«¿Qué realidades conoce el alma investigándose a sí misma? Es improbable que Sócrates hubiese pensado que el conocimiento de nosotros mismos nos hiciese conocer cualquier cosa que existe con independencia de nosotros, como por ejemplo, las leyes del movimiento natural. Para ese mundo, el natural, y en neta oposición con Heráclito y los primeros pensadores, Sócrates tuvo un interés bastante secundario. Le preocupaba casi exclusivamente lo que “ocurría al interior de los muros de su ciudad” y, dentro de esa preocupación, el bien común, como búsqueda permanente. La preocupación de Sócrates es casi exclusivamente ética, no cosmológica. Pero lejos de contraponer el bien subjetivo —individual— al bien común, Sócrates muestra —y lo hace en forma sublime en el proceso levantado en su contra— que el bien individual sólo es posible sobre la base del bien común, es decir, en la sujeción racional de la conciencia a la exigencia objetiva del bien, exigencia de la cual se desprenden y en la que se fundamentan los bienes individuales.

El conocimiento del bien y de sus exigencias es la verdad que hace posible los actos buenos. Así el alma que procede injustamente —para hacer primar ‘su bien’ (un bien privado) sobre el Bien—, rompe la armonía común y, el mal, necesariamente, caerá luego sobre ella. Y como nadie, salvo un demente, desea su propio mal, quien hace el mal a un particular o a la ciudad, no sabe lo que hace. La causa del mal es la ignorancia. Conocido el bien no cabe sino practicarlo. Debemos concluir que el conocimiento nos libera del mal y que el sabio tiende hacia eso».

Breve historia de la Filosofía (1997)
[Extracto del libro escrito por Humberto Giannini]

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