Por Steven Novella, Dr. en Medicina – 19 de enero 2006

Imaginaos la siguiente escena: una mujer de edad avanzada, que vive sola, es encontrada muerta en su apartamento. Ha sido víctima del fuego, su cuerpo está casi completamente reducido a cenizas, y solo el final de sus brazos y piernas permanece ileso. El pálido contorno de su cabeza yace en el fondo de la chimenea, la rejilla de hierro está a un lado, apartada por un golpe. En la chimenea hay señales que indican que el fuego ha estado encendido recientemente. Una sustancia marrón y grasienta cubre las paredes y el techo en las cercanías al cadáver, pero salvo por esto, la habitación está indemne.

Ahora abandonad cualquier clase de sentido común y razonamiento, y tendréis un caso típico de lo que se ha dado en llamar “combustión humana espontánea” (CHE).

La idea de que la gente puede de pronto y espontáneamente arder en llamas es bastante vieja, existe en el folklore desde hace siglos, y la primera crónica es de Jonas Dupont en 1763 (en De Incendiis Corporis Humani Spontaneis ). Los casos de CHE se hicieron famosos también gracias a Charles Dickens, quien en su novela “La Casa Desierta” (Bleak House) creó a un alcohólico y despreciable personaje llamado Krook, al que liquidó haciéndole arder espontáneamente. Este episodio ficticio hizo que se extendiera la noción de que el abuso extremo de alcohol puede llevar a una muerte flamígera.

Aquellos que creen en la CHE cometen los defectos típicos del pensamiento científico. Las historias de presuntos sucesos de CHE son en esencia sucesos de misterio para chismosos en los que se dan detalles curiosos o poco usuales, difíciles de explicar para el profano. Los creyentes asocian después lo inusual con la falacia lógica conocida como argumento de la ignorancia: “no podemos explicar como ardieron estas personas de esa forma, o cuál fue la fuente del incendio, luego mi explicación es correcta”. Finalmente, los que apoyan la combustión humana carecen de una pequeña cosa que a los científicos les gusta llamar “plausibilidad”. En otras palabras, los cuerpos simplemente no pueden arder envueltos en llamas.

Los presuntos casos de CHE van desde lo peculiar a lo irrisorio. Muchos casos incluyen fuentes de fuego externas realmente obvias, siendo las cerillas y los cigarrillos los inculpados más comunes. En otras ocasiones, hay implicados velas, chimeneas, pipas o faroles.

Los creyentes en la combustión humana citan a menudo como evidencia el hecho de que el cuerpo se vea completamente reducido a cenizas excepto por el final de las extremidades y algunas veces la cabeza. Pero existe una buena explicación para este fenómeno, y se la conoce como el efecto mecha. Las ropas de las víctimas pueden actuar como una mecha, mientras que su grasa corporal sirve como fuente de combustible (como una vela que arde de dentro a fuera). La combustión de la ropa se ve mantenida por la grasa licuada extraída del cadáver de la víctima, lo cual causa una incineración lenta que puede consumir casi completamente el cadáver y que como resultado genera una sustancia marrón y grasienta que normalmente cubre las paredes cercanas.

Otro cuerpo de la “evidencia” citado a menudo es que el resto de la habitación permanece indemne al fuego. Pero esto no es extraño en absoluto. El fuego arde por un aumento del calor. La temperatura por debajo, o incluso a una corta distancia del fuego puede ser muy baja, lo bastante baja como para no se causen daños por incendio. El direccionamiento hacia arriba de la combustión, es lo que explica también que los extremos de brazos y piernas queden normalmente sin quemar, algo que sucede a menudo con los troncos de leña, donde los extremos se libran del fuego una vez que la parte central se ha consumido.

En muchos casos de combustión “espontánea”, las víctimas sufren de sobrepeso, y por ello cuentan con una cantidad abundante de combustible para el fuego. Muchos de ellos son ancianos o enfermos, por lo que podrían ser incapaces de detener el fuego una vez que se inicia. Y muchos además son fumadores poco cuidadosos. El biólogo forense Mark Benecke revisó por completo los casos disponibles de supuesto CHE y llegó a la conclusión de que “las imágenes e informes publicados sobre combustión humana espontánea hasta la fecha, pueden ser explicados por mecanismos bien conocidos que se pueden encontrar en los lugares incendiados”. En otras palabras, que no hay casos que constituyan evidencia convincente de CHE.

Además, no existe ningún mecanismo que pudiera explicar la energía necesaria para encender a una persona viva. De modo que los que apoyan la CHE recurren a una de estas tres estrategias. Algunas veces contestan, con una mirada inquisitiva, que el mecanismo es “un misterio”. O tal vez invoquen a su explicación paranormal favorita, como energía psíquica u otra cosa igualmente carente de sentido.

Sin embargo, algunos, elegirán un tercer enfoque, intentando explicar la CHE como un mecanismo físico de tipo científico. Larry Arnold, en su libro de 1996 “¡En llamas!” (Ablaze!), especula que el causante de la CHE es una partícula subatómica previamente desconocida bautizada por él como “pirotrón” y que según afirma, puede iniciar espontáneamente un proceso de fusión nuclear, liberando una energía tremenda. Pero no existe evidencia de este concepto, y Arnold parece ignorar completamente el modo en que funciona la fusión nuclear.

De modo que si habéis estado preocupados por vuestra suerte, o por la de aquellos que amáis, temiendo que puedan ser víctimas de la combustión humana espontánea, no os preocupéis. Si queréis evitar la inmolación, simplemente dejad de fumar, o evitad meter la cabeza en la chimenea.

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Steven Novella es profesor asistente de neurología en la Escuela de Medicina de Yale y presidente de la Sociedad Escéptica de Nueva Inglaterra (www.theness.com). snovella@theness.com

Fuente:
http://www.astroseti.org/vernew.php?codigo=1917