Una crítica severa a este autor.

He de confesarles que llevo practicando yoga desde hace muchos años. La sensación es más o menos similar a un onanismo mental bien merecido después de un largo día de estudios: te relajas sobremanera, estiras el cuerpo y aprendes posturas sexuales que quizás ponga en práctica cuando me case. Mas las charlas finales por parte de la instructora son de los más divertido debido a que siempre terminamos discutiendo de temas esotéricos y la imposibilidad de que algunas de esas cosas sucedan. Me explico de una manera más clara: en una ocasión, después de terminar una meditación, la profesora nos hablaba de un hombre que le diagnosticaron un cáncer incurable. Siendo un hombre desquiciadamente impulsivo, se convirtió en asceta y se aisló en una montañas alimentándose únicamente de pasto. Cuando transcurrieron varios meses (y viendo que allá en las formaciones rocosas no tenía acceso a Sky) regresó a la ciudad y reclamó a su oncólogo de cabecera el mal diagnóstico que se le había realizado. Terminado este relato, la profesora nos habló sobre las ventajas de tener contacto con la naturaleza no sin antes observar llena de orgullo la cara de sorpresa de sus alumnos en posición de flor de loto… O bueno, la cara de sorpresa de casi todos. No resistí la tentación de levantar la mano para decir: querida teacher, ese relato ha de ser falso: el pasto tiene celulosa como carbohidrato principal y nosotros los humanos no tenemos en nuestro estómago la enzima necesaria para degradarlo. Por lo tanto, ese hombre nunca jamás habría sobrevivido a tal situación.
   Días después, dicha instructora, buscando desesperadamente la manera de convencerme, me regaló un librito de yoga que según ella cambiaría mi vida para siempre. Con gusto acepté tan noble presente contestando con la famosa frase de Groucho Marx: …fuera del perro, un libro es posiblemente el mejor amigo del hombre, y dentro del perro, quizás está muy oscuro para leer.
   Ya en casa, al hojear y poner en práctica algunas posturas, me di cuenta que el librín contenía una extraña maraña de conocimientos de la filosofía yoga (uno de los seis sistemas del hinduismo) entrelazado infumablemente con consejos estrictamente cristianos que de alguna manera intentaban apabullar permanentemente al lector. A decir verdad, quedé algo decepcionado por los pobres tips de un texto que se anunciaba como algo trascendental, y más cuando me recomendaba como practicante de yoga que solamente debía comer una vez al día puro arroz (no hay oportunidad de estrellar un huevito) y que debía practicar una postura en la que mi corazón se me desviara a la altura de mi pezón derecho para obtener la paz celestial (el autor menciona que en algunas posturas el corazón se desvía a ciertas partes del cuerpo sin ninguna protección, olvidándose que hay una cosa anatómicamente muy eficiente llamada costilla que evita eso).
   Para serles sinceros, le apliqué al libro la técnica Homer Simpson al cerrarlo y arrojarlo a la chimenea encendida. Hay muchos textos que se anuncian como lo mejor de lo mejor y a la mera hora, terminan siendo una especie de interpretaciones personales de las cosas que pueden resultar contraproducentes a la hora de intentar incitar al cambio. Eso es lo que sucede precisamente con los libros de Carlos Cuauhtémoc Sánchez.
   Revisando algunos textos de este autor me doy cuenta que todavía falta mucho por hacer a la hora de eliminar los prejuicios existentes en una sociedad en cuanto a la sexualidad. Y precisamente, el libro que más me preocupa de Carlos Cuauhtémoc Blanco (un nombre que me parece vendería todavía más libros) es Juventud en Éxtasis 2.
   Pero empecemos por el principio, ¿qué tiene este y los demás libros que no me cuadra? Lo principal es su ideología claramente de ultraderecha con la que educa a sus seguidores sobre temas tan fundamentales de una manera tan decimonónica. Hay un interés por que los jóvenes no disfruten su sexualidad y únicamente ubiquen las relaciones coitales como producto de una familia destinada exclusivamente a procrear nuevos seres humanos. Con esto no pretendo afirmar que todo el libro es malo: posiblemente existen algunos elementos rescatables que pueden ser de gran utilidad para muchos adolescentes. Pero como esta columna es de crítica, voy a mencionar los puntos más cuestionables que este volumen en especial contiene.
   En la sección sobre embarazos no deseados, el autor me parece que confunde a la mujer con una incubadora ambulante sin alma ni sentimientos que requiere ayuda urgentemente. Su crítica va de esta manera: Al abortar no se le brinda al pequeño ni una sola posibilidad de salvarse. Abortar es peor que tirar a un hijo a la basura, pues en este último caso tan siquiera se le da la oportunidad de vivir si alguien lo encuentra. Abortar resulta la opción más cobarde. A diferencia de lo que planeta el autor y como se ha estipulado en la ley, debe haber un límite en cuanto al tiempo óptimo para llevar a cabo el aborto. Deben evaluarse todas las posibilidades, pero me parece que la mujer es un ser humano con sentimientos y criterio propio que tiene la decisión final sobre su cuerpo. A diferencia de esto, el autor termina haciendo menos a las mujeres que han recurrido a esta opción con un argumento discriminatorio más parecido al de un niño de preescolar que al de un especialista en el tema: Lo injusto de los seres humanos es que muchas mujeres abortistas tienen decenas de pretendientes, mientras las mujeres verdaderamente valiosas están solas.
   Con respecto a la masturbación, el autor crea una dicotomización un tanto confusa al señalar cuándo es buena y cuándo es un vicio. Menciona: …existen dos tipos de masturbación: una, llamada filtro, totalmente inocua, y otra, llamada vicio, que arrastra a la persona a un círculo de problemas sexuales. Sin embargo, mientras una es emergente e inocua, producto de confusión sexual o decepción no superada, la otra está acompañada de pornografía, aventuras fugaces (aquí me parece que el autor no sabe diferenciar entre masturbación como la estimulación de los genitales para obtener placer y una aventura donde se involucra una actividad sexual con otra persona), disfunciones, desviaciones… A lo largo del capítulo y en general, percibo al autor como una persona que aún pretende creer que la masturbación es sinónimo de desorden en vez del recurso de las personas que aún no han empezado una vida sexual activa o que en ausencia de la pareja, les permite eliminar la tensión y proveerse de placer (Por ahí dicen los médicos que hacerse una chaqueta ayuda a evitar la incidencia de cáncer de próstata). Tal parece que la visión errada del autor no se adapta a los nuevos descubrimientos y a su vez indica que desea solamente proyectar sus propios dogmas sobre el asunto: El vicio de la masturbación es difícil de erradicar. No fomenta hogares sólidos ni relaciones conyugales armoniosas. Normalmente resulta frustrante para el cónyuge descubrir que su pareja obtiene placer a solas. Y remata: Preguntamos de nuevo: ¿sería sensato ponerle un freno? La respuesta es sí (las negritas son de Sánchez).
   En la sección sobre vida sexual con varias parejas, Carlos Cuauhtémoc Blanco ignora la eficacia del condón para rematar diciendo que toda promiscuidad irremediablemente llevará al padecimiento de enfermedades de transmisión sexual. Independientemente de la vida sexual que cada cual lleve, me parece necesario recalcar que el condón, si se usa correctamente, evita embarazos no deseados y enfermedades de transmisión sexual. Parece ser que las estadísticas, si son malinterpretadas, dan al público una idea completamente equivocada de la información original. Al escuchar aquello de “el condón no es 100% seguro, sino 99%”, irremediablemente llevará a algunas personas a evitar su uso. Sin embargo, hay estudios que confirman su gran efectividad y la recomendación directa es utilizarlo como recurso eficiente de una sexualidad responsable. A pesar de esto, el autor no sólo no entiende esto, sino que proclama a los cuatro vientos sus propios prejuicios e ignorancia: El concepto tan de moda llamado “sexo seguro” no es más que una campaña publicitaria para el uso de condones. Los condones funcionan sólo como solución superficial y temporal. Pero la plaga sigue ahí, fortaleciéndose, multiplicándose en silencio, en medio de los lirios de la corrupción social.
   Los prejuicios ante la homosexualidad están a la orden del día. Mientras una y otra vez se ha visto que la gente denominada gay forma su propia familia a lado de una pareja, trabajan, son eficientes, y sobre todo, son seres humanos comunes y corrientes, hay campañas provenientes de los sectores más radicales que aseguran que esa preferencia sexual es una aberración de la naturaleza. Un gran sector de la población opina que las preferencias por el mismo sexo son adquiridas y que por lo tanto, se pueden tratar de muchas maneras, a diferencia de los estudios que indican que se nace con esa condición. En este sentido, el autor no se queda atrás al ignorar la información proveniente de los sexólogos expertos; arguye: La conducta invertida no es una enfermedad; por lo tanto, no puede curarse. Es una conducta aprendida y sólo puede ser tratada psicológicamente. Y no sólo nos argumenta esto, sino que con un grado de discriminación brutal, el autor continua diciendo al lector que la gente con otro tipo de preferencias están mal: Para que un alcohólico o drogadicto se rehabilite, el primer reto es que su egocentrismo se quebrante y reconozca que desea dejar el vicio. El principal problema de los homosexuales es que su ego es más duro que el de los alcohólicos. No reconocen estar mal. Y finaliza: Necesitan comprensión, pero no apoyo.
   Esta serie de prejuicios producto de una brutal ignorancia e inhumanidad por parte del autor, generan una gran preocupación y dan motivo para reflexionar. Un señor que se sienta a escribir panfletos discriminatorios (no me atrevo a llamarlo escritor: su prosa es pésima) con el maquillaje de un libro de superación personal no debería vender tantos libros como lo hace, y sin embargo, sus ventas son altísimas. Muy posiblemente estos boletines pseudocientífcos peguen duro a más de un millar de personas, pero a final de cuentas, me alegra saber que la gente homosexual vive sus vidas pese a las críticas; que muchos adolescentes, pese a los prejuicios, siguen practicando la masturbación como sinónimo de autoplacer; que muchas mujeres prefieren ahora decidir sobre sus cuerpos gracias a que por ley el aborto ya es legal (por lo menos en la ciudad de México), etc. Como me expresaba un compañero gay la otra vez: Aunque toda esa pléyade de cerrados me prohíban usar el condón y me digan que soy una aberración de la naturaleza, no hay nada mejor que escuchar a tu novio gritar de placer sabiendo que estás llevando tu sexualidad de una manera responsable y sana.
Carlos Cuauhtémoc Blanco
Un libro para regresar al siglo XIX