Un organismo extraterrestre ha habitado durante miles de años en las entrañas del planeta tierra. Más específicamente, en las profundidades de la selva venezolana.

No es éste un remake de la célebre osadía de Orson Wells que en 1938 hizo temblar a los norteamericanos con su versión radial de La guerra de los mundos y la supuesta invasión marciana. El de ahora es un enunciado científico, cuya conclusión provino de profesionales relacionados con la NASA, agencia espacial estadounidense.

Se trata de un ser vivo que, al igual que el resto, nace, crece, se reproduce y muere. Aunque es biológico, como una planta, produce ópalo como si fuera un mineral. La conclusión de la NASA, que le hizo pruebas en su laboratorio ubicado en Madrid por petición de su descubridor, Charles Brewer-Carías, es que se trata de un microorganismo "exobiológico", que probablemente llegó a través de un meteorito proveniente de Marte.

No existe otra evidencia de un ser vivo que produzca ópalo, material sílice semejante al vidrio, cuyo proceso es mineral. El único en el mundo es el encontrado en Venezuela, dentro de una cueva que, hasta hace dos años, permanecía escondida en la majestuosidad del Aprada Tepui, en la Guayana venezolana, y que es tan grande que por sí misma constituye un suceso. Es reconocida internacionalmente como cueva Charles Brewer-Carías, por su descubridor. Antes la llamaban Cueva del Fantasma.

El nombre científico que se le ha dado a tan extraña forma de vida es bioespelotema, palabra compuesta por el prefijo bio, de biológico o ser vivo, y es pelotema, que es lo que define a las formaciones minerales secundarias. Es un término que podría ser entendido como minerales vivos, que sólo se han encontrado en las profundidades de esta cueva venezolana, creciendo en "colonias", desafiando la gravedad -de abajo hacia arriba-, con formas similares a ramas de árboles y sin contacto con agua. Con simpleza, se podrían definir como arbolitos de vidrio de origen extraterrestre.

La gran cueva

Encontrar seres vivos que producen ópalo es el último eslabón de una larga cadena de asombros. El primer magno descubrimiento fue la misma cueva. Brewer-Carías sentencia que es "la caverna de cuarcita más grande del mundo en dimensión y volumen". Dentro de ella podría entrar la Cueva del Guácharo y en uno solo de sus salones, el Karen-Fanny, aterrizar y despegar una avioneta.

Dimensiones tan grandes no se imaginan desde el aire. El único guiño que esta suprema cueva ofrece al mundo exterior es una rendija que se confunde entre las tantas manchas que se observan sobrevolando los tepuyes. En realidad, el tímido dintel es un arco de 120 metros, con un techo de cien metros. Y esa es sólo la entrada, bautizada como Boca del Mamut.

Descubrir la cueva le tomó a Brewer-Carías años de paciencia y estudio. La idea de que existía se fue formando desde los años sesenta a través de vistazos hechos desde el aire y de fotografías tomadas durante diferentes vuelos y observadas con un estetoscopio, para armar una imagen tridimensional. Y fue apenas el sábado 27 de marzo de 2004 cuando un grupo de pioneros, formados por Brewer-Carías, su hijo Charles Brewer-Capriles, Federico Mayoral, Luis Carnicero, Francisco Tamayo, Alberto Tovar, Eduardo Wallis, Alejandro Chumaceiro, Alfredo Chacón y los científicos Francisco Delascio, Ricardo Guerrero y César Barrios-Amorós pisaron la cueva por primera vez en milenios.

Fuente:

;;http://www.eluniversal.com/2006/10/18/ccs_art_37670.shtml