ESÚS M. SANZ – 07/06/2006

Un acuciante problema del que posiblemente la mayoría de nuestra sociedad no sea consciente es el de la resistencia bacteriana a los antibióticos. Cada vez con mayor frecuencia, un determinado antibiótico ve reducida su eficiencia para el tratamiento de una enfermedad infecciosa. Hay bacterias que no se ven afectadas incluso por varios antibióticos, y aparentemente el número de estas resistencias aumenta con mayor rapidez que el del descubrimiento de nuevos antimicrobianos, por lo que no es difícil suponer que de aquí a pocos años nos encontremos inmersos en un apuro de dimensiones muy preocupantes.Por ejemplo, en el caso del neumococo, un patógeno responsable de importantes enfermedades como la neumonía y la meningitis, la OMS estima una tasa de resistencia frente a antibióticos basados en penicilina de aproximadamente un 35-50% en países desarrollados (y valores más altos en países más pobres). En pocas palabras, los antibióticos derivados de penicilina, los más utilizados en la actualidad, cada vez sirven para menos en el tratamiento de las enfermedades neumocócicas.

¿En qué consiste exactamente la resistencia a los antibióticos? ¿Es que las bacterias tienen alguna especie de laboratorio en el que trabajan incansablemente buscando antídotos a nuestros medicamentos? En absoluto. Bueno, al menos, no conscientemente. Las bacterias no son inteligentes, pero lo que no se puede negar es que son muy numerosas y con una gran capacidad de sacrificio para el bien de su comunidad.

El proceso de reproducción de una bacteria genera en principio dos células hijas idénticas a la madre. Sin embargo, la existencia de errores de copia posibilita que la descendencia no sea exactamente igual a los progenitores. La facilidad y rapidez de reproducción provoca una acumulación relativamente abundante de células hijas con características diferentes. Con frecuencia, estos errores pasan desapercibidos, aunque en otros casos las consecuencias pueden ser negativas. Sin embargo, en ciertas ocasiones, las nuevas características adquiridas pueden ser esenciales para que la descendencia se encuentre mejor adaptada frente a condiciones adversas. Es lo que se denomina evolución. En el caso que nos ocupa, la presencia masiva de un antibiótico efectivamente provocará la muerte de la mayoría de las bacterias, pero teniendo en cuenta lo numerosas que son, existe la probabilidad de que alguna de ellas haya adquirido evolutivamente la capacidad de defenderse del medicamento. Libres de la competencia de sus congéneres, estos mutantes resistentes pueden prosperar y reemplazar a las bacterias anteriores, provocando la enfermedad pero con la diferencia de que, ahora, el antibiótico utilizado es ineficaz.

Cada problema requiere una solución proporcionada. No se trata de no utilizar antibióticos, sino de usarlos sabiamente y en la dosis y el momento justos, y eso sólo nuestro facultativo debe decidirlo. En demasiadas ocasiones no encontramos tiempo para ir a la consulta del médico y tomamos un antibiótico por nuestra cuenta y riesgo, sin saber que, en primer lugar, puede que no estemos utilizando el antibiótico correcto (por lo que la enfermedad seguirá su curso), y en segundo lugar, estaremos contribuyendo a que en el futuro podamos (incluso nosotros mismos) sufrir una nueva infección mucho más peligrosa y difícil de tratar.

JESÚS M. SANZ, Instituto de Biología Molecular y Celular, Universidad Miguel Hernández

Fuente:

http://www.lavanguardia.es/web/20060607/51269722843.html