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Uno de los eventos que mayor entusiasmo provocan en los devotos de lo paranormal es la Combustión Humana Espontánea (CHE). Un cuerpo humano, vivo o no, espontáneamente comienza a arder, sin que se conozca el motivo, hasta consumirse casi por completo. A pesar de lo extraño que puede parecer, desde el siglo XVII hasta hoy se han documentado decenas de casos de Combustión Humana Espontánea. ¿Tiene la ciencia una explicación satisfactoria para este evento?

La Combustión Humana Espontánea (CHE, aunque muy frecuentemente se la cita como SHC, por Spontaneous Human Combustion), es uno de los eventos favoritos de los que se hablan en las reuniones de aficionados a lo paranormal. Por lo general, un evento CHE consiste en una víctima que, de forma inesperada, estalla en llamas. El fuego aparece bruscamente y sin que haya una causa evidente del origen del mismo. Suele afirmarse que es muy intenso pero extremadamente localizado y que, en muy poco tiempo (minutos o incluso segundos), destruye casi por completo el cuerpo, que queda reducido a un pequeño montón de cenizas grisáceas. Todo ocurre tan rápido que, en general, la víctima no tiene siquiera posibilidad de pedir o de recibir alguna clase de ayuda de otra persona.

Una de las cuestiones más inquietantes que condimentan las historias relacionadas con la Combustión Humana Espontánea es que los objetos ubicados en al proximidad del cuerpo que arde resultan casi siempre indemnes, incluyendo algunos tan combustibles como muebles de madera, periódicos o incluso cajas de cerillas. En algunos casos, ni siquiera la ropa que viste la persona en el momento de entrar en combustión resulta totalmente quemada. Otra particularidad de esta clase de eventos es que el fuego parece concentrarse en tórax de la víctima y, por lo general, las piernas, los pies y en ocasiones los brazos, son relativamente poco dañados. En el lugar del hecho suele encontrarse una capa hollín grasiento depositada sobre las paredes y el techo.

El primer caso registrado data de 1673. Un ciudadano de París, cuyo nombre no ha sido incorporado a los anales de la historia, “fue reducido a una pila de cenizas y unos pocos huesos de los dedos, pero la cama de paja en la que murió quedó intacta”, tal como cita Garth Haslam en su libro Spontaneous Human Combustion: Brief Reports in Chronological Order. Todo resulta tan impresionante que, como no podría ser de otra forma, Hollywood ha utilizado la CHE como parte del argumento de muchas películas.

Si bien el origen de las llamas, que aparecen espontáneamente, puede ser a priori bastante difícil de explicar, más complicado aún resulta que un cuerpo se queme hasta quedar reducido a cenizas. El cadáver de una persona es muy difícil de quemar ya que -recordemos- el 70% de nuestro organismo no es otra cosa que agua. Podemos tomar como referencia lo que ocurre dentro de un horno crematorio: dispositivos que, aun funcionando a temperaturas comprendidas entre los 760 y los 1100 °C a lo largo de dos a tres horas, no logran destruir por completo un cadáver. En estos hornos queda, en general, algunos kilogramos de residuos sólidos y trozos de huesos que necesitan ser sometidos a un tratamiento del tipo mecánico para integrarlos con las cenizas. Lógicamente, todo esto conspira para que la gente se imagine fuerzas oscuras y aterradoras como causa del fenómeno.

Sin embargo, y por difícil que parezca, la mayoría de los casos de Combustión Humana Espontánea (al menos los que están correctamente documentados) tienen una explicación satisfactoria desde el punto de vista científico. Cuando decimos “correctamente documentado” estamos descartando aquellos casos que solo contienen información de segunda, tercera o cuarta mano, y muy vaga. Lo primero que hay que destacar es que nadie jamás vio una persona comenzar a arder espontáneamente. A lo largo de la larga historia de este fenómeno, siempre se han reportado casos en que la víctima está sola y -en consecuencia- no hay testigos. El efecto existe, y hasta se ha reproducido a voluntad, utilizando cadáveres de animales, pero jamás el fuego comienza sin un agente externo.

Uno de los casos históricos más recordados es el que ocurrió a la condesa Cornelia Di Bandi de Cesena, de 62 años de edad, en 1731. Los restos de esta mujer fueron descubiertos por su doncella, en el piso de su dormitorio, cuando fue a despertarla por la mañana. La condesa había sido reducida a una pila de cenizas “grasientas y malolientes”, pero sus piernas y los brazos estaban prácticamente intactos. Las paredes de la habitación, como ocurre casi siempre en estos casos, estaban cubiertas de hollín, y la cama que se encontraba en el cuarto no había sufrido daños. En el piso se encontró una lámpara de aceite vacía, también cubierta de cenizas. Este caso se hizo famoso al ser citado posteriormente por Charles Dickens, y contiene prácticamente todos los elementos que luego se repetirán (una y otra vez) en casi todos los casos de combustión humana espontánea.

A lo largo de los siglos XVIII y XIX hubo pocos casos de CHE. A mitad del siglo XX, la combustión humana espontánea fue puesta nuevamente sobre el tapete a partir del caso de Mary Reeser, que tuvo lugar en St. Petersburg (Florida) el 2 de julio de 1951. La señora era una viuda de 37 años de edad, bastante obesa, que fue encontrada reducida a cenizas. Lo único que se mantenía en pie era… su pie izquierdo (je). También se habían quemado el sillón donde estaba sentada y una mesa y lámpara cercanas. El resto del departamento no sufrió daños. Un detalle interesante fue aportado por su hijo: la noche anterior Reeser tomó dos cápsulas de Seconal (un barbitúrico) y fumaba un cigarrillo. El caso se conoció como “el misterio de la mujer-ceniza”, y el reporte policial determinó que “una vez que el cuerpo empezó a arder, la casi completa destrucción ocurrió por la combustión de sus propios tejidos grasos”.

En casi todos los casos registrados, la combustión espontánea ocurre dentro de lugares cerrados. Generalmente en el dormitorio de la víctima, que se encuentra sola (y ha permanecido así durante varias horas). Nunca se han reportado testigos, y nadie ha llegado en el instante preciso para ver a la persona arder. Las quemaduras son mucho más severas que en un incendio normal, y casi siempre las víctimas terminan reducidas a cenizas. Además, las quemaduras por Combustión Humana Espontánea no se distribuyen uniformemente en el cuerpo. Los objetos situados alrededor suelen quedar relativamente indemnes, aunque los que se encuentran un metro o más por el nivel del piso (como las tapas plásticas de los interruptores eléctricos), son los que resultan más dañados. Y, como dijimos, el piso, techo y paredes de la habitación están frecuentemente cubiertos por una capa de “un hollín grasiento y maloliente”.

Las víctimas también constituyen un grupo con características interesantes. La gran mayoría son mujeres, casi siempre obesas o con sobrepeso. Una gran proporción son alcohólicas, de edad avanzada o con enfermedades crónicas. Muchas de las víctimas son fumadoras, y fumadoras de hábitos desordenados. Da la impresión que son personas que naturalmente poseen un gran riesgo de morir, ya sea por combustión o por cualquier otra causa.

La mitología que rodea la SHC dice que la víctima estalla en llamas bruscamente y que es consumida en un lapso de tiempo muy corto. Sin embargo, la ausencia de testigos contradice este hecho. Es posible que los entusiastas de la combustión consideren como prueba de esto que la víctima no llega a pedir ayuda, pero si la persona que va a ser quemada se encuentra alcoholizada o inconsciente por culpa de los barbitúricos, o cualquier otra causa, es altamente improbable que pueda pedir auxilio de modo efectivo. En caso de que logre pedir ayuda y ésta llegue a tiempo, descubriendo por ejemplo que la persona estaba fumando en la cama, es obvio que nadie pensará en Combustión Humana Espontánea.

Una de las teorías más aceptadas que pueden explicar la Combustión Humana Espontánea es el “efecto mecha”. En ella, la ciencia afirma que una persona puede resultar completamente quemada utilizando su propia grasa corporal como combustible, luego de que ha sido encendida de forma intencional o por accidente. El cuerpo humano vestido es básicamente una vela en la que la fuente de combustible (grasa) está dentro y mecha (las ropas de la víctima) en el exterior. Al comenzar la combustión, se produce un suministro constante de combustible originado en la grasa que se derrite y empapa las ropas. Las cadenas hidrofóbicas contenidas en la grasa animal contienen una gran cantidad de energía.

La BBC utilizó un cerdo muerto envuelto en una manta como “modelo” para probar la teoría del efecto mecha. Colocaron el animal dentro de una habitación simulada y se vertió una pequeña cantidad de combustible sobre la manta para que actúe como acelerante. Una vez encendida, los investigadores registraron una temperatura de unos 800ºC que se mantuvieron a lo largo de todo el experimento. A medida que las llamas quemaban la piel del cerdo, su grasa subcutánea se derretía y escurría hacia la manta. El mobiliario de alrededor no sufrió prácticamente daños, aunque el calor alcanzó a fundir la carcasa de plástico de un televisor situado sobre un mueble. El fuego, apagado de forma manual para dar final al experimento, duro más de 7 horas, a lo largo de las cuales la mayor parte del cuerpo del cerdo había sido reducido a cenizas.

La BBC demostró que las llamas nunca superaron los 50 centímetros de alto, por lo que el fuego no afecto los muebles cercanos. El fuego, a pesar de su relativamente baja temperatura (menor a la de un horno crematorio), ardió durante un largo período de tiempo al ser alimentado por la propia grasa corporal de la “víctima”. Además, explica por qué los electrodomésticos situados sobre algunos muebles se queman: el fuego calienta continuamente el aire y produce una corriente de convección, lo suficientemente caliente como para derretir plástico.

El mito de la Combustión Humana Espontánea es uno que muestra lo sencillo que resulta crear una fábula paranormal. Basta con suprimir algunos datos y falsear, exagerar e interpretar sesgadamente otros. Como diría Mulder, “la verdad está afuera”, pero a veces es más cómodo inventarse una que molestarse en buscarla. Una verdadera lástima.

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