Unas gotas de agua bendita surcan la penumbra del templo y desatan un gruñido feroz. Convulsiones, gritos, vómito y maldiciones se entrelazan con las consignas y rezos de un cura resuelto a afrontar y expulsar al mismísimo Satán y sus legiones endemoniadas, que hallaron refugio en cuerpos y mentes jóvenes. La ceremonia ha comenzado.No, no es la evocación de un rito de la Europa medieval ni la descripción de una escena cinematográfica. Es una práctica común que desde hace 24 años realiza el sacerdote Casto Simón en la parroquia de San Miguel Arcángel, en Puente Jula, Veracruz: se trata del exorcismo masivo.

En este municipio, de 3 mil habitantes y nivel medio de marginación, cuyos pobladores tienen como máxima aspiración ser obreros, algunos enfermos aseguran que fueron consagrados al Diablo desde antes de nacer por prácticas de hechicería de sus padres o abuelos.

Otros creen que fueron poseídos por escuchar música, pertenecer a sectas, leer libros con personajes endemoniados o estar involucrados en la magia, contabilizando a quienes jugaron a la ouija y comparten presencias inexplicables, oyen voces sin identificar y comienzan a odiar sin motivo.

La mayoría son jóvenes de entre 14 y 22 años, quienes durante meses son llevados por familiares y amigos al templo, al norte del puerto, distante 20 kilómetros por la carretera a Jalapa, para que les “expulsen al demonio”, los viernes a partir de las nueve de la noche. Ahí Simón, a veces auxiliado por párrocos también autorizados por el Vaticano para esta práctica, como Francisco Arteaga, realiza “misas de liberación”.

Antes de ser sometidos al ritual, modificado por el Vaticano en 1999 tras más de 300 años de existencia, son confesados por el sacerdote para determinar, después de someterlos al agua bendita, si en realidad están poseídos por Satán o una legión diabólica, o sólo necesitan tratamiento siquiátrico.

Si al contacto con el líquido o al inicio de un rezo se ponen a gritar, están listos para el siguiente paso en el templo, resguardado por las figuras de no más de cinco santos de yeso entre los que resaltan San Miguel Arcángel, dando muerte a la serpiente que simula a Satán; un cristo ennegrecido y dos cuadros de vírgenes, una de ellas derramando sangre.

Simón está convencido de que los efectos de la Segunda Guerra Mundial, Elvis Presley, los Rolling Stones, Kiss, otros grupos de rock y lecturas con personajes involucrados en la magia, como Harry Potter, incitan a los jóvenes a iniciarse en movimientos satánicos.

A partir de las dos de la tarde el cura platica con quienes se someterán al ritual. Luego todos, con un rosario al cuello, participan en una misa evangelizadora que dura casi cuatro horas, durante las cuales algunos feligreses sienten que sanaron (por ejemplo del cuello, la espalda, la cabeza, o consideran que son menos propensos a los ataques epilépticos si es el caso) y son capaces de perdonar ofensas de antaño. Lo comentan en voz alta, a petición del religioso.

Durante esta ceremonia los poseídos manifiestan comportamientos extraños. Unos se dejan caer al escuchar una oración y comienzan a convulsionarse, por lo que requieren ser sometidos por hombres que dentro de la iglesia son conocidos como cazafantasmas, pues ayudan a los sacerdotes a sujetar los cuerpos “que fueron tomados por Satán”. Otros vomitan en cubetas dispuestas para ese fin por personal de auxilio de la parroquia.

La mayor parte de los “pacientes” acuden acompañados por sus familiares y amigos. Otros son llevados por monjas, que desde Fortín de las Flores se desplazan por diversas comunidades para identificar personas endemoniadas y someterlas al exorcismo.

Antes de las nueve de la noche empiezan los preparativos para la misa de liberación bajo un techo de lámina. Los posesos sacan vendas de una caja de cartón. Ninguno refleja en el rostro marcas de sufrimiento o daño, excepto un joven de unos 17 años que por voluntad de sus padres será sometido al ritual en busca de una curación milagrosa para el retraso mental que padece. Es maniatado, acostado en una banca de madera, y sus pies y cintura son atados al mueble para impedirle cualquier movimiento.

Los otros se sientan y extienden los brazos para que sus acompañantes los sujeten al respaldo de las bancas. Una vez culminado este paso, las mujeres piden que les amarren el cabello para que no les caiga en la cara durante las manifestaciones. Así hizo Dalia, de 22 años, quien supuestamente fue consagrada al Diablo por unos hechiceros que tuvieron contacto con sus abuelos antes que naciera. Es robusta y bromea antes del ritual. En su playera hay una imagen de la Virgen.

Durante la preparación los sacerdotes se visten con sotanas blancas. Simón se pone un sarape y Francisco Arteaga una estola morada que le confiere poder sacerdotal. Una vez que todos están listos, la imagen del Santísimo se coloca en el altar mayor de la parroquia. El primero se sienta frente a Dalia para observar el rito, y el segundo comienza a orar: “¡Santísimo, bendice a estos hijos atormentados! ¡Ven, Mesías!”

Inmediatamente la joven se pone a gritar y requiere ser sujetada por tres hombres y una mujer para evitar que con sus sacudidas, que tensan las vendas que la sujetan, pueda volcar la banca en la que está sentada. Grita, gruñe, se contorsiona. Emite diversos tonos de voz, escupe a Simón tres veces y éste, impasible, se limpia el rostro con la mano. Cuando escucha insultar a la Inmaculada Concepción, vocifera: “¡Cállate ya, cállate ya!”

En tanto, Arteaga pide bendición para rechazar los ataques del “enemigo”.

Proclama la fe en Jesucristo. Implora a Dios para que libere a sus hijos de las trampas de Lucifer. Confía en el poder que le fue conferido por la Iglesia para sanar las “dolencias demoniacas”. En medio de sus rezos, el resto de los posesos se sacude con violencia, excepto una joven de camisa roja que durante todo el ritual llora, asustada, sin que nadie la libere de sus ataduras. Los seis u ocho cazafantasmas presentes se mueven constantemente por el templo para ayudar a familiares y amigos a sujetar a los 20 endemoniados presentes.

Nancy se une a los gritos de Dalia. Es una joven de 19 años, quien por voluntad propia pidió ayuda en la parroquia para ser exorcizada, una vez que sus padres la obligaron a renunciar al catolicismo para involucrarse con la asociación religiosa Pare de Sufrir, considerada aquí como una secta.

Se mueve de manera incesante, de manera brusca, con fuerza poco usual en una persona delgada y de baja estatura. Por momentos un hombre la sujeta para evitar que se dañe. Grita mucho, saca la lengua y sufre espasmos. Echa la cabeza hacia atrás para luego lanzarla al frente, con vigor, en incontables ocasiones.

Mientras, a un costado, un hombre se arrodilla frente a Dalia para sujetarle las piernas; otro se coloca detrás y con un abrazo le impide que continúe moviendo la banca a la que está sujeta.

A la izquierda del altar mayor, encabezando una segunda fila de 11 bancas, se colocó Gerardo, joven “poseído por una legión endemoniada”, descubierta una vez que comenzó a destilar odio y expresar mal carácter hacia su familia. Una de sus tías cree que fue invadido por escuchar música satánica, pero los cazafantasmas dicen que anduvo en asuntos turbios, en magia negra.

Es alto y robusto. Su madre y una tía apenas pueden sujetarlo. Se lanza violentamente hacia el frente. Grita desesperado cuando el sacerdote Simón invoca el nombre de María Guadalupe. “¡Cállate, cállate!”, le ordena a gritos, y él se convulsiona. Tras de éste, Nancy continúa retorciéndose y otras mujeres escupen a cada rato. Tiemblan. En la última banca de la fila, una adolescente de 14 años se desgañita y agita fuertemente la cabeza.

Tras unos 30 minutos de oraciones, invocando la ayuda de Dios, pidiendo la intercesión del Paráclito defensor -el espíritu consolador con más autoridad dentro de la Iglesia-, el padre Arteaga abandona el estrado y en compañía de un acólito traslada agua bendita para ungir a cada poseso.

Comienza con Gerardo. Le toca la cabeza y pide a la “legión” que tomó su cuerpo que se pose a los pies de Cristo y “no vuelvan a tocar a esta criatura”. El joven se jalonea, niega, grita, jala las vendas que lo atan; mantiene los ojos cerrados y luego se deja caer hacia el frente. La escena se repite con Nancy. A la joven de playera roja que llora sin cesar no le ocurre nada cuando el párroco se le acerca. Pero con Sofía debe detenerse y solicitar la intercesión del Espíritu Santo. “¡No, no!”, responde la adolescente. El padre repite: “Rompo toda atadura”, y en contestación recibe: “Ella es mía, entiéndelo, ¡púdrete!”

Arteaga le da la espalda y continúa su camino. “¡Vive la fuerza del Espíritu Santo!”, afirma. A Fidel y otros les pide que renueven la fuerza del bautismo. Todos vomitan, meten el rostro en las cubetas que les acercan sus familiares y también se agitan. Algunos mascullan, otros vociferan, gruñen.

En tanto, el enfermo mental continúa como desde el principio de la misa de liberación, contando del uno al 10, sin equivocarse, incansable, y luego brinca al 20, 30, 40. Sus padres no saben si sentarlo o dejarlo acostado, amarrado. Cuando intentan desatarle las manos, uno de los cazafantasmas les pide que lo dejen como está y recen, que recen mucho.

Amagan con el diablo a los reporteros

Cuando el padre Francisco llega con Daniel, uno de los más reacios a sanar, pide a los “enemigos de Cristo” que huyan de su cuerpo. El muchacho mueve de un lado a otro la cabeza e inclina su cuerpo intentando alejarse del religioso. Le enseña la lengua, abre desmesuradamente los ojos y se muestra agresivo. El fotógrafo de este diario intenta hacer un acercamiento. Furioso, el clérigo lo regaña y le dice que le mandará al demonio para que sepa lo que es tener al diablo en el cuerpo. Eso desencadena que familiares de otros posesos se muestren hostiles con los reporteros, porque consideran que es una intromisión en su vida privada documentar estos hechos.

Dalia emite gemidos suplicantes. Es la última en recibir al sacerdote, e intenta zafarse de sus ataduras. “¡Te conjuro, Satanás, enemigo de la salvación humana! ¡Reconoce la justicia y la verdad de Dios padre! ¡Capitán maldito, rompo toda cadena que quede!” Ella representa uno de los casos más difíciles en la parroquia de San Miguel Arcángel. Ha vivido dos años y medio entre exorcismos.

Para el cura es suficiente con mirar al adolescente acostado y atado para determinar: “éste no está”, y sigue su camino al altar. Continúa rezando. Se escucha el tañer de una campana. Está por llegar el clímax. Los posesos que durante la misa se desvanecieron, estuvieron vomitando, escupiendo o agitándose sin cesar, comienzan a recuperarse. Los feligreses que observaron la ceremonia se persignan, entonan cantos suaves. “¡Guerra y guerra contra Lucifer!”, exclama el cura.

A todos les pide ir en paz y dar gracias al Señor. Salvo Nancy, los exorcizados recobran la calma, vuelven en sí. Ella requiere que el sacerdote ore más y pida a los demonios que la dejen en paz, después de cuatro meses de tratamiento. Luego de media hora, la joven se recupera y, al igual que el resto de sus compañeros, sale por su propio pie. Los enviados de La Jornada, en tanto, ya están avisados.

Fuente:

http://www.jornada.unam.mx/2005/12/29/040n1pol.php