyera energía y determinación suficiente para el viaje. No obstante, pienso que, luego, se sintió muy satisfecho de que mi nariz hubiera hablado en falso”. Si usted cree que en la actualidad no sería posible que a uno le condenaran por la cara -como estuvo a punto de pasarle a Darwin-, está muy confundido. El País Semanal (EPS) apuesta hoy por la fisiognomía, por el determinismo, por que la genética nos condena a ser como somos y no tenemos posibilidad de ser de otro modo. ¿O sí? Si nos sometemos a cirugía estética y nos cambia la cara, ¿nos cambia el carácter? ¿Es Belén Esteban ahora una mujer totalmente diferente a la que era antes de someterse al último remozado total?

Ya en serio, el reportaje “El rostro del poder”, que publica EPS y firma Juan José Millás, es un insulto a la inteligencia no tanto por lo que dice el autor como por los perfiles psicológicos obra de los expertos

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