Un día de julio del 2006, aproximadamente, el grupo de guardias privados nocturnos que cuida las oficinas centrales de la Defensoría del Pueblo, en Bogotá, acomodadas en la estructura de un viejo palacete de los años 30, al entregar el cargo a sus relevos a las seis de la mañana, con algo de confusión y escepticismo, reportaron que la noche había estado agitada con extrañas voces humanas de sufrimiento en los corredores.No obstante los ruidos, el edifico amaneció en orden, excepto un pequeño florero de cristal dentro del que estuvieron durante casi un mes dos rosas marchitas que nadie cambió.

Una semana más tarde la guardia de la noche volvió a los corredores alarmada por ruidos de muebles que se movían y gente que caminaba.

No vieron a nadie y todo estaba en orden. El jefe de guardias que entregó el turno al amanecer reportó las falsas alarmas y se las atribuyó a un enorme gato negro que vieron caminar por los corredores brillantes de marmolina blanca.

Los ruidos y la intranquilidad aumentaron en las noches siguientes, al punto que un guardia huyó despavorido cuando rondaba el tercer piso y se refugió tembloroso en la sala de descanso.

Decía que había visto a un fantasma volándole en frente, como si fuera una sábana que cambiaba voluntariamente de tamaño.

Esa noche los pasos, los ruidos y la presencia del gato negro fueron más inquietantes. La guardia, como en las veces anteriores, reportó el alboroto en la mañana.

Semanas después, un guardia nocturno de apellido Uribe salió en estampida porque dijo haber visto en los parqueos internos a una bruja que, según su relato, contado ayer a El Nuevo Herald por un supervisor de seguridad, saltó al patio desde los techos más altos, se acurrucó, luego se paró y desapareció.

En noches sucesivas otros guardias reportaron encuentros con la bruja, descrita como una mujer de aproximadamente 60 años, de trajes largos, desgreñada y horrible. Según ellos, la mujer, ciertamente, se lanzaba en vuelo desde los techos vecinos hasta la zona de parqueo, sin causarse daño.

No obstante, la mayor cantidad de novedades nocturnas se refieren al supuesto fantasma y al gato negro que entra a pesar de que la seguridad se cerciora de que todas las puertas y ventanas queden cerradas expresamente para que no pueda hacerlo.

Con el paso del tiempo, los guardias establecieron que el gato negro entra invariablemente a eso de las 10 de la noche, explicó Martha Díaz, Jefe Nacional de Comunicaciones de La Defensoría del Pueblo (principal órgano estatal dedicado a defender los Derechos Humanos).

Luego, se transforma en una suerte de pájaro blanco, adquiere más tarde una forma de camilla y lo suceden múltiples sonidos de muebles, pasos y chillidos hasta que toma la forma de un hombre volador metido en una sábana y recorre los tres pisos del edificio.

Por donde pasa el que ya llaman fantasma, aseguran que hay demasiado frío.

Las historias de terror solo eran parte de los mitos de las guardias nocturnas hasta que recientemente fueron renovadas las cámaras internas de vigilancia y entonces los monitores comenzaron a captar y a grabar, con nitidez y a todo color, el ingreso del gato negro y las extrañas danzas y cambios de formas del supuesto fantasma.

Todo, en efecto, comienza pasadas las 10 de la noche con la entrada del gato negro.

Ante la incredulidad del hecho, El Nuevo Herald pudo ayer obtener en exclusiva una secuencia,tomada de las grabaciones de seguridad, de siete fotogramas que comienza con la entrada del gato negro por el corredor del segundo piso, a pesar de que las puertas y las ventanas estaban cerradas.

Los mismos guardias han averiguado que el viejo palacete fue sede de un hospital municipal de caridad y del desaparecido Instituto de Higiene Municipal Samper Martínez, y creen que el alma de algún difunto pudo haber quedado penando por allí.

Un miembro de la escolta del defensor del Pueblo, Vólmar Pérez, declaró a El Nuevo Herald que, a su modo de ver, no se trata de fantasma alguno sino que las cámaras captan, en realidad, malas energías que lleva la gente que visita el edificio.

Pero Carlos Enrique Barros, coordinador de seguridad del edificio, manifestó ayer que no cabe duda de que el gato entra y que las cámaras captan lo que sus subalternos suponen es un fantasma, al que, incluso, ya le pusieron el nombre de Gasparín. No obstante, Barros se declaró escéptico y piensa que no le compete a él decir si todo esto pertenece al mundo fabuloso de los encantamientos y los muertos vivientes. Su función se reduce a brindar seguridad.

El Defensor Pérez se ha mostrado molesto con la algarabía que ha causado el fantasma y recientemente impidió que funcionarios de la oficina encargada de la defensa de los derechos indígenas fueran a buscar en las profundidades de la selva de Chocó a un reputado jaibaná (brujo y sacerdote) del pueblo emberá, especializado en combatir toda suerte de demonios y espíritus perversos.

Al mismo tiempo, Martha Díaz, indicó que ha querido llevar a un sacerdote católico autorizado por el Papa para practicar exorcismos, pero el religioso ha rehusado por considerar que alrededor del fantasma de la Defensoría presumiblemente hay gente de poca fe y eso echaría a perder los ritos que se practiquen.

Como es frecuente en estos casos, el escepticismo es abundante, aunque con la aparición de las fotos se menciona mucho en el edificio el viejo dicho español: No hay que creer en fantasmas, pero que los hay, los hay.

Fuente:

http://www.miami.com/mld/elnuevo/news/world/americas/16677834.htm