Un estudio revela que, si nos extinguiéramos, las plantas conquistarían las carreteras en 20 años y, en 50.000, sólo quedarían ruinas polvorientasGonzalo Suárez

Londres-El ser humano es un animal voraz. En cuestión de unos miles de años, hemos engullido más de un tercio de la superficie terrestre entre ciudades y cultivos, además de empujar a la extinción a miles de especies y contaminar campos, ríos y océanos. Sin embargo, nuestra huella sobre el planeta resulta menos profunda de lo que a veces se asegura. Si los seres humanos se extinguieran de la noche a la mañana, la Tierra apenas tardaría 100.000 años en purgar los rastros de nuestra existencia. Puede parecer una eternidad, pero en términos geológicos es el equivalente a un simple chasquido de dedos: los dinosaurios, por ejemplo, dominaron el planeta durante 165 millones de años.
   Según un estudio de la revista «New Scientist», ni siquiera haría falta esperar tanto para notar los primeros cambios notables: si todos los humanos desaparecieran, el mundo comenzaría a «curarse» en cuestión de días. La polución lumínica que ahora afecta al 85 por ciento de los cielos de la UE se desvanecería casi de inmediato, en cuanto las centrales eléctricas dejaran de recibir su periódico suministro de combustible. Las placas solares y las plantas eólicas mantendrían las luces encendidas durante unas semanas, pero los apagones se generalizarían y colapsarían la red eléctrica. «Los cambios serían visibles incluso desde el espacio, puesto que el fogonazo de luz artificial que ilumina las noches comenzaría a parpadear», aseguró Bob Holmes, periodista del semanario británico.
   Sin electricidad, todos los accesorios de la vida moderna dejarían de funcionar. Mientras, la falta de mantenimiento cotidiano acabaría con las autopistas, los acueductos e incluso los rascacielos más resplandecientes. Las plantas reconquistarían las carreteras rurales en cuestión de dos décadas, mientras que las avenidas de las ciudades apenas resistirían medio siglo. Poco después, le llegaría el turno a los puentes, que se derrumbarían pasados los primeros cien años, mientras que las presas sólo aguantarían la presión del agua durante 250 años. Al cabo de 50.000 años, la ingente actividad de los seres humanos durante los últimos milenios sólo habría dejado un puñado de ruinas polvorientas.
   Con la desaparición de los humanos, la Tierra recuperaría el pulso a toda velocidad. Numerosos animales en peligro de extinción podrían salvarse de la quema, aunque otras desaparecerían casi de inmediato. Es el caso de las especies más protegidas por los ecologistas, como el lince ibérico, cuya población es tan escasa que su supervivencia se complicaría. Los océanos, por su parte, recuperarían su actividad tras décadas de intensa explotación por parte de los seres humanos: un claro precedente es la Segunda Guerra Mundial, cuando muchos barcos dejaron de pescar y permitieron una rápida recuperación de especies como el bacalao.
   Y para los que duden de la teoría solo tienen que mirar Chernobyl. Desde que la ciudad de Pripyat fue evacuada hace dos décadas, la naturaleza ha ganado el terreno. Las plantas se han «comido» las grietas y pilares de los edificios y las especies autóctonas como el jabalí han impuesto su ley, hasta el punto que en esta zona esta especie resulta quince veces mayor que en el resto de Ucrania.
Cambio climático
   Con la industria fuera de juego, los índices de contaminación se desplomarían casi de inmediato. Los nitratos y fosfatos que asfixian nuestros ríos se depurarían naturalmente al cabo de unas décadas. Algunos gases desaparecerían en cuestión de semanas, mientras que los más persistentes, como los pesticidas o las dioxinas, tardarían décadas en esfumarse.
   Aún así, «New Scientist» considera que el cambio climático persistiría durante el próximo siglo aunque las emisiones de gases contaminantes cesaran hoy mismo,pero con consecuencias menos graves. Con todos estos datos, la revista concluye que un extraterrestre que llegara la Tierra 100.000 años después de nuestra extinción apenas encontraría huellas de nuestra era de dominio. El visitante necesitaría una sólida formación científica para detectar los signos de la antigua civilización humana, como fósiles de un misterioso simio bípedo con todo tipo de joyas en su cuerpo.
   También podría toparse con fragmentos de plástico y vidrio en antiguos vertederos, además de residuos nucleares que tardan millones de años en dejar de ser peligrosos. Tan sólo diminutos recordatorios de una civilización que se creyó dueña del planeta durante un brevísimo espacio de tiempo.
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