(PD/Agencias).-Era urólogo y poseía objetos personales de Hitler, Göring o Lincoln. Hay dudas de la autenticidad del miembro, que John K. Lattimer podría haber adquirido por interés científico.

John K. Lattimer, uno de los coleccionistas con objetos históricos más dispares, ha muerto la semana pasada en EEUU.

Lattimer, que falleció en Englewood, Nueva Jersey, era el propietario de reliquias militares tales como el pene de Napoleón, una ampolla de cianuro de Hermann Göring o el cuello de la camisa ensangrentada con la que murió Lincoln.

El coleccionista, antiguo profesor en la universidad de Columbia, poseía además armaduras medievales, rifles de la guerra civil americana y dibujos de Hitler, según informa el diario The New York Times.


LA PERIPECIA DEL GRAN PENE DEL GRAN CORSO

Se supone que el pene había sido amputado por el sacerdote que administró la extremaunción a Napoleón, para convertirlo en souvenir. Napoleón vivió y murió en una época en que los restos físicos de los famosos ejercían una fuerte atracción sobre el público.

Subraya Judith Pascoe en The New York Times que Shakespeare no se convirtió en Shakespeare hasta el comienzo del período romántico, cuando se escribió su biografía, se comentaron sus obras teatrales y se buscaron y conservaron sus pertenencias personales. Los árboles que crecían junto a las casas donde había vivido el bardo fueron talados para proporcionar la madera necesaria para crear cofres de té y tapones de pipa [1] “shakespeareanos”.

Después de la derrota de Napoleón en Waterloo, sus posesiones viajaron por toda Inglaterra. Su carruaje, lleno seductoras curiosidades como un raspador de lengua de oro, un cepillo para la piel, “pequeñas ropas de Cashimeer” y una chocolatera, atrajo muchedumbres e hizo que el poeta Byron codiciara una reproducción. Cuando Napoleón murió, los árboles que bordeaban su tumba en Santa Elena fueron literalmente hechos astillas para hacer con ellas souvenirs.

La creencia de que los objetos están penetrados por la esencia duradera de sus propietarios, llevada a un extremo, condujo a un estado de ánimo que hizo a Mary Shelley guardar el corazón disecado de su marido en un cajón de su escritorio. La costumbre de coleccionar reliquias es muy anterior al periodo romántico, por supuesto; los peregrinos medievales buscaban fragmentos de la cruz verdadera. Como secuela de la Reforma, reliquias religiosas que habían sido descartadas de monasterios pasaron a formar parte de colecciones laicas seculares donde se mezclaban libremente belemnites (moluscos cefalóodos del Jurásico y el Cretáceo) con huesos de dedos de santos. Cuando Keats murió, su pelo adquirió el atractivo sobrenatural de un artefacto religioso.

El pene de Napoleón no fue la única parte del cuerpo napoleónico que añadió leña al fuego del coleccionismo. Dos pedazos del intestino de Napoleón, adquiridos por el museo de la Real Universidad de cirujanos de Inglaterra en 1841, provocaron una prolongada discusión que comenzó en 1883. Ese año, sir James Paget puso en tela de juicio la autenticidad de los especímenes en cuestión, contrastando las protuberancias aparentemente cancerosas de los mismo con el tejido sano que el médico de Napoleón había descrito con anterioridad. En 1960, la disputa aún continuaba en los anales de la Real Universidad de cirujanos de Inglaterra, mucho tiempo después de que las piezas del intestino de Napoléon hubieran sido destruidas en un ataque aéreo durante la Segunda Guerra Mundial.

El Dr. Lattimer, que era urólogo, podría haber aducido un interés profesional en los órganos genitales de Napoleón. No así su propietario anterior, el librero y coleccionista A. S. W. Rosenbach de Philadelphia, que derivaba un placer “Rabelaisiano” de la reliquia, según su biógrafo, Edwin Wolf. Cuando Rosenbach puso el pene napoleónico en exhibición en el museo de arte francés de Nueva York, los visitantes escudriñaban en una vitrina para ver algo con la apariencia de un cordón de zapatos retorcido, o una anguila arrugada.

Es posible que nunca sepamos con certeza si el objeto atesorado por el Dr. Lattimer estuvo alguna vez unido al cuerpo de Napoleón o no. Algunos historiadores ponen en duda que el sacerdote hubiera podido escamotear el órgano con tanta gente entrando y saliendo de la estancia donde el emperador agonizaba. Otros sugieren que tal vez el sacerdote hubiera cortado solamente una muestra parcial. ¿Si bastante gente cree en un pene posiblemente falso, se convierte por ello en verdadero?

El patetismo del pene de Napoleón —llevado y traído durante décadas, apenas reconocible como parte de un cuerpo humano— evoca los aspectos más sórdidos del coleccionismo. Si, como sugiere Freud, el coleccionista es un misántropo sexualmente inadaptado, entonces el falo del emperador es un objeto de coleccionista sin par, el epítome de la potencia y dominación masculinas. Las huestes de entusiastas de Napoleón, debemos observar, incluyen a muchos de los llamados “varones alfa”: Bill Gates, Newt Gingrich, Stanley Kubrick, Winston Churchill, Augusto Pinochet. Sin embargo, el paradigma freudiano nunca ha justificado la existencia de coleccionistas femeninas, ni explica el atractivo que por las colecciones sienten algunos artistas como Lisa Milroy, cuyas pinturas de zapatos o tiradores de gabinetes, dispuestos en serie, prestan vida a estos objetos comunes.

Ya es hora de que dejemos el pene de Napoleón descansar en paz. Los museos se están deshaciendo poco a poco de restos humanos de pueblos indígenas para poder darles apropiadas sepultura. Al pene de Napoleón también se le debía permitir volver a casa volver a reunirse con el resto de tan fascinante cuerpo.

Fuente:

http://blogs.periodistadigital.com/necrologicas.php/2007/05/21/lattimer_pene_napoleon_bonaparte_4567