Estaba previsto realizar un Bajas Vibraciones sobre este tema. De hecho, casi todo el material utilizado para su redacción fue recopilado hace tiempo. Sin embargo, la actualidad política ha venido a determinar el momento.

La originalidad del cristianismo ha sido precisamente dar paso al vaciamiento secular de lo sagrado. Separando a Dios del César y a la fe de la legitimación estatal se han sentado las bases para que disfrutemos de las libertades y derechos de una sociedad laica. De modo que, si hemos de rendir homenaje a los antiguos cristianos que repudiaron los ídolos del Imperio, también debemos aplaudir a los agnósticos e incrédulos que posteriormente combatieron al cristianismo convertido en nueva idolatría estatal.

“SOCIEDAD LAICA” es una aportación al combate por la sociedad laica. No se pretende sólo erradicar los pujos teocráticos de algunas confesiones religiosas, sino también los sectarismos identitarios de etnicismos, nacionalismos y cualquier otro que pretenda someter los derechos de la ciudadanía abstracta e igualitaria a un determinismo segregacionista.

LAS AUTORIDADES ESPIRITUALES ADVIERTEN QUE TU LIBERTAD ACABA DONDE EMPIEZA LA AJENA.

Durante siglos, ha sido la tradición religiosa -institucionalizada en la iglesia oficial- la encargada de vertebrar moralmente las sociedades. Pero las democracias modernas se basan en leyes y discursos no directamente confesionales, es decir, discutibles y revocables, de aceptación, en último caso, voluntaria y humanamente acordada.

Este marco institucional secular no excluye, ni mucho menos persigue, las creencias religiosas: al contrario, las protege a las unas frente a las otras. Porque la mayoría de las persecuciones religiosas han sucedido históricamente a causa de la enemistad intolerante de unas religiones contra las demás o contra los herejes. En la sociedad laica, cada iglesia debe tratar a las demás como ella misma quiere ser tratada… y no como piensa que las otras se merecen.

Convertidos los dogmas en creencias particulares de los ciudadanos, pierden su obligatoriedad general pero ganan en cambio las garantías protectoras que brinda la Constitución democrática, igual para todos.

La sociedad laica es un obstáculo para quienes tienen una visión integrista que tiende a convertir los dogmas propios en obligaciones sociales para otros. Tal como dice Tzvetan Todorov: «Pertenecer a una comunidad es, ciertamente, un derecho del individuo pero en modo alguno un deber; las comunidades son bienvenidas en el seno de la democracia, pero sólo a condición de que no engendren desigualdades e intolerancia» (Memoria del mal).

Las religiones pueden decretar, para orientar a sus creyentes, qué conductas son pecado, pero no están facultadas para establecer qué debe o no ser considerado legalmente delito. Y a la inversa: una conducta tipificada como delito por las leyes vigentes en la sociedad laica no puede ser justificada, ensalzada o promovida por argumentos religiosos de ningún tipo ni es atenuante para el delincuente la fe (buena o mala) que declara. De modo que si alguien apalea a su mujer para que le obedezca o apedrea al sodomita (lo mismo que si recomienda públicamente hacer tales cosas), da igual que los textos sagrados que invoca a fin de legitimar su conducta sean auténticos o apócrifos, estén bien o mal interpretados, etcétera…: en cualquier caso debe ser penalmente castigado.

La legalidad establecida en la sociedad laica marca los límites socialmente aceptables dentro de los que debemos movernos todos los ciudadanos, sean cuales fueren nuestras creencias o nuestras incredulidades. Son las religiones quienes tienen que acomodarse a las leyes, nunca al revés.

En la escuela pública sólo es aceptable la enseñanza  de lo verificable (es decir, la realidad científicamente contrastada en el momento actual) y lo civilmente establecido como válido para todos, nunca lo inverificable que aceptan como auténtico ciertas almas piadosas o las obligaciones morales fundadas en algún credo particular.

La formación catequística de los ciudadanos no tiene por qué ser obligación de ningún Estado laico, aunque naturalmente debe respetarse el derecho de cada confesión a predicar y enseñar su doctrina a quienes lo deseen. Eso sí, fuera del horario escolar. De lo contrario, los agnósticos también podría exigir que en cada misa dominical se reservasen diez minutos para que un científico explicara a los fieles la teoría de la evolución, el Big Bang o la historia de la Inquisición, por poner algunos ejemplos.

Cuando en España se esgrime el derecho de los padres a educar a sus hijos en tal o cual confesión, generalmente se hace en base a una legislación y acuerdos internacionales que fueron firmados a toda prisa entre los años 1977 y 1979. Parece ser, que los que tenían la sartén por el mango (con Adolfo Suárez, el delfín del Movimiento, a la cabeza), se dieron mucha prisa en atar los cabos sueltos (porque todo debía estar “atado y bien atado”), de forma que no se vieran menoscabados los privilegios de los que gozara la Iglesia Católica durante el régimen clero-fascista del general Franco.

La hipocresía y el fanatismo con que, la Conferencia Episcopal Española y sus palmeros de la derecha política, defienden el terreno conquistado a costa del golpe militar, el derramamiento de sangre y la represión de miles de españoles, ponen de manifiesto sus asquerosos intereses materialistas. Cegados por el brillo del vil metal pisotean los derechos de los menores a los que dicen defender.

El segundo principio de los Derechos del Niño dice  que “El niño gozará de una protección especial y dispondrá de oportunidades y servicios… para que pueda desarrollarse física, mental, moral, espiritual y socialmente en forma saludable y normal, así como en condiciones de libertad y dignidad. Al promulgar leyes con este fin, la consideración fundamental a que se atenderá será el interés superior del niño.” A lo que habría que añadir lo expresado en séptimo principio: “El niño tiene derecho a recibir educación… Se le dará una educación que favorezca su cultura general y le permita… desarrollar sus aptitudes y su juicio individual… “

Entonces, si el niño debe gozar de una protección especial para que pueda desarrollarse moral y espiritualmente en forma saludable, en condiciones de libertad y dignidad, y se le debe proporcionar una educación que favorezca su cultura general y le permita desarrollar su juicio individual, cabe preguntarse hasta que punto es moralmente aceptable que un estado laico consienta y financie el lavado de celebro de los menores. Es más, el simple hecho de consentir el bautismo de recién nacidos y el adoctrinamiento de menores por parte de cualquier confesión es, desde mi personal punto de vista, una vergonzosa dejación de funciones por parte del Gobierno.

Comprendo que puedo parecer radical en mis planteamientos, pero no puedo dejar de ver el bautismo y el adoctrinamiento de menores como violaciones de los Derechos de Niño, equivalentes, en el terreno intelectual y espiritual, al las que realizan los pedófilos en el ámbito material más grosero.

Según la Biblia, Jesús dice: “El que creyere y fuere bautizado será salvo”. Por otra parte, el arrepentimiento es un requisito para el bautismo: “Arrepentíos y bautícese …”(Hechos 2:38).

Sin una capacidad para comprender conceptos abstractos, sin un mínimo desarrollo de la personalidad y sin elementos de juicio, una persona no es libre para creer. Si existiera un mínimo de ética y de coherencia un niño jamás sería bautizado ni adoctrinado, pues se trata de un abuso en toda regla.

Los defensores del bautismo de infantes citan Mateo 19:14 como autoridad. Este pasaje dice: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos”. Claro que Jesús aquí no se está refiriendo al bautismo. Además, una cosa es que los niños pudieran venir a él y otra, muy distinta, es que traigan los niñitos para que sean bautizados.

Frente a algunos de ese 39% que se confiesan católicos practicantes en España, defiendo el utópico derecho del individuo (especialmente si es un menor) a no ser aplastado por inercia de cualquier confesión, por muy mayoritaria que esta sea.

Invadir la mente de un ser sin defensas, con la excusa de la salvación de su alma, es un planteamiento repugnante. Es como si el violador de una menor defendiera su acción con la cabeza muy alta, diciendo que le ha transmitido conocimientos sexuales a la niña que le serán de mucha utilidad en el futuro.

Los niños deben ser educados en el laicismo y saber de religiones y creencias de una forma comparada y enfocada a apreciar la pluralidad. Sólo así podrán ejercitar su derecho al libre pensamiento cuando sean adultos. Mejor dicho, sólo así llegarán a ser adultos; sólo así llegarán a ser algo más que borregos intolerantes.