Alrededor del año 600 AC los griegos descubrieron que frotando un “electrón” (la resina fosilizada que conocemos como ámbar) contra un paño de piel, atraía partículas de la paja. Este efecto extraño seguiría siendo un misterio por más de 2000 años, hasta que, alrededor del año 1600, el Dr. Guillermo Gilbert investigó las reacciones el ámbar y los imanes y acuñó la palabra “eléctrica” en un informe sobre la teoría del magnetismo. Pero no fue hasta 1752, cuando Benjamín Franklin probó que el relámpago y la chispa del ámbar era una misma cosa.

En el verano de 1505, un joven Martín Lutero (22 años) que cursaba la carrera de leyes en la universidad de Erfurt fue sorprendido por una tormenta en pleno campo. Impresionado, decidió hacerse monje, ingresó como novicio en un convento agustino y cambió las Leyes por la Teología.

Esa importante decisión, que no habría tenido ningún sentido 250 años más tarde, es una magnífica ilustración de las palabras de Thomas H. Huxley:

“En la cuna de toda ciencia yacen teólogos extinguidos, como las serpientes estranguladas junto a [la cuna de] Hércules.”

LAS AUTORIDADES ESPIRITUALES ADVIERTEN (y Platón también) QUE EXISTE SÓLO UN BIEN, LLAMADO CONOCIMIENTO, Y SÓLO UN MAL, LLAMADO IGNORANCIA.

Cuando se habla comúnmente de religión y de ciencia, se las suele considerar como antagonistas. Y, sin embargo, un examen más profundo nos lleva a la conclusión de que ambas han sido originadas por las mismas causas y sustancialmente son el mismo fenómeno, sólo que en un grado diferente de desarrollo: la religión más primitiva, la ciencia más desarrollada.

Las primeras formas de organización social estable aparecieron cuando los grupos nómadas, que vivían de los alimentos ofrecidos por el ambiente natural, comenzaron a establecer sus sedes fijas y a cultivar la tierra. Para  obtener mayor rendimiento, el agricultor primitivo se adaptó a ciclos estacionales. De aquí la necesidad de dirigir la atención sobre el giro de los astros, primero entre todos (por sus efectos sobre el clima), el sol (que en casi todas las religiones es el primero de los dioses y uno de los más fuertes).

La expresión de estas reglas sólo podía asumir formas vagas, misteriosas y fantásticas. Sin embargo, surgieron directamente de una necesidad real y de un procedimiento experimental.

El origen de las ciencias no fue diferente; baste pensar en las primeras investigaciones astronómicas de los antiguos caldeos, o en el clásico ejemplo del surgimiento de la topografía (ciencia aplicada) y de la trigonometría (ciencia teórica) su hija, nacidas por la exigencia de establecer, tras las fecundantes riadas del Nilo y la retirada de las aguas, los límites precisos de las parcelas cultivadas por cada familia.

La religión asume en un primer momento las funciones que actualmente tienen la filosofía y la ciencia, y proporciona una hipótesis para explicar lo que sucede entre los hombres y en el conjunto del universo. Su aparición indica que el ser humano había evolucionado intelectualmente, hasta el punto de ser capaz de establecer la relación causa-efecto entre algunos fenómenos a los que asiste e intentar formular una teoría que pudiera  explicarlos.

Ahora, nosotros llamamos ciencia esa actividad del intelecto y, al contrario que las hipótesis religiosas (que pretenden ser verdades absolutas), las hipótesis científicas pueden ser modificas y descartadas por otras mejores. Este es el camino del conocimiento y el progreso.

Para entender mejor la naturaleza del tema que nos ocupa conviene  remontarse a las primeras manifestaciones religiosas, y tratar de reconstruir cuales eran las nociones que los hombres tenían de las cosas y de los acontecimientos, que sirvieron de base o de punto de partida.

Fue un paso significativo en el conocimiento, aquel que fue dado por hombres con ingenio o agudeza superiores, y que consistió en la formulación de la hipótesis de que cuerpos (como por ejemplo el sol y la luna), debiesen ser empujados por seres similares a los hombres o a los animales aunque no fuesen visibles.

Admitida esta primera hipótesis (que fue un intento de explicación científica, aunque hoy no sea aceptable), las elucubraciones posteriores debieron darle a estos seres  las cualidades necesarias para llevar a cabo las acciones que se consideraban que pudiesen realizar, o sea, la potencia, infinitamente superior a la de los hombres, y la eternidad, es decir, la inmortalidad. ¿Qué más se necesita para afirmar que la idea de la divinidad se ha formado?

Estos seres tan potentes llevaban a cabo acciones que no siempre eran benéficas para los hombres, quienes debían sufrirlas y, por lo tanto, aceptar que esos seres eran también los dueños de los destinos humanos. Si hacían daño, la culpa era de los hombres por haber provocado su cólera. Para conseguir sus favores sólo podían comportarse como se comportaban de costumbre con los poderosos de la tierra, a los que se hacían ofrendas y se dirigían plegarias. Todo esto debía ser hecho en mayor medida, dado que ellos eran mucho más poderosos aún.

La especialización señaló como idóneos para las funciones de enlace a aquellos que cultivaban, sabían y enseñaban estas cosas. Así se fue creando la casta de los sacerdotes. A los lugares que éstos habilitaron para realizar sus funciones se les llamó templos. Tenemos ya los elementos básicos de una religión.

En la “Oración de un Agnóstico” de Robert G. Ingersoll encontramos algunas consideraciones interesantes:

LA CIENCIA

Es enemiga del miedo y la credulidad.

Invita a la investigación, desafía a la razón, estimula a la duda y acoge al creyente.

Procura dar alimento y refugio, y abrigo, educación y libertad a la raza humana.

Da bienvenida a todo hecho y a cada verdad.

Ha proveído las bases para la moralidad, y la filosofía para guiar a la humanidad.

Busca civilizar a la raza humana mediante el cultivo del intelecto.

Refina a través del arte, la música y el drama -dándole voz y expresión a todo pensamiento noble.

Lo misterioso no la impulsa a reverenciar, sino que la incita a entender.

No responde a las críticas de sus detractores con el malicioso grito de ¡Blasfemia!

Sus sentimientos no se hieren con la contradicción, ni pide ser protegida por la ley contra la burla de los heréticos.

Le ha enseñado al hombre que no se puede caminar más allá del horizonte; que una infinita entidad no puede ser explicada por un ser perecedero.

Nos demuestra que la verdad de cualquier sistema religioso basado en lo sobrenatural no puede ser establecida –por no estar, dicha verdad, dentro del dominio natural de la evidencia.

Y, sobre todo, nos recuerda que todas nuestras obligaciones están aquí; que nuestras responsabilidades son para con seres con sentimientos; que la inteligencia, guiada por la bondad, produce la sabiduría más deseada; y que el ser humano no cree en lo que debe… sino en lo que puede.

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Savater ilustra bastante bien el estado de la cuestión en su “Primer Mandamiento”:

Nos mandaste amarte sobre todas las cosas. Me pregunto y te pregunto: ¿tanta necesidad tienes de que te amen? ¿no es un poco exagerado? ¿no delata una especie de zozobra, de inquietud extraña?.

Si…si.. ya se que eres un Dios celoso, que no acepta ningún otro tipo de competencia. Pero quiero que entiendas que no eres muy original. Esto que te sucede le pasa prácticamente a todos los dioses. Estoy viendo que en ese aspecto son bastante parecidos: excluyentes y posesivos. Siempre quieren todo el amor para ustedes. Se los ve un poco inseguros de ustedes mismos y necesitan que los demás estemos siempre refrendando su superioridad sobre el cosmos y el mundo.

Mira…ni siquiera ese es nuestro problema. Nuestra verdadera dificultad son tus representantes en la tierra, porque normalmente no te diriges a los hombres en forma directa. Aquellos que hablan en tu nombre son un verdadero dolor de cabeza. Siempre nos sugieren y ordenan lo que tenemos que hacer de acuerdo a su nivel de poder.

Aquí estamos frente al primer mandamiento, algo inmodificable según tus leyes: Amaras a Dios por sobre todas las cosas, y no se hable mas.
Pero vivimos en el siglo XXI, discutiendo tus leyes… no pongas mala cara si ahora, mal que te pese, te cuestionamos… son tiempos que corren.

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Como broche final valga esta cita de Epicuro:
 
“¿Dioses? Tal vez los haya. Ni lo afirmo ni lo niego, porque no lo se ni tengo medios para saberlo. Pero se, porque esto me lo enseña diariamente la vida, que si existen ni se ocupan ni se preocupan de nosotros.”