Tengo 68 años, nací en París, me crié en Londres y vivo entre París y Cadaqués. Soy explorador desde los 21 años y doctor en Etnología por la Sorbona, Oxford y Harvard, especialista en Himalaya y Tíbet. Tengo cinco hijos, de 40 años a 1 año. La globalización desculturaliza a los pueblos del planeta. ¡Cruzaré el Atlántico como un barco céltico!- ¿Queda en la Tierra algún rinconcito por explorar?

– En Asia Central, en la antigua URSS, restan aún extensiones mal conocidas.

– ¿Las explorará?

– ¡Sí! Pero antes quiero atravesar el Atlántico en un barco céltico de vela y remos.

– ¿Y de dónde sacará ese barco?

– Lo reconstruiremos según una descripción que Julio César, que venció a los celtas, dejó hace 2.000 años en La guerra de las Galias.

– ¿Y cómo eran aquellos barcos?

– Enormes: llegaban a los 32 metros de largo y podían cargar 1.000 toneladas, con velas de cuero suave. Con ellas navegaban por el Atlántico: Escocia, Irlanda, Gales, Cornualles, Galicia, Portugal… ¡Y hasta América!

– ¿Los celtas llegaron hasta América?

– Seguro: con esa travesía demostraré que esas extraordinarias y veloces naves eran capaces de atravesar el Atlántico ¡en 15 días!

– ¿Es usted buen navegante?

– ¡Soy navegante de lo insólito! Mi primera expedición consistió en navegar en un cayuco precolombino por el Caribe, durante 700 kilómetros en mar abierto.

– ¿Para qué?

– Para demostrar que la cultura Itzan abrió en el siglo IX una nueva ruta terrestre-marítima por el Yucatán, ¡y que ésa fue la causa de la repentina ruina de las ciudades mayas, como Palenque, que jalonaban la ruta anterior!

– ¿Resultó bien ese viaje?

– Sí. Y hoy la mayoría de los arqueólogos defiende mi tesis.

– ¿Cómo le dio a usted por investigar eso?

– ¡Me crié en Gran Bretaña, que está enferma de exotismo! Quise estudiar Antropología, y pude hacerlo en Estados Unidos, en Harvard. Y al llegar las vacaciones de verano, decidí bajar a México a trabajar…

– ¿Qué edad tenía usted entonces?

– 21 años. Me metí en la selva del Yucatán, por ganas de visitar un viejo penal en el que los españoles castigaban a los indios. Fui detenido por la policía por falta de un visado, y ¡me encarcelaron durante 42 días!

– ¡La aventura es la aventura!

– Al soltarme, vi que mi contacto para volver en barca se había pirado, así que tuve que volver a pie por el Yucatán, a solas durante una semana. Durante ese trayecto… ¡descubrí 14 enclaves mayas desconocidos!

– Debió de ser muy emocionante…

– Sí. Hoy están en todos los libros de historia. Escribí El reino perdido de los mayas.Lo leyó David Rockefeller, se apasionó, y se puso a invertir allí. Resultado: los cientos de kilómetros de hoteles de Cancún.

– Vaya, así que fue usted el culpable…

– Yo podría ser hoy millonario: Rockefeller me ofreció participar en el negocio de Cancún. Pero rehusé: yo sabía bien que eso traería aculturación…

– ¿Qué hizo luego?

– Propuse en Harvard una expedición de estudio a Tíbet. Era mi sueño desde niño. Y descubrimos rutas nuevas, exploramos el desconocido reino de Bután. Quedé hechizado: durante 45 años he realizado por allí 29 expediciones a pie y a caballo…

– ¿Ha visto al yeti?

– Tenía 22 años cuando demostré que los restos conservados en el monasterio de Kumjún, atribuidos al yeti, eran de joroba de toro brahmán, y que sus huellas en la nieve eran sólo de zapatos redondos de cuero rellenos de paja de lugareños… “Peissel, el hombre que mató al yeti”, titularon los diarios norteamericanos… Ya ve, yo maté al yeti.

– ¿Qué le sedujo más de Tíbet?

– Sus parajes imponentes. Y los tibetanos: por su alegría, su humor, su franqueza, su ingenio… ¡La virtud que más valoran es la inteligencia! Es una cultura refinadísima.

– Que los chinos machacan…

– ¡Jamás podrán con ella! Han destruido muchas cosas, pero no podrán borrar 14 siglos de cultura y sensibilidad. Más peligrosa es la globalización de hábitos norteamericanos, que aculturan y uniformizan pueblos…

– De joven leí su El oro de las hormigas.

– Ahí descubrí que Herodoto no mentía cuando escribió que unas hormigas extraían oro en los Himalayas: ¡eran marmotas, y encontré mineros que las usaban en la meseta de Zanskar para excavar y sacar oro! También descubrí en el valle del Riboché una raza de caballos que se creía extinguida.

– ¿Qué caballo?

– Los paleontólogos lo llaman número 2,porque es uno de los dos tipos de caballos pintados en las cuevas neolíticas del Himalaya.

– ¿Algún descubrimiento más?

– Sí: localicé la fuente principal del río Mekong, en el Tíbet chino, gracias a navegar el río con un overcraft de mi invención. Lo usé también para explorar el lago Ness…

– ¿Y? ¿Hay monstruo?

– Nada: ahí no descubrí nada.

– ¿Ha temido por su vida alguna vez?

– Sí: cada vez que conduzco por autopista.

– Me refiero a sus expediciones…

– Mi overcraft volcó en unos rápidos, y estuve a punto de morir ahogado…

– Los antiguos no usaban overcraft…

– Era para mí la mejor forma de remontar el Mekong… Pero he hecho expediciones por ríos rusos en barcas vikingas: demostramos que los vikingos remontaban ríos ¡a remo! Eran barcas de seis remeros, y hacíamos un promedio de 58 kilómetros al día, durante 45 días, remando y remontando rápidos…

– En esos viajes habrá comido de todo…

– Lo más raro que he comido es… ¡mamut!

– ¡Se extinguieron hace miles de años!

– El Club de Exploradores de Nueva York organizó una comida exótica, y la pieza estrella era… carne de un mamut hallado en un glaciar de Alaska. ¡Y no estaba nada mal!

Fuente:

http://www.lavanguardia.es/web/20060111/51216779660.html