LOS MARCIANOS LLEGARON YA

Pero de esos años iniciales de la Televisión cubana, ningún recuerdo es para mí tan vívido e impactante como el de la llegada de los marcianos. Ni más ni menos. Un platillo volador, de los que tanto se hablaba en aquellos días, vino a La Habana a visitarnos.

Debió haber sido un sábado, porque no había clases. O un día de vacaciones, aquellas del verano que parecían eternas. La noticia corría de boca en boca y pronto se supo que la Televisión, en vivo y en detalle, transmitía el acontecimiento que llenaba de temor al país entero. Tan pronto había empezado a clarear, un OVNI había sido detectado en los terrenos de lo que es hoy la Ciudad Deportiva.

Poco a poco se amontonaban los curiosos. La gente, por momentos, parecía perder el miedo y se acercaba al platillo. Se dejaba escuchar entonces un ruido como de una sierra que imponía respeto a los curiosos, pero que no les hacía alejarse del lugar. Cuando el sonido era como de hormigas que devoraban lo que encontraban a su paso, la gente no lo resistía y ponía pies en polvorosa.

La Policía, al fin, acordonó el sitio y sus efectivos, provistos muchos de ellos de ametralladoras de trípode, tomaron posesión del lugar. La batalla podía comenzar en cualquier momento pues se hablaba de cañonear el objeto no identificado. Pero nadie se ponía de acuerdo hasta que el Ejército, que también se hizo presente, anunció la determinación de asaltar la nave.

Y ahí mismo se destapó el gallo, porque de aquel platillo volador salió, con su meneíto, Marta Véliz, la escultural y curvilínea modelo exclusiva de la cerveza Cristal, con una botella en la mano. Dentro estaban también, entre otros, Rosa Fornés y Armando Bianchi, vestidos todos de Flash Gordon. Era una idea del director Joaquín M. Condall y con ella la Cristal se anotaba el palo publicitario del año. Lo único que cuando Marta Véliz, ya fuera del OVNI, fue a decir: «Tome Cristal», le pusieron una capucha en la cabeza y la empujaron hacia uno de los automóviles del Servicio de Inteligencia Militar aparcado cerca.

Hacia las perseguidoras fueron empujados asimismo Rosita y Armando. Rosa gritó: «¡Esto es un atropello! ¡Una barbaridad! Estamos haciendo un programa de televisión y además es una inocentada… ¡Me voy a quejar!». Pero no le hicieron el menor caso, si bien no le pusieron la capucha. Obligaron a caminar a los artistas entre dos filas de uniformados y debieron hacerlo rápido porque sobre ellos caía alguna que otra piedra que lanzaban los curiosos.

Cierto es que, en los años 30, Orson Welles aterró a Nueva York con su versión radial de La guerra de los mundos. El cubano Condall quiso hacer lo mismo. Construyó la supuesta nave interplanetaria con un material que parecía venido de otra galaxia, le dio un color extraño, coló dentro, junto con los artistas, a un operador de sonido y su correspondiente cabina, y se situó, en una unidad móvil, a poco más de 200 metros a fin de trasmitir desde allí, por teléfono, las órdenes oportunas.

Con el transcurrir de los años cada vez me resulta más difícil imaginar que el público, tanto el que estaba en el lugar como el que lo seguía por televisión, pudiera «tragarse» aquello. Que nadie hubiera visto cómo de madrugada emplazaban en un lugar público aquel artefacto donde cabían varias personas. Que la Policía no supiese nada…

Lo cierto es que Rosa, Armando, Marta y otros implicados en la inocentada pasaron el día retenidos en las oficinas del Servicio de Inteligencia Militar. Logró sacarlos de allí, ya en la noche, Julito Blanco Herrera, el dueño de la cervecería Cristal.

Fuente:

http://www.juventudrebelde.cu/lectura/2006-12-31/tv-en-cuba/