"Ser racional no implica no enamorarse, no leer El Quijote"

Salvador López Arnal
El Viejo Topo

Astrólogos, hechiceros, adivinadores, echadores de cartas… toda una fauna que se ha ido adueñando de emisoras de radio y televisiones, especialmente las locales, en las horas nocturnas. Pura charlatanería, contra la que se levanta una Asociación. Alfonso López nos habla de ella.

Usted, que por cierto fue presidente de Amnistía Internacional Catalunya y según me ha confesado guarda todos los números de Quimera, cosa que le agradecemos muy sinceramente, es ahora co-director de la revista El Escéptico, que publica ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico. ¿Podría explicarnos el origen y finalidades de su organización?

 
El origen, en el caso español (aunque sin duda lo mismo podría decirse de otras asociaciones parecidas nacidas desde mediados de los pasados años setenta u ochenta por toda Europa Occidental y los EEUU) se encuentra en un grupo de personas procedentes de diversos ámbitos que estaban cansadas de estudiar con cierto criterio y metodología toda una serie de afirmaciones pseudocientíficas sobre pirámides mágicas, telepatía, psicofonías, cucharas dobladas, astronautas en la antigüedad, ovnis, curaciones milagrosas, fantasmas, etc., sin encontrar ningún resultado positivo —ni uno sólo— que les permitiera validarlas lo más mínimo. Estaban además hartos de que estas falacias, en muchos casos, obtuvieran una gran publicidad en los diferentes medios de comunicación de aquellos años, afirmándose de ellas que también eran ciencia, aunque alternativa a la ‘oficial’ (siempre con comillas, claro).

Ante el cúmulo de estas supuestas verdades a las que se daba cancha sin una réplica clara, decidieron que era hora de constituir un foro desde el cual tratar de rebatir públicamente dichas fantasías (que en la mayor parte de los casos más conocidos eran meros fraudes), fuera de los marcos académicos, mediante una crítica rigurosa de las mismas, basándose en los mejores estudios disponibles y en una investigación de calidad. De ahí el nombre original de ARP, que eran las siglas de Alternativa Racional a las Pseudociencias.

Pero, casi enseguida, se comprobó que por más pruebas que se encontraran, por más contradicciones que se descubrieran y por más falsedades y trampas que se hallaran tras cada supuesto milagro, siempre había por la mañana siguiente una nueva publicación en la que se defendía lo mismo —o “casi” lo mismo, con muy poca variación—, pese a no tener sus autores o perpetradores ningún nuevo dato ni argumentación a su favor.

Por esa razón se estimó hace ya una decena de años que era mejor dejar de centrarse prioritariamente en la réplica e investigación constante de cada nuevo supuesto hallazgo de los defensores de lo paranormal (los cuales, en realidad, podían ser discutidos con toda la misma argumentación que se había usado desde hace décadas para rebatir afirmaciones anteriores vertidas en el mismo sentido), y pasar a tratar de forma preferente el fomento del pensamiento crítico, de la racionalidad y del conocimiento del método científico.

¿Quiénes pueden ser miembros de ARP-SAPC? ¿Sólo admiten científicos en su asociación?

No, el único requisito es estar de acuerdo con los fines y objetivos de la entidad, según se indica en los estatutos. En la asociación, incluso entre sus fundadores, es absolutamente variado el nivel de formación educativo de sus miembros, sus áreas de trabajo o su procedencia.

Ustedes combaten las pseudociencias. Pero ¿qué entienden ustedes por ciencia? ¿Ciencia equivale a verdad? ¿Qué es una pseudociencia?

Pese a las discusiones que hay sobre lo que es ciencia y su criterio de demarcación —o de separación entre lo que es y lo que no es ciencia— (pensemos en las diferencias entre lo escrito por autores como Karl Popper o Paul Feyerabend, por ejemplo), la mayoría de los escépticos seguramente coincidiríamos en que las llamadas verdades científicas no pretenden nunca ser el equivalente de la Verdad (con mayúsculas), sino que, en todo caso, tratan de establecer las mejores verdades posibles en cada momento dado entre una serie de conjeturas racionales —planteadas siguiendo el método científico apropiado— sobre el ser humano (entendido no como ente moral, sino físico), el medio social y/o natural o la interrelación entre ambos, sobre la base de las observaciones directas de dichos objetos de estudio o experimentaciones con modelos de los mismos.

Estas hipótesis de trabajo sobrevivirán, mientras se afinan, hasta que se vean destronadas de alguna manera por otras nuevas más fundamentadas. Lo de “método científico apropiado” sería una fórmula para no entrar en la discusión de fondo —sólo apta para epistemólogos avezados— de si se debe hablar del método científico (en singular) o de los métodos científicos (en franco plural), que consistirían en toda la serie de prácticas racionales (con diferentes denominadores comunes de coherencia, no contradicción, honradez, etc.) en las que en cada ciencia se basan los investigadores para establecer sus conjeturas o refutaciones.

Entre las características, entre otras, de estas hipótesis debe estar el no pretender que están fuera de toda duda por su carácter trascendente (por haber sido reveladas a elegidos) o por proceder de una autoridad humana tal que todo lo que ella diga es correcto porque sí. Las mismas deben tratar de estar lo más perfectamente descritas que se pueda —indicando en qué se basan de la mejor manera posible—, deben ser coherentes y consistentes, no deben ser contradictorias en sí mismas, y su validación o refutación no debe poder quedar fuera de las posibilidades de otros grupos de investigación usando los mismos equipos técnicos. La presencia de pruebas empíricas, experimentos o estadísticas suele ayudar en la defensa de las mismas.

Así, nunca podemos decir que la hipótesis A es una verdad final irrefutable debido a que sabemos por experiencia que nuevas investigaciones futuras pueden cambiar el curso de los conocimientos, pero sí que creemos que es posible decir que la hipótesis A es más probable que la B como verdad y ésta que la C, basándose en lo que las sustenta. No es lo mismo ir a un mecánico, ante un ruido insufrible en el motor de nuestro coche, y ver como éste tira los dados y nos indica que para repararlo lo mejor es pintarlo de verde y que no nos casemos en viernes, o ver como alguien lo somete a diversas pruebas para tratar de determinar cuál es la causa más probable del estruendo escuchado. En todo caso, cada uno tendrá al final libertad para irse con el coche sin arreglar y sin poder casarse el día que tal vez deseaba, o bien de reparar lo mejor posible su vehículo y casarse (o no) a su antojo.

También es posible momentos de duda sobre cuál es más valida cuando ‘compiten’ hipótesis alternativas y contradictorias sobre el mismo sujeto, debido a sus argumentaciones y a los datos que las avalan. Pero ni siquiera eso es un problema. Sabemos que el tiempo irá mejorando la calidad de nuestra información y que ello nos ayudará a poder dilucidar mejor entre teorías, haciendo que nos decidamos por una, al irlas afinando o al cambiarlas del todo por otra nueva.

Sin duda, no es un mundo de claridad total. No es fácil establecer criterios de separación tajantes cuando hablamos de hipótesis científicas aún no bien demostradas, hipótesis poco sustentadas o meras pseudociencias. Hay un mundo de grises que puebla las fronteras. Pero la existencia del gris, de los matices, no impide reconocer que existen tonos casi negros y tonos casi blancos, y que debemos apostar por unos más que por otros.

Dado todo lo anterior, una creencia pseudocientífica sería aquella creencia que dice de sí misma que es científica sin serlo, ya que en realidad no se fundamenta en la aplicación del método científico en ninguna de sus formas como sistema de validación de la misma. Suelen tratar de apropiarse de la legitimación que proporciona el método científico, sin aplicarlo, y por eso camuflan su discurso aproximándolo al de la ciencia. Habitualmente, suelen basarse en apriorismos y son dichos apriorismos lo único que les importa y es ‘aparentar’ que los demuestran lo único que les vale. En muchos casos, su defensa ni siquiera es honrada. Se defienden pese a saber que los datos son falsos, ya que ‘interesa’ el mantenimiento de dicha creencia por diferentes razones (prestigio, fe, dinero).

¿Por qué creen que es peligroso o poco adecuado cívicamente que las personas crean en temas y asuntos no muy contrastados? ¿Creen ustedes que eso repercute en la vida social o que es un asunto privado estrictamente?

La calidad de los conocimientos de los ciudadanos, el sistema de basar sus opiniones y qué estén dispuestos a admitir nuestros convecinos como autoridad puede llegar a comportar diferentes situaciones sociales, que no sólo les puede llegar a afectar a ellos, sino también al conjunto de la sociedad en la que viven y a nosotros mismos. Piense en lo que ha significado y significa aún las creencias pseudocientíficas en las tesis eugenésicas, en las racistas, en la brujería, etc.

Un país o un mundo basado en decisiones tomadas por métodos incorrectos (mediante el tablero Ouija o la astrología) acaba conduciendo a diferentes formas de mesianismo, ya que al no estar fundamentadas sus elecciones en pruebas ni en criterios mínimamente objetivos y discutibles, las opiniones de sus gobernantes —o de unos pocos, muy influyentes— pasan a ser completamente irrebatibles precisamente por ser infundadas (es obvio que si no hay fundamento, no se puede discutir nada).

En esos casos, cualquier argumento de la autoridad pasa a ser tenido como bueno y a estar todo permitido si lo dice el tablero Ouija o, por decirlo de forma más clara, quien lo maneja o interpreta. Una ciudadanía es más libre en la medida que puede elegir con conocimiento de causa, con razones serias y de peso.

Además de los riesgos políticos que conlleva la expansión de las pseudociencias y de las creencias que no tratan de fundamentarse de modo racional, están los graves riesgos para la salud. Así, indicar que determinados brebajes curan el cáncer, puede hacer que la gente se forme una opinión equivocada sobre qué tratamiento es el que más le conviene. De hecho, eso pasa con muchas actividades curanderiles cuyos métodos no están contrastados en absoluto por nadie. Creo que la gente debe elegir con libertad con respecto a su vida, pero con la ayuda de la mejor información posible. Decir, como hizo la ministra de Sanidad de Sudáfrica en la Conferencia Nacional del Sida de su país, que una dieta con ajo, patatas y aceite de oliva era útil contra el SIDA es sumamente peligroso. O como el rumor que ha corrido en algunas zonas de África de que hacer el amor con una virgen ayuda en la lucha contra dicha enfermedad (lo cual suele acabar en violaciones que además transmiten la enfermedad a la niña violada).

Al igual que tenemos un derecho a la calidad en lo que ingerimos cuando comemos, también lo tenemos en lo que ‘ingerimos’ cuando leemos o nos informamos. La discriminación de lo que es bueno, en una sociedad con tantos mensajes por segundo, cada vez es más complicado. Por ello no se trata de prohibir, salvo en lo letal, sino sólo de tratar de avisar (casi como se hace en las cajetillas de tabaco) que aquello que se afirma en un determinado texto no ha pasado por ninguna prueba científica que avale que es correcto, mientras que otras hipótesis, tratamientos, etc., sí.

Se trata de recomendar que conviene ser crítico con las noticias que se reciben, ya que algunas no son ciertas, otras son meros fraudes, otras han ‘caducado’ gracias a los avances de los conocimientos y otras son simplemente nefastas.

En cualquier caso, defender honradamente lo que uno cree verdad siempre es mejor que callarse y lamentar las consecuencias.

¿La magia es una pseudociencia para ustedes?

Claro. Lo es por antonomasia. Las pocas interacciones a distancia que se han podido verificar están catalogadas desde hace tiempo en el mundo de la física y, como todo el mundo puede comprobar, las basadas en el ‘abracadabra’ no están entre ellas…

Para Arthur C. Clarke la tecnología más avanzada, con el tiempo, será indistinguible de la magia (véase si no los mandos a distancia), pero hay una gran diferencia entre hacer las cosas según la magia o según la tecnología. Y esa diferencia es el enorme esfuerzo, que se puede seguir por todos, que el desarrollo de la tecnología ha supuesto para mucha gente y la mejora real que la misma ha significado de forma contrastable para millones y millones de seres humanos desde hace miles de años, todo lo cual, además, ha servido para que conozcamos mejor nuestro entorno.

Lógicamente, debemos distinguir la magia de los trucos de prestidigitación y análogos, que no dejan de ser un divertido entretenimiento sin mayor pretensión que mostrar la habilidad de ciertas personas delante del público, sin tratar de hacer creer que han transgredido realmente las leyes de la física. Precisamente, los mejores magos del mundo del espectáculo suelen indicar claramente que no tienen poderes especiales, sino sólo un ingenio y habilidad especial que les hace ir mejorando en sus actuaciones. Algunos, incluso, son escépticos y luchan contra los farsantes que mediante trucos baratos se atribuyen capacidades paranormales de las que carecen. Un ejemplo podría ser James Randi y otro el mítico Houdini.

¿Incluyen ustedes el psicoanálisis dentro de este ámbito de las pseudociencias?

Ya he indicado que existen muchas concepciones de lo que es ciencia y pseudociencia. El caso del psicoanálisis está entre las materias que para muchos, yo incluido, no forman parte de la ciencia. Es opinión así mismo de otros muchos autores, como Popper o Bunge, por ejemplo. El psicoanálisis no parece cumplir todavía con muchos de los supuestos que se exigen para cualquier ciencia, ya que su método de trabajo y de investigación no está basado en el científico y sus hipótesis, sus tratamientos, etc. no suelen responder a estudios experimentales de ningún tipo que permitan su validación o refutación por parte de la comunidad. Son opiniones, básicamente, tan sólo sustentadas por la experiencia personal de quién las enuncia y su concepto de la mente humana no ha sido probado que tenga conexión con la realidad.

Los defensores de teorías astrológicas sostienen que, más allá de críticas dogmáticas, la astrología de facto es capaz de adivinar futuros e inquietudes de las personas. Ese simple hecho, que funciona, que es capaz de prever, ya bastaría para tenerla en consideración y no arrinconarla. ¿Cuál es su opinión sobre este punto?

La astrología no es capaz de ver nada de nada. Se basa en una serie de supuestos que jamás han podido ser acreditados por sus defensores de ninguna manera. No sólo eso, hay pruebas en sentido contrario procedentes del mundo de la astronomía, de la psicología y de otras áreas del conocimiento que nos hacen pensar de forma muy verosímil que dichos supuestos son falsos.

Pero no sólo se acredita que la base en la que dice sustentarse no es cierta, sino que además hay numerosos estudios estadísticos que demuestran que los vaticinios hechos por astrólogos son tan inútiles para conocer el futuro de la gente como estudiar el poso de las tazas del café, las entrañas de las cotorras o las formas de los tubérculos.

Es decir, está demostrado, tanto teórica como experimentalmente, que aquello que dice y aquello en lo que se basa la astrología es falso y no permite que se la tome en consideración de ninguna de las maneras, por lo que es más bien recomendable no hacer ningún caso a sus predicciones.

Pero hay más. Se ha demostrado que no hay ninguna correlación directa entre la personalidad de los nacidos en determinadas épocas del año y la posición de los astros en el cielo. De hecho, a tenor de su representación del cielo, ni siquiera parece ser cierto que la gran mayoría de los astrólogos sepan claramente dónde están los astros en el momento de nuestro nacimiento, pese a lo fácil que resulta. Una curiosidad, entre otras miles, es que hay más constelaciones en el zodíaco de las que ellos defienden y que la posición del Sol cuando la gente nace supuestamente bajo el signo de Aries,en realidad está en Piscis, por lo que es ese signo y no el de Aries el que debiera afectar a su personalidad.

Si no son coherentes ellos mismos con la base de su pensamiento, si dicha base está comprobado que es falsa y si sus predicciones no se cumplen, lo que queda es nada de nada, sólo pseudociencia

¿Y qué opinión le merecen las medicinas alternativas? ¿Son también pseudociencias? ¿No hay aquí buen saber en algunos casos?

No hay medicinas alternativas. Hay medicinas que se puede demostrar que curan y medicinas que no se puede demostrar de ninguna manera que curen. Si se habla de medicina, el buen saber es el que se demuestra que cura. No puede haber más. Y esa demostración, seamos claros, no la tienen la homeopatía, las flores de Bach, la acupuntura, etc. Pensemos que en el campo de la medicina, no importa si el gato es blanco o negro, sino si caza ratones…

De ahí la ventaja de la medicina científica, no alternativa o alopática (como cada cual guste llamarla) y es que sus tratamientos, para poder ser usados, deben pasar cada cierto tiempo por el escrutinio de una serie de ensayos clínicos o de pruebas, con unos protocolos estandarizados muy rígidos, que permiten validarlos o no. Hay incluso sistemas de meta-análisis que permiten verificar resultados de los ensayos en un segundo paso.

El resto de las medicinas no se someten a ningún sistema de validación reiterado. Ni siquiera se validan de forma mínimamente creíble. No pasan los complicados tests que se requieren para ser considerados medicamentos. No hay pruebas reproducibles que permitan ver si realmente mejoran o no la vida de sus pacientes. Las mejores pruebas con algunas de ellas nunca consiguen mejorías en la salud de los pacientes que no sea similar al placebo que se haya usado en cada caso. Sin embargo, con respecto a alguna de ellas, como la acupuntura, algunos autores indican que podría hacer disminuir el grado de dolor que el paciente dice que sufre. El problema es que no hay escalas universales para el dolor, el cual es subjetivo, por lo que en realidad tampoco esos estudios sirven para validar gran cosa.

Si hay en las medicinas alternativas un buen saber, debe demostrarse, protocolizarse, ver sus posibles efectos secundarios en determinados segmentos de la población, ver las dosis y tratamientos más adecuados, así como sólo deben ser recomendadas por personas con la titulación y conocimientos adecuados. Sólo la medicina que pasa por algún filtro y que no se basa en la autoridad de la fe, la tradición o un líder de secta tenemos garantías de que sirven para algo.

Es por ello que vemos con preocupación el actual proyecto de decreto catalán de regulación de las terapias naturales, en el cual los poderes públicos se limitan a regular un negocio, sin necesidad de que sus tratamientos acrediten su utilidad. No deja de ser, en todo caso, una manera de legalizar unas malas prácticas médicas, ante las presiones de intereses que nada tienen que ver con la defensa y mejora de la salud pública.

¿Son ustedes antirreligiosos? ¿Creen también que la religión es un pseudosaber?

No somos antirreligiosos. De hecho, no somos anti-nada. Nuestro problema no son las creencias personales o privadas, sino las que se hacen públicas (intentando convencer de las mismas a otros) sobre nuestro entorno y pretenden ser ciertas y demostradas, guiar conductas con ellas o ganar dinero, sin que las mismas estén basadas en ningún tipo de pruebas racionales.

Si entendemos una creencia religiosa —como las que tienen muchísimas personas en su ámbito privado— como una certeza basada en una fe personal en la existencia de una realidad trascendente e imperceptible (excepto cuándo, cómo y con quién ella quiere) y que queda más allá de la naturaleza, no podemos decir gran cosa, salvo que no es una creencia científica.

Pero si esa creencia, en cambio, defiende además que dicha realidad trascendente, cuya existencia no se puede probar de ninguna manera, rige el Cosmos de lo perceptible de diversas maneras y se otorga a sí misma (mediante quienes más la defienden) una enorme autoridad o capacidad decisoria sobre temas naturales, si que empezaría entonces a ser motivo de nuestra preocupación.

Serían también objeto de nuestro estudio y comentario aquellas cuestiones sociales no científicas (como prácticas o nociones religiosas, pero también políticas, éticas o morales) en el caso que éstas trataran de sustentarse sobre la interpretación arbitraria de hechos científicos.

¿Cuáles son los principales autores que inspiran su asociación?

La verdad es que nuestra desconfianza hacia el principio de autoridad hace que tengamos muchos autores que nos gustan, sin dejar por ello de analizarlos o criticarlos cada vez que los leemos. Así, dos conocidos escépticos como Martin Gardner o Carl Sagan disintieron en ciertas cuestiones. No siempre estamos de acuerdo, pero ello es riqueza en el fondo y una buena demostración de la falta de dogmatismo de la que a veces se nos acusa.

Si se trata de recomendar algunos autores, buena es la lectura de los estadounidenses Stephen Jay Gould, John Allen Paulos, Michael Shermer o Paul Kurtz, del biólogo inglés Richard Dawkins, del filósofo de la ciencia argentino Mario Bunge, del italiano Massimo Pollidoro, del holandés Cornelis de Jager o de los franceses Henri Broch, Georges Charpak o Jean Bricmont.

En España hay también muchos autores recomendables como Francisco Ayala, Fernando Savater, Victoria Camps, Manuel Toharia, así como Félix Ares, Javier Armentia, Ernesto Carmena, Ricardo Campo, Luis Alfonso Gámez o muchos otros.

Editan ustedes una revista que llaman “El Escéptico”. Podrías explicarnos el carácter de esta publicación.

La revista, cuatrimestral, pretende ser una tribuna para facilitar la difusión de todos aquellos estudios e investigaciones acerca de los temas que como asociación nos preocupan. Así, en los últimos números hemos hablado de la lenta expansión no sólo en los EEUU sino también por Europa de la teoríadel diseño inteligente, de base creacionista (y que trata de combatir la teoría de la evolución), hemos explicado el porqué de la ineficacia de los tratamientos homeopáticos o hablado de la llamada “fiebre antivacunas”, mediante la cual cientos de padres han dejado de vacunar a sus hijos debido a unas ideas equivocadas sobre las vacunas, lo que ha hecho que se experimente un fuerte incremento en España de enfermedades que antes se creía que estaban casi desaparecidas de la península Ibérica. Así mismo, publicamos un número especial sobre clones y células madre.

Pero nuestra labor de difusión trata de ir más lejos y, así, también mantenemos actualizada nuestra web (www.escepticos.org), tenemos un noticiario vía correo electrónico (El Escéptico Digital), una revistilla con contenidos para profesores (EscolARP) y, además, en el transcurso de este 2006, ARP-SAPC está publicando, junto con la editorial Laetoli, los primeros libros de una colección de textos críticos, en los que también tratamos de difundir lo que pensamos sobre toda esta misma temática, que iría desde estudios sobre la sábana santa a textos sobre los ovnis, creacionismo u otros.

¿Son ustedes escépticos entonces? ¿Cómo definiría usted el escepticismo?

Para muchas personas, el nombre no es muy afortunado y ha habido diversos intentos de variarlo mediante otros términos que tampoco han tenido demasiado éxito. De hecho, tiene poco que ver con muchos de los postulados del escepticismo pirronista o del de los escépticos de los siglos XVI y XVII. Con ellos comparte la necesidad sistemática de la duda, la creencia en la dificultad de conocer y en la crítica ante todo lo que se nos dice acerca de nosotros mismos o del mundo que nos rodea. Sin embargo, no es un escepticismo paralizante, sino que induce al estudio, a seguir trabajando tras los mejores datos… Para nosotros, actualmente, la denominación, básicamente, trata de recordar nuestra especial desconfianza ‘natural’ hacia las extraordinarias afirmaciones que suelen hacer los pseudocientíficos y/o los amantes de lo paranormal.

¿Tiene ustedes relaciones con algunas publicaciones y asociaciones de otros países? Creo que Henri Broch, Mario Bunge o Paul Kurtz, entre otros, forman parte de ARP-SAPC.

Existen relaciones amistosas con las asociaciones escépticas de todo el mundo, así como con las principales figuras que sustentan dicha forma de pensamiento. Tanto las asociaciones escépticas como algunos de los autores que has nombrado han colaborado con nosotros en nuestros actos públicos —como hizo Paul Kurtz hace unos años— o cediéndonos libre del pago de derechos la publicación de sus artículos. Así ha ocurrido muy recientemente con Mario Bunge, por ejemplo.

Hablan también ustedes del pensamiento crítico. ¿Cómo definen esas categoría?

Es un concepto sujeto a un cierto debate, y suele ser utilizado en diferentes contextos (políticos, pedagógicos y otros) con diferentes acepciones y definiciones.

En su base está el uso sistemático de la crítica y de la duda ante la información que nos llega y el creer que se deben requerir las mejores pruebas y argumentaciones para poder aceptar provisionalmente cualquier planteamiento. El pensamiento crítico está fuertemente influido por el método científico, y debe trata de validar la información que nos llega —incluso la no científica— con el ánimo de tratar de interpretarla lo más correctamente posible. El pensamiento crítico está relacionado con el uso de la racionalidad en oposición al pensamiento basado meramente en lo emocional, tratando de reducir lo subjetivo en búsqueda de la mayor objetividad posible. Suele tender a lo universal más que lo particular.

La difusión y evolución de este concepto será de interés en el desarrollo de una verdadera sociedad del conocimiento. Se trata de potenciar que no haya elementos pasivos que reciben información y responden a sus dictados de forma acrítica. En una verdadera sociedad del conocimiento debe estar fuertemente arraigado, debe ser casi implícito, el que se deba efectuar un esfuerzo discriminatorio de quien recibe la información, mediante el uso de sus facultades intelectuales.

¿Su asociación tiene posiciones políticas compartidas o es independiente de toda creencia política?

La asociación (otra cosa son sus miembros) y sus representantes (en tanto lo son) son independientes de toda creencia política. Lo que sí hacemos es adoptar posturas políticas públicas en favor de determinadas posiciones que son acordes con nuestros objetivos, así como criticamos decisiones políticas cuando las mismas se basan, defienden, o no nos protegen lo suficiente de prácticas pseudocientíficas.

Entre las responsabilidades de los poderes públicos en toda sociedad está el que, al menos ellos, apoyen y practiquen la publicación de información racional, veraz y contrastada (especialmente en los casos en que haya riesgos para la ciudadanía de no hacerlo), así como en sostener la investigación científica y garantizar el uso y disfrute de los descubrimientos científicos, especialmente los relacionados con la salud, entre la población. Así, personalmente, considero que lo que hace falta ahora es luchar ahora por conceptos como el enunciado por el artículo 27 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, que habla del derecho al progreso científico y a que éste sea realmente accesible a todo el mundo. También se trata de facilitar que el uso de las tecnologías sostenibles llegue a toda la población y que los derechos de los autores se vean respetados sin que ello anule las posibilidades de acceso a estas tecnologías y al conocimiento científico por las capas más desfavorecidas de la sociedad.

¿Creen que las creencias pseudocientíficas están más extendidas entre las personas de izquierdas o entre las de derechas, o acaso es independiente?

Es independiente. Los errores, las creencias equivocadas, etc. (como los que yo mismo tengo), son comunes a todos los seres humanos, más allá de sus posiciones políticas. No es ningún amuleto la posición política, aunque es cierto que —en un determinado momento— el sello del cientifismo estuvo más de moda entre una determinada izquierda progresista, ya que la lucha contra la autoridad de los dogmas heredados en el siglo XIX incluía también los saberes conservadores que sólo existían como medios de apoyo al poder establecido.

Por desgracia, por mi experiencia personal, en los últimos años le puedo decir que he visto defender posturas pseudocientíficas a militantes de todo el arco político, y tirar las cartas de tarot a simpatizantes de todas las facciones.

Más allá de su relación con corrientes postmodernas, el relativismo moral, cultural, filosófico sigue estando en auge. ¿Qué opinión les merece esta posición?

Como he comentado, no tenemos nada en contra de nadie, dado que no creemos estar en posesión de la verdad, en mayúsculas. No creo que se nos pueda definir como positivistas. Nuestro patrimonio es también, de alguna manera, la duda sistemática ante todo lo que nos llega. Eso sí, creemos que son mejores determinadas opciones que otras y que debemos ser claros al respecto e indicar porqué defendemos lo que defendemos.

Los relativistas radicales se suelen quedar en la duda sistemática y en la negación de ninguna forma de conocimiento al depender todas de contextos socioculturales, sin reconocer que es posible elegir entre alternativas y que hay algunas que son más defendibles que otras, tanto en cuestiones materiales como filosóficas y que no todas dependen de cada cultura. La viruela, que parece ser que no era conocida allí antes de la llegada de los españoles, mató quizás a millones de indígenas en la América del siglo XVI. No tuvo ningún problema cultural. Por suerte, su vacuna tampoco ha tenido problemas culturales y parece ser que ha funcionado de forma extraordinaria incluso en pueblos que no conocían la enfermedad.

Además de ello, hemos de pensar que los mismos relativistas argumentan y defienden sus ideas basándose en justificaciones (que tratan de ser lógicas) y toman sus decisiones continuamente, basándose en cientos de elecciones más o menos pensadas. Y saben que hay fenómenos que nos afectan a algunos, a muchos y a todos, y que conviene recomendar el uso de preservativos para detener el avance del SIDA, por ejemplo, para evitar los males que provoca. Quizás no se puedan establecer pautas sobre cuáles son los canapés más ricos, pero sí que el permanecer sin respirar más de una hora comporta los más graves riesgos para la salud, viva uno donde viva…

¿Por qué creen que siguen estando tan presentes en nuestras sociedades las concepciones irracionalistas? La gente, en general, está más educada, ha estado más tiempo en la escuela, en los institutos, tienden a creer con más criterio. ¿No es el caso?

Por un lado, es cierto que en una serie de países es posible observar cómo va aumentando el número de personas que alcanzan un mayor nivel de titulación académica. También hay estudios que parecen indicar que el porcentaje de creyentes en teorías no racionales mengua a medida que el nivel de titulación es más alto. Sin embargo, y por desgracia, no es menos verdad que la disminución de los porcentajes no es excesiva a medida que los años de estudio son mayores y que, además, en muchos temas sigue habiendo un elevado índice de credulidad en teorías pseudocientíficas por parte de gente que, incluso, está impartiendo clases en diferentes universidades. Y estas creencias infundadas no sólo son sobre materias lejanas, sino sobre las propias que ellos practican.

¿Cómo entienden ustedes la racionalidad? ¿Ser racional equivale a creer en la omnipotencia de la razón?

Al igual que de la palabra ciencia los escépticos hacemos un uso modesto, lo mismo nos pasa con el término racional, que tampoco suele tener una definición claramente consensuada. Para Popper, la racionalidad científica no trataba de comprobar lo que era cierto, sino en probar lo equivocado. Para otros autores, la racionalidad tendría varios caminos de demostración de sus enunciados. Para otros, la racionalidad se demostraría por la práctica y por la experiencia de los científicos de que dicha práctica resuelve problemas, como quería Kuhn.

Lo racional se podría entender, básicamente y tratando de encontrar una definición útil, como aquel discurso basado directamente en la lógica o en el conocimiento fundamentado de la realidad, gracias al mejor uso posible —en cada circunstancia— del método científico apropiado. A mi siempre me ha gustado, cuando hablo de pensamiento racional, recordar la definición que de conjetura se da en el diccionario, el cual viene a decir que es una opinión que tenemos sobre las cosas o sucesos en general, formada mediante el estudio de diferentes indicios, de nuestra experiencia y de nuestras observaciones.

La segunda parte de la cuestión planteada también es compleja. Si la pregunta se refiere a si el cerebro humano será capaz de entender en algún momento todo cuanto hay en el Universo (y aún en otros, si los hubiere), hay que decir que eso lo ha hecho siempre. Al fin y al cabo, las personas con creencias religiosas pueden dar una respuesta a todo —en último término— recurriendo a una instancia suprema trascendente.

Si, en cambio, de lo que se trata es pensar acerca de si la razón humana será capaz de dar cuenta por sí misma y realmente de todo ello, no puedo dar una respuesta, ya que no tengo los suficientes elementos de juicio para contestar de forma adecuada. Como todos sabemos, hay limitaciones lógicas a la racionalidad y no siempre es posible la determinación precisa de los fenómenos naturales atómicos. El azar y el caos parecen tirar también sus dados en los procesos naturales. Lo que si parece ser cierto, de momento, es que, pese a todo ello, el uso de la razón, de la lógica y del método científico ha sido la mejor manera que ha tenido el hombre de ir contestando hasta ahora a todas las preguntas que se ha ido planteando.

A veces se afirma que está en nuestra naturaleza creer en algo, que queramos o no, se sea racional o no, tenemos necesidad de creer. ¿Qué opina de estas afirmaciones?

No sé si está en nuestra naturaleza el deber creer en algo, eso se debe demostrar también. Si por creer te refieres a creencias en cosas transcendentes, pseudocientíficas o paranormales, seguro que no. Si te refieres a creencias en general, probablemente sí. Pero es sólo una creencia mía…

Es verdad que nuestro cerebro está constantemente en funcionamiento, elaborando hipótesis más o menos complejas todo el tiempo —basándose en su experiencia y en lo que le han dicho— sobre nuestro entorno a medida que la realidad le va proporcionando datos. Dado el flujo continuo de información y la necesidad de respuestas, no siempre podemos contrastar racionalmente nuestras hipótesis, ya sea por problemas de tiempo o de preparación, por lo que muchas veces nos vamos acogiendo a las hipótesis que nos son más cómodas, aunque las mismas no sepamos hasta que punto son ciertas. También en ocasiones creencias políticas, éticas o de otra índole, se introducen en el momento de formular nuestro razonamiento aportándole sesgos que pueden influir en nuestra capacidad de tomar decisiones.

Pero esta dificultad de estar al cien por cien todo el rato en cuanto a la posibilidad de fundamentar lo que creemos, no implica que en un momento dado, y cuando ello se requiera, no debamos ser rigurosos y tratar de analizar nuestras creencias para ver en ellas qué hay de cierto en realidad y qué hay de fantasía.

A veces se presenta también a las personas racionalistas como personas con mentalidad cuadriculada, sin cintura, poco dados a la novedad, cerrados de miras, sin horizontes nuevos. ¿Usted está de acuerdo con estas afirmaciones?

Siendo yo mismo racionalista, sería duro decir que soy así. La verdad es que la crítica existe y que hay algunos que es posible que tengan esa creencia. Es incluso posible que haya racionalistas que tengan ese carácter, claro. Pero esa descripción creo que es falsa…

Por un lado, la realidad es la que es. Decida volar como opción para bajar desde un vigésimo piso, saltando desde una ventana. Piense cómo y déle vueltas a su imaginación. Al final de su corto viaje, lo que obtendrá será algo poco novedoso y, sin duda, muy poco estimulante.

Pero pese a ser la realidad la que es, el mismo carácter que entraña el conocimiento científico obliga a los científicos a nos ser cuadrados, sino abiertos a las novedades y colaboraciones. La ciencia es novedad, es descubrir cosas nuevas. No se puede ser cerrado a las novedades si lo se persigue eso, la novedad. Ser científico es ser creativo, muy creativo. No hay científicos no creativos, por definición. Además de todo ello, debemos recordar que la ciencia se construye por la difusión de sus descubrimientos. No puede darse, en ningún caso, el oscurantismo de las ciencias ocultas. Sólo existe ello, si me apuras, en la ciencia militar, pero por poco tiempo. Fijémonos en la bomba atómica. Aquí, todos los magos deben permitir que se revise su chistera por todo aquel que quiera. Es más, la chistera se debe poder abrir en canal si hace falta. No hay artificio. Luz y taquígrafos constantes. Eso obliga a hablar, a aceptar críticas, a aprender de los errores.

La ciencia, aunque quizás no la Ley de la Gravedad, es democrática, ya que nos hace que sepamos más gracias a la discusión sin trampas con nuestros semejantes.

De todos modos, y si me lo permite. ¿Qué es lo novedoso que otros dicen defender? ¿Hablar de hadas como lo hacían nuestros antepasados o hablar de agujeros negros? ¿Hablar de ovnis o investigar planetas extrasolares que orbitan alrededor de lejanas estrellas, tratando de averiguar, por los datos que nos llegan, si hay vida? ¿Seguir hablando de la Atlántida o descubrir la existencia de Mohenjo Daro? ¿Hablar de magia o de infrarrojos? ¿Hablar de posibles dioses astronautas o sumergirse en el impresionante mundo del pueblo maya, de su grandeza?

La verdad es que creo que nosotros somos más dados a lo nuevo, dado que es precisamente nuestra desconfianza en los saberes recibidos lo que hace que la investigación y nuestro conocimiento común sobre nosotros y nuestro entorno avance.

¿Ser racional lleva consigo no aceptar otras vías de aproximación a la realidad como el arte o la poesía, por ejemplo?

Ser racional no implica no enamorarse, no leer El Quijote, no tener una mayor satisfacción por el chocolate que por la vainilla, etc. Nos deleita la poesía y entre nosotros citamos aquélla de Walt Whitman en la que, aburrido por la cháchara de un astrónomo, salió al campo a regocijarse con la mera contemplación de las estrellas. Muchos astrónomos tal vez no lo serían si no hubieran gozado mirando a la Luna de pequeños o contemplando los cielos nocturnos de los cuadros de Van Gogh. Para hacerme vivir ciertas sensaciones, determinadas obras de arte son especialmente maravillosas. Son imprescindibles. Pero son placeres subjetivos, casi inefables en muchos casos. Su comunicación no es fácil ni universal, y el saber y poder apreciarlas depende mucho de cada contexto cultural y social. Aunque, la verdad, de ello no estoy del todo seguro, y es posible que haya ‘mecanismos’ cognitivos que nos hagan que ciertas formas artísticas nos proporcionen a todos los de nuestra especie un mayor gozo que otras, más allá de las culturas.

Finalmente, ¿ cuáles creen ustedes que serían los medios adecuados para combatir públicamente las creencias pseudocientíficas, el engaño, las creencias sin peso y sin poso, etc.?

No estoy seguro, pero probablemente en tratar de educar a la ciudadanía no tanto en la búsqueda de unos resultados, como sobre los métodos (y la mejora de los mismos) para obtener dichos resultados y validarlos. Lo importante no es el descubrimiento sino el proceso del descubrimiento, ya que es este proceso el que otorga valor al mismo. Se trata de fomentar el conocimiento de la metodología más que de resultados concretos.

En la ciencia pasa como en una gran película, lo importante no es descubrir cómo acaba, sino cómo se desarrolla hasta que llega el fin. Por eso nos gusta tanto ver una y otra vez algunos viejos títulos… y por eso a los escépticos nos gusta tanto también el recordar a los gigantes que nos han precedido y sobre cuyos hombros tratamos de ver tan lejos como nuestro casi desconocido cerebro humano nos permite.

Fuente:

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=53260