Aunque la Virgen sea blanca ¡tú píntame hombrecitos verdes!

Por: Francisco José Amparán

08 de julio de 2007

Durante los últimos dos siglos y medio la Modernidad, el racionalismo y la Ilustración nos fueron privando de mitos. Poco a poco, cada vez más hombres ajustaron su pensamiento a los dictados de la Razón y no lo sobrenatural, y en consecuencia fueron desapareciendo venerables tradiciones como La Llorona o el frotar ciertas partes de ciertas estatuas para obtener fertilidad, felices regresos o recuperar la cámara que nos acaban de robar los %&$#$ choriceros en Roma Termini (¿verdad, m’hija?). Los viejos mitos se fueron diluyendo en el trajín de lo lógico, y Zeus cumplió con su destino: tal y como se lo habían vaticinado, el hombre terminó destronándolo… por la vía del olvido.

Claro que, pese a todo, el racionalismo no ha podido acabar con el gusanito metafísico que tiene todo ser humano bien nacido, y que le sirve para fascinarse con lo inexplicable. Y así encontramos que todavía sobra quien crea en la existencia de seres sobrenaturales que van del Chupacabras al Mothman a Nessie, el simpático plesiosauro (o lo que sea) de Loch Ness. Como abunda gente ingenua que reenvía e-mails dando a conocer la fecha del próximo atentado del narco en Torreón que nunca ocurre (como si los criminales mandaran invitaciones). O pobres almas que sintonizan a Walter Mercado, o compran quién sabe qué piedras para, poniéndoselas en el ombligo, mejorar su vida sexual (habría que preguntarle a la pareja del empedrado). Así pues, el dominio del racionalismo está lejos de ser absoluto. Los mitos, pese a todo, siguen vivitos y coleando.

La mejor prueba de ello es cómo, sesenta años después de ocurrido un confuso incidente en medio del desierto, con él se ha construido toda una industria y creado un cúmulo de supuestos conocimientos que, al juntarlos, han de equivaler a la Enciclopedia Británica.

Hoy hace sesenta años ocurrió el Incidente de Roswell. Y con ello nació, en gran medida, la OVNIlogía, los avistamientos de hombrecitos verdes, la creencia perentoria en la vida extraterrestre, la certeza de que todos somos abducidos alguna vez en nuestra vida (mejor decir que nos llevaron los marcianos que admitir haber tenido un apagón por el litro de tequila que nos zampamos), y la vanidosa presunción de que alguien se va a tomar la molestia de desplazarse años-luz para estudiar una especie lo suficientemente estúpida como para apasionarse con los reality-shows, el Mundial Sub-20 y las elecciones en Durango. ¿Ustedes viajarían hasta Ojinaga para observar un hormiguero? Hagan de cuenta.

¿Qué fue el Incidente de Roswell? El 8 de julio de 1947, un granjero en las cercanías de ese pueblo situado en el desierto de Nuevo México notificó a las autoridades (incompetentes, como en todos lados) que en su rancho había encontrado dispersos pedazos de metal y materiales de extraña apariencia. Investigadores de una cercana base aérea se presentaron a ver de qué se trataba. No eran ingenieros aeronáuticos, ni metalurgistas ni químicos, ni siquiera boticarios. Pese a ello, los milicos declararon a la prensa local que los restos encontrados pertenecían ¡a una nave extraterrestre que se había estrellado! Al día siguiente, los jerarcas militares de la base (el Pentágono al parecer no supo del asunto sino días después) dijeron que no, que se trataba de los restos de un globo metereológico, y dieron por terminado el caso. Y así permaneció durante décadas.

Para entender qué pasó en Roswell el 8 de julio, habría que recordar lo sucedido el 24 de junio de 1947, dos semanas antes, cerca del Monte Rainier, Washington, en el lejano noroeste americano. Ese día un piloto aficionado, Kenneth Arnold, reportó haber visto al menos nueve objetos voladores que no pudo identificar. Éstos viajaban en formación, a gran velocidad, y tenían forma de “media luna” o “alas voladoras” o “platos planos”. A los dos días, el avistamiento era noticia nacional. En esa semana nació (hay varios padres putativos) el término “platillo volador” para referirse a cualquier supuesta nave extraterrestre, así tenga forma de supositorio.

Eran los primeros días de la Guerra Fría, en que se pensaba que los cochinos rojos comunistas eran capaces de cualquier cosa. El culto pueblo norteamericano estaba asustado (aunque luego lo estaría mucho más) ante la amenaza de ese Masiosare, ese extraño enemigo. Y de pronto resulta que hay OVNI’s sobre espacio aéreo americano. ¿Qué pensar? Que los rusos pudieran tener algo mejor que los americanos sólo puede ocurrir en los chistes (aunque ahí siempre gana el mexicano). Lo más sensato y tranquilizante era suponer que éramos visitados por seres de otro planeta, que tomaban el nuestro como pista de carreras, ruta de prueba, fraccionamiento donde enseñarles a manejar a los marcianos adolescentes, o sitio de estudio de una especie que de la egolatría hace ciencia y arte… tanto, que se cree las melcochadas hollywoodenses sobre tipos verdes y cabezones tratando de entender cómo es posible que seamos capaces de amar y odiar al mismo tiempo (¡Pásense una semana en un tiempo compartido con la familia extendida y verán!).

A lo que voy: la reacción a lo encontrado en Roswell se entiende por la atmósfera del momento. Si el señor Arnold no hubiera visto lo que vio dos semanas antes, los investigadores de la Fuerza Aérea jamás (¡jamás!) hubieran dicho una palabra de extraterrestres. Pero así se dieron las cosas. Y da ahí p’al real.

Lo más interesante es que nadie se volvió a acordar de Roswell hasta los años setenta, en pleno furor sobre los OVNI’s (del cuál un servidor, adolescente afiebrado, formó parte). Fue entonces que alguien redescubrió la noticia, empezó a escarbarle, y salieron detalles que, curiosamente, nadie había mencionado 25 años antes. Y así resultó que no sólo se habían recuperado cachos de metal, sino una nave extraterrestre averiada pero completita (la que usará luego Jeff Goldblum en “Día de la Independencia”); y los cadáveres de tres o cuatro alienígenas convenientemente verdes y chompetudos. A éstos incluso se les había practicado la autopsia, filmada en video algunos años antes de que existiera siquiera la tecnología. Total, que el gobierno de Estados Unidos había ocultado un descubrimiento trascendental. ¿Por qué? ¡Quién sabe! Tal vez querían asegurarse los derechos de autor a la hora de montar el Freak-show en la feria del condado de Falfurrias, Texas.

El caso es que los buenos ciudadanos de Roswell dieron con la mina de oro más grande del mundo: la ingenuidad humana. Y procedieron a hacer de su pueblo la Capital Mundial de los Extraterrestres. Lo que antes era un pueblucho perdido en la polvareda del desierto, ahora recibe decenas de miles de visitantes al año. Hay museos, exposiciones, y venta de cuanta cosa alienígena se le pueda ocurrir a uno, incluyendo muñecos inflables (¿Adornos para la sala? ¿Herramientas para perversiones fuera de este planeta? No sé, la verdad). De hecho, hoy se estará clausurando allí una Convención Nacional que reunió a miles de interesados en todo lo extraterrestre.

Por supuesto, viendo las cosas objetivamente, lo único realmente fuera de este mundo que ha salido de Roswell es Demi Moore, quien naciera ahí en 1961, y pasó su infancia sin haber oído jamás una palabra del mentado accidente.

Pero eso no importa. El afán de misterio, de crear mitos, de creer que hay cosas inexplicables, es más fuerte. Y si a ello se le une la mercadotecnia bien aplicada, pues no hay vuelta de hoja. Contra eso, imposible pelear.

Como decía, yo era fan del fenómeno OVNI hace treinta-y-tantos años, cuando era joven, bello e indocumentado. Se me fue pasando, como tantas cosas de esa edad se le pasan a uno con la experiencia y la desilusión. El escepticismo a veces se convierte en cinismo, y eso es malo. Por ello me sigo entreteniendo con ésas y otras formas de ilusión. Pero hasta no ver… Digo, los extraterrestres más creíbles que conozco son David Bowie en “El hombre que cayó a la Tierra” (The man who fell to Earth, 1976); y Jaime Maussán, en ciertos ángulos televisivos.

Consejo no pedido para que lo abduzca una rubia fogosa: Si quiere algo serio, entretenido y con seso sobre esto, vea la serie “Taken” (2002), en la que Dakota Fanning tiene un debut genial, y de la que Steven Spielberg fue productor ejecutivo. Prepárese para un fin de semana bien, bien intenso. Y, cosa rara en estos temas, bien, bien interesante… y reflexivo. Provecho.

Correo:

anakin.amparan@yahoo.com.mx

Fuente:

http://www.elsiglodedurango.com.mx/archivo/134437.aunque-la-virgen-sea-blanca-tu-pintame-hombre.siglo