EN una lúgubre noche de noviembre llegué al término de mis esfuerzos. Con una ansiedad que era casi agonía, dispuse a mi alrededor los instrumentos que me permitieron infundir una chispa vital a aquella cosa muerta yacente a mis pies». Con esta frase comenzaba originalmente la que es una de las novelas góticas clave y uno de los mayores referentes culturales de nuestro tiempo. ‘Frankenstein’, de Mary Shelley, que inauguró el tema de lo monstruoso en la literatura y que fue una de las principales figuras de la literatura inglesa del XIX.
Junto a ella, otras escritoras menos conocidas como Charlotte Dacre, Sophia Lee, Clara Reeve, Charlotte Smith o Ann Radcliffe habían demostrado un dominio ejemplar de los mecanismos de las novelas góticas o de terror, un género nacido en 1764 a partir de la publicación de ‘El castillo de Otranto’, de Horace Walpole y que dio lugar a una tradición de lo sobrenatural en la que junto a las figuras masculinas, como el norteamericano Poe, y los ingleses Defoe o Dickens, destaca la presencia de grandes escritoras que, en su mayoría, han caído en el olvido. A las ya nombradas habría que unir las hermanas Brontë, Elizabeth Gaskell o Amelia Edwards, la primera mujer en viajar al antiguo Egipto, y responsable en buena medida de la leyenda creada en torno a esta cultura.

Responder a un modelo

Todas ellas y otras escritoras célebres de aquellos años aparecen en el libro ‘Escrito por brujas. Lo sobrenatural en la vida y la literatura de grandes mujeres del siglo XIX’, escrito por el doctor en Filología Inglesa Antonio Ballesteros González, que abarca en su libro desde los albores del siglo XIX hasta principios del XX, en un recorrido que parte de las tradicionales historias de fantasmas para concluir en la literatura sobre las ciencias ocultas y lo esotérico.

Todo este movimiento empezó como una respuesta a un estilo de novela que no era del agrado de las mujeres de la época. ‘El castillo de Otranto’ estaba omnipresente en la obra de muchas de estas mujeres que empezaron imitando los patrones masculinos para luego tomar derroteros propios. Así, por ejemplo, Ann Radcliffe, una de las autoras de finales del siglo XVIII e inicios del XIX que mejor supo utilizar los recursos sobrenaturales para hacer crecer la tensión de la historia, como indica Ballesteros en el libro, solía utilizar el recurso de lo ‘sobrenatural explicado’, buscando explicaciones racionales a los elementos sobrenaturales. Como hizo por ejemplo en su obra cumbre ‘Los misterios de Udolfo’, que sería a su vez imitada por Matthew Lewis en ‘El monje’.

En la mayoría de los casos, estas mujeres no llevaron una vida misteriosa, pero en otros, como el de Mary Shelley, los elementos góticos estaban muy presentes, hasta el punto de llegar a detalles tan novelescos como prometerse en matrimonio con el poeta Percy Shelley sentada en la tumba de su madre en el cementerio de la iglesia de St Pancras, en Londres, donde Mary solía acudir a leer obras de su madre, la pensadora feminista Mary Wollstonecraft junto a Percy, con el que, en otro alarde novelesco, huiría al continente antes de casarse.

Es muy célebre la historia de como Mary comenzó a escribir su obra cumbre. «¿Como yo, que entonces era una jovencita, pude pensar y desarrollar una idea tan monstruosa?», se preguntaba la propia Shelley en la introducción de ‘Frankenstein’. La historia, tal y como la relata ella, fue así. Reunida en una casa en Suiza junto a su marido, al también poeta Lord Byron y el médico de este, John Polydori, se retaron a escribir cada uno una historia de miedo. Curiosamente, de aquella velada nacería también la primera historia de vampiros, escrita sin mucha fortuna por Polydori. ‘Frankenstein’, por el contrario, fue un éxito, aunque su autora quedó relegada ante la fama de su propia creación, de manera análoga a lo que le pasaría al propio Victor Frankenstein, el protagonista, cuyo nombre quedaría asociado a su criatura.

Toda esta tradición fantasmal venía en cierto sentido de Alemania, donde el romanticismo había arraigado mucho y donde tampoco tardaron en aparecer escritoras de lo gótico, como Karoline von Günderrode o Annette von Droste-Hülshoff. El único referente latino se encuentra en la obra de la argentina Juana Manuela Gorriti, a la que se compara con Edgar Allan Poe. El caso de las hermanas Brontë también es distinto. Desde su más tierna infancia, las tres niñas, Charlotte, Emily y Ann, así como su hermano Branwell, estuvieron muy unidas a lo sobrenatural a través de las historias que les contaban en su infancia y que en los páramos de Yorkshire (Inglaterra) donde se criaron eran muy comunes, según destaca Ballesteros. Así, las niñas crecieron rodeadas de fantasía y ya de pequeñas crearon varios relatos en torno a una tierra inventada, la fabulosa isla de Angria, de la que todavía se conservan algunos relatos. Más adelante, serían Emily y Ann las que crearían otra isla de fantasía: Gondal. Ann sería la que menos fama alcanzaría, aunque influyó decisivamente en sus hermanas.

Uso del doble

La obra más importante de Emily sería ‘Cumbres borrascosas’, una de las mejores novelas del género en la que desde el inicio una trama de amor que podía haber sido convencional aparece trufada de apariciones fantasmales, personajes extraños y circunstancias misteriosas y todo enmarcado en los ya de por sí impresionantes páramos británicos donde se criaron. Por su parte, Charlotte se mueve en parámetros más realistas, pero sin renunciar a elementos de misterio. En su obra destaca el uso del doble, otro elemento muy presente en lo gótico, según destaca Ballesteros. Esta idea aparece en su novela más célebre ‘Jane Eyre’ representada en el personaje de Bertha Mason, la loca que Rochester tiene encerrada en su casa y que simboliza la prostración de las mujeres escritoras de la época. La escritora Elizabeth Gaskell, amiga de Charlotte, destacaría precisamente por incluir «fantasmas domésticos» en sus obras, que se convierten en símbolos de los miedos y las injusticias que atenazaban a las mujeres de la época. Gaskell mantuvo una sólida amistad con Charles Dickens, que la llamaba cariñosamente Sherezade, por su habilidad contando historias. En esta época destacan también Margaret Oliphant y Violet Paget -que se hizo pasar por hombre y vivió casi toda su vida como Vernon Lee-, además de la ya nombrada Amelia Edwards.

Por último, cabe reseñar a Madame Blavatsky, Anny Besant y Alexandra David-Neel, que destacaron más por su modo de vida que por su obra estrictamente literaria, ya que las tres, y particularmente Blavatsky, vivirían de explotar lo esotérico y lo misterioso de su vida, llegando a crear una secta: la teosofía, que pronto caería en desgracia, acusada de fraude. David-Neel, por su parte, fue la primera mujer en conseguir entrar en el Tibet y el libro en el que cuenta esta hazaña, ‘Viaje de una parisina a Lhasa’, es su obra cumbre.

Fuente:

http://servicios.diariosur.es/pg060219/prensa/noticias/Cultura/200602/19/SUR-CUL-156.html