Entrevista con Jorge Wagensberg.

El científico augura que la globalización puede ser trágica y reivindica que el conocimiento debe estar al alcance de todos.

Por Esther Mira

Tras su amable sonrisa y aspecto de bonachón se esconde un auténtico entusiasta del caos, a través del cual se cuelan la vida y la pasión, desafiando la certidumbre. Desde que escribe aforismos [A más cómo, menos por qué, Tusquets Editores], Jorge Wagensberg va siempre con una libreta en la que anota sus reflexiones. Nos recibe en el Museo de la Ciencia de Barcelona, del cual era director. Ahora es responsable del Área de Ciencia y Medio Ambiente de la Obra Social de ‘La Caixa’, cargo que compagina con la docencia.

 

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Me confieso: no tengo ni idea de ciencia.
¡Eso tiene remedio!

¿Seguro que todos tenemos capacidad de pensamiento científico?
¡Claro que sí! Aunque sólo sea por un requerimiento de orden democrático, porque tenemos que votar y cada vez hay más ciencia en los programas políticos (energía, medio ambiente…). Debemos tener una idea de la esencia de estas cosas y una opinión científica. Uno de los objetivos de los museos de la ciencia de todo el mundo es deshacer el gran malentendido según el cual la ciencia está reservada sólo a los científicos.

¿Es muy difícil explicar la ciencia?
No. La inteligibilidad científica, o comprender la ciencia, es la manera más sencilla de representar la realidad. Cualquier científico es capaz de explicar aquello que él entiende. Nadie está negado para el conocimiento científico.

Los científicos habláis mucho de la felicidad y de los sentimientos. ¿Por qué?
Sí, ¿por qué no tratar las emociones científicamente? ¿Qué parte de nuestro comportamiento es cultural y qué parte nos viene de fábrica? Hay mucho más que viene de fábrica de lo que parecía a priori. La idea de que cosas muy complejas pueden estudiarse científicamente porque tienen una base química, una base en la estructura neuronal, es factible y cada vez sabemos más acerca de ello.

¿Y qué sabemos de la felicidad?
Yo no sé qué es la felicidad, pero sé que la infelicidad va siempre ligada a un problema de insatisfacción creativa. El ser humano es esencialmente creativo, capaz de innovar y de inventar. Hay personas con cargos muy importantes que son profundamente infelices porque no tienen la oportunidad de crear. Alguien infeliz, más que fármacos, psicólogos o psiquiatras, debería poner unas gotas de creatividad en lo que sea que haga. Relacionarnos con el cambio en las dosis adecuadas también repercute en el goce individual y en la felicidad.

¿Crees en lo trascendente?
No creo en Dios. Tengo un inmenso respeto por las personas que creen, pero nunca he visto un concepto filosófico con tantas contradicciones. ¿Trascendencia? Pienso que es una vanidad impresionante querer la eternidad. ¡Qué horror! Uno de los consuelos que tengo en este mundo es que algún día se acaba [risas]. Además, ¿cómo voy a atender a lo sobrenatural si no doy abasto con lo natural? No, no tengo ningún sentimiento ni divino ni religioso.

Sin embargo, la física de hoy aún sueña con explicar ‘el todo’ y presume de que nunca ha estado tan cerca de la divinidad. ¿No es un poco pretencioso?
No es que los físicos se planteen llegar a Dios, pero es curioso cómo el proceso se asemeja mucho porque estamos buscando una teoría que lo explique todo y esta idea es muy similar a la idea de una divinidad. Por oficio, el físico busca algo muy parecido a la divinidad, pero poder rezar a esta divinidad para que te ayude a superar los problemas cada final de mes es algo muy distinto.

Ya, pero hoy lo de ‘científicamente probado’ va a misa, es dogma.
Éste es un defecto de los científicos, que solemos comunicar los resultados científicos, pero no el método de la ciencia. La gente piensa que la ciencia, por definición, no se equivoca nunca. Sin embargo, el método científico consiste en equivocarse continuamente. Una cosa es transmitir una única teoría y darla por cierta y otra es transmitir todas las que ha habido, explicar por qué se han descartadoy por qué han sido sustituidas. El método científico es duda.

La historia de la ciencia, aseguras, es la historia de las buenas preguntas. ¿Qué preguntas te inquietan hoy?
Nuestro entorno, la Tierra, es un paciente. Durante muchos años hemos creído que era infinita y que podía soportarlo todo. Los humanos somos una especie muy joven, pero vamos demasiado rápido. La pregunta es: ¿viviremos en buenas condiciones unos decenios, milenios o unos centenares de milenios? Ésta es una pregunta urgente e inmediata que toca aspectos teóricos, económicos y filosóficos. Científicos y economistas deberían encontrarse para cruzar preguntas e ideas. Es algo que intentaré en los próximos años. En el futuro cercano, los científicos del clima también serán protagonistas. Otra cuestión que me preocupa es la globalización, porque puede llegar a ser trágica.

¿Qué hay que hacer?
Una globalización correcta debería incluir a todo el mundo. Ningún partido político ha puesto nunca el conocimiento por delante de todo, incluso por delante de la comida. Democratizar el planeta es una de las prioridades; es decir, que la gente pueda utilizar sus propios recursos e invertir la ganancia en crear infraestructuras de conocimiento y no vivir de la limosna. Si algún sentido tiene la ONU es el de estimular esta democratización y hacer del conocimiento el recurso básico de la especie humana. La trampa de «primero come y luego te enseñaré» ya no se aguanta. Ha llegado la hora de dar conocimiento.

¿Qué planes tiene la ciencia para los próximos decenios?
Será una pena morirse en los próximos 30 años. Sucederán muchas cosas, como la medicina de regeneración. Llegará un momento en que no tendremos ni un órgano original, como los coches viejos. La energía está a punto de cambiar; las energías fósiles se acaban, pero esto no será un problema. La capacidad de cálculo, la nanotecnología y la supercomputación cambiarán la ciencia y la genética. Y, por último, la gran aventura delespacio, la posibilidad del turismo espacial. ¡Como me gustaría visitar Marte!

Contemplar la vida desde la selva
Nos encontramos con Wagensberg poco antes de que viaje hasta la selva amazónica, una de sus obsesiones. «Tengo mono de selva. Desde la primera vez que fui, en 1992, intento volver cada año. Siento una gran felicidad cuando veo a cualquier individuo en libertad, aunque sea una rata en el campo». Para contemplar la vida en la selva, «hay que esconderse, aguardar quieto y en silencio. A partir de un cierto instante, eres tú quien sorprende a los que acaban de llegar. Observar la selva es fijarte en cualquier hoja, examinarla con lupa y descubrir todo un mundo. ¡Es imposible no percibir algo interesante en ella! Todo es cambio, observas una araña, la sigues un instante y ¡es increíble! Nosotros, para estar tranquilos, hemos reducido la incertidumbre de nuestra vida mediante la arquitectura, por ejemplo, dejando pocas cosas para ver. Hasta hace poco, los seres humanos también vivíamos inmersos en el medio. Esta pasión no es mía, es algo que todo el mundo guarda escondido en su alma

Fuente:

http://www.larevistaintegral.com/articulo.jsp?id=1183546