Esta es la sugestiva pregunta planteada por la Agencia Internacional de la Energía (AIE) en la presentación de su informe sobre Perspectivas para el hidrógeno y las células de combustible. ¿Cuál es la respuesta? La AIE se muestra cauta. Tras reconocer los avances técnicos experimentados hasta la fecha, el informe recuerda que las tecnologías del hidrógeno resultan, hoy por hoy, mucho más caras que sus equivalentes convencionales y que el cambio requeriría inversiones en infraestructuras por valor de cientos de miles de millones o incluso billones de dólares. La AIE no duda de que el hidrógeno y las células de combustible puedan desempeñar un importante papel en el futuro mercado energético. Pero para ello, advierte, habría que multiplicar los esfuerzos en investigación y desarrollo, con el fin de superar los importantes escollos técnicos y para lograr una espectacular reducción de los costes. Respecto a esta cuestión, las cifras presentadas son elocuentes: para ser competitivos, los actuales costes de producción del hidrógeno necesitarían una reducción de entre 3 y 10 veces, dependiendo de la tecnología empleada, mientras que los de las células de combustible tendrían que disminuir por un factor de entre 10 y 50.

La AIE reconoce la existencia de elementos políticos potencialmente favorables. Entre éstos destaca la posibilidad de que los gobiernos confieran una alta prioridad a la reducción de las emisiones de CO2 y a la mejora de la seguridad energética. En el primer supuesto, si se mantienen los compromisos internacionales de Kioto, habrá que adoptar políticas orientadas hacia la no emisión. Este hecho, junto a la acuciante necesidad de los países no productores de hidrocarburos de diversificar sus fuentes de suministro energético, pueden constituir importantes bazas a favor de un decidido despliegue del hidrógeno y las células de combustible.

En el pantanoso terreno de las predicciones, la AIE da una de cal y otra de arena. Las buenas noticias son que si se lograra una feliz conjunción de todas las condiciones técnicas y políticas favorables, en el 2050 cerca de un 30% del parque mundial de vehículos (unos 700 millones) podría ser impulsado por células de combustible de hidrógeno. Ello supondría un ahorro de 15 millones de barriles diarios de petróleo, lo que equivaldría a cerca del 13% de la demanda mundial de crudo prevista para la fecha. Las malas son que si nos topáramos con un escenario menos optimista, muy posiblemente el hidrógeno y las células de combustibles no alcanzarían la masa crítica necesaria para hacerse un hueco en el mercado. No podrían superar la competitividad de los biocombustibles y otros carburantes sintéticos derivados del carbón y el gas natural, los cuales requieren una inversión en infraestructuras mucho menor.

Mi impresión es que, como casi siempre, habrá que hacer camino al andar y esperar unas décadas para ver si al final el sueño se concreta. Lo malo es que la senda está plagada de encrucijadas. Por ejemplo, por citar sólo una, resulta que el gas y el carbón seguirán siendo durante años las fuentes más baratas del hidrógeno, de forma que su uso implicaría desplegar a gran escala costosas tecnologías de secuestro de CO2 que todavía se encuentran en pañales. ¿Qué hacemos? ¿Nos decidimos ya por este camino o esperamos sine die a que la tecnología nos permita fabricar a buen precio hidrógeno limpio a partir de agua y mediante el empleo de fuentes renovables o nucleares?

MARIANO MARZO, catedrático de Recursos Energéticos de la UB

Fuente:

http://www.lavanguardia.es/web/20060119/51221491560.html