Xavier Sáez Llorens

La ciencia es la herramienta del saber que más ha contribuido al progreso de la humanidad a través de los siglos. La esperanza de vida ha aumentado de manera considerable y se han descubierto vacunas o tratamientos para prevenir o curar muchas enfermedades. La producción agrícola se ha incrementado ostensiblemente para atender las crecientes necesidades demográficas. Se han eliminado trabajos riesgosos gracias al avance tecnológico y a la explotación de nuevas fuentes de energía. Los nuevos métodos de comunicación e informática han generado oportunidades sin precedentes para las sociedades actuales. El mejor conocimiento sobre la evolución del cosmos y los seres vivos ha proporcionado a la humanidad excitantes enfoques conceptuales que ejercen una influencia profunda en sus perspectivas académicas. Negar el impacto de la ciencia en la vida de cada uno de nosotros es cegarse ante una tangible realidad. Desde cepillarnos los dientes o hablar por celular hasta trasladarnos de un país a otro o enterarnos de lo que sucedió hace unos minutos en China, la esencia de la ciencia se respira diariamente. A pesar de todos estos avances, continúan proliferando numerosas corrientes de irracionalismo que amenazan con retrotraer a nuestras modernas sociedades a épocas de oscurantismo y charlatanería. Las seudociencias han adquirido una peligrosa presencia mediática que no guarda relación con su extraordinaria falta de fundamento. ¡Qué ironía, cada vez se hace más necesario luchar por lo evidente! Mucha gente cree aún en brujas, demonios, espíritus, zombis, extraterrestres, fantasmas, endemoniados, poseídos, abducidos, viajeros astrales, aojados, reencarnados, echadores de cartas, videntes, chamanes, espiritistas, curanderos, sanadores milagrosos, ojeados, médicos del cielo, santos milagrosos y en toda una gama de personajes variopintos que sirven para protagonizar lucrativos shows televisivos con audiencias millonarias.

A mi juicio, son múltiples los factores que reducen el prestigio de la ciencia, fomentan la multiplicación de seudociencias y favorecen la gestación de creencias místicas. El mal uso del saber científico, como por ejemplo la fabricación de armas para fines bélicos o la expansión tecnológica desmedida que degrada el medio ambiente; la falta de democratización en la distribución de conocimientos y tecnologías que facilita el surgimiento de poblaciones excluidas, ajenas al conocimiento contemporáneo; la búsqueda de protagonismo, poder o fortuna personal que ocasionan fraudes en la investigación científica (investigación coreana sobre clonación) o anuncios de descubrimientos engañosos (vacunas contra el sida); la interferencia de la religión en la formación del pensamiento crítico y libre a nivel educativo, que genera intolerancias, fanatismos o supersticiones; la desesperación ante dolencias y angustias carentes aún de una adecuada respuesta científica; y particularmente, la diseminación de incultura a través de los medios de comunicación que, para aumentar sus ratings, difunden toda clase de tonterías a través de programas radiales, entrevistas, novelas y medios escritos.

La seudociencia es una colección de disparates, a los cuales se les ha intentado revestir de coherencia científica cosmética para que parezcan plausibles a las mentes de neófitos, ingenuos y ciudadanos distraídos. Algunos ejemplos incluyen la alquimia (especulaciones esotéricas, relativas a las transmutaciones de la materia, encaminadas a la búsqueda de la piedra filosofal y panaceas universales), la astrología (predicción del destino personal y sucesos terrenales a través de interpretaciones sobre la posición y movimiento de los astros), la ufología (creencia de que ciertos objetos voladores no identificados representan naves espaciales de procedencia extraterrestre), la grafología (desciframiento de las cualidades sicológicas de las personas mediante el examen de sus letras), la parapsicología (efectos atribuidos a fenómenos como la telepatía, las premoniciones, la levitación, etc.), el psicoanálisis (investigación y cura de enfermedades mentales o conductas anómalas mediante el análisis de conflictos sexuales inconscientes originados en la niñez o a través de la liberación de impulsos instintivos que permanecen en el subconsciente y que han sido reprimidos por la conciencia), la medicina alternativa (efectos curativos de hierbas, homeopatía, masajes, reflexometría, ozono y oxígeno hiperbárico, acupuntura, etc.), el creacionismo por diseño inteligente (origen del cosmos y los seres vivos por un arquitecto universal sobrenatural, omnipresente y sabedor del destino individual) y, recientemente, el surgimiento de niños índigos (nueva raza de criaturas con poderes energéticos especiales que trae consigo la tarea de propulsar cambios en la humanidad y que han comenzado a poblar el planeta).

Las seudociencias pueden reconocerse fácilmente porque comparten características comunes pero antagónicas a las ciencias genuinas. Estas invocan entes inmateriales o sobrenaturales (apariciones, milagros, alma, nirvana, karma, déjà vu) inaccesibles al examen empírico actual; se fortalecen en la credulidad ciega ya que no someten sus especulaciones a pruebas convincentes y reproducibles; son dogmáticas ya que no cambian sus principios cuando fallan ni como resultado de nuevos hallazgos o conocimientos demostrables; rechazan las críticas y el debate de argumentos sólidos; no requieren un largo y riguroso aprendizaje; se interesan por conceptos que tengan un uso práctico y no buscan la verdad desinteresada; no admiten ignorar algo, tienen explicaciones para todo; se mantienen al margen de la comunidad científica, no publican sus ideas en revistas científicas ni interactúan en foros y seminarios para enfrentar el debate académico minucioso. En fin, como apunta el científico y filósofo argentino Mario Bunge, las seudociencias son como las pesadillas: se desvanecen cuando se las examina a la luz de la ciencia. Mientras tanto, sin embargo, infectan la cultura y son de gran provecho pecuniario para sus defensores. Tengan cuidado.

El autor es médico.

Fuente:
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