Historias de espantos se escuchan todo el tiempo: le sucedió al papá de un amigo, lo contó el vecino, pasó en el pueblo del abuelo. Son relatos que entretienen muy bien en la sobremesa o en una noche lluviosa sin luz. Pero cuando dos esposos jóvenes tienen que salir huyendo de su casa recién alquilada en Villa Nueva y prefieren callar por miedo a que los tachen de locos, estos cuentos de fantasmas dejan de parecer tan divertidos y se vuelven menos explicables.

Paola Hurtado /elPeriódico

Sucedió a finales del año pasado. Ruth Godoy y su esposo, Luis Grajeda, acababan de alquilar una casa en un moderno residencial de Villa Nueva. Era una vivienda ubicada a pocas cuadras de un conocido centro comercial, con habitaciones amplias y un precio razonable. Ruth, una estilista de 24 años, esperaba hacerse de nueva clientela en el condominio; y Luis, un taxista treintañero, podría estar cerca de su esposa y su bebé de un año que empezaba a caminar.

La emoción, sin embargo, les duró poco. Desde que se mudaron a mediados de octubre comenzaron a ocurrir cosas extrañas que fueron subiendo de tono, hasta que los esposos tuvieron que abandonar la casa antes de que terminara el año.

Todo empezó con ruidos en la madrugada, que parecían provenir del primer nivel, recuerda Ruth. Era como si arrastraran las sillas, cerraran una puerta o acomodaran un sofá. Pero su esposo siempre la convenció de que eran los vecinos de al lado.

El primer susto vino pocos días después. Ruth estaba bordando un cuadro en la sala y Alexandra, su hija, estaba junto a ella. La mamá, que la acompañaba durante el día, estaba en la cocina. “Fue cosa de un instante: vi a la nena y al subir otra vez la vista ya no estaba. Le pregunté a mi mamá si estaba con ella y me dijo que no”, relata. Las dos mujeres empezaron a buscar a la niña y, de pronto, la oyeron gritar en el segundo nivel. “Sentí un escalofrío horrible, ¿cómo había llegado hasta ahí la nena si apenas podía subir una grada? Nos quedamos muy asustadas”.

casa
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Luis Grajeda nunca ha creído en historias de espantos, y cuando Ruth le contó que a la niña “la habían cambiado de lugar”, le sugirió dejar de ver tanta tele.

Pero Ruth ya no estaba tranquila. Había algo en esa casa, recuerda, que le hacía sentir miedo. Luis llegaba tarde de trabajar, pero ella siempre lo esperaba despierta, porque ya no conciliaba bien el sueño. Y, al parecer, a su empleada le pasaba lo mismo.

La muchacha de 15 años, que dormía en el sofá de la sala familiar, le contó que una noche le jalaron la sábana. “Yo creí que era usted, pero cuando abrí los ojos vi a una mujer despeinada, vestida de blanco, que bajó las gradas como volando. Quise gritar, pero no me salió la voz”, le narró. Ruth la quiso convencer de que estaba soñando, pero no logró persuadirla para que se quedara.

La casa de los Grajeda

La pequeña Alexandra dormía en una cama ubicada junto a la de sus padres. Una noche, Ruth sintió que jalaron a su hija hasta botarla. Al encender la luz, la halló gritando debajo de la cama, hasta el fondo. La siguiente vez no hubo caídas: la niña empezó a llorar a medianoche. Tenía tres aruñazos en cada mejilla.

A Luis seguían pareciéndole inventos de su esposa, hasta que su suegra y su cuñada lo hicieron quedarse pensativo. Le contaron que, de golpe, se les había cerrado con llave la puerta de la sala, pese a que no había aire, mientras la bebé dormía adentro. Fueron a pedirle a la vecina un cuchillo para abrir la puerta, y ella les contó que en esa casa “espantaban”. Les relató que una noche calurosa, ella y sus dos hijas adolescentes estaban en el parquecito, frente a la casa de los Grajeda, cuando vieron a una mujer de cabellos desaliñados y vestido blanco pasar frente a la ventana, en el segundo nivel, como volando.

familia
familia

Antes de Navidad, los Grajeda, una familia cristiana evangélica, realizaron un convivio familiar en su casa. Estaban todos en la sala cuando a la madre de Luis le sonó el celular. Era una llamada desde el teléfono de Ruth, pero el aparato estaba en la habitación (donde no había nadie), no tenía saldo la tarjeta y el teclado estaba bloqueado. Todos se pusieron a orar.

Los dos meses y medio que vivió allí, Ruth los pasó deprimida. Cuenta que su estado de ánimo empeoró cuando soñó que una figura monstruosa le decía que “era el dueño de esa casa y que no los dejaría en paz”. Cuando despertó, el televisor se encendió solo.

Poco después sucedió lo último. Ruth se despertó sobresaltada a la 1:00 de la mañana, se sentó sobre su cama y vio salir una sombra del baño. Creyó que era Luis, pero la figura, en vez de acostarse, salió de la habitación sin abrir la puerta, y ella apenas tuvo voz para despertar a su marido. “Estoy cansada de vivir aquí. Tenemos que irnos”, le dijo. Y Luis, que había visto lo intranquila que se mantenía su esposa, accedió. La pareja vive ahora en San Miguel Petapa, en una casa donde no pasa nada extraño.

Espíritus, demonios y energías

Cuando se habla de fenómenos paranormales, como apariciones y movimientos extraños de objetos, siempre giran alrededor de ellos infinidad de relatos.

El edificio de la Corte Suprema de Justicia, en la zona 1, ha albergado historias de fantasmas desde su inauguración en 1974. El abogado Donaldo García Peláez, ex secretario de la Corte, recuerda que en 1983, el entonces Presidente debía resolver un amparo presentado por la defensa de seis reos que serían fusilados. El magistrado estaba en su escritorio, alrededor de las 11:00 de la noche, cuando salieron disparados los expedientes hacia arriba y un bulto oscuro caminó de su oficina hacia las gradas. “Yo entré y lo vi muy asustado, pero en las escaleras no había nada”, cuenta García.

“El conserje que vivía en el edificio, las secretarias que trabajaban hasta tarde, todos contaban que en la noche oían máquinas de escribir y veían sombras. Lo atribuían a que en ese lugar existió la Penitenciaría Central de Guatemala”.

“¿Hubo testigos?”, es la primera pregunta que se hace Enrique Campang, psicólogo y catedrático universitario, ante estos fenómenos. Él considera que también debe analizarse el caso para evaluar si la persona sufre de esquizofrenia o alucinaciones. “Hay personas que no pueden decir lo que quieren o desean desviar un sentimiento de culpa, y entonces lo somatizan, inventando historias”, explica. “Además, el ser humano es muy sugestionable y fácilmente da por sentada información no confirmada”.

En la experiencia de Edwin Fajardo, un sacerdote católico con estudios en exorcismo, muchos fenómenos de este tipo encuentran respuesta en la Psicología. Pero una vez descartado un problema psíquico, puede llegarse a la conclusión de que no hay una explicación científica, indica.

El religioso expone que las personas tienen diferentes grados de sensibilidad, y hay quienes perciben la energía de gente que ha estado viva. En sus 12 años de ministerio, el sacerdote se ha topado con cinco casos de fenómenos paranormales, entre ellos el de una joven que fue “poseída” por un “ente” que llegó a golpearla mientras dormía.

En la Iglesia católica existe la Asociación Mundial de Exorcistas, cuya sede está en Roma. Fernando Max Kiehnle Gutiérrez es un laico guatemalteco que, al margen de su actividad como fabricante de calzado, acompaña a los sacerdotes exorcistas mexicanos en estos casos.

Explica que en el catolicismo (apostólico y romano) se reconocen tres tipos de manifestación del demonio: el circundatio (cuando asedia a la persona a través de sensaciones, como olores y náuseas, o se mueven cosas frente a ella), la influencia (está adentro de la persona sin poseerla, le provoca obsesiones, daños físicos y hasta enfermedades) y la posesión (la minoría de los casos, cuando maneja la voluntad de la persona). Y también existe la infestación demoníaca de un lugar en donde se han realizado ritos esotéricos o satánicos.

Para cada caso, dice Kiehnle, la Iglesia ha establecido un procedimiento. Pero en general, en todos se requiere que la persona aumente su vida espiritual, que se bendiga el lugar, que se rece el rosario y se lea la Biblia. Y si lo amerita, hacer una oración de liberación o un exorcismo.

Con diferentes términos, la Iglesia evangélica también reconoce este tipo de fenómenos. Edgar Menéndez, pastor, teólogo y catedrático, señala que entre los evangélicos le llaman demonio a todo lo que atenta contra el ser humano y que existen las influencias y las posesiones demoníacas. En vez de exorcismo, el procedimiento se llama liberación.

“Reconocemos que así como hay bien, hay mal, y que se manifiesta de diferentes formas”, agrega. “Nuestra experiencia nos dice que las raíces de estos fenómenos, generalmente, se encuentran en las prácticas ocultas por parte de la persona que los padece o de un miembro de su familia. Visitar centros espiritistas, jugar ouija, leer las cartas, practicar ritos satánicos, todo esto abre puertas. Pero así como los alcohólicos deben reconocer su problema y buscar ayuda, a las personas que viven estas experiencias no se les puede ayudar si no lo desean”.

En Argentina hay un psicólogo clínico que ha estudiado el campo de la psicología paranormal desde hace 22 años. Se llama Alejandro Parra, es docente universitario y presidente del Instituto de Psicología Paranormal de Buenos Aires. A través de una entrevista telefónica cuenta que ha conocido varios casos de apariciones y que, a su criterio, se deben a que en determinados lugares o casas se ha quedado una impregnación psíquica a causa de una situación traumática, y que busca a un sujeto sensible para manifestarse. En estos casos puede utilizarse equipo especial para detectar las energías nocivas y así cancelarlas.

En una encuesta que hizo el instituto que Parra dirige, se registró que el 60 por ciento de las personas han tenido una o varias experiencias parapsicológicas. Solo el 20 por ciento de ellas buscó una explicación o ayuda con terapeutas o consejeros espirituales, mientras que el resto calló porque siente vergüenza o temor de que lo crean loco.

Sin embargo, señala, hay que tomar en cuenta que muchas historias son producto de engaños sensoriales, es decir, alucinaciones no patológicas o fábulas que se construyen para conseguir beneficios secundarios. “Hay que ser muy cautos con los relatos. Aunque no siempre resulta difícil trazar una línea que divida dónde termina lo normal y comienza lo paranormal”, agrega.

Cuando se habla de fenómenos paranormales nunca hay verdades absolutas y todo depende de quién los analice y quién los padezca. Sin embargo, una frase de Keihnle, el auxiliar de exorcismos, puede concluir en una coincidencia: “Nadie sabe lo que pesa el muerto hasta que lo carga”.

La casa en la que vivieron los Grajeda está ubicada al final de la calle principal del residencial y continúa vacía. Sus dueños, que nunca vivieron allí, residen en Estados Unidos, y la encargada de rentarla cuenta que en la casa solo han vivido dos familias: una que se mudó al cabo de un mes, sin novedades, y los Grajeda. La casera está considerando realizar allí un servicio religioso antes de que llegue un nuevo inquilino.

Fuente:

http://www.elperiodico.com.gt/es/20070429/actualidad/39088/