Un juez federal de Estados Unidos sentenció en diciembre que la tesis del diseño inteligente que propugna el bioquímico Behe no puede sustituir al darwinismo en la docencia biológica, pues se trata de una teoría religiosa y no científica. O sea, que con ella una manzana leridana no sería un fruto en evolución selectiva, sino un designio divino. Pero esas noticias sobre la burricie norteamericana encantan al antiamericanismo, y más con Bush, que profesa ese creacionismo o fundamentalismo bíblico del XIX.Pero apenas se comenta que la acaso mejor biografía actual de Darwin se debe a una norteamericana, Janet Browne, cuyos dos volúmenes, Charles Darwin: voyaging y Charles Darwin: the power of place, han sido editados entre 1995 y el 2002. Ni se recuerda que tras la publicación de El origen de las especies de Darwin, en 1859, se inició en Estados Unidos un hondo debate sobre la cuestión y se apuntaron a su tesis las inteligencias mayores, como rastrea otro excelente estudio reciente, El club de los metafísicos (traducido por Destino), de Louis Menand. Porque si todo esto no fuera así, ¿sería entonces la estupidez norteamericana la que motiva el mayor número de premios Nobel científicos existentes?

Un profesor estrella en el XIX, Agassiz, que para William James, que lo trató, fue “un bribón”, emblematizó el antidarwinismo, que se dividía en dos ramas: el monogenismo, basado en una común humanidad inicial que después degeneraró en parte y se fragmentó, y el poligenismo, que sostenía la existencia de razas mejores y peores. Lo que tuvo una gran influencia en el drama racial, pues suponía una u otra forma de condena para los negros. Al igual que el darwinismo estimuló la vía de la igualdad y reafirmó los principios de la democracia y el mercantilismo, pues para Darwin las especies e individuos no cambian y luchan porque necesiten evolucionar, sino que como evolucionan deben transmutarse mejorando o perecen. Y piénsese que todo esto es anterior al descubrimiento del ADN, cuyo registro genético amplía el abanico de mutabilidades y conocimientos. La sentencia de dicho juez, además, parte de otra del Tribunal Supremo de 1968 que vetaba el creacionismo en la enseñanza pública, autorizado en 1925 por una ley de Tennessee.

En resumen: EE.UU. no se vuelve idiota, el cretinismo ideológico de un Bush o de Behe sólo se inscribe en su peor tradición, mientras que su potencial científico ha sido y es de un orden que supongamos España desconoce. ¿O respondemos a Agassiz y no a Darwin? Más nos valdría debatir indagando que chillar creyendo, nuevo Estatut incluido.

Fuente:

http://www.lavanguardia.es/web/20060220/51234090077.html