Tengo 58 años y hoy sigo creciendo, porque crecer es aprender a desarrollar lo que llevamos dentro. Nací en Oviedo. Estoy divorciado, tres hijos. Aprendí biodomótica para ayudar a mi hija asmática e hipersensible a la electricidad. Creo en una realidad superior. Por sentido común, soy ecologista de pensamiento, sentimiento y acción- Pase, pase, que verá el pisito…

– Lo que percibo es un campo eléctrico desagradable: tiene usted los contadores encima de la puerta. ¡Vaya recibimiento!

– Pues los tapé con un armarito monísimo.

– ¿A usted no le pasa que tiene un arranque súbito de timidez y no le apetece volver a ver a alguien o volver a entrar en un sitio?

– Me pasaba con la casa de mi suegra.

– Lo que los psicólogos toman por timidez enfermiza es a menudo hipersensibilidad a los campos eléctricos. Igual sucede con la claustrofobia típica en los ascensores y que desaparece con el uso de materiales adecuados. Hemos construido edificios que son jaulas de alta tensión y lo paga nuestra salud.

– Yo ahora mismo no noto nada.

– Pero podríamos medir su carga eléctrica. Noes raro detectar 24.000 milivoltios en personas que lo natural es que soportaran 100.

– ¡El mal rollo se mide!

– Y aumenta ya antes de entrar en su casa. El asfalto no sólo desprende partículas volátiles tóxicas, también es dieléctrico y nos impide descargar nuestra tensión.

– ¡Qué error asfaltar toda la Gran Via!

– Hemos cubierto de asfalto el césped y la tierra, y eso nos angustia. ¿No ha disfrutado nunca de la sensación de pasear descalzo por el césped o la playa?

– Hombre, aún hace fresquito.

– Ese placer no se lo da la sensación térmica sino la descarga de su tensión acumulada. Lo natural sería andar descalzos pisando tierra, hierba, hojas. Cuando lo hacemos, nos relajamos al liberarnos de tensión eléctrica.

– ¿Por qué la acumulamos?

– Somos energía y sensibles a la energía. El estrés mental generado por la hipoteca o las preocupaciones se suma al del ordenador, el teléfono móvil, todos los aparatos electrodomésticos y las tensiones eléctricas que nos rodean en la ciudad: en las plantas bajas nos afectan los transformadores y generadores, y, en la altura, las antenas de los móviles.

– Sólo nos faltaban los móviles.

– Hay que aprender la higiene del móvil. Me consultaron un caso de una niña con cefaleas, insomnio y desórdenes emocionales.

– ¿Y sospechaban de la vivienda?

– Me especialicé en domoterapia hace 29 años para investigar sobre mi hija asmática, alérgica e hipersensible. Los padres de aquella niña achacaban sus males a una red de alta tensión cercana, pero desaparecieron con sólo apagar el móvil que cargaba junto a la cabecera de su cama. Tampoco hay que dormir con el radiodespertador y su transformador junto al cerebro: durante el sueño bajan nuestras defensas y somos más sensibles.

– Hay quien no apaga el móvil ni dormido.

– Además, vamos vestidos con plástico sobre suelas de goma y vivimos encerrados en jaulas eléctricas, porque hemos pintado y plastificado techos y suelos con química de síntesis, carpinterías metálicas y aislantes que aumentan los campos eléctricos.

– ¿Nuestro estrés es sólo eléctrico?

– Los domoterapeutas controlamos además la calidad del aire en la vivienda: ¡cuántas veces sobrevivimos con poco oxígeno en ambientes enrarecidos! Y la iluminación: muchas depresiones son causadas por escasa luz natural y una artificial que no emite el perfil solar. Tenemos luces pobres incandescentes, carentes de reverberaciones de alta frecuencia sin azules, ni añil ni violeta. Son anaranjadas y rojizas y, claro, deprimen.

– ¡Cuántos motivos de preocupación!

– Pues no olvide el ruido. No sólo el estrés acústico manifiesto sino también lo infraaudible: los vidrios son tambores que redoblan toda la vibración de la ciudad amplificada en baja frecuencia. Sufrimos exposiciones al ruido muy por encima de los umbrales marcados por la OMS. Y además están los ultrasonidos, las vibraciones y reverberaciones…

– Oiga… ¡Me está estresando!

– Soy un cazafantasmas, pero de fantasmas que son muy reales y cuestan dinero: microwatios, legionelas, microbacterias, microhongos. A veces me llaman sorprendidos por la baja productividad de un despacho donde se atascan los asuntos y compruebo que las condiciones ambientales son deplorables.

– Si no hay males mayores…

– Detectamos el porqué del tumor de una jefa de sección que disfrutaba de un monitor convencional, otro de pantalla gigante, dos ordenadores extras, el servidor, dos impresoras, un escáner, el servidor y todo un festival de conexiones y transformadores. Además, era coqueta y llevaba medias de lycra. Y todo en su pequeñísimo cubículo.

– Por lo menos, yo no me pongo medias.

– Los ultrasonidos y las microondas se han utilizado para mobbing inmobiliario.

– ¡Cuánta mezquina abyección!

– Ciertos aparatos que emiten ultrasonidos contra las cucarachas han sido aviesamente proyectados sobre los tabiques para desalojar inquilinos que han denunciado sus efectos perniciosos. Por no hablarle de los casos de microondas proyectados contra la pared, que atraviesan para freír al vecino.

– ¿Usted cree en el feng shui?

– Es una domoterapia oriental con una proyección metafísica. Nuestros monjes benedictinos lo practicaban sin saberlo. Al ingresar en el convento, al novicio le daban un petate e iba probando sitios para dormir hasta que tenía “dulces sueños”. Es decir, había dado con la ubicación ideal sin radiaciones, humedad, mejor luz, ventilación y vibraciones.

– Mi cama no se puede mover.

– Si el sol y los astros cambian de lugar, su cama debería seguirlos. Los japoneses lo saben y van variando sobre el tatami su lugar de descanso. Si el universo se mueve, ¿por qué dormimos siempre en el mismo sitio?

Fuente:

http://www.lavanguardia.es/web/20060308/51236692222.html