Alejandro Vázquez Cárdenas/Colaboración especial

 

 
Miércoles 3 de Enero de 2007

Pocas cosas son más persistentes que un dogma ancestral. Puede tratarse de un dogma religioso (la virginidad de María), un dogma político (la izquierda busca el bien de la sociedad), un dogma histórico (nuestros héroes patrios son impolutos e inmaculados), médico (comer carne de cerdo en el postoperatorio causa infección en la herida) y otras tonterías similares. Pero en esta ocasión tocaré sólo el aspecto de la necedad y la sólida persistencia de la ignorancia en lo relativo a las pseudociencias en este siglo que parece vaticinar el triunfo de la estupidez por sobre la cultura.

Mario Bunge, pensador argentino radicado en Canadá, es doctor en Ciencias Fisicomatemáticas y uno de los principales filósofos contemporáneos. Persona de amplia cultura y con un historial académico impresionante, ha dedicado buena parte de su producción científica al desenmascaramiento de las pseudociencias y, junto con personalidades como Carl Sagan, ha luchado por llevar algo de luz en la ignorancia de buena parte de la civilización actual.

Precisamente de Mario Bunge son las consideraciones que a continuación se hacen con relación a las pseudociencias, mismas que conviene recordar en esta época de horóscopos, quiromancia, tarot, medicinas alternativas, medicinas «naturales», flores de Bach, reflexología, iridología, naturismo, homeopatía (esa misma que se enseña en el Poli), psicoanálisis (sí, para vergüenza de algunos psiquiatras y psicólogos), creacionismo científico y un largo, muy largo etcétera.

Pero nos asalta una duda: ¿cómo reconocer una pseudociencia? Bunge nos da varias pistas:

Una pseudociencia se reconoce por poseer al menos un par de las características siguientes:

– Invoca entes inmateriales o sobrenaturales inaccesibles al examen empírico, tales como fuerza vital, alma, creación divina, destino, memoria colectiva y necesidad histórica.

– Es crédula: no somete sus especulaciones a prueba alguna. Por ejemplo, no hay laboratorios homeopáticos. Corrección: en la Universidad Duke existió en un tiempo el laboratorio parapsicológico de J. B. Rhine; y en la de París existió el laboratorio homeopático del doctor Benveniste. Pero ambos fueron clausurados cuando se descubrió que habían cometido fraudes.

– Es dogmática: no cambia sus principios cuando fallan ni como resultado de nuevos hallazgos. No busca novedades, sino que queda atada a un cuerpo de creencias. Si acaso hace ajustes mínimos y por conveniencia.

– Rechaza la crítica, normal en la actividad científica, alegando que es ella motivada por dogmatismo o por resistencia psicológica. Recurre pues al argumento ad hominem en lugar del argumento honesto y científico.

– No encuentra ni utiliza leyes generales. Los científicos, en cambio, buscan o usan leyes generales.

– Sus principios son incompatibles con algunos de los principios más seguros de la ciencia. Por ejemplo, la telequinesis contradice el principio de conservación de la energía.

– No interactúa formalmente con ninguna ciencia propiamente dicha. Ejemplo: los parapsicólogos no tienen tratos con la psicología experimental o con la neurociencia.

– Es fácil: no requiere un largo aprendizaje. El motivo es que no se funda sobre un cuerpo de conocimientos auténticos. Por ejemplo, quien pretenda investigar los mecanismos neurales del olvido o del placer tendrá que empezar por estudiar neurobiología y psicología, dedicando varios años a trabajos de laboratorio. En cambio, cualquiera puede recitar el dogma de que el olvido es efecto de la represión, o de que la búsqueda del placer obedece al «principio del placer». Buscar conocimiento nuevo no es lo mismo que repetir o siquiera inventar fórmulas huecas.

– Sólo le interesa lo que pueda tener uso práctico: no busca la verdad desinteresada. Ni admite ignorar algo: tiene explicaciones para todo. Al igual que la magia, tiene aspiraciones técnicas infundadas.

– Se mantiene al margen de la comunidad científica. Es decir, sus cultores no publican en revistas científicas ni participan de seminarios ni de congresos abiertos a la comunidad científica. Los científicos, en cambio, someten sus ideas a la crítica de sus pares: someten sus artículos a publicaciones científicas y presentan sus resultados en seminarios, conferencias y congresos.

Las pseudociencias son como las pesadillas: se desvanecen cuando se las examina a la luz de la ciencia. Pero mientras tanto infectan la cultura y algunas de ellas son de gran provecho económico para sus cultores. Por ejemplo, un psicoanalista o una lectora de tarot pueden ganar en un día lo que un científico gana en un mes.

Una consideración final: el auge actual de muchas de las pseudociencias, y en particular la ufología, (OVNIS y el merolico de Maussán) traduce la profunda necesidad de creer en algo, necesidad que por algún motivo, las religiones tradicionales ya no consiguen cubrir.

Fuente:

http://www.cambiodemichoacan.com.mx/vernota.php?id=55867