A lo largo de la historia encontramos algunas personas excepcionales, sin las cuales todos seríamos algo diferentes. Me refiero a seres de la talla de Buda, Jesús, Lao Tse, Gandhi, … 

Sin embargo, mientras que en muchos de los casos existe la sospecha de que sus seguidores hayan exagerado sus virtudes, cuando no han inventado fantásticas historias, existe uno que destaca por su normalidad como hombre. En efecto, Sócrates, el filósofo ateniense, era una persona extremadamente sencilla; no lanzaba programas de redención y ni pretendía arrastrar tras sí turbas de seguidores. Hasta tenía la costumbre de asistir a los banquetes, de beber, y si se presentaba la ocasión, de hacer el amor con una hetera.

Sócrates es quizás el personaje más enigmático de toda la historia de la filosofía. No escribió nada en absoluto. Y sin embargo, es uno de los filósofos que más influencia ha ejercido sobre el pensamiento europeo. Afortunadamente, nuestras raíces culturales son greco-latinas; lo del judeo-cristianismo fue algo así como una enfermedad venérea que nos contagiaron un mal día. 

La vida de Sócrates se conoce sobre todo a través de Platón, que fue su alumno. No podemos estar completamente seguros de que las palabras que Platón pone en boca de Sócrates fueran verdaderamente pronunciadas por él. Este problema también surge con otros personajes históricos que no dejaron ningún escrito. El ejemplo más conocido es Jesucristo; no hay forma de saber si el Jesús histórico (si es que existió) dijo verdaderamente lo que ponen en su boca Mateo o Lucas. Sin embargo, es la imagen que nos proporciona Platón de Sócrates la que ha inspirado a los pensadores de Occidente durante casi 2.500 años. 

De pequeña estatura, vientre prominente, ojos camaleónicos y nariz exageradamente respingona, la figura de Sócrates era motivo de chanza. Platón consideraba digno de ser rememorado el día que se lavó los pies y se puso sandalias, y Antifón, el solista, decía que ningún esclavo querría ser tratado como él se trataba a sí mismo. Llevaba siempre la misma capa, y comía y bebía lo más barato. Pero lo sorprendente es que un feo de remate acabara siendo considerado por los griegos, que creían que la belleza del alma armoniosa se reflejaba en la armonía del cuerpo, como modelo del decoro filosófico. 

Por todo ello, dedico a Sócrates la presente entrega de Bajas Vibraciones, en testimonio de mi más profunda admiración.  

LAS AUTORIDADES ESPIRITUALES ADVIERTEN QUE, INDUDABLEMENTE, EL RELATO DE PLATÓN QUE HABLA SOBRE LA ATLÁNTIDA (“CRITIAS”), SÓLO ES UNA OBRA DE FICCIÓN. A PESAR DE ELLO, DESDE ENTONCES, HA HABIDO PERSONAS QUE HAN CREIDO EN LA EXISTENCIA DEL CONTINENTE PERDIDO Y HAN ELABORADO TODO GÉNERO DE ABSURDAS TEORIAS. 

Acrópolis significa "ciudad sobre la colina". En esa colina ha vivido gente desde la Edad de Piedra. Era un lugar alto, fácil de defender de posibles enemigos. Además, tenía una magnífica vista sobre uno de los mejores puertos del Mediterráneo: El Pireo. 

En la primera mitad del siglo V a.C., se libró una cruenta guerra contra los persas, y en el año 480, el rey persa, Jerjes, saqueó Atenas y quemó todos los viejos edificios de madera de la Acrópolis. Al año siguiente, los persas fueron vencidos, y comenzó la Edad de Oro de Atenas. La Acrópolis volvió a construirse más hermosa que nunca. 

Fue justamente en esa época cuando Sócrates anduvo por calles y plazas, conversando con los atenienses. Así, pudo seguir la reconstrucción de la Acrópolis y la construcción de edificios tan maravillosos como el Partenón, o "Morada de la Virgen", que fue levantado en honor a Atenea, la diosa patrona de Atenas. 

Alrededor de la antigua plaza de Atenas hubo templos, palacios de justicia y otros edificios públicos, comercios, una sala de conciertos e incluso un gran gimnasio. En ese pequeño recinto, se pusieron los cimientos de toda la civilización europea. Palabras como política, democracia, economía, historia, biología, física, matemáticas, lógica, teología, filosofía, ética, psicología, teoría, método, idea, sistema, y muchas, muchas más, proceden de un pequeño pueblo que vivía en torno a esta plaza. 

En Atenas se estaba desarrollando una democracia con asamblea popular y tribunales de justicia. Una condición previa de la democracia era que el pueblo recibiera la enseñanza necesaria para poder participar (NOTA: También hoy deberíamos aspirar a una buena enseñanza para el correcto funcionamiento de la democracia). Desde las colonias griegas, acudieron a Atenas profesores y filósofos que se llamaban a sí mismos sofistas (persona sabia o hábil). En Atenas los sofistas vivían de enseñar a los ciudadanos. 

Los sofistas viajaron mucho por el mundo, y habían visto muchos regímenes distintos. Podían variar mucho, de un lugar a otro, las costumbres y las leyes de los Estados. De ese modo, los sofistas crearon un debate en Atenas sobre qué era lo que estaba determinado por la naturaleza y qué creado por la sociedad. Así pusieron los cimientos de una crítica social en la ciudad-estado de Atenas. 

Sócrates nació en 469 en el demos de Alopece, un suburbio a media hora de camino de Atenas. La suya era una familia perteneciente a la clase de los zeugitas (la tercera y última, en orden de importancia entre las clases de Atenas que contaban para algo). Su padre, Sofronisco, era un escultor, o quizá sólo un chapucero de periferia, y su madre, Fenarete, una comadrona. De su infancia no sabemos prácticamente nada, pero podemos suponer que, siendo de familia más o menos acomodada, siguió los estudios regulares como todos los muchachos de Atenas, que a los dieciocho años hizo el servicio militar y que a los veinte llegó a ser hoplita después de haber conseguido una armadura adecuada. 

Seguramente, en su juventud, ayudó en el taller de su padre, hasta que un buen día Critón, "enamorado de la gracia de su alma," se lo llevó para iniciarlo en el amor al conocimiento. También tuvo como maestros a Anaxágoras, Damón y Arquelao, de quien fue amante.  

Hay que advertir que, desde la mentalidad judeo-cristiana, difícilmente podemos comprender el asunto de los amores homosexuales de los filósofos griegos, éstos no tienen nada que ver con lo que hoy llamaríamos gays. De hecho, Sócrates se casó con Jantipa y (según Aristóteles) tuvo también una segunda mujer, una tal Mirto. 

Fue un buen soldado. En 432 lo embarcan junto con otros dos mil atenienses y lo envían a combatir a Potidea . Ocho años después del asedio de Potidea, lo encontramos combatiendo contra los Beocios. A los cuarenta y siete años lo llaman nuevamente a las armas y participa en la campaña de Anfípolis. A pesar de su valor militar, Sócrates, era un sujeto de grandes convicciones morales que le llevaban a situarse muy lejos de la violencia. 

La humanidad se encuentra ante una serie de preguntas importantes a las que no encontramos fácilmente buenas respuestas. Ante ello, las personas, o fingen estar segurísimas de todo, o se muestran indiferentes. Es como cuando divides una baraja en dos; se ponen las cartas rojas en un montón, y las negras en otro. Pero, de vez en cuando, sale de la baraja un comodín, una carta que no es ni trébol, ni corazón, ni rombo, ni pica. Sócrates fue ese comodín. No estaba ni segurísimo, ni se mostraba indiferente. Solamente sabía que no sabía nada, y eso le inquietaba. 

Para Sócrates era muy importante encontrar una base segura para nuestro conocimiento. Él pensaba que esta base se encontraba en la razón. La búsqueda de Sócrates fue interpretada por Aristóteles como la búsqueda por lo universal dentro del ámbito de los problemas y conceptos morales. Al contrario que los sofistas, él pensaba que la capacidad de distinguir entre lo que está bien y lo que está mal se encuentra en la razón, y no en la sociedad. Mientras los sofistas mantenían que no había normas absolutas sobre lo que es correcto o erróneo, Sócrates, intentó mostrar que sí existen algunas normas absolutas y universales. 

«Quien sepa lo que es bueno, también hará el bien», decía. Los conocimientos correctos conducen a acciones correctas. Por eso es tan importante que aumentemos nuestros conocimientos. Sócrates llega a esta conclusión por la analogía con las técnicas: un buen artesano debe conocer las técnicas de su trabajo para alcanzar un buen resultado. 

Lo mismo vale en el ámbito ético-político: una persona que sabe qué es el bien, no puede evitar hacer el bien. El bien tiene una fuerza de atracción muy grande. Esto no significa que Sócrates no reconociera la importancia de las pasiones y de las emociones, sino que es el saber el único instrumento útil para llevar un buen comportamiento en cualquier ámbito de la vida humana. 

Hay muchos que constantemente mienten, y roban, y hablan mal de los demás. Seguramente saben que eso no está bien, o que no es justo. ¿Pero eso les hace felices? Sócrates pensaba que no; que es imposible ser feliz si uno actúa en contra de sus convicciones. Y el que sepa cómo se llega a ser feliz, intentará serlo. Por ello, quien sabe lo que está bien, también hará el bien, pues ninguna persona querrá ser infeliz. 

En el fondo, la posición de Sócrates es una forma de hedonismo, porque su objetivo fundamental es la búsqueda de la felicidad. Este saber es capaz de valorar los placeres, considerando las consecuencias buenas o malas que puedan resultar de ellos. Éste es el saber que Sócrates persiguió durante toda su vida. Para él no tenía sentido distinguir entre las diferentes virtudes; la virtud es una sola: el conocimiento. 

Sócrates no cobraba por sus enseñanzas. Es más, él nunca pretendió enseñar. Él no adoctrinaba, sino que conversaba. Más bien, da la impresión de que aprendía de las personas con las que hablaba. Sobre todo, al principio, solía simplemente hacer preguntas, dando a entender que no sabía nada. En el transcurso de la conversación, solía conseguir que su interlocutor viera los fallos de su propio razonamiento. Y entonces, podía suceder que el otro se viera acorralado y, al final, tuviera que darse cuenta de sus propios errores. 

La madre de Sócrates era comadrona, y él comparaba su propia actividad con la del arte de la comadrona para ayudar al parto. Así, Sócrates consideraba su misión ayudar a las personas a parir la debida comprensión. Así como la capacidad de parir hijos es una facultad natural, Sócrates mantenía que todas las personas pueden llegar a entender las verdades filosóficas cuando utilizan su razón. Porque el verdadero conocimiento tiene que salir del interior de cada uno. No puede ser impuesto por otros. Sólo el conocimiento que llega desde dentro es el verdadero conocimiento. 

Precisamente haciéndose el ignorante, Sócrates obligaba a la gente con la que se topaba a utilizar su sentido común. De esa manera, podía constantemente señalar los puntos débiles de la manera de pensar de los atenienses. Esto solía suceder en plazas públicas. Un encuentro con Sócrates podía significar quedar en ridículo ante un gran público. 

Por lo tanto, no es de extrañar que Sócrates, a la larga, pudiera resultar molesto e irritante, sobre todo para los que sostenían los poderes de la sociedad. Pero no era con intención de torturar a su prójimo por lo que Sócrates les incordiaba continuamente. Había algo dentro de él que no le dejaba elección. 

Sócrates protestaba, por ejemplo, contra condenar a alguien a muerte. Además, se negaba a delatar a adversarios políticos. Asimismo, parecía poner en tela de juicio la vieja religión, por lo que muchos conservadores atenienses pensaban que era impío. También, su amistad con Alcibíades (uno de los Treinta Tiranos de Grecia) le valió la enemistad de muchos. Cuando los Tiranos dejaron el gobierno, sus enemigos aprovecharon la ocasión para deshacerse de él. 

Así, en el 399 a. de C., Sócrates fue acusado de "introducir nuevos dioses" y de "llevar a la juventud por caminos equivocados". Sócrates comparece sereno; parece como si se dirigiese a un banquete en lugar de a un proceso por impiedad: sonríe, se detiene hablar con los amigos y saluda a todos los que ve. Cuando comienza el juicio escucha con asombro a sus acusadores (Meleto, Anito y Licón) hasta que el canciller le da la palabra para que se defienda. 

-No sé qué impresión habéis experimentado vosotros, atenienses, al oír las razones de mis acusadores. Lo cierto es que ha sido tal y tan grande la persuasión de éstos que, si no se tratase de mi persona, también yo creería en sus palabras. El caso es que estos ciudadanos no han dicho absolutamente nada que tenga que ver con la verdad. Y ahora me perdonaréis si no os hago un discurso adornado con bellas frases. Hablaré como estoy acostumbrado a hacerlo, sin ceremonias, pero en compensación procuraré decir siempre lo justo, y vosotros debéis fijaros sólo en esto: ¡si lo que estoy por decir es justo o no! 

Quiero contaros un extraño episodio que le ocurrió a Querefonte. Un día se marchó a Delfos y osó hacer al oráculo esta extraña pregunta: ¿Hay alguien en el mundo más sabio que Sócrates? ¿Y sabéis qué respondió Apolo Pitio? “No hay nadie en el mundo más sabio que Sócrates”. Imaginaos mi sorpresa cuando Querefonte me relató la respuesta; ¿qué habrá querido decir el dios? Yo sé que no sé ni poco ni mucho. 

Y para comprender el mensaje del dios, me puse en acción y fui a ver a uno de esos que tienen fama de ser sabios. Era uno de nuestros políticos que tenía aire de sabio, pero que, en realidad, no lo era en absoluto. Entonces procuré hacérselo entender y él, por esta causa, me cobró odio. Inmediatamente después fui a ver a algunos poetas: cogí algunas de sus mejores poesías, y les pregunté qué querían decir. Ciudadanos…, me da vergüenza deciros la verdad… ¡Quien peor razona, sobre una composición poética cualquiera, es justamente su autor! Después de los políticos y los poetas me dirigí a los artesanos y… ¿a qué no adivináis qué descubrí? Que ellos, conscientes de ejercer bien su profesión, pensaban que eran sabios también en otras cosas, incluso más importantes y difíciles. 

A esa altura comprendí lo que había querido decir el oráculo:"Sócrates es el más sabio de los hombres porque es el único que sabe que no sabe".Entre tanto, sin embargo, me había atraído el odio de los poetas, de los políticos y de los artesanos; y no es casualidad que hoy me vea acusado en el tribunal por Meleto que es un poeta, por Anito que es un político y artesano y por Licón que es un orador. 

-Lo que has dicho, Sócrates, son sólo insinuaciones -rebate Meleto-. Defiéndete más bien de la acusación de corromper a los jóvenes. 

-¿Y cómo piensas, Meleto, que puedo corromper a los jóvenes? 

-Diciéndoles que el Sol es una piedra y que la Luna está hecha de tierra -responde Meleto. 

-Creo que me has confundido con otro: los jóvenes pueden leer todo eso cuando lo deseen, comprándose por una dracma los libros de Anaxágoras de Clazomene en cada esquina del ágora. 

-¡Tú no crees en los dioses! -grita Meleto, poniéndose de pie y amenazándolo con el dedo índice- ¡Tú crees sólo en los Daímones! 

-¿Y quiénes serían éstos? -pregunta Sócrates- ¿Hijos malvados de los dioses? Así pues, afirmas que no creo en los dioses, sino sólo en la existencia de los hijos de los dioses. Es como decir que creo en los hijos de los caballos, pero no en los caballos. 

Una carcajada del público cubre durante unos instantes su voz. El filósofo espera que el auditorio preste de nuevo atención, y se vuelve hacia segundo acusador. 

-Y tú, Anito, que solicitas mi muerte, ¿por qué no has traído aquí, ante los jueces, a todos esos jóvenes a los que yo habría llevado a la perdición? Tal vez, Anito, podría apaciguarte si prometiera marchar al exilio y no hacerme ver más por aquí. Pero créeme: si actuara así sería sólo para hacerte un favor, dado que en verdad estoy convencido de que eso dañaría mucho a los atenienses. En cambio no dejaré de estimularos, de persuadiros, de reprocharos uno por uno, de no daros tregua todo el día, donde sea que os halléis, como un tábano que pica los flancos de una yegua de buena raza que quiere dormir. Ciudadanos, la yegua de la que estoy hablando es Atenas, y sí me condenáis a muerte no encontraréis tan fácilmente otro tábano que pueda mantener despierta vuestra conciencia. 

En este momento debería hacer entrar a los amigos, los parientes y mis hijos más pequeños para invocar vuestra piedad, según es costumbre de muchos. Yo también tengo familia: tengo tres hijos, pero no los muestro porque está en juego mi reputación y la vuestra. El juez no debe indultar a quien lo conmueve, sino que debe solo hacer caso a las Leyes. 

Cae la última gota de agua de la clépsidra que marca el tiempo para la intervención, y Sócrates da por terminado su discurso. Sus amigos más queridos, con un tímido aplauso, intentan revocar el acuerdo del público, pero la tentativa cae en medio del desinterés general.  

Dan comienzo las votaciones. Al parecer, el jurado se ha dividido en dos partidos casi iguales: los que odian a Sócrates y los que sostienen que es el mejor hombre del mundo. Cada uno, mientras espera su turno ante las urnas, defiende la propia tesis. Finalmente se escrutan las urnas. 

-¡Ciudadanos de Atenas! -proclama con solemnidad el canciller-.Ésta es la sentencia emitida por los Heliastas: votos blancos, 220; votos negros, 280. ¡Sócrates, hijo de Sofronisco, es condenado a muerte! Y ahora, según la ley de Atenas, pedimos al condenado que proponga él mismo una pena alternativa.  

-¿Una pena alternativa? ¿Y qué he hecho para merecer una pena? Durante toda la vida he descuidado mis intereses personales, mi familia y mi casa. Nunca he aspirado a mandos militares ni a honores públicos. No he participado en conjuras ni en otras formas de sedición. ¿Qué penas corresponden a quien ha hecho esto? No quisiera equivocarme, pero creo tener derecho sólo a un premio, el de ser alojado y mantenido en el Pritaneo (edificio sagrado donde se mantenía a costas del estado, a los ciudadanos que habían conquistado el laurel olímpico). 

Un coro de protestas cubre estas últimas palabras. La absurda solicitud del filósofo, para muchos jueces, suena como una tomadura de pelo o una verdadera provocación. Sócrates mismo se da cuenta de que ha exagerado. Vuelve a tomar la palabra y procura apaciguar al auditorio. 

-De acuerdo, mis queridos conciudadanos, me hago cargo de que me habéis entendido mal. Algunos han tomado mi sentido de la justicia por un acto de arrogancia. Pero decidme con franqueza: ¿qué podría haber propuesto como pena? ¿La cárcel? ¿El exilio? ¿Una multa en dinero? ¿Y qué multa podría pagar yo, que nunca he enseñado por dinero? Como mucho, estaría en condiciones de ofrecer una mina de plata. 

La protesta se hace más rabiosa. Una mina de plata es poco más que nada como alternativa a una sentencia de muerte. Parece como si Sócrates estuviera haciendo lo imposible por ser condenado. 

-Está bien -suspira Sócrates, señalando a Critón y a sus otros discípulos-. Aquí están mis amigos que insisten para que me multe a mi mismo por treinta minas. Ellos mismos, según parece, se ofrecen como garantes. 

Comienza así la segunda votación: condena a muerte o multa por treinta minas. Lamentablemente, la primera "pena" propuesta por el filósofo (la de ser alojado y mantenido en el Pritaneo a expensas del estado) ha irritado de tal modo a los jueces, que muchos de los que en un primer momento se habían puesto de su parte, ahora se le ponen en contra. Esta vez los guijarros de la urna negra son mucho más numerosos: 360 contra 140. 

-Ciudadanos atenienses -concluye Sócrates-, temo que hayáis asumido una gran responsabilidad ante la Polis. Era viejo; bastaba con esperar y la muerte habría llegado por sí misma, de modo natural. Actuando así no tenéis ni siquiera la seguridad de haberme castigado. ¿Sabéis por ventura qué es morir? Con seguridad, una de estas dos cosas: o un caer en la nada, o trasmigrar a otra parte. …Pero ha llegado la hora de partir: yo a morir y vosotros a vivir. Quien de nosotros ha tenido mejor destino es oscuro para todos, fuera de los dioses. 

Sócrates no fue ajusticiado inmediatamente después del proceso. Justamente en esos días había partido la embajada a Delos y la tradición quería que durante el viaje de la Nave Sagrada se prohibieran las ejecuciones capitales. Después de unos veinte días lo encontramos aun en la cárcel.  

Antes de que se ejecutara la sentencia Sócrates fue invitado a evadirse por sus amigos, pero se negó hacerlo. Él realmente observaba las leyes y pensaba que una ley puede ser criticada, pero no violada. Cuando una ley es injusta no debe desobedecerse, sino que debe emprenderse algo para cambiarla.  

Podría haber salvado el pellejo si hubiera accedido a abandonar Atenas. Pero si lo hubiera hecho, no habría sido Sócrates. Él caso es que valoraba su conciencia y la verdad más que su propia vida. Poco tiempo después, vació la copa de veneno en presencia de sus amigos más íntimos y cayó muerto. 

Sus enemigos pensaron que se habían deshecho de Sócrates matándole, pero en verdad, para deshacerse de él, tendrían que haberle vencido con argumentos. Quisieron asustar a Sócrates, pero consiguieron lo contrario. Días después, los atenienses se arrepienten de haber condenado a Sócrates: cierran en señal de duelo los gimnasios, los teatros y las palestras, destierran a Anito y Licón y condenan a muerte a Meleto.  

La vida de Sócrates fue absolutamente coherente con su pensamiento. De hecho, no hizo más que buscar la verdad en cada persona con la que logró entrar en contacto: rastreó a los hombres como un perro de caza, los detuvo en las esquinas de las calles, los atormentó a preguntas y los obligó a mirar en su interior, en lo más profundo de su espíritu.