La teoría de la combustión humana por consumir alcohol en exceso fue incorporada al saber médico sin que, al parecer, hubiera ninguna objeción.

Que un borracho pudiera ser consumido por las llamas no les parecía improbable a los médicos de los siglos XVII, XVIII y XIX, los cuales estaban dispuestos a aceptar las hipótesis y teorías más extrañas.

Por ejemplo, se creía que algunos borrachos alcanzaban su ardiente fin cuando un eructo o una ventosidad inflamable por el alcohol que emanaba de su cuerpo se incendiaban junto a una vela encendida y la llama se resistía a todos los intentos por apagarla.

Durante esa época, la mayor parte de los escritores se basaban en la simple hipótesis de que la saturación de alcohol hacía que el cuerpo que lo ingería fuera inflamable, pero el fisiólogo francés Fontenelle puso en tela de juicio esta teoría cuando trató de incendiar trozos de carne que había dejado inmersos en alcohol y vio que no se quemaban.

Diversas y curiosas tesis doctorales se dedicaron a este tema, como la del médico alemán de finales del XIX Adrian Hava, que administró una copita de brandy tres veces al día, durante catorce meses, a doce gallos jóvenes. Al final del experimento sus esperanzas no se cumplieron, ya que ninguno de ellos se convirtió en pollo asado…
… aunque seguro que consiguió perfeccionar la receta del pollo al coñac

Otras teorías ya traspasaban el terreno médico para buscar una explicación en un origen más “divino”. Así, distintos movimientos en pro de la temperancia consideraron la combustión humana espontánea como una oportunidad que Dios daba para hablar con los innumerables alcohólicos que había en los comienzos del siglo XIX, considerándola como una muestra anticipada de los “tormentos infernales” que les esperaban en el otro mundo.

Aparecieron numerosas publicaciones contando casos supuestamente verídicos.

Por ejemplo, bajo el encabezado “¿Fuego, fuego! ¡La sangre en llamas!” el número de febrero de 1863 de la revista Pennsylvannia Temperance Recorder narraba la historia de un borracho que se sometió a una sangría: le extrajeron medio litro de sangre a la cual prendieron fuego y que ardió con una viva llama azul ante el horror del desdichado paciente…

En Alemania la gente común tenía gran fe en el estiércol líquido como preventivo de la combustión espontánea. Cuando un jornalero de pocas luces o un tonto de pueblo se consideraba en peligro de estallar en llamas espontáneas después de una buena borrachera, se llenaba la boca con estiércol líquido y agua fangosa. Esta cura tan absurda incluso apareció en un estudio serio sobre el abuso de alcohol en 1838, del médico alemán Carl Rösch.

La medicina popular escandinava recomendaba una sustancia aún más insólita para extinguir las llamas espontáneas: la orina humana, preferentemente de mujer, vertida en la boca llameante del borracho.

Relacionado con esta original “cura” de la combustión espontánea con orina, existe un curioso caso documentado que acabó trágicamente, pero no para el borracho, sino para quien trató de curarle al suministrarle tan absurdo “remedio”:

Sucedió en el pueblo de Gauland, en Telemark (Noruega). Su párroco protestante, de nombre Gampe-Saevri, abandonaba la iglesia después del servicio dominical cuando vio a un hombre borracho tendido sobre el césped de la iglesia, con la llama azul de la combustión espontánea brotando de su boca abierta.

El párroco filantrópico, que deseaba salvar la vida hasta de aquel intemperante que nunca asistía a la iglesia “orinó sobre el hombre para apagar la llama”.

El paciente fue despertado rudamente de su estupor alcohólico por este tratamiento, y como no sabía nada de la terapia al uso para combatir la combustión espontánea, se sintió muy agraviado. La congregación se puso de parte del borracho y Gampe-Saevri tuvo que correr para salvar su vida. El párroco logró llegar hasta un bote de remos pero la muchedumbre vociferante lo siguió en otros botes.

Tras una cacería furiosa por tierra y por mar, el desdichado párroco fue matado a golpes que le propinaron con los candelabros del altar de su propia iglesia.

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