Lucio Manisco
Sin Permiso

La semana del 7 al 14 de enero ha sido la décimoquinta que registra la presencia de The God delusion [La ilusión de Dios], de Richard Dawkins en los primerísimos puestos de la lista de best sellers del New York Times. Un éxito extraordinario, si se tienen en cuenta la finalidad y el contenido de la obra del científico de Oxford: en síntesis, el recurso a la racionalidad científica del evolucionismo para demostrar la inexistencia de un ser sobrenatural, la réplica sin concesiones al neocreacionismo en versión “diseño inteligente” y la no menos contundente denuncia de las religiones judeo-cristianas por su impacto nocivo y represivo en el desarrollo social y en la libertad de los individuos y de los pueblos a lo largo de la historia occidental, sobre todo en nuestros días.

Dados los tiempos que corren, uno de los desafíos más ambiciosos y a contracorriente. Pero son precisamente los tiempos que corren los que motivan y explican el vasto eco alcanzado y la excepcional difusión lograda en EEUU y Europa por La ilusión de Dios (la editorial Bantam Press sigue lanzando nuevas ediciones cada dos meses, sin conseguir satisfacer la creciente demanda del mercado librero). No estamos frente a majaderías como El Código Da Vinci o el último thriller de John Grisham, The Innocent Man, basado en un suceso real, sino frente a un ensayo rigurosamente científico, aun si de un carácter divulgativo y de contracruzada menos frecuente en la amplia obra anterior del catedrático de comunicación de la ciencia de Oxford. Bien conocido en Italia por las traducciones de obras como El gen egoísta, El relojero ciego, El arco iris de la vida, A la conquista del Monte Improbable, y más recientemente, El cuento de los ancestros, Richard Dawkins ha sido honrado con la medalla de honor de la Presidencia de la República [italiana]: hay que esperar que el retraso en la publicación italiana por Mondadori de La ilusión de Dios, ya traducido a otras cinco lenguas, se deba sólo a razones técnicas o de oportunidad editorial. Más sospechoso, o acaso para nada sospechoso, es el silencio de nuestros medios de comunicación respecto del enorme eco despertado en el mundo anglosajón, y luego en Francia y en Alemania; aquí se cuentan con los dedos de una mano las reseñas aparecidas en periódicos nacionales, críticas, todas, basadas en lo que le falta a la obra, y no en lo que la obra es. Verbigracia: falta de un análisis antropológico de la religiosidad, substituida en Richard Dawkins por una denuncia del lavado de cerebros y del abuso de la infancia habituales en las religiones constituidas.

Ninguna mención al debate en curso desde mayo de 2006, que aún hoy prosigue en las páginas del New York Times, del New York Review of Books, del Financial Times o del Washington Post. Ninguna mención de laportada que le dedicó el semanario Time, ni del espacio y de las entrevistas dededicadas a Richard Dawkins en los mayores canales televisivos británicos y estadounidenses, en todos los demás medios de comunicación y en internet. Por consiguiente, no se ha hablado ni se ha escrito en Italia de las rabiosas polémicas de los teocons de EEUU, ni de las más cautas y racionales contestaciones de los expoentes de la cultura laica que han animado los seminarios credaos ad hoc por universidades y centros de cultura científica como el Salk Institute for Biological Studies de la Jolla, en California, el Science Network o la ultraconservadora Templeton Foundation.

El llamamiento de Dawkins a los ateos de todo el mundo para que hagan oír su voz, a fin de hacer de contrapeso del obscurantismo y el fundamentalismo religioso que están abismando a la civilización occidental en la violencia y en la barbarie ha sido silenciado en nuestro país: baste pensar en el éxito de otras obras del mismo tenor aparecidas en los últimos meses en los EEUU. Mencionemos Romper el espejo de Daniel Dennett, la Carta a una nación cristiana de Sam Harris, Dios no es grande, de Christopher Hitchens, o Dios, hipótesis refutada, de Victor Stanger.

No es, obviamente, la primera vez en la historia moderna que las oleadas del pensamiento ateo se levantan contra los ataques de la Iglesia a la Ilustración, desde la reviviscencia del dios-rey-patria en el Congreso de Viena que abrió el camino al positivismo de Auguste Compte y luego a los textos de David Friedrich Strauss, de Joseph Ernest Renan, hasta la “muerte de Dios”, unas pocas décadas después. La diferencia está hoy en el ascenso al poder de los “busheviques” (no sólo en los EEUU), en el impío apoyo poco recatado que le ofrece la Iglesia de Roma, que condena la guerra como pecado, pero no a los pecadores, y en la cada vez más difundida resolución a no seguir soportando la opinión pública las devastadoras repercusiones en la sociedad civil, en la paz y en la misma supervivencia del planeta, de las interferencias eclesiásticas en la gestión racional y laica de la cosa pública: un sondeo de opinión efectuado antes del solsticio de invierno en el Reino Unido ha puesto de manifiesto que el 82% de los ingleses considera que dañinas las religiones judeo-cristianas como causas primarias de las tensiones y las divisiones entre los pueblos.

Joseph Ratzinger (su definición como “Pastor alemán” por parte de Il Manifesto no es nada comparada con el calificativo de “Rottweiler de Dios” con que le obsequia la prensa británica) contribuye masivamente a esa hostilidad de la opiión pública y al éxito de las contracruzadas de los Dawkins y compañía: con estupefacta zozobra se acogieron fuera de nuestro país las declaraciones de Ratzinger a favor de la decisión del G-8, pávidamente resuelto a no exigir el cese del devastador ataque de Israel al Líbano, y los vaticanistas que asolan nuestros esquemas televisivos esperaron cuarenta y ocho horas a las reacciones de los medios de comunicación de otros países europeos y del mundo musulmán, antes de mencionar la grosera pero deliberada cita del Palelogo en el discurso de la Universidad alemana.

El nombramiento del arzobispo de Varsovia Stanislaw Wielgus ha sido la postrera guinda en el pastel de esa disfuncional gestión de la santa Iglesia romana.

Y de cualquier modo, su ingerencia continua, repetitiva, obsesiva, en la actividad de las fuerzas políticas, del parlamento y de las instituciones de una República como la italiana, nominalmente laica, tiene que desatar preocupación y alarma, también y sobretodo por la obsequisidad de los llamados teodems, y en general, de las instituciones.

“El vaso está colmado –ha escrito Vera Pegna en Il Manifesto del pasado 6 de enero—. Por foruna, el rechazo de las dobleces y de las ingerencias vaticanas se prolonga y se suma. Es de esperar que nuestros políticos lo tengan en cuenta”.

Sin embargo, los enfoques y los comportamientos de nuestros medios de comunicación no se condicen con tal auspicio.

Lucio Manisco es un crítico cultural italiano que colabora regularmente con el cotidiano comunista italiano Il Manifesto.

Traducción para www.sinpermiso.info: Casiopea Altisench
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