Es digno de admiración el ejercicio de funambulismo a que se ven abocados los defensores de la interpretación literal de la Biblia. Y eso, a pesar de las diversas traducciones y su “letra pequeña”, que han servido para acercar las ascuas a las sardinas de cada cual.


Concretamente, el tema de la Creación se me antoja suculento y digno de un repaso desde un punto de vista laico y ¿por qué no? algo rebelde también. Por supuesto, se trata de uno de esos escritos de bajas vibraciones que no conduce a nada. Es más, …


LAS AUTORIDADES ESPIRITUALES ADVIERTEN QUE LA LECTURA DE ESTA PARRAFADA PERJUDICA GRAVEMENTE SUS CREENCIAS FUNDAMENTALISTAS.


En el Génesis, hay muchas ocasiones en las que Dios, que normalmente habla en primera persona (“… te di este mandato…”), de repente utiliza el plural: “Hagamos al hombre a NUESTRA imagen, según nuestra semejanza…” o “… el hombre ha llegado a ser como uno de NOSOTROS al conocer lo bueno y lo malo…”


Los defensores de la interpretación literal suelen argumentar que Dios utiliza el “nosotros” mayestático; o que habla para un auditorio de ángeles; o incluso, desde el punto de vista cristiano, que habla en nombre de las personas de la Trinidad.


Sin embargo, la palabra hebrea que se traduce por Dios es “Elohim”, forma plural que habría que traducir por dioses, aunque las “reglas no escritas” aconsejaban lo contrario. Todo hace pensar que las primeras tradiciones eran politeístas. Así la Creación habría sido la obra de varios dioses. Aunque los escritores que le dieron su forma definitiva eran radicalmente monoteístas, no pudieron eliminar algunos términos del relato oral por estar demasiado extendido entre el pueblo.


Otro asunto que salta a la vista, es la difícil convivencia de dos creaciones completamente distintas.
En una versión se dice que Dios, como guinda del pastel, creo a la vez al hombre y a la mujer a imagen y semejanza suya. En la otra, la machista, la favorita de la Iglesia, Dios crea al hombre a partir del polvo y, como no le parece bien que esté sólo, sigue “formando del suelo toda bestia salvaje del campo y toda criatura voladora de los cielos, y empezó a traerlas ante el hombre para ver lo que llamaría a cada una…”.


Adán se limitaba a ponerles nombre, pero ni siquiera con la gallina, o ante una linda corderita, soltó el más mínimo piropo (se ve que eso de la zoofilia no le entusiasmaba). Así que a Dios no le quedó más remedio que crear a la mujer a partir de una de sus costillas. Adán se puso muy contento y dijo: “Esto por fin es hueso de mis huesos y carne de mi carne…” Está claro que se trata de dos tradiciones diferentes que, por motivos de cohesión política, fueron aceptadas para relatar el mismo hecho.


Pero antes de fabricar a Eva, Dios le había dicho a Adán:
“Puedes comer de todos los árboles que hay en el jardín, exceptuando únicamente el árbol del conocimiento del bien y del mal. De él no deberás comer, porque el día que comas de él positivamente morirás” (otras traducciones dicen: “… quedarás sujeto a la muerte”.

Y digo yo: ¿Para qué se lo pone? Si no tiene conocimiento del bien y del mal, ¿cómo sabe que están haciendo algo malo al desobedecer el mandato divino?


Pero, para asegurarse de que ser humano muerde el anzuelo, Dios ha creado una serpiente que habla y es muy inteligente, y no tiene nada mejor que hacer que ir a comerle el coco a Eva. Por cierto, en comparación, la serpiente juega más limpio que Dios. Se limita a desenmascarar un par de mentiras divinas: En primer lugar, no se muere por comer el fruto prohibido (lo de quedar sujeto a la muerte, era un hecho desde el primer momento, como veremos más adelante). Lo segundo, más que un desmentido, consiste en proporcionarle una información que Dios le ocultaba; que llegarían a ser conocedores del bien y del mal (en ese aspecto serán como dioses).


Como todos sabemos, Adán y Eva comieron del árbol. Pero, o bien comieron muy poco, o no era la temporada adecuada para esa fruta, porque sólo les sirvió para darse cuenta de que estaban en bolas. ¡Vaya par de genios!, ni siquiera les entró en la cabeza que Dios está en todas partes y que todo lo ve. Sin duda, es por tal motivo que se pusieron a jugar al escondite con Dios; el muy tramposo fingía contar hasta veinte de cara al árbol, cuando en realidad lo estaba viendo todo.


Por supuesto, los atrapa sin esfuerzo alguno y, aunque ha sido Dios el autor intelectual de toda la trama, no se libra ni el gato (en este caso, ni la serpiente) del correspondiente castigo. A Adán le dice que curre si quiere comer (o que se meta a cura), a Eva le quita la epidural del botiquín y a la serpiente le pronostica un bonito futuro como cinturón de algún macarra.


Lo de la expulsión del jardín vino después (una vez castigados todos menos Él). Dios se rascó la cabeza y dijo: “El hombre ha llegado a ser como uno de nosotros en el conocimiento del bien y del mal. No vaya a ser que ahora extienda su mano, tome también del árbol de la vida, coma y viva para siempre” (o sea, que somos mortales de toda la vida).

Entonces expulsó al hombre. Y puso al oriente del jardín de Edén a los querubines y la llama de la espada zigzagueante (unos seguratas de mucho cuidado), para custodiar el acceso al árbol de la vida.

Adán y Eva, que al parecer fueron los inventores del lema “vive de tus padres hasta que puedas vivir de tus hijos”, se pusieron a buscar mano de obra barata y trajeron dos hijos al mundo: Caín y Abel. Al primero lo ponen a currar el campo de sol a sol, mientras que el segundo, saca a pastar el rebaño y se echa la siesta a la sombra de un buen árbol (es decir, un árbol sin problemas).


Al cabo de un tiempo, Caín presentó como ofrenda al Señor algunos frutos del suelo, mientras que Abel trajo algunos primogénitos de su rebaño, “aun sus trozos grasos”. El Señor miró con agrado a Abel y su ofrenda, pero no miró con favor a Caín ni su ofrenda.

¡Vaya palo para los vegetarianos! El mismo Dios desprecia los vegetales escogidos que tanto trabajo le ha costado producir a Caín y se relame ante los tiernos corderitos que ofrece Abel.

Por otra parte, es una falta de tacto y una grosería despreciar un regalo. Parece que Dios no tiene en cuenta el esfuerzo y las buenas intenciones. Pero no contento con ese desplante, Dios se pone a echarle la bronca y a tocarle las narices a Caín: “¿Por qué estás resentido y tienes la cabeza baja? Si obras bien podrás mantenerla erguida; si obras mal, el pecado está agazapado a la puerta y te acecha, pero tú debes dominarlo”. Vamos, si esto no es mal meter que venga Dios y lo vea (bueno… , Dios no, seguro que se da la razón a si mismo).


Caín dijo a su hermano Abel: “Vamos afuera”. Y cuando estuvieron en el campo, se abalanzó sobre su hermano y lo mató. Generalmente, en esta acción, se ha atribuido a Caín el móvil del resentimiento y la ira, pero de haber existido resentimiento tendría que ser hacia Dios, ya que Abel no le había dañado en nada. Entonces ¿por qué matar al bueno de Abel? ¿por envidia?.


A mí se me ocurre la siguiente respuesta alternativa: Sabedor de que los mejores frutos de su trabajo jamás serán del agrado de Dios, sólo había una cosa digna de ser ofrecida en sacrificio: su amado hermano. Puede parecer un disparate, pero el sacrificio humano ritual estuvo vigente hasta mucho tiempo después de Abraham. Concretamente, arrojar al primogénito recién nacido a las llamas del altar de Molok (dios del fuego) era una costumbre bastante arraigada en Israel.


De hecho, cuando Dios lo maldice por el crimen, Caín dice: “Mi castigo por el error es demasiado grande para llevarlo. Aquí efectivamente estás expulsándome hoy lejos del suelo fértil, y de tu rostro estaré oculto, y tendré que llegar a ser errante y fugitivo en la tierra, y es cosa segura que cualquiera que me halle me matará”.


Por cierto, si se va, y las dos únicas personas que existen son sus padres, ¿quien puede ser ese “cualquiera”?.


El caso es que Dios ve razonables las pegas de Caín (no estaría tan mosqueado con él) y le contesta: “Por esa razón, cualquiera que mate a Caín tiene que sufrir venganza siete veces”. Está claro que se referían a algún gato (lo digo por las siete vidas). Y el Señor puso una marca a Caín, para que al encontrarse con él, nadie se atreviera a matarlo. Luego Caín se alejó de la presencia del Señor y fue a vivir a la región de Nod, al este de Edén.


Inmediatamente después de ese episodio, las escrituras dicen: Caín se unió a su mujer, y ella concibió y dio a luz a Henoc. ¿Pero qué está pasando aquí? Si dijeran que pidió una muñeca inchable por correo lo entendería. Pero no, hablan de una mujer hecha y derecha, capaz de traer hijos al mundo.


Aquí es donde me da la risa tonta escuchando las explicaciones de los defensores de la interpretación literal de la Biblia. Llegan a decir que la Biblia no recoge los hechos de forma cronológica y sugieren que se trata de un salto en el tiempo. Según ellos, Caín esperó a naciera Set y que este mantuviera relaciones sexuales con ¿otra hermana?, ¿su madre?, y tuviese alguna descendiente. Entonces, Caín “vuelve a casa, vuelve por Navidad”, se agencia una sobrinita de buen ver, se la lleva con él al exilio, y ni Dios se entera.


Pero sigamos. Decíamos que
Caín se unió a su mujer, y ella concibió Henoc. Caín fundó una ciudad a la que puso el nombre de su hijo. No hay ninguna referencia de una ciudad llamada Henoc, pero cabe la posibilidad de que se trate Susa, que data de la edad de piedra.

Hasta aquí tenemos a Caín como labrador y como fundador de la primera ciudad. Pero eso no es todo, el nombre de Caín (Kayin en hebreo) significa “herrero”. Todavía hoy día, “Herrero” es un apellido muy corriente (“Smith” en inglés). Más aún, el nombre de uno de sus descendientes, Tubalcaín, significa “herrero de Túbal”, y Túbal es una región de Asia Menor donde pudo iniciarse o desarrollarse notablemente la metalurgia. En cualquier caso, y con el relato bíblico en la mano, bien podemos reivindicar la figura Caín como padre de la civilización.


Continúa la leyenda con la enumeración de siete siguientes generaciones, hasta Lamec (el primer bígamo de la historia), sin que se especifique de donde salían las esposas o ¿hermanas?, cosa que no es de extrañar, pues cuando se puso por escrito todo esto, la mujer (de no ser por su capacidad reproductora) no tenía más valor que un animal.

A Henoc le nació Irad. Irad fue padre de Mejuiael; Mejuiael fue padre de Metusael, y Metusael fue padre de Lamec. Lamec tuvo dos mujeres: una se llamaba Adá, y la otra, Silá. Adá fue madre de Iabal, el antepasado de los que viven en campamentos y crían ganado. El nombre de su hermano era Iubal, el antepasado de los que tocan la lira y la flauta. Silá, por su parte, fue madre de Tubalcaín, el antepasado de los forjadores de bronce y de los herreros. Naamá fue hermana de Tubalcaín.

Aquí entra la cámara uno. Es decir, volvemos con Adán que, a la edad de ciento treinta años, decide tirarse el rollo otra vez con Eva. Está claro que nuestro primer padre no fue precisamente un semental. ¡Con el coñazo que dio para tener una mujer!. El caso es que, fruto de ese inusual coito, nace Set, que viene a ser el sustituto de Abel. Después, Adán vivió ochocientos años y tuvo hijos e hijas. También Set tuvo un hijo, al que llamó Enós. Fue entonces cuando se comenzó a invocar el nombre del Señor.

No está mal, invocar el nombre del Señor no es malo de suyo, pero nadie me negará que es más descansadito que labrar la tierra, fundar una ciudad y desarrollar la metalurgia. Y es que de casta le viene al cura.

Enós tenía noventa años cuando fue padre de Quenán. Quenán tenía setenta años cuando fue padre de Mahalalel. Mahalalel tenía setenta y cinco años cuando fue padre de Iéred. Iéred tenía ciento sesenta y dos años cuando fue padre de Henoc (igual que su tataraprimo). Henoc tenía sesenta y cinco años cuando fue padre de Matusalén (nótese el parecido con Metusael). Y ¡atención!, Henoc (que fue el primer profeta) no murió, sino que fue abducido por Dios a la edad de trescientos sesenta y cinco años. Matusalén tenía ciento ochenta y siete años cuando fue padre de Lamec (igualito, igualito que su tataraprimito). Lamec tenía ciento ochenta y dos años cuando fue padre de un hijo, al que llamó Noé, diciendo: “Este nos dará un alivio en nuestro trabajo y en la fatiga de nuestras manos, un alivio proveniente del suelo que maldijo el Señor”

¡Y vaya alivio!, como que no quedó nadie para quejarse, excepto Noe y su familia. Pero esta es otra historia. Una historia en la que un Dios cruel, machista, carnívoro, embustero, tramposo, protector de un asesino, chapucero y nada ecologista, se le va la pinza y dice: “Voy a eliminar de la superficie del suelo a los hombres que he creado –y junto con ellos a las bestias, los reptiles y los pájaros del cielo– porque me arrepiento de haberlos hecho”

Alguien dirá que estoy blasfemando, pero para ello tendría que existir injuria. Mis comentarios se basan exclusivamente en los hechos que recogen las Escrituras.

Hagamos recuento: Tenemos dos creaciones distintas en un único libro sagrado. Tenemos el relato de cómo Caín mató a Abel (“Hebel” en hebreo), que significa “un soplo de aire”, algo que por si sólo evoca la forma de vida nómada. Y por último, tenemos tremendas coincidencias en los nombres de las dos líneas de descendientes de Caín y Set. Todo parece indicar que dos pueblos acabaron fusionándose o, mejor dicho, que un pueblo civilizado acabó absorbiendo y asentando a otro nómada, que sintió como moría su forma de vida en aras de la civilización.

Por último, mencionar que los creyentes fundamentalistas calculan la antigüedad de la Tierra en base a los datos del Génesis. La fecha más aceptada fue calculada en 1654 por James Ussher, Arzobispo anglicano de Armag (Irlanda), quien decidió que la creación tuvo lugar a las nueve de la mañana del 23 de octubre del 4004 a.C.

¿Qué puede decirse al respecto? Cualquier estudiante de Enseñanza General Básica sabe que las primeras ciudades se fundaron hace más de 8.000 años y que el hombre prehistórico ha dejado restos que se remontan a más de un millón de años. La Tierra misma tiene una antigüedad de cinco billones de años y el universo en su conjunto quizá se remonte a quince billones de años.