EL escepticismo es considerado en la sociedad actual como un valor seguro frente a los que esgrimen el contrapunto de la fe. Lo cierto es que el escepticismo más absoluto precisa una fe inquebrantable, el hombre siempre acaba por refugiarse en algún tipo de creencia, por más que esta sea el descreimiento en los valores, establecidos o no. Es imposible no creer en algo, aunque sea este creer en no creer. No hay nada imposible, salvo lo que no es posible en cada momento.

Ciertos niveles de escepticismo son propios de la mente indagadora y crítica, el escéptico es, a su modo, un creativo que opera con el instrumento de la desmitificación, y su creatividad consiste en desechar todo lo que no aporta elementos positivos, abriendo espacios a la creación. Escepticismo acendrado que no puede disimular una cierta fe, aunque fuera desesperanzada. La incredulidad absoluta no existe, es una abstracción engañosa.

En cierto sentido, el milagro de la fe es una simbiosis de sugestión psicológica y la lógica de una necesidad de defensa y amparo, tanto físicos como anímicos. No es tanto un milagro como ‘un necesario milagro’, como la necesidad de que obre el milagro. Encontrar razones que expliquen la fe -cualquier credo humano o sobrenatural- es una teología insólita y una aventura en cierto modo suicida, la fe es explicablemente inexplicable. Se puede, o no, razonar la fe, pero eso no la cambia en absoluto, no influye en ella, su inmutabilidad es paradójicamente inhumana.

En el fondo, es el eterno enfrentamiento entre religión y naturalismo, pero quizá no sean conceptos tan alejados. La diferencia estriba en que la naturaleza es realidad material y la religión, virtualidad espiritual. El angosto corredor de la fe no abre luces al ateísmo, quien no cree lo hace por principio de la razón, quien deja de creer no es un ateo genuino (inocente), más bien es un descreído, que no es exactamente lo mismo. El ateo no puede ser otra cosa, el descreído ‘ya’ fue otra cosa.

Pero la fe y el escepticismo no se circunscriben a la religión, existe la fe o la falta de ella referidas al hombre. Una fe excesiva en las personas puede ser un atentado contra la razón, pero mayor atentado es descreer en el género humano, eso es un suicidio de lesa humanidad.

La desconfianza puede ser útil, pero enmascara al escepticismo. Por el contrario, la confianza es la certidumbre de la fe, o tal vez sea la indeterminación estadística del dogma.

Cuando se habla de fe aparece inevitablemente el concepto de ‘metafísica’. Llamamos metafísica a lo que está más allá de la física, a la frontera desconocida de la física. En sí misma, la metafísica no existe, es un vacío fronterizo entre la razón lógica y la fe. De alguna forma, la metafísica es simplemente un caso aislado de la física, una excepción (o una singularidad), un estado prolongación de la materia sin rotura real verificable de la continuidad. De no ser así, no es fácil comprender qué define ese concepto evanescente.

La conquista real del escepticismo no es tanto el descreimiento de todo, cuanto la desmitificación de los credos trascendentes, in-cluso de los ideológicos. La desesperanza es un acicate para el escepticismo y nunca debería alimentar el nihilismo, pero lo hace.

Fuente:

http://www.nortecastilla.es/prensa/20061211/articulos_opinion/tiempo-escepticismo_20061211.html