Y los vikingos conquistaron Marte

Y los vikingos conquistaron Marte

 
Era 20 de julio de 1976. Tres días antes habían comenzado los juegos olímpicos de Montreal. Allí, Nadia Comaneci impartía un máster en aterrizajes perfectos tras piruetas imposibles. A millones de kilómetros de distancia, un ingenio de seiscientos kilos cargado de preguntas hasta las trancas se disponía a emular a la pequeña gimnasta rumana y clavarse sobre Marte como nunca antes un artefacto construido por el hombre lo había hecho.
La sonda Viking 1 tocó suelo marciano once meses después de ser lanzada desde Cabo Cañaveral. Segundos más tarde, la señal que confirmaba el éxito llegaba a… España. Concretamente a la base de la Red de Espacio Profundo (DSN, de las siglas en inglés) con la que la NASA controla sus sondas desde la localidad madrileña de Robledo de Chavela. «La DSN cuenta con tres bases en todo el mundo, una en EE.UU., otra en Australia y una tercera en España. Cada una cubre 120 grados de longitud para que siempre haya visibilidad, y cada una sigue las sondas durante ocho horas. Por coincidencia geográfica nos tocó a nosotros seguir el aterrizaje», explicó Gregorio Martínez, director de la instalación.
 
Una vez comprobadas las «constantes vitales» de la sonda, se envió la orden de realizar la primera fotografía. La imagen llegó sin prisa, franja a franja. Cuando estuvo completa, pareció como si el Vikingo tuviese la cabeza gacha y mirase al suelo sin creer aún que pisaba Marte. Se fotografió el pie para comprobar si la superficie rojiza del planeta era capaz de sostenerle.
 
Después levantó la vista, aguzó todos sus artificiales órganos sensoriales y comenzó con la misión para la que había sido concebido: buscar vida extraterrestre.
 
En busca de marcianos
 
Desde antiguo Marte se había identificado con los seres extraterrestres. Las primeras observaciones con telescopio del planeta mostraron lo que parecían canales y los novelistas no pusieron coto a la imaginación. H.G.Wells hizo que los marcianos nos invadiesen en «La Guerra de los Mundos» y Ray Bradbury pintó los conflictos entre colonizadores terrestres de Marte y los pobladores originales del planeta en sus «Crónicas Marcianas».
 
Algunos científicos que participaron en el proyecto Viking pasaron noches enteras a la espera de que alguna foto atrapase al marciano imaginado. «Has visto todas esas películas de ciencia ficción, has escuchado tantas historias que crees que puede haber algo. Y allí estábamos algunas noches, a las cuatro de la mañana, observando las fotos que llegaban, franja a franja, esperando que de un momento a otro apareciese un monstruo. Pero nunca apareció y fue una pequeña decepción», contó medio en broma Al Nakata, participante del proyecto.
 
Lo cierto es que aunque quizá no se pretendiese hallar ningún monstruo, sí se esperaba encontrar vida, y ese fue el motor del enorme esfuerzo económico -2,4 millones de euros- y humano empleado en la misión.
 
Los dos módulos que aterrizaron sobre Marte -a la Viking 1 le siguió su gemela Viking 2, mes y medio después- contaban con tres laboratorios para realizar experimentos biológicos. Los científicos querían comprobar si en el planeta rojo tenía lugar la fotosíntesis o se detectaban en la atmósfera los gases que producen las bacterias en sus procesos metabólicos. Aunque unas primeras pruebas dieron resultado positivo, la NASA concluyó que fueron causados por la particularidad de la química del suelo marciano y concluyó que «nunca se encontró evidencia de material orgánico en ninguna de las muestras recogidas por las dos Viking».
 
Triunfo y una pequeña decepción
 
«Después de todo el esfuerzo que se hizo para encontrar vida los resultados fueron un poco descorazonadores», afirmó Gregorio Martínez. Sin embargo, los logros de la misión fueron enormes.
 
Las cápsulas que aterrizaron sobre Marte estaban diseñadas para funcionar durante 90 días, pero gracias a unas pequeñas baterías nucleares de reserva -que no se han vuelto a emplear en misiones a Marte- continuaron recogiendo información durante más de seis años. En ese tiempo el libro del planeta rojo se escribió de nuevo. Todavía hoy se aprende de las muestras recogidas por las sondas y su tecnología ha sido clave para todas las misiones posteriores.
 
Abrieron camino
 
Respecto a la búsqueda de vida, los resultados de Viking no acabaron con la esperanza de encontrarla. Carl Sagan, que colaboró en el diseño de la misión, no se desanimó pese a que su objetivo principal -aunque no fuese por un fracaso- no pudo cumplirse. Para él, colocar una estación de investigación estática sobre el planeta era sólo un primer paso. «Si la vida se encuentra en pocos lugares de Marte, tenemos que ir a esos lugares. El próximo paso, el más lógico, son los rovers -sondas capaces de desplazarse-».
 
Muchos años después de los Viking, llegaron a Marte sondas como las que predijo Sagan. En 1997 el Mars Pathfinder dejó sobre Marte el «Sojourner», el primer robot capaz de trasladarse sobre su superficie. En la actualidad, otros dos exploradores «Spirit» y «Oportunity» amplían la herencia de los vikingos en el planeta rojo.
 
El gran hito marcado por las Viking fue el «amartizaje» de dos sondas, pero no hay que olvidar a las otras dos que quedaron orbitando el planeta. Ellas fotografiaron el 97 por ciento de su superficie e hicieron que Marte ya no fuese aquel planeta extraño que excitaba la imaginación de los hombres. Las novelas ya no son una ventana a Marte, para eso está ahora Google Mars.
 
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