Con la presente entrega se pretende dar por zanjado el tema recogiendo algunos aspectos que, por motivos de espacio, no pudieron tratarse antes. Veremos las que las terribles predicciones del fin del mundo siempre resultaron fallidas a la par que patéticas, no así el magnífico negocio que hacen algunas organizaciones a costa de ellas, y comprobaremos que no hay “señales” o componente sobrenatural en las catástrofes de los últimos años. Por último, espero confortar a los lectores con una revelación en absoluta primicia: EL FIN DEL MUNDO YA PASÓ. 

 

LAS AUTORIDADES ESPIRITUALES (y Jacinto Octavio Picón) ADVIERTEN QUE DIOS PERDONARÁ A LOS QUE LE NIEGAN, PERO ¿QUÉ HARÁ CON LOS QUE COMENTEN MALDAD EN SU NOMBRE? 

Los cristianos de los ciento cincuenta primeros años esperaban la llegada del Reino como algo inminente. Tenían razones de peso para pensar así; las “palabras de Jesús” eran claras al respecto, el segundo avenimiento NO PASARÍA DE ESA GENERACIÓN (Véase Lucas 21:32, Mateo 24: 31 y Marcos 13:30) 

Jesús también profetizó la destrucción de Jerusalén y, como esto ocurrió en el año 70 DC, era lógico pensar que la segunda venida también ocurrirá. Los oprimidos serían liberados, los justos gobernarían la Tierra y los malos serían eliminados. Pero lo cierto es que los evangelios se escribieron después que Jerusalén fuese destruida, y que Jesús hubiese muerto (si es que existió realmente), por lo que todos los milagros, la promesa de su segundo advenimiento, su resurrección, y la predicción de la destrucción de Jerusalén fueron cosas agregadas. 

Con el paso del tiempo, estas esperanzas se fueron reinterpretando. Así, para el año mil, vendría el “fin del tiempo”. Pero llegó la fecha señalada y seguía sin pasar absolutamente nada. 

¿Creen que eso sirvió para achantar a los agoreros? Pues se equivocan; desde entonces y hasta nuestros días han sido muchos los que han disfrutado inyectando miedo, angustia y desasosiego en sus semejantes. 

Interpretando el libro de revelaciones, Michael Stiftel, un ministro de Lochau (ahora Alemania), profetizó que el mundo llegaría a su fin el 18 de octubre de 1533. Como no sucedió así, los habitantes del pueblo le propinaron una paliza. Pero se ve que esta reacción popular fue algo excepcional; de otra forma no se explica la creciente e insistente cantidad de charlatanes que se atreven a hacer pronósticos que, como es lógico, siempre se resultan falsos. 

El ambiente deprimido que sufrieron los emigrantes europeos en Estados Unidos fue el caldo de cultivo para que surgiera un personaje como Guillermo Miller, quien basándose en una interpretación del libro de Daniel, profetizó el Fin del Mundo para el año 1843. Al fracasar, Miller anunció el Fin del Mundo para el 21 de marzo de 1844, después para el 18 de abril de 1844 y, más tarde, para el 22 de octubre de 1844. A pesar de todos estos fracasos, la fe pudo más que la razón, por lo que paradójicamente, fue este último fracaso el que dio origen a las iglesias adventistas.  

El 23 de octubre de 1844, uno de los creyentes, llamado Hiram Edson, comentó que había experimentado una visión en la que  había contemplado cómo Cristo llegaba hasta un altar en el cielo. De esto se dedujo que Miller no se había equivocado en cuanto a la fecha, sino que sólo había errado en el lugar hacia el que se dirigiría Cristo. En otras palabras, se creó otro mito para suplir el patinazo anterior. ¡Mentiras para cubrir mentiras! 

El personaje que vendría a organizar la Iglesia Adventista fue la metodista Elena G. de White, quien, a la vista del “éxito” de Millar, se abstenía de dar fechas, pero no cesaba de reprochar a los creyentes que pensasen que la venida del “Señor” ocurriría dentro de mucho tiempo.  

Así, en la página 6 de sus Primeros Escritos (Early Writing) podemos leer: “Vi que los que han aceptado la verdad últimamente tendrían que saber lo que es sufrir por amor de Cristo,(…) Pero ahora el tiempo está casi agotado, y lo que hemos tratado años en aprender, ellos tendrán que aprenderlo en pocos meses (…)” 

Y en la página 58: “El Señor me ha mostrado el peligro en que estamos de dejar que nuestra mente se llene de pensamientos y congojas mundanales….Algunos sitúan demasiado lejos en su expectación la venida del Señor. El tiempo ha durado algunos años más de lo que habían esperado , y por lo tanto piensan que puede continuar algunos años más, y de esta manera su atención se desvía de la verdad presente hacía el mundo” 

En 1870, un joven llamado Charles Taze Russell, quedó muy impresionado por una conferencia sobre el segundo regreso de Jesús, y por una charla con el adventista Jonas Wendell, razón por la que comienza a interpretar la Biblia con un grupo de amigos. Este grupo, que en principio se denominaría “Los Estudiantes de La Biblia”, llegaría a conocerse como “Los Testigos de Jehová” 

A pesar de que la segunda venida de Jesús había demostrado ser una falsedad, tanto en las esperanzas de los primeros cristianos como en las profecías fallidas de Guillermo Miller y Elena G. De White, los grupos adventistas siguen creciendo. 

Es más, en la actualidad las iglesias que predican un segundo advenimiento de Jesús y el pronto fin del mundo, están creciendo en dinero y feligresía en países latinoamericanos, africanos, de la ex-unión soviética y del sudeste asiático. La pobreza, la ignorancia y  la frustración parecen ser los ingredientes básicos para que las esperanzas de los seres humanos se trasladen del ámbito de lo real al mundo de la fantasía. 

En muchos lugares del mundo estas organizaciones mafioso-religiosas tienen “obras misioneras” en las cuales hacen lavados de cerebros a cientos de jóvenes y, sin escrúpulos de ningún tipo, extorsionan a los más humildes para que paguen los “diezmos”. Muchos creyentes esperan la venida del Señor, viviendo en una situación de provisionalidad. Algunos se niegan a tomar medicamentos y otros no envían a los niños a las escuelas ni a la universidad porque, según dicen: “El tiempo es corto, y la verdadera educación es el campo, la Biblia y el “Espíritu de Profecía”, es decir, los escritos de Elena G. De White. 

“La Segunda Venida” y el “Armagedón” se han convertido en uno de los mejores negocios de los últimos tiempos. El cobro de diezmo y la venta del material propagandístico que editan reportan enormes beneficios año tras año. Para hacernos una idea del suculento pastel religioso, pensemos que en 1997 la Iglesia Adventista recaudó mil millones de dólares sólo en concepto de diezmos; y cincuenta millones más en una de sus recolectas del mismo año (los "Fondos para las Misiones Mundiales"). A todo esto hay que sumar los beneficios la venta de panfletos y libros, testamentos, legados y donaciones para proyectos específicos. 

Sin embargo, no sería justo decir que todos son unos estafadores movidos por el afán de lucro, o unos pobres ignorantes a los que les han lavado el cerebro. Los neo-flagelantes también pueden ser personas con cierto grado de cultura, sinceras aunque equivocadas y completamente independientes de cualquier organización religiosa. 

Entre los amantes del desastre es común el argumento de que las catástrofes naturales de los últimos años son señales de tremendo castigo que se avecina a causa de la maldad de los hombres. Pero lo cierto es que no hay ningún componente sobrenatural de por medio. No se trata de un castigo divino, sino la ley de causa-efecto que se explica sobradamente, unas veces por las fuerzas de la naturaleza, otras por la disparatada acción del ser humano y su falta de previsión, aunque quizá sería más correcto hablar de su empecinamiento suicida. 

A continuación vamos distinguir entre CATÁSTROFES NATURALES y la GESTIÓN CATASTRÓFICA; es decir, lo puede ser achacado a la acción del hombre. 

CATÁSTROFES NATURALES 

Los científicos prevén décadas de invierno continuado como consecuencia de la erupción de un gigantesco volcán. En el mundo hay 1.511 volcanes que permanecen activos, y muchos otros que "duermen" y pueden despertar en cualquier momento. Pero hay una amenaza aún mayor: los "supervolcanes", cuyas erupciones amenazan la vida en todo el planeta. En los últimos dos millones de años hubo dos "supererupciones" cada 100.000 años. La última ocurrió en la isla de Sumatra (Indonesia), hace unos 74.000 años, y dejó a la humanidad al borde de la extinción. 

En los próximos 20 o 30 años se espera un fuerte terremoto en la falla de San Andrés con una estimación de hasta 18.000 muertos. Otro gran terremoto podría devastar Tokio en los próximos 20 años. El último sismo de gran magnitud que sufrió esta ciudad tuvo lugar en 1923 y dejó 200.000 muertos. También está previsto que dentro de la próxima década se repita en México un sismo similar al que en 1985. 

Además, los científicos advierten sobre un gran tsunami que podría originarse por el hundimiento de parte de la isla de La Palma (una de las Canarias), que se produciría a consecuencia de erupciones volcánicas. Esto, a su vez, produciría olas de 40 kilómetros de largo y 650 metros de alto, que viajarán a 800 kilómetros por hora. No sólo llegarán hasta el oeste de Europa y parte de Gran Bretaña, sino también hasta Caribe y el este de Estados Unidos, donde golpearán todo lo que existe a menos de 20 kilómetros de la costa. Importantes ciudades como Boston, Nueva Cork, Miami, etc., podrían quedar bajo el agua. 

Pero hay una amenaza todavía más escalofriante, y proviene del espacio. Se cree que algunos de los grandes cambios climáticos del planeta, e incluso extinciones masivas como las de los dinosaurios, fueron provocados por cometas o asteroides que chocaron contra la Tierra. Los científicos calculan que existen entre 500 y 1.000 asteroides de más de un kilómetro de diámetro, cuyas órbitas se cruzan con la terrestre. Tarde o temprano, uno de ellos chocará contra nuestro planeta. La probabilidad de que una tragedia de este tipo tenga lugar es de una entre un millón, pero si ocurre, podría devastar una gran superficie, provocar tsunamis o desatar un largo invierno. La civilización quedaría destruida y podría desaparecer el 90% de la población mundial.  

GESTIÓN CATASTRÓFICA 

Si hablamos de aumento de las temperaturas y de la influencia directa de la mano del hombre, tenemos que referirnos al efecto invernadero. Esto ya no es tema de discusión para ningún científico. El calentamiento global es un hecho inevitable; la acumulación de contaminación que ya se ha producido lo garantiza. Lo más que puede hacer el mundo es reducir su ritmo con la esperanza de que resulte controlable. Si las actuales emisiones continúan, el mundo afrontará el índice más rápido de cambio climático en los últimos 10.000 años. Esto puede alterar la circulación de las corrientes oceánicas y cambiar radicalmente las pautas climáticas existentes. 

Los resultados probables más frecuentes serán olas de calor, sequías, episodios de precipitaciones extremas y otros acontecimientos relacionados, como incendios forestales, cambios de vegetación y aumento del nivel del mar. Entre las consecuencias que se prevén figura la extinción de muchas especies que no podrán adaptarse tan rápidamente, y la fundición parcial de las placas de hielo de Groenlandia y la Antártida, que elevará el nivel de los océanos con la subsiguiente inundación de zonas costeras. 

Otro aspecto de la gestión catastrófica es la generalizada falta de previsión. Cada año ocurren más de 600 desastres naturales en el planeta y más de la mitad de la población mundial (unos 3400 millones de personas) vive en zonas donde su vida puede resultar gravemente afectada por alguna de las catástrofes previstas.  

Con el conocimiento actual, se podrían realizar medidas que evitarían muchos problemas. Sin embargo, en muchas ocasiones se toman decisiones que no es que vayan en contra del conocimiento científico, sino incluso contra el sentido común. Al contrario del conocimiento, que es limitado, la capacidad de hacer las cosas mal no conoce límites ni fronteras. 

Sabemos que todo esto ocurrirá, sólo es cuestión de tiempo. Las consecuencias dependerán de que la humanidad afronte al reto y adopte las oportunas medidas correctoras y de previsión; lo cual, no será posible sin una mayor cooperación internacional. Una vez más se demuestra que, o vamos juntos, o no vamos a ninguna parte. 

En resumen, los seres humanos hemos envenenado el planeta, despilfarrado sus recursos y provocado un cambio climático que amenaza nuestro futuro. La población mundial se ha multiplicado por siete y la mitad de la humanidad vive en puntos de riesgo (áreas de actividad sísmica, volcánica o con probabilidad de Tsunamis). Por si esto fuera poco existe la posibilidad de que un supervolcán entre en erupción o que un gran meteorito colisione con la Tierra y acabe con nuestra civilización. 

Cualquiera en su sano juicio puede sentirse abrumado por la cantidad y gravedad de las amenazas que se ciernen sobre humanidad, pero claro, esto excluye a los neo-flagelantes. Ellos son unos insaciables de la tragedia que necesitan más sufrimiento, mucho más. Por eso no dejan de aparecer chuscas predicciones de todo tipo, ya sea a cuento del “código secreto de la Biblia”, de canalizaciones o de encuentros en la novena fase en el puticlub de la esquina.

 
Pero pueden estar tranquilos, porque el Fin del Mundo ya pasó. Para ser exactos ocurrió en la noche del 31 de diciembre de 1999. En algún lugar deshabitado del planeta se abrió la tierra y, entre lenguas de fuego, surgieron los cuatro jinetes del Apocalipsis. Para cuando llegaron a una ciudad importante la gente ya estaba tan pasada de copas que, entre risas, decían: ¡Joder, que pedazo de colocón llevo! ¡Estoy viendo los dos jinetes del Apocalipsis! Entonces ellos exclamaban: ¡Qué somos cuatro! Pero la gente pensaba que estaban viendo doble y no les creían, entre otras cosas porque a las alucinaciones no hay que hacerles mucho caso.
 

Así, con la moral por los suelos, decidieron intentarlo en otros lugares. Y por más que se esforzaron en producir tormentas de fuego y nubes de azufre, obtuvieron resultados similares o incluso peores. Total, que los jinetes agarraron una depresión de caballo, y los caballos una de jinete. 

Actualmente, jinetes y caballos están en tratamiento psicológico, y con sólo mencionarles “el fin del mundo” se ponen a gimotear y a relinchar respectivamente. 

¡Es que no hay formalidad!