El enfrentamiento entre evolucionismo y creacionismo (ahora denominado diseño inteligente, DI) es otro ejemplo de la polémica recurrente entre los mundos del conocimiento y el dogma, mundos sin intersección racional.Desde el momento de la publicación de los textos de Darwin, resurge la lucha histórica entre el conocimiento neutro que ofrece la observación y los principios subjetivos del dogma religioso. El dogma es, por definición, un hecho incuestionable dentro de una explicación del mundo (cosmogonía); es una aseveración que no admite réplica, pues corresponde a una verdad indiscutible y se establece al margen de la crítica y de la discusión.

El concepto del DI ha evolucionado -valga la ironía, tomada de otros textos al respecto- de teoría a dogma. Y como tal lo están defendiendo estamentos influyentes en la generación de estados de opinión que también se han descrito en este debate. Desde su nueva posición dogmática, el DI adquiere una capacidad estratégica fulminante: cancela la polémica entre la ciencia-evolución y el DI, ya que no es posible razonar el dogma (desde luego, no con las herramientas de la ciencia).

La prueba definitiva del modelo evolucionista es su mecanismo molecular, de una sencillez irritante, combinación del dualismo error-azar. Ante esta evidencia se comprende bien la actitud irracional del DI: si se demuestra que el azar puede justificar la aparición del hombre, el Creador ya no es necesario para tal menester. El DI niega los datos objetivos que avalan la diversificación desde un tronco común de los seres que han cohabitado hasta nuestros días, los datos que garantizan que el hombre procede de un no hombre. Frente a ello, el DI ofrece el único discurso de su doctrina: el azar no puede generar la perfección del hombre, y por tanto un ser superior lo ha diseñado. Esta sentencia es la base ideológica del DI.

Es incoherente situar la creencia religiosa frente a la teoría científica.

El DI no es confrontable a la teoría de la evolución. ¿Acaso un católico acepta que la Tierra gira alrededor del Sol porque finalmente la Iglesia aceptó este hecho? Cuando se manifiesta que en el inicio de la vida intervino un Creador se expresa una creencia personal religiosa, que puede ser inherente al ser humano, y a la que éste puede renunciar o no. Nadie debe juzgar al prójimo por carecer o tener estas creencias y por aceptar doctrinas que expliquen aspectos intelectuales. Pero esas creencias religiosas no son demostrables por métodos objetivos. Y no deben intentar hacerlo, a riesgo de cometer un error en su aspecto más consustancial.

¿Cabe pasar de puntillas por este asunto sin tomar partido? ¿Debe ser el científico el único defensor del modelo evolucionista? Tal vez sea el mismo creyente quien debería estar preocupado por este intento de situar la figura del Creador en un ámbito tan restringido y levantarse contra esta simplificación del Creador. Ante la evidencia de que los mecanismos moleculares operan de manera tan simple y burda, sin objetivo en sí mismos, el creyente debería colocar a su Dios muy por encima de tan elementales mecanismos; sin duda, Dios debe haber dedicado su esencia y su mensaje a temas más complejos.

La ciencia lo tiene muy difícil. En efecto, tras demostrar que no hace falta recurrir a un plan inteligente para explicar la presencia del hombre, el DI niega de forma doctrinal que el evolucionismo pueda ser verdad. Aquí queda zanjada la cuestión, pues la ciencia no puede defenderse con dogmas ante el dogma.

JAVIER LLANOS, doctor en Biología

Fuente:

http://www.lavanguardia.es/web/20060316/51237710227.html