Cinco científicos desmontan un puñado de falsas creencias como el valor predictivo de las témporas, la existencia de marcianos y de monstruos como Nessie y el Yeti
La Humanidad (al menos la parte de ella que nosotros mejor conocemos) emplea elementos tecnológicos y científicos como nunca antes en la Historia. Conferencias vía satélite, aplicaciones domésticas (como el aislante de una sartén antiadherente) desarrolladas en experimentos realizados en el espacio, láseres, plásticos, chips… forman parte de nuestra vida diaria. Al mismo tiempo, recibimos por la calle propaganda para consultar a videntes africanos, escuchamos y leemos pronósticos meteorológicos asociados a peregrinas circunstancias, pasamos la vista por horóscopos, tarots y anuncios que nos prometen desvelarnos el tan temido e incierto futuro. «Queremos llamar la atención sobre la paradoja que vivimos. Máxima dependencia tecnológica por un lado y un regreso al pensamiento mágico, por otro. Estamos preocupados por las radiaciones de los móviles, que no tienen ningún efecto biológico y, por ejemplo, no nos preocupan los chiringuitos de rayos ultravioletas, que son capaces de mutar nuestros genes», apunta el biofísico Félix Goñi, moderador de una mesa redonda que, la semana pasado cerró el ciclo Misterios, a la luz de la ciencia y en la que un puñado de científicos y divulgadores arrimaron el candil de la ciencia para iluminar diversos aspectos de ese pensamiento mágico que se enrosca en los cerebros de crédulos e incautos.
¿Hay alguien ahí?
Agustín Sánchez Lavega (astrofísico)
La búsqueda de vida exterior
En el principio todo era una cuestión de cálculo. Como explica Sánchez Lavega, «nuestro universo» está poblado por 100.000 millones de galaxias, cada una de las cuales contaría con 100.000 millones de estrellas. «La pregunta es –sonríe– ¿hay alguien como nosotros ahí fuera?». Cualquier apostador diría que las posibilidades de premio son enormes. Enrico Fermi, premio Nobel de Física, se hizo esa misma pregunta hace algunas décadas. «Si el Universo está lleno de estrellas y cada una puede albergar algo parecido a la Tierra, ¿por qué no vemos a los extraterrestres?». Esa es una de las grandes paradojas de nuestra existencia y un enunciado clásico en el que la Ciencia vuelca sus esfuerzos. Hallar vida (inteligente o no) fuera de nuestro planeta sería el mayor descubrimiento de la historia.
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Entonces ¿por qué no los vemos? Sánchez Lavega despliega un abanico de respuestas: Porque son pocos. Tal vez, porque ellos no hayan buscado vida aquí, en el Sistema Solar, en una esquina del Universo. Puede ser que existan y estén atrasados y no dispongan de la tecnología suficiente para comunicarse. O que manden señales y seamos nosotros los incapaces de descifrarlas. O que nos observan en silencio y prefieren no interferir. O que, simplemente, no existen.
«Hay también otra creencia: los que opinan que existen y están entre nosotros. Son los que defienden los ovnis, tipos a los que habría que analizar desde la sociología, la psicología… la psiquiatría o, directamente, desde la justicia porque son unos engañabobos. ¡No hay una sola prueba contrastable de la existencia de vida extraterrestre! Cuando se investiga a fondo –subraya el astrofísico– se descubre que todo es fraudulento; los testimonios son falsos, las pruebas que se presentan no pueden someterse a repetición, base de la ciencia… Si los científicos tuviéramos la sensación de que esas afirmaciones son verdad ¡no se podría ocultar nunca! Los científicos buscamos conocer, dar a conocer… ¡Sería la gran noticia científica de la historia».
Hasta que llegue esa exclusiva, los hombres de ciencia cumplen con su tarea. Estudian la evolución del Universo, analizan los elementos que forman la vida (energía, agua líquida, carbono), escrutan «los fiascos del Sistema Solar», como Venus, «calcinado», y el «estéril» Marte… En el planeta rojo, dice, la nave Viking tomó una foto de lo que se llamó la cara de Marte, una especie de esfinge que miraba al cielo… La escena alimentó durante años a los especuladores. «Misiones recientes han tomado imágenes de alta resolución de la misma zona y ahora sabemos que aquella esfinge es una simple estructura geológica… Sólo hay un ejemplo válido. Nuestra vida», asegura el astrofísico.
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Lo que antes era mera cuestión de cálculo y cubría el Universo de vida inteligente es hoy una simple cuestión derivada del realismo. «Si existe vida inteligente, que no lo dudo, no es tan abundante como se creía». Y, si no, al tiempo.
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Los lindos monstruitos
Eduardo Angulo (biólogo)
Serpientes en el lago
Eduardo Angulo estudia con el candil de la ciencia la criptozoología, esa «pseudociencia que trata de animales sobre los que no hay suficientes pruebas de su existencia y que no son aceptados por la comunidad científica». El Yeti y Nessie, el monstruo del lago Ness, son los dos representantes por excelencia de la criptozoología. «Del Yeti no hay fotografías, sólo testimonios escritos y algunos restos custodiados en monasterios tibetanos, que no son muy de fiar ya que los que han sido analizados provienen de osos, cabras y de algún tipo de mono de los Himalayas. El más conocido –apunta Angulo– es el cuero cabelludo del Yeti, conservado en varios templos: en todos los casos se trata de piel de cabra. También existe una mano conservada, al estilo del brazo incorrupto de Santa Teresa». El gigante del Himalaya ha sido descrito por testigos como un ser alto, corpulento, bípedo… «La prueba indirecta más famosa es la fotografía de las huellas del Yeti tomada en 1951 por dos montañeros, Ward y Shipton. Ward dedicó toda su vida a buscar al Yeti. Al final publicó un artículo, totalmente desilusionado, en el que atribuía las huellas que encontró a los pies deformes de los sherpas que viven en las montañas…». Ajá.
Otro de los grandes referentes iconográficos del Yeti tiene que ver con Tintín, el intrépido reportero creado por Hergé, que lo llevó a la portada de su Tintín en el Tíbet. «El dibujante era un gran amigo de Bernard Heuvelmans, el fundador de la criptozoología. En el álbum aparecen las huellas fotografiadas por Shipton», airea Eduardo Angulo. Heuvelmans llegó a bautizar al Yeti en 1958 con el nombre, puro Linneo, de Dinanthropoides nivalis.
Nessie es la otra gran baza de la criptozoología. «No hay restos. Sólo testimonios escritos y orales. Y fotos, muchas fotos de Nessie y demás familia… Porque hay muchos monstruos en el mundo. Hay 250 lagos que tienen su propio bicho: hay uno en el lago Nabuhel, en Argentina; Champi es el monstruo del lago Champ, entre Estados Unidos y Canadá…». La foto más famosa del monstruo del lago Ness fue hecha en 1934 por el cirujano doctor Wilson –«en realidad era ginecólogo»– quien, en los 90, confesó que todo había sido un montaje, un fraude. Colocó una placa con el molde de una cabeza de dinosaurio y la hizo flotar en el agua. «En todos los casos se ha demostrado que las fotos de Nessie son falsas o son fenómenos naturales como olitas en el agua calmada donde creemos ver cosas. Ahí interviene la paraidolia: lo que nos hace ver formas conocidas en las nubes o rostros en manchas en la pared; el caso más famoso serían las caras de Bélmez».
Aberraciones diarias
Jon Sáenz (físico y climatólogo)
¿Sirven las témporas para predecir el tiempo?
La respuesta es no. «Las témporas no tienen nada que ver con la meteorología; son un sinsentido absoluto. ¿Por qué? El fundamento de la predicción meteorológica tiene que ver con la Física y con la solución de ecuaciones combinadas con el análisis de medidas y observaciones atmosféricas. Nadie puede hacer predicciones a 90 días y pretender acertar», argumenta el climatólogo Jon Sáenz.
El físico desmonta las asunciones, uno de los fundamentos del método, al demostrar que no existe evidencia científica alguna de que el ciclo lunar influya en la atmósfera. «No hay pruebas ni base teórica que sostenga las témporas. La única manera de que funcionen –ironiza– es considerarlos días mágicos. En realidad se trata de días establecidos en el calendario litúrgico de la Iglesia, días de ayuno ligados a los cambios de estación… Pueden valer como tema de conversación, pero nada más. Lo triste de esto es que medios de comunicación, algunos públicos como, realcen esto de las témporas». Lo cierto es que, antes de que existieran modelos matemáticos de predicción, pastores, agricultores y marinos «han necesitado siempre saber el tiempo que iba a hacer para plantar vegetales, cuidar el ganado o salir a la mar. Todas las civilizaciones tienen sus métodos tradicionales, más o menos pintorescos, entre la magia y la adivinación. Hace 60 años no había nada mejor. Pero eso no es ciencia», remacha Sáenz.
Afirmaciones extravagantes
Mauricio José Schawarz (periodista científico)
Ferraris a mil euros
«Las afirmaciones asombrosas referidas a las cosas comunes, como sería la venta de un Ferrari en sólo mil euros, sufren desconfianza, dudas, cuestionamientos y exigencias de pruebas por parte de la mayoría de las personas. Sin embargo, cuando tales afirmaciones se refieren a cuestiones previamente declaradas como misterios, la mayoría de las personas suspenden su capacidad de duda y las aceptan o no las cuestionan con energía», asegura Mauricio-José Schwarz.
«En general, –prosigue– quienes promueven o venden asuntos de los que se ha decretado que son paranormales, misteriosos, desusados o, incluso, víctimas de persecución por parte del poder, como es el caso de las llamadas medicinas alternativas, suelen presentarse como expertos, estudiosos, investigadores, profesionales y gente sumamente seria. Con lo cual el público en general, que sabe que no hay Ferraris a mil euros, parte de la base de que los vendedores de misterios disponen de ciertos conocimientos que la gente común no tiene, con lo que respeta la supuesta autoridad de los ofertadores de maravillas y se autodescalifica para criticarlos o cuestionarlos porque no tiene los conocimientos necesarios, porque ‘no sabe de ciencia’».
«El pensamiento científico y crítico no es patrimonio de los profesionales de la ciencia, sino que es, en esencia, humano. Por desgracia, los esquemas educativos y de poder en general (económico, político, religioso, mediático) tienden a reprimir la capacidad cuestionadora sustituyéndola por una disposición a creer y a dejar que otros piensen por nosotros», dice este divulgador científico.
«Cuando nos ofrecen algo tan delirante como un Ferrari a mil euros somos lo bastante cautos como para pedir pruebas de que realmente tal afirmación tiene algún sustento. Lo que urge es promover, desde la escuela, desde los medios y desde la familia, esa misma actitud ante todas las afirmaciones para las que se nos exige una creencia ciega, sean paranormales, religiosas, comerciales o políticas».
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