A partir de los años sesenta del pasado siglo, se ha desarrollado una abundante bibliografía que presenta la denominada sábana santa de Turín como una prueba terminante de que Jesús resucitó de la tumba hace casi dos mil años. Análisis posteriores llevados a cabo bajo los auspicios de la “Santa Sede” han dejado, sin embargo, de manifiesto que el lienzo debe, en realidad, datarse en la Edad Media y, por lo tanto, no habría podido nunca envolver a Jesús. ¿Qué es realmente la Sábana santa de Turín? Unos veinte años después de la ejecución de Jesús en la cruz, un predicador cristiano llamado Pablo de Tarso, se dirigía a las comunidades de su fe existentes en la ciudad griega de Corinto. Aparte de brindarles consejo sobre algunas cuestiones relacionadas con la fe y las costumbres, Pablo subrayaba en su escrito la veracidad de la resurrección de Jesús apelando a distintos y numerosos testigos del trascendental acontecimiento:

“Primero se apareció a Pedro y después a los doce. Después se apareció a quinientos hermanos… de los cuales muchos viven todavía aunque algunos han muerto. Después se apareció a Santiago, después a todos los apóstoles, y al último… a mi”. La afirmación -que ahora es conocido como el capítulo 15 de la Primera epístola a los Corintios- tenía una enorme importancia ya que Pablo podía referirse en su apoyo a más de medio millar de testigos de la resurrección de Jesús. De éstos algunos habían abandonado durante la pasión al crucificado -como los doce- otros no habían creído en él en vida -como Santiago- e incluso al menos uno había sido un perseguidor de sus discípulos como era el caso de Pablo.

Durante siglos, el cristianismo no pretendió aportar pruebas materiales de la resurrección de Jesús salvo la desaparición de su cadáver del sepulcro y la posterior aparición del crucificado a distintas personas. No se refirió a una sábana que hubiera servido de mortaja a Jesús fundamentalmente porque los Evangelios no la mencionan y sí hacen, por el contrario, referencia a bandas. Sin embargo, siguió apoyándose en los centenares de testimonios de personas que lo habían visto resucitado.

Esa línea no se vio alterada hasta el siglo XIV y así se ha mantenido sustancialmente hasta el día de hoy. La razón fundamental de este cambio histórico no ha sido otro que el denominado santo sudario o sábana santa de Turín. Este lienzo apareció por primera vez en Francia, en la iglesia colegial de Lirey, situada cerca de Troyes, en torno al 1357. La decisión de exponerlo se debió a Juana de Vergy. En aquella ocasión, el sudario -que ya era presentado como el que había envuelto el cuerpo de Jesús en el sepulcro- fue expuesto a la devoción de los fieles.

Contra lo que hubiera sido lógico esperar, la jerarquía eclesiástica manifestó desde el principio su oposición al lienzo. Enrique de Poitiers, obispo de Troyes, lo denunció como un fraude y ordenó que dejara de ser expuesto. Una conducta similar siguió Pedro d´Arcis, su sucesor, cuando nuevamente volvió a exponerse la denominada sábana santa. Incluso fue más allá porque a finales de 1389 escribió al Papa Clemente VII pidiendo su ayuda para acabar con aquel engaño.
En la carta, un documento esencial para la historia de la denominada “sábana santa”, Pierre d´Arcis no sólo comentaba que nada de lo relatado en los Evangelios fundamentaba la creencia en aquel lienzo sino que además relataba la investigación que se había llevado a cabo al respecto. Los resultados -según el obispo- no podían haber resultado más obvios: “Al final, tras haber dado muestras de una gran diligencia en su investigación y sus interrogatorios, descubrió el fraude y cómo el mencionado lienzo había sido pintado arteramente, ya que de esa verdad dio testimonio el artista que lo había pintado, o sea que era una obra debida al talento de un hombre, y en absoluto forjada u otorgada de manera milagrosa por la gracia divina”.

Este descubrimiento había determinado que se ocultara la sábana durante años pero en 1389 el deán de la iglesia de Lirey -“con intención de fraude y persiguiendo un beneficio” en palabras del obispo- había vuelto a exponerla “para que la iglesia pueda verse enriquecida con las ofrendas de los fieles”. Indignado por aquella conducta, el obispo d´Arcis había logrado incluso que el Parlamento regio apoyara su mandato de retirar la sábana pero entonces, para sorpresa suya, el papa Clemente VII había ordenado que no se ejecutaran.

Precisamente por ello, el obispo le ofrecía “aportar todas las informaciones” que disiparían cualquier duda sobre la realidad de aquel engaño. El método para llevar a cabo el fraude había sido el conocido como frottis, ya muy común desde el s. XII. Este consistía en cubrir un bajorrelieve con un lienzo mojado y, después, cuando se secaba, en aplicarle, frotando, un pigmento compuesto de áloe y mirra. Las pruebas resultaban irrefutables pero, contra lo que habría cabido esperar, el Papa decidió hacer oídos sordos a las informaciones proporcionadas por el obispo.

En enero de 1390, el pontífice otorgó la autorización para que se expusiera el “santo sudario”. Por añadidura, ordenó al obispo d´Arcis que guardara silencio sobre lo que sabía acerca del lienzo incurriendo si desobedecía en la pena de excomunión. Las causas de esa conducta, presumiblemente, pudieron apuntar en realidad a oscuros intereses familiares. La mujer que había expuesto el sudario por primera vez, como ya indicamos antes, se llamaba Juana de Vergy. Después de 1357, Juana se había casado con un noble acaudalado que se llamaba Aymon de Ginebra.

Éste era primo de Roberto de Ginebra… más conocido como Su Santidad, el Papa Clemente VII. La razón para que el Papa apoyara semejante engaño, por tanto, parece haberse hallado más en los lazos familiares que en la codicia o el deseo de inspirar fe en los fieles. Sin embargo, este origen no actuaría en detrimento de la credibilidad de la sábana. En 1453, Margarita de Charny la cedió a la casa de Saboya. Poco después, fue enviada a una capilla de Chambery donde en 1532 escapó de un incendio.

A finales del siglo XVI fue trasladada nuevamente, esta vez a Turín, donde a partir de 1694 quedó custodiada en la capilla real de la catedral de la ciudad. En mayo de 1898, el santo sudario fue expuesto durante ocho días para celebrar el cincuentenario del reino de Italia. En esa fecha, Secondo Pia fotografió la sábana apreciándose una nitidez en el negativo mucho más acusada que en el positivo. A partir de entonces se difundiría la tesis de que la sábana era un negativo lo que obligaba a descartar la tesis de una falsificación y, siquiera indirectamente, apuntaba a un origen sobrenatural.

A partir de los años sesenta, se multiplicaron los libros en los que supuestamente se demostraba la veracidad de la resurrección de Jesús partiendo del lienzo. Sus afirmaciones chocaban no sólo con la realidad histórica sino además con los diferentes análisis con carbono-14 a que se sometió a la sábana. Todos ellos dejaron de manifiesto que, lejos de pertenecer al siglo I, debía datarse en pleno Medioevo.

Finalmente, Juan Pablo II no afirmó su veracidad pero sí declaró lícito el culto rendido a la sábana. La sábana no es, por lo tanto, auténtica pero para muchos católicos constituye recordatorio de un milagro en el que se fundamenta su fe y, en esa medida, objeto de veneración.

César Vidal Manzanares es un conocido escritor, historiador y teólogo.

Fuente:

http://www.protestantedigital.com/new/lavoz.php?492