Tras veintisiete entregas, el lector ya debe saber de qué va Bajas Vibraciones. No busca ofender ni lastimar a nadie, pero hay que reconocer que se pueden producir este tipo de efectos secundarios. Por ello, no dejamos de advertir que este antídoto contra el veneno de la superstición está terminantemente contraindicado con los casos de fanatismo crónico en cualquiera de sus variantes.

Amigo fanático: Usted no desea otros puntos de vista más que los suyos, ni quiere ser contradicho en sus creencias. Ahórrese un mal rato y condene ahora mismo a la hoguera (o en su defecto a la papelera de reciclaje) el presente escrito. ¿Qué importancia tiene vivir en el Reino de Fantasía o en el mundo real (tan aburrido él)?. Al fin y al cabo, lo importante es ser feliz. ¿No? 

Si ha seguido leyendo, quizás sea usted uno de esos tí@s rar@s que se interesan por la aburrida realidad y se maravillan ante los nuevos conocimientos. Si es así, espero que disfrute de este paseo informal y sin pretensiones por el CEREBRO. Nos asomaremos al mirador de la CONCIENCIA para ver qué hay de ese famoso ente inmaterial llamado ALMA, y visitaremos el lucrativo rastrillo de los PODERES MENTALES. 
 

LAS AUTORIDADES ESPIRITUALES (y Krishnamurti) ADVIERTEN QUE, A PESAR DE QUE LAS RELIGIONES ORGANIZADAS HAN PREDICADO LA UNIDAD DEL GÉNERO HUMANO, CADA RELIGIÓN CREE QUE ES MUY SUPERIOR A LAS OTRAS. 
 

Lo primero que debemos tener presente es que nuestro cerebro es un órgano biológico que se ha modelado durante miles de años de evolución natural con el objetivo primordial de garantizar la supervivencia del individuo y de la especie. Concretamente, el cerebro humano, se ha especializado en la adaptación al medio externo. 

De la misma forma que nuestros pulmones están capacitados para respirar aire, pero no sirven bajo el agua; el cerebro, a causa de su especialización, también tiene sus limitaciones. La naturaleza no puede permitirse el lujo evolutivo de mantener funciones que no sean útiles en el día a día. Por eso, aunque la vida se originó en el medio acuático, hemos perdimos la capacidad de respirar bajo el agua. 

Esta sencilla reflexión basta para presuponer que nuestro cerebro no posee superpoderes, que sólo unos pocos elegidos han conseguido desarrollar, y a los que todos podemos acceder ahora por el módico precio de 700 €. 

La red está infectada de ofertas de este tipo: 
 

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     – Comprenderás como funciona tu Mente. Verás que la mente es como un "Iceberg", que las personas Normales aprovechan sólo el 1%, mientras el 99% queda "dormido debajo del Agua". Y, lo más Importante, aprenderás a MANEJAR ESE 99% que está "dormido" debajo del Agua. Obteniendo poderes como estos:

     – Obtendrás el Poder del Faquir. Es decir, aprenderás a ELIMINAR EL DOLOR de tu cuerpo CON SOLO UN PENSAMIENTO. Durante el Curso podrás atravesar tu cuerpo con un aguja y verás con Asombro que NO sientes NADA de dolor.

     – Obtendrás el Poder de la Felicidad. Aprenderás como se da la Orden Mental que BORRA los "Traumas" y el "Mal Karma" de nuestra vida. Con este Poder conseguirás en 5 minutos, eliminar traumas Mentales que un Psicólogo normal tarda un año y medio de terapia profesional. Y eliminarás "karmas negativos" que la mayoría considera Imposibles de Eliminar.

     – Obtendrás el Poder de Decidir tu Destino. Pues aprenderás como hacer que tu Subconsciente haga que en tu vida Simplemente "Tiendan a Ocurrir" las cosas que Deseas, y que NO ocurran las que No deseas.

     – Obtendrás el Poder del Amor Abundante. Pues aprenderás la Orden Mental que Eleva tu Amor a niveles Increibles.

     – Obtendrás el Poder de la Meditación. Aprenderás la Orden Mental que hace que en 20 minutos alcances un nivel de Meditación, que sólo los Mejores Meditadores alcanzaban tras 50 años de Experiencia. Y tú alcanzarás ese nivel tan profundo AUN cuando NO tengas experiencia en Meditación. 

Si te dijera lo bueno que es, NO me creerías. 

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¿A qué esperas para convertirte en un auténtico Psiquito de la Calzada? Date prisa fistro neuronal. 

Cachondeo aparte, no vamos a negar que con entrenamiento algunas funciones del cerebro pueden ser potenciadas hasta niveles sorprendentes; como esos maestros del ajedrez que calculan los movimientos de varias manos por adelantado, o los actores cuya memoria es capaz de almacenar obras enteras, e incluso los faquires, que aprenden a controlar en cierto grado el dolor y saben la cantidad exacta de clavos que han de poner en sus camas para lograr la superficie mínima que impida que sean atravesados. Pero otra cosa muy distinta es aceptar la posibilidad de que existan superfunciones misteriosas y nunca probadas como la telepatía, la telequinesia o la percepción extrasensorial. El mito de los "poderes sobrenaturales de la mente" se sustenta en el total desconocimiento del funcionamiento del cerebro humano. 

Debe quedar claro que en ningún caso podemos crear nuevas cualidades mágicas, ya que, para que se produzca una función, debemos tener el soporte biológico adecuado; y, como ya se ha dicho, un determinado órgano sólo se desarrolla través de un largo proceso evolutivo, y siempre que sea realmente ventajoso para la adaptación al medio; jamás por una caprichosa fantasía del individuo. 

Así, al carecer de órganos para “detectar” y “emitir” pensamientos, no tenemos la posibilidad de comunicarnos mentalmente. Por tanto, la telepatía (sentir a distancia) es una ficción carente de la más mínima base. Y lo mismo puede decirse de la percepción extrasensorial; no existe percepción más allá de nuestros sentidos, la propia denominación es una estupidez en sí misma. 

En el cerebro hay distintas regiones. El área más “moderna” es la corteza cerebral; en ella se integra y se procesa toda la información que nos llega a través de los cinco sentidos, parte de la cual se hace de forma consciente y da origen a lo que llamamos funciones superiores complejas como el lenguaje, el pensamiento lógico y la atención. 

En la corteza cerebral existen distintas áreas y lóbulos con funciones más o menos bien delimitadas. Todas estas áreas y núcleos están interconectados entre sí de forma organizada, de manera que para realizar tareas tan sencillas como mover un brazo o escuchar una conversación, es precisa la actividad coordinada de prácticamente todo el cerebro. De todas formas, así como las personas no utilizan todos sus grupos de músculos al mismo tiempo, tampoco utilizan todo el cerebro a la vez, pero en el transcurso del día todo el cerebro es utilizado en un momento u otro. 

La extendida creencia de que sólo utilizamos el 10% de nuestro cerebro es una idea absurda y sin fundamento, tan sólo superada por la estupidez que se suele decir a reglón seguido, sobre que en el restante 90% están escondidos los dichosos poderes mentales. A juzgar por este tipo de afirmaciones, y a pesar de todo lo dicho, confieso que a veces estoy tentado de creer que algunos utilizan sólo el 10% de su cerebro, o incluso menos. 

Una cualidad fundamental de nuestro cerebro es la plasticidad neuronal. Así, algunos accidentados que pierden parte del cerebro, pueden reordenar esas funciones en otras áreas y consiguen llevar una vida normal, aunque no tengan las mismas capacidades de una persona sana. También, gracias a esa plasticidad, quienes han perdido una capacidad concreta (por ejemplo: la visión), acaban potenciando con el tiempo otras capacidades como el tacto y el oído. 

Sin embargo, hay áreas específicas cuyas lesiones hacen perder la capacidad de memorizar (lóbulo temporal) o la visión (corteza occipital). Pero las lesiones más “curiosas” son las que se producen la corteza prefrontal orbital (sobre las órbitas oculares). Estos pacientes sufren cambios dramáticos en su conducta social y moral. No son capaces de distinguir lo bueno de lo malo, ni de predecir las consecuencias de sus actos. Por cierto, ¿por qué una bellísima persona que recibe un golpe en la cabeza se convierte en un “desalmado”? ¿Es qué el golpe dañó su alma, además de su cerebro? 

En algunos casos se ha argumentado desde el desconocimiento más absoluto que esa “energía psíquica” tiene algo que ver con las ondas cerebrales que pueden ser detectadas por el moderno equipo médico. Esas ondas no son más que el resultado de la actividad eléctrica de millones de millones de neuronas interactuando en la corteza cerebral. También podemos detectar los campos magnéticos que genera la actividad neuronal, pero en ambos casos, esas señales (eléctrica y magnética) son tan débiles que no pueden tener ningún efecto en el exterior. 

Existen peces, como el torpedo, cuyo sistema nervioso se ha especializado en generar descargar eléctricas que aturden a sus presas. Incluso, hay tiburones capaces de detectar a varios metros las pequeñas descargas eléctricas que produce la actividad muscular de sus victimas. Pero, así como ningún humano a puede transmitir y/o recibir el pensamiento (hay un millón de dólares para quien lo consiga), tampoco se ha demostrado la existencia de este fenómeno entre animales. La telepatía no es la causa de que las aves conserven la formación de vuelo, ni de que los monos aprendan “mágicamente” a lavar su comida. 

Si fuese cierto que el pensamiento colectivo de un grupo crea un “campo morfogenético” capaz de condicionar a todos los individuos de la misma especie dentro de un área determinada, los niños (por ejemplo) nacerían conociendo el idioma de sus progenitores, aun cuando no supieran hablar. Porque si el hallazgo casual de una mona (compartido por un “número crítico” de individuos) genera una “resonancia mórfica” que llega a imponerse a sus semejantes próximos, mucho más potente sería el pensamiento colectivo humano repetido por siglos en utilización de una misma lengua. Sin embargo, los niños deben aprender todo aquello que no les viene dictado por el instinto, el cual, por supuesto, también tiene una base completamente material. 

Por tanto, sólo debemos fantasear o especular dentro de unos límites razonables. Por ejemplo, si intentamos pronosticar la evolución de nuestro cerebro, debemos tener en cuenta que el ser humano se ha hecho inmune a la selección natural. En nuestras sociedades modernas no es necesariamente el mejor adaptado o el más evolucionado quien acapara los recursos y deja la mayor descendencia. Por tanto, no es probable que en nuestro cerebro se desarrollen nuevas capacidades; si bien, es previsible que se potencien las más usadas. 

Durante las últimas décadas del siglo XX, los trabajos de Crik (Francis Harry Compton Crick, Premio Nóbel de Fisiología o Medicina en 1962 por sus descubrimientos sobre el ADN; quien unos años después dejó el estudio de la biología molecular para investigar su otro gran interés científico: la conciencia) y otros, mostraron, gracias a las nuevas tecnologías, de qué modo se organiza la memoria, en qué zonas del cerebro se producen las imágenes, cómo los individuos reconocen unos objetos de otros, cuál es la región cerebral de las decisiones, cómo se comportan los neurotrasmisores, el papel de procesos fisiológicos en el desarrollo de trastornos mentales y, en general, las bases biológicas de la psiquis humana, incluyendo la ética. Es en nuestra corteza cerebral donde se encuentra una maraña de conexiones neuronales que transmiten pulsos eléctricos e intercambian su química, allí se produce lo que llamamos conciencia. No hay un alma inmortal que tengamos insuflada: todo es materia y energía. 

Por muy chocante y difícil de digerir que pueda resultar para algunos, la conciencia (esa facultad atribuida tradicionalmente al alma sobre la que teólogos y filósofos han reflexionado por siglos) es, en el fondo, el producto de la biología. Al contrario de lo que reza el diccionario, el alma no es fuente de la actividad mental, sino un producto de ese mismo trabajo. "Las alegrías y tristezas, memorias y ambiciones, el sentido de identidad personal y libre albedrío, no son más que el comportamiento de un vasto armazón de células nerviosas y moléculas asociadas", escribió Crick. 

Aunque el concepto de alma (con variantes) ha aparecido en casi todas las culturas, nadie ha podido dar prueba de su existencia. “Claro, es inmaterial”, dirán algunos. Sin embargo, la energía también es inmaterial y podemos dar pruebas de ella; es tan poco tangible como el alma, y sin embargo, la observación del comportamiento de la materia ante ella, nos permite apreciarla. Nada de eso ocurre con el alma. 

La idea de la existencia del alma es un “calmante” que nos permite compaginar el pensamiento superior (que nos hace conscientes de la cruda realidad) con el instinto de supervivencia (esto es; el miedo a la muerte). Esta ocurrencia ha servido para las más variadas disquisiciones filosóficas y también para los más abominables mecanismos de manipulación religiosa (las almas se salvan si obedecen los dictados de los representantes de un dios, y si no, están condenadas a sufrir grandes tormentos por toda la eternidad). 

Quienes no están dispuesto a asumir el origen material de aquellas funciones que hasta ahora atribuíamos al alma, esgrimen en defensa de sus creencias que “queda mucho por conocer”. Esto, aunque es del todo cierto, no es un argumento válido ni constituye ninguna prueba de la existencia de ese ente inmaterial e inmortal. Se trata del mismo tipo de falacia que oímos cuando se atribuye a Dios algún fenómeno natural cuyo mecanismo desconocemos, o a los extraterrestres la creación de cualquier objeto volador que no podemos identificar en ese momento. El razonamiento (por llamarlo de alguna manera) es el siguiente: Si no sabes lo que es, se debe a que su origen es divino o alienígena. 

Pero todos hemos visto fotos del “aura” (pensaran algunos lectores). En realidad, lo registrado por una cámara Kirlian no tiene nada de fantástico; se trata de un aparato que recoge una imagen ocasionada por una descarga corona en un gas, y su naturaleza depende del tiempo de exposición, conductividad, etc. Es decir, hablamos de un fenómeno sin ninguna relación con "auras" o "energías sobrenaturales" que, no obstante, es utilizado por muchos charlatanes para amasar fortunas, alejando al crédulo de los cuidados médicos efectivos que podrían curarle sus lesiones y/o salvarle la vida. 

Por último, está el esperpéntico asunto del peso del alma; unos 21 gramos, según los experimentos que realizara en 1907 el médico estadounidense Duncan Mac Dougall (de Haverhill, Massachusetts). Este creyente doctor compró una cama-balanza y reclutó a unos moribundos a quienes pesó antes, durante y después de la muerte con resultados desiguales (y nunca verificados) que muestran pérdidas de peso que van desde 10,66 a 42,65 gramos. 

MacDougall también efectuó un experimento control, consistente en envenenar a quince perros sanos para pesarlos en el momento de la muerte, con resultados uniformemente negativos. Para el médico todo cuadraba: sin dudas, ésta era la prueba por excelencia de que los únicos que gozaban de alma eran los seres humanos. 

La noticia apareció el 11 de marzo de 1907 en la página 5 del New York Times y en la revista American Medicine en su número de abril de ese año. En su artículo, el Dr. MacDougall esbozó una materialista hipótesis sobre la “sustancia del alma”, partiendo del supuesto de que “si las funciones psíquicas continúan existiendo como una individualidad o personalidad separada después de la muerte del cerebro y del cuerpo, entonces tal personalidad sólo puede existir como un cuerpo ocupante de espacio”. Y como se trata de un “cuerpo separado”, diferente del éter continuo e ingrávido, debe tener peso. 

Aun evitando las explicaciones fáciles, como sospechar que la pérdida de gas intestinal o del aire pulmonar, son muchas las objeciones que pueden hacerse a los experimentos de MacDougall. En realidad, es inútil pretender buscarle explicaciones por la sencilla razón de que todo el experimento está viciado por severas fallas. Empezando por una descripción en general confusa de los procedimientos y una muestra demasiado pequeña. Tampoco podemos confiar en las mediciones; el propio MacDougall afirma que sus escalas eran sensibles a “dos décimas de una onza” (5,68 gramos), lo que resulta tan poco serio como medir milímetros con una regla graduada solo en centímetros. En resumen, sólo tenemos una colección de datos que se debaten entre la incongruencia y la anécdota, con una posibilidad inmensa de errores instrumentales.  

Hasta la fecha, ningún otro científico se ha atrevido a “pesar el alma”, salvo un dudoso médico alemán, Becker Mertens de Dresden, quien dijo el 8 de noviembre de 1988 a la revista de chimentos Weekly World News que el alma humana pesa 0,009449055 gramos. De lo que se deduce que el alma humana ha perdido mucho peso durante el siglo XX. A ese ritmo, para el 2006, ya ha desaparecido por completo. 

El hecho de que el centro de nuestro ser sea el cerebro es algo tan maravilloso, tan asombroso, que no hay necesidad de inventar nada más. Además, todo esto no implica que el ser humano sea sólo un conjunto de órganos, sangre, huesos,… Poseemos algo más: las ideas. Por supuesto, las ideas anidan en un cuerpo tangible y se producen merced al trabajo hacendoso de las neuronas. Las ideas son intangibles, inmateriales, y pueden tener un efecto visible sobre la materia y la energía. Por ejemplo, puedo decidir llevar a cabo la idea de prender fuego a un leño. 

Me hago cargo del inconveniente que comporta la materialidad de la conciencia para las religiones. Entender la base neurobiológica del comportamiento puede hacer tambalear nuestras convicciones más personales. Sin embargo, no hay mal que por bien no venga; alcanzado ese conocimiento logramos la plena humanización del ser humano, ya que no es necesario recurrir a seres y fuerzas sobrenaturales para explicar su comportamiento y esencia. 

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Por casualidad, me informé de algo que tiene relación y amplia lo que planteaba en este Bajas Vibraciones. 

Se trata de las neuronas “espejo”; un mecanismo por el cual nuestro cerebro “imita” el funcionamiento del de nuestros semejantes. Por ejemplo, si observamos detenidamente a un hombre cortando leña, las neuronas espejo comienzan a reproducir las señales nerviosas como si fuésemos nosotros mismos los que empuñamos el hacha. Esto explica el inmenso poder de la visualización. 

Las neuronas “espejo”, son también las responsables de recrear en nuestra mente y analizar inconscientemente los estados de ánimos ajenos, originando esas percepciones que comúnmente llamamos “leer el pensamiento”. 

Por supuesto, todos estos procesos se realizan en base a la información recogida por los sentidos; especialmente, el de la visión.